sábado, 3 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 4




-Estas pruebas rayan el límite entre lo aceptable y lo inaceptable, pero son más o menos lo que esperaba de ti –dijo Javier mientras tecleaba en el ordenador-. En cualquier caso, le daré el disquete al fiscal en cuanto llegue. Buen trabajo –añadió con además brusco.


Sorprendido por la felicitación, Pedro se apoyó en el quicio de la puerta y observó a su superior. javier Jones no tenía el aspecto de alguien que llevase toda la noche despierto. El nudo de su corbata permanecía intacto. Tenía la espalda erguida, casi en actitud militar bajo su camisa blanca. Y ni uno sólo de sus cabellos grises como el acero se había movido de su sitio, aunque nada de ello sorprendió a Pedro.


Desde que lo conocía, hacía diecisiete años, incluyendo los cuatro años que había trabajado con él en una fuerza especial contra el crimen organizado, nunca había visto a Javier perder la compostura. Aquel hombre era el prototipo de policía entregado a su deber: sus decisiones eran rápidas, su instinto era certero y su energía parecía inagotable.


El ser destinado a una fuerza especial era algo que no todo el mundo podía aguantar. Varios de sus compañeros habían terminado quemados o habían abandonado. No pudieron soportar los estragos que el trabajo de incógnito puede originar en la vida privada de un agente. A Epstein y a O’Hara los destinaron a la brigada de homicidios, y Prentice desapareció sin dejar rastro en algún pueblecito de Maine. 


Pero aquel tipo de trabajo se ajustaba perfectamente a Pedro. A él le gustaba correr riesgos y tomar decisiones importantes en fracciones de segundo. Aunque en muchas ocasiones, como en aquélla, una llamada de teléfono le bastaba para conseguir ayuda, por lo general trabajaba solo.


Aquélla era otra razón por la que le gustaba su trabajo. Le gustaba vivir solo. En teoría había vivido solo desde que tenía dieciséis años, aunque realmente ya estaba solo varios años antes. No tenía a nadie a quien responder, a quien preocupar o a quien dejar en la cuneta. Así era como hacía su trabajo y sabía que aquélla era la forma en que quería vivir su vida.


Paula también vivía sola. Durante los dos meses que Pedro llevaba viviendo en la casa contigua a la suya, nunca había visto que recibiera visitas. Ni siquiera últimamente, con la ola de calor que hacía que todas las ventanas estuvieran siempre abiertas, había oído ningún sonido procedente de su piso. Sin embargo, a veces sabía que Paula estaba en casa por los aromas que llegaban de su cocina, a veces caseros como de pastel recién hecho y otras más exóticos, que lo transportaban a lejanos lugares.


El reclamo de su estómago le hizo recordar que no tenía a mano más que el espeso café de la máquina de la comisaría. Necesitaba una ducha y un buen afeitado, pero antes se echaría una profunda cabezada durante una hora. 


Esperaba que así mejorase su concentración y sus pensamientos no girasen en torno a Paula Chaves y al aroma de su cocina, a su suave cabello, sus enormes ojos azules y la sensación imborrable de haberla sentido junto a sí.


Tenía la sensación de que también Paula parecía encontrarse bien junto a él. Todo aquello lo había impresionado tan profundamente que le hacía olvidar todos los acontecimientos tan importantes que habían sucedido en las últimas horas.


Sería difícil que una situación como aquélla se repitiera. Él estaba en medio de una investigación. Tenía que conseguir pruebas suficientes para atrapar a Fitzpatrick. No tenía tiempo para distracciones. Además, Paula tampoco le había propuesto otro encuentro y, aunque lo hubiese hecho, seguro que no habría sido para una cita personal.


A pesar del impresionante cuerpo que había visto la noche anterior a través del camisón, a juzgar por su apariencia y su comportamiento, Paula disfrutaba con la soledad tanto como él.


-¿Qué vamos a hacer ahora? –preguntó, volviendo a concentrarse en la conversación.


-Cerraremos el almacén hoy mismo –respondió Javier con la mirada fija en el ordenador.


-¿Y luego?


Javier Jones hizo una pausa mientras leía la relación de direcciones que tenía delante.


-Llevas sesenta y un días dedicado a fondo a esta investigación. Espero tu informe mañana a primera hora.


Pedro frunció el ceño, pensando en las horas que le llevaría hacer el informe. Aquélla era la parte de su trabajo que menos le gustaba. Por mucho que costase reconocerlo, tal y como estaban las cosas, lo mejor que podía hacer sería intentar sacar el mejor provecho de la pruebas sobre Fitzpatrick que tenían en sus manos y esperar que la próxima vez hubiese más suerte.


Se cruzó de brazos y se instaló en su mesa, junto a la puerta. Echó un vistazo a la foto de Fitzpatrick que se encontraba sujeta a la pared del pequeño despacho de Javier. El rostro redondo del hombre de negocios, de mediana edad que sonreía desde el tablón parecía el de un bondadoso y pelirrojo Papá Noel.



-Tiene que haber un método mejor para sorprender a Fitzpatrick. Aún no tenemos ninguna prueba que lo implique directamente para poder llevarlo a los tribunales.


-Soy consciente de ello.


-Está actuando de manera muy inteligente al mantenerse al margen del lado oscuro de sus negocios. Necesitamos investigar más, recoger más datos.


-Ya tenemos datos –dijo javier, aproximándose al monitor.


-Tendríamos más si ese tipo del montacargas no me hubiese visto meterme el disquete en el bolsillo.


-Te habrían descubierto antes o después. Tu tapadera no era lo suficientemente sólida.


-La próxima vez me aseguraré de que sea hermética.


La silla de Javier chirrió cuando se giró hacia Pedro.


-¿Qué tienes en mente?


“Buena pregunta”, pensó Pedro. La razón por la que estaban investigando una sucursal del almacén era porque Fitzpatrick era increíblemente cauteloso a la hora de elegir al personal y había que dar muchos rodeos para poder aproximarse a él. Podía llegar a la paranoia en lo concerniente a su seguridad personal.


-Tiene que haber algún detalle que se nos escapa.


-Hacia finales de mes incrementaremos la vigilancia –añadió Javier.


-Eso será dos semanas antes de la boda de su hija. ¿No es así?


-Cierto.


-¿Crees que va a descuidar su seguridad precisamente entonces? –preguntó Pedro.


-A juzgar por su trayectoria, no creo que eso suceda. Pero estaremos vigilándolo de todas formas. Si se presenta una oportunidad, la aprovecharemos.


Pedro ahogó un juramento. La primera vez que habían oído hablar de la inminente boda de Marion, la hija única de Fitzpatrick, pensaron que sería una oportunidad para intentar atravesar su cordón de seguridad, pero hasta el momento no habían tenido ningún éxito. Fitzpatrick podría dar lecciones de seguridad al Servicio Secreto.


-¡Lo que daría por poder echar un vistazo a la lista de invitados!


Javier apretó los labios con gesto de frustración antes de regresar a su ordenador.


-Tenemos que trabajar dentro de la ley, Alfonso. Sabremos quiénes son los invitados cuando estén allí.


-Ya lo sé, pero sospecho que la mayoría de los invitados no asistirá precisamente para ver la boda de esa chica. Muchos negocios se harán allí. No hay nada como las bodas y los funerales para reunir al clan –observó Pedro.



-Es evidente que, si pudiésemos tener un hombre dentro, sería una enorme ventaja pero, de momento, es imposible.


-¿No has podido infiltrar ninguno? –preguntó Pedro.


-Aún no lo he conseguido. Dudo que alguien pueda llevar la furgoneta de la floristería sin que se le exija ninguna acreditación para pasar.


-Pero con el tráfico que habrá debido a la boda y alguna ayuda externa podríamos tener alguna posibilidad.


-En estos momentos estamos investigando a todas las personas que se están contratando para la boda, pero hasta ahora no hemos encontrado ningún dato interesante. Fitzpatrick actúa de forma tan cautelosa como siempre. No firma ningún contrato hasta la víspera. No sabíamos aún quiénes serían los encargados del banquete hasta hace dos días –se detuvo un momento, pensativo-. ¡Un momento! Ya está. Tu vecina.


-¿Qué pasa con ella?


-Me dijiste que se apellida Chaves, ¿verdad?


Pedro no respondió. No era necesario contestar a las preguntas de Javier. Aquel hombre tenía tan buena memoria para los detalles como su ordenador.


-¿Qué pasa con ella? –insistió Pedro.


Javier estaba sentado delante de su ordenador, hasta que vio aparecer en la pantalla la siguiente lista.


-¡Aquí está! –exclamó.


Sabía que había visto aquel nombre recientemente en algún sitio. Catering Chaves era la empresa que habían contratado para servir el banquete en la boda de Fitzpatrick. Su propietario era un individuo llamado Joel Chaves.


-Debe de haber centenares de Chaves en la ciudad. Las posibilidades de que Paula tenga relación con él son muy remotas –afirmó Pedro.


-Como ya te he dicho, el contrato se firmó hace tan sólo dos días y no hemos tenido aún mucho tiempo para investigarlos. Te informaré si descubro que existe alguna conexión con tu vecina.


Pedro se frotó el mentón mientras obligaba a su cerebro a pensar sobre ello. Paula parecía demasiado inocente para estar involucrada en algún asunto de Fitzpatrick. Por otra parte, uno de los motivos por los que Fitzpatrick conseguía siempre escapar a la justicia era que se aseguraba de que las empresas que trataban directamente con él fuesen intachables.


Siempre se mantenía alejado de los aspectos turbios de sus negocios. Y cuando se trataba, como en aquella ocasión, de algo tan importante como la boda de su hija, estaba seguro de que sería más cuidadoso que nunca para elegir a una empresa de catering cuya reputación estuviese fuera de toda duda.



Poniéndose de pie, Pedro se dirigió hacia la puerta. No tenía mucho sentido dar más vueltas al asunto en aquel momento. 


Por supuesto que sería muy interesante tener ya algún contacto establecido con alguien relacionado con la boda de Fitzpatrick, pero el hecho de que Paula se apellidase Chaves no pasaba de ser una casualidad. Teniendo en cuenta la poca suerte que estaban teniendo con aquel caso hasta el momento, sería absurdo hacerse ilusiones.


-De acuerdo –respondió Pedro-. Voy a ver si Bergstrom ha hecho algún progreso.


-Déjalo en paz –ordenó Javier-. Los dos sabemos de sobra que se asegurará bien de no dejar ningún cabo suelto.  Tienes que hacerme el informe.


-Sí, ya lo sé –respondió Pedro, quejumbroso.


-Y una última cosa, Alfonso.


-¿Sí? –respondió Pedro, deteniéndose ante la puerta.


Javier alisó una arruga imaginaria en su corbata y se inclinó de nuevo hacia el ordenador.


-Ya sé que estamos padeciendo una ola de calor, pero la próxima vez que vengas, preséntate correctamente vestido. Esto es una comisaría, no una playa.


EN LA NOCHE: CAPITULO 3




Pedro se levantó de la cama y se dirigió hacia la ventana concentrado en los ruidos que llegaban del piso contiguo. A juzgar por el sonido, parecía que estaban registrando todo el piso, probablemente en busca de la prueba. Entonces se agachó sobre el suelo, tanteando en la oscuridad. Extendió la palma de la mano a lo largo del rodapié y sonrió aliviado cuando sus dedos tocaron la esquina dura y plana del disquete que se le había caído al saltar por la ventana de Paula.


A pesar de que habían descubierto su tapadera y de que tendría que pensar en otra forma de conseguir las pruebas contra Fitzpatrick, a menos se las había arreglado para copiar los datos en un disquete. Nombres, fechas, cifras y más detalles que esperaba pudiesen constituir una prueba suficiente para poder cerrar aquella sucursal por blanqueo de dinero.


Había tardado varios meses en crear al personaje de Tindale e infiltrarse en el almacén, un asunto de poca importancia el caso Fitzpatrick. Lo que necesitaban era encontrar la manera de llegar hasta el jefe a través de las sucursales del almacén.


-Pedro… -susurró Paula.


-¿Qué?


-Tengo muchas preguntas que hacerte –dudó-. No sé por dónde empezar. ¿De verdad eres policía?


-Sí, pero ahora no llevo la placa encima –dijo levantando un poco la cortina para ver si había signos de movimiento en la calle.


-¿Así que no eres contable?


-No. Ésa era la tapadera que estaba utilizando para el caso en el que estoy trabajando ahora.


-Y te llamas Pedro Alfonso, y no Pedro Tindale, ¿verdad?


-Efectivamente. Tindale es sólo mi tapadera.


-Pero esto es increíble. Nunca habría pensado que no fueses quien decías ser.


-Pues otros se han dado cuenta.


-Dime una cosa. ¿Cómo has llegado hasta aquí?


-Por el alféizar.


-¿El alféizar? Pero si no tiene más de seis u ocho centímetros de ancho.


-Mide más, unos quince.


Pero no quería recordar los momentos de nervios que había pasado mientras caminaba por el saliente de ladrillos de la fachada, a unos doce metros de la acera de cemento.


-Afortunadamente estaba descalzo –continuó- y he podido utilizar los dedos de los pies para sujetarme mejor.


El silencio se hizo entre ellos durante unos instantes, hasta que Paula se aclaró la garganta con una suave tos.


-Sí, ya me he dado cuenta de que vas descalzo.



Pedro bajó la vista e hizo una mueca. En fin; los refuerzos estaban en camino y Paula parecía más calmada. No quedaba por tanto nada más por hacer que esperar. Tal vez pudiera dedicar aquellos momentos a ocuparse de un pequeño detalle. Aunque quizás no fuese tan pequeño.


Tenía la costumbre de dormir desnudo. Pero en aquel momento tenía demasiado calor para poder dormir. Había ido a la cocina a buscar una cerveza fría cuando oyó que alguien subía las escaleras hasta su puerta. Una ojeada por la mirilla le bastó para advertir el peligro en que estaba. No tuvo tiempo para vestirse. Había sido una suerte, porque no habría conseguido andar por el alféizar vestido y calzado.


Pero el caso era que ahora estaba desnudo en casa de su vecina. Si se enteraban, los chicos de la comisaría se lo iban a recordar toda la vida.


-Paula, ¿te importaría prestarme una toalla o algo así para taparme un poco? –preguntó.


-¿Una toalla? Por supuesto. Vuelvo enseguida.


Pedro se volvió a tiempo para observar la ágil figura de Paula que se dirigía hacia la entrada. Si aquel piso era igual que el suyo, debería haber un armario justo enfrente de la puerta. Cruzó la habitación, pero la entrada estaba vacía. De repente, oyó unos ruidos que procedían del salón. Era como si alguien estuviese arrastrando algo por el suelo. Intentó tranquilizarse, pensando que se trataba de su imaginación.


-Paula –llamó suavemente.


De repente, pudo oír un golpe, seguido de una exclamación ahogada y el sonido de un interruptor eléctrico. El salón estaba iluminado por la luz del interior de un armario. Pudo ver que Paula estaba subida sobre un taburete, esforzándose por alcanzar una caja de cartón situada en el estante superior del armario. Pedro parpadeó varias veces. 


No era debido al repentino brillo de la luz en medio de la oscuridad. Hasta aquel momento no había podido observar el atuendo de su vecina. Sabía que llevaba algo encima porque había visto unos tirantes sobre los hombros cuando la tuvo que sujetar entre las sábanas para evitar que hiciese ruido.


Si no la hubiera vuelto a mirar, habría seguido pensando que su ropa de dormir era tan voluminosa como la que utilizaba durante el día. Su camisón era claro y brillante como la luz de la luna que entraba por la ventana. Cuando Paula se puso de puntillas, estirando los brazos por encima de la cabeza, la transparencia del camisón le permitió ver las escasas partes de su cuerpo que cubría la prenda. Intentó no mirarla y lo consiguió durante unos breves segundos. 


Pero la visión de la hermosa mujer penetró en su cerebro. 


Era tan atractiva como siempre había presentido.


Todo aquello era increíble, una locura. No comprendía qué le estaba sucediendo. Reflexionó durante un momento y se preguntó cómo podía desaprovechar un segundo en observar el cuerpo de Paula en un momento como aquél. 


Pedro atravesó la habitación hasta llegar junto a ella.



Paula se esforzaba por sacar una caja de cartón del estante superior del armario. Cuando vio a Pedro contuvo la respiración y evitó mirarlo a los ojos.


-¿Qué haces? –preguntó Pedro, dejando el disquete y extendiendo los brazos para ayudarla a bajar la caja.


-Mi sobrino se dejó unas cosas cuando vino a ayudarme a pintar. Jimmy tiene sólo quince años, pero es muy largo para su edad. Bueno, no tanto como tú, pero… -su mirada se detuvo al fin sobre la de Pedro-. Puede haber algo mejor que una toalla que te puedas poner encima.


Antes de que tuviese tiempo de pensar en una respuesta, Pedro pudo oír el sonido de las alarmas de los coches de policía en la calle, junto al edificio. Parecía que la pesadilla tocaba a su fin. Sin perder un solo instante, Pedro depositó la caja en el suelo y la abrió con impaciencia. En su interior encontró un par de zapatillas de tenis que parecían al menos cuatro números más pequeñas, una gorra de béisbol morada y una camiseta con dibujos hawaianos. Sacó de la caja unos vaqueros, pero, en cuanto los estiró pudo ver que eran demasiado pequeños y que nunca conseguiría meterse dentro de ellos.


Creo que aquí hay algo que te puede servir –dijo Paula sacando unos viejos pantalones cortos con flecos.


Sin dudarlo, Pedro los aceptó, dándole las gracias y sujetándose sobre un pie mientras introducía el otro en el pantalón.


-Es la segunda vez que me salvas la vida esta noche.


Se oyeron pasos en la escalera. Pedro contuvo la respiración y se ajustó los pantalones. A pesar de ser viejos y estar cedidos, le estaban bastante estrechos. No podía ni agacharse pero, con todo, eran mejor que nada. 


Seguidamente se dirigió hacia la puerta sin hacer ruido, y ordenó a Paula que se mantuviese detrás de él. Pedro sentía el calor de su respiración en la nuca.


-Creo que será mejor que te quedes junto a la puerta –le dijo-. Podría resultar peligroso.


Un golpe seco procedente de su piso le hizo girar la cabeza. 


Parecía como si estuviesen haciendo astillas con algún mueble. Seguro que habían enviado a un joven agente lleno de energía, que estaba destrozando la puerta del piso. Era precisamente lo que quería evitar. El motivo por el que había salido por la ventana era precisamente que no quería provocar un tiroteo. Podría haber ciudadanos inocentes alrededor, por lo que había que evitar el riesgo de una confrontación. La munición de la policía no atravesaba las paredes, pero no sabía qué armas llevarían los otros.


Murmurando en voz baja, rodeó a Paula con los brazos y se tumbó en el suelo. Antes de que pudiera emitir ninguna protesta, Paula se encontraba tumbada de espaldas en el suelo y Pedro estaba encima de ella. Otra vez.





EN LA NOCHE: CAPITULO 2





Paula guardó silencio en el acto, esforzándose para oír la conversación. Pudo oír el timbre de llamada al otro lado del auricular y luego, la voz de un hombre.


-Bergstrom, ¿eres tú? –preguntó Pedro con un hilo de voz, acercándose el auricular a la boca-. Soy Alfonso. Necesito que me ayudes. Dos de los esbirros del almacén han entrado en mi piso y me están buscando.


A pesar de que la postura en que él la mantenía le impedía verle la cara, Paula se dio cuenta de que la conversación estaba haciendo disminuir la tensión del hombre. 


Quienquiera que estuviese al otro lado del auricular estaba haciendo un espléndido trabajo al tranquilizar a aquel loco, aunque Paula empezaba a pensar que quizás no fuese realmente un loco.


-Sí, pásame mientras con el teniente Jones –dijo impaciente-. Hola, Javier. Espero que esto sea ya lo que faltaba para que podamos cerrar esta sucursal del almacén. Al menos, espero que encerréis a estos tipos –hizo una pausa-. He salido de mi casa en cuanto lo he visto entrar en el edificio. No quería arriesgarme a disparar, por temor a herir a alguien. Te estoy llamando desde el piso contiguo al mío, el 306. Una mujer apellidada Chaves me ha dejado utilizar el teléfono.


La respiración contenida de Paula se escapó contra la mano de Pedro cuando oyó que estaba dando su nombre a la persona con la que hablaba. No entendía por qué lo había hecho cuando era él quien la tenía aprisionada, aunque curiosamente no la había hecho ningún daño. Pero seguía sin estar segura de que le estuviese diciendo la verdad. De repente, le pareció oír ruido en la casa de Pedro.


-Bien –dijo Pedro, manteniendo el tono de voz lo más baja posible-. ¿Cuánto tiempo tardará en llegar una patrulla? Creo que aún están en mi piso. No, esperaré aquí a que lleguen los refuerzos. No encontrarán nada. Me he traído el disquete. Otra cosa, Javier, me gustaría que ratificases mi historia ante la señorita Chaves. Se ha mostrado un poco escéptica al principio, ya que me conoce como el señor Tindale. Además, ha colaborado en todo lo posible. Un momento –dijo, poniendo el auricular entre lo dos para que ambos pudieran escuchar.


-¿Señorita Chaves? –preguntó una voz masculina.


-Te escucha –respondió Pedro-. Continúa.


-Señorita Chaves, le habla el teniente Javier Jones. Soy el superior del detective Alfonso. Un coche patrulla estará allí en unos minutos y haremos todo lo posible para garantizar su seguridad. Hasta entonces, mantenga la calma. Está en buenas manos. Una cosa más, en nombre de la policía de Chicago, muchas gracias por su colaboración.


Paula no daba crédito a lo que acababa de oír. De modo que Pedro no se apellidaba Tindale; era el detective Alfonso. 


No sabía si además de contable en un almacén era policía ni por qué motivo alguien había intentado matarlo. Se estaba volviendo loca por momentos. Pero lo más extraño de todo era que toda aquella historia empezaba a parecerle lógica.


Por la ventana abierta pudieron oír el lejano sonido de una sirena. Poco a poco, Paula sintió que el nudo en su estómago iba remitiendo, y que recuperaba la razón. Nunca imaginó que pudiera haberle sucedido una cosa así. No podía impedir que las ideas se agolpasen atropelladamente en su cerebro. Pedro no tenía intención de hacerle daño. Pedro no era el administrador de un almacén, sino un policía. Había entrado en su piso únicamente para llamar por teléfono, y le había impedido gritar para que los dos hombres que le perseguían no supiesen dónde encontraba. Un teniente llamado Jones le había agradecido su colaboración. 


Entonces, las cosas no habían ido tan mal como ella temía. 


No había sido asaltada en su habitación por un ladrón. No, a pesar de que la había envuelto en una sábana como si fuese una momia y la había obligado a permanecer tumbada, mientras los criminales lo buscaban al otro lado de la pared del dormitorio.


-Quiero disculparme una vez más por haberte asustado –dijo Pedro-. Espero que comprendas ahora por qué era imprescindible mantenerte en silencio.


Paula lo miró con desconfianza.


Pedro la miró, tratando de leer su expresión. Sus ojos ya no miraban sobresaltados y su respiración se había tranquilizado, por lo que no suponía que le fuese a morder o a dar patadas de nuevo. Observó que era una mujer peligrosa. Se habían encontrado varias veces desde su llegada, pero nunca hasta entonces había sospechado lo fiera que podía llegar a ser al sentirse atacada.



Por su parte, Paula sentía parte de culpa por las consecuencias que podrían haber tenido sus gritos, de haber podido lanzarlos.


-Siento de verdad todo esto, Paula –dijo de nuevo, sentándose a su lado.


Pedro se sintió algo más tranquilo tras su conversación con el teniente Jones. No obstante, con los dos hombres merodeando aún en su apartamento, el asunto estaba aún por resolverse. Ahora que había involucrado a Paula era más importante que nunca que nadie estuviese al tanto de su vida privada.


Ella continuaba sin moverse, aparentemente observándolo tan cuidadosamente como él la observaba a ella. La mirada de Pedro se agudizó cuando cayó en el detalle que había intentado evitar hasta ahora. El hombro de Paula resplandecía bajo la luz de la luna, desnudo a excepción de los tirantes de su camisón. Su cabello era un conjunto de rizos pálidos, esparcidos como una nube alrededor de su cabeza. Pedro no se había dado cuenta hasta aquel momento de lo largo que tenía el pelo. Siempre que la había visto hasta entonces lo llevaba recogido. Su cabello era suave. Lo había comprobado cuando rozó su mejilla al hablar con el teniente Jones.


A pesar de que la mujer se estaba comportando mejor de lo que él hubiese podido esperar, no imaginaba que llegaría a verla tan tranquila como la estaba viendo en aquel momento. 


Empezaba a pensar que, hasta que llegase la patrulla, no podría dejar de pensar en ella y en su comportamiento.


-¿Te encuentras bien? –preguntó, sentándose junto a ella-. ¿Te he hecho daño?


-No. Quiero decir, sí. Estoy bien –dijo ella retirándose el cabello de la cara y moviéndose al otro extremo de la cama-. Me has asustado mucho al principio.


Pedro pensaba que, si Paula no se hubiese despertado cuando entró por la ventana, él habría podido telefonear y todo se hubiese aclarado antes, sin haber tenido que obligarla a callar. Recordaba cómo ella había rodado sobre la enorme cama. Hasta aquel momento, Pedro no se había fijado en su pelo ni en su hermoso cuerpo. Sin embargo, sí se había fijado desde el principio en su forma de andar, en sus largas piernas y sus redondeadas caderas. Había cierto estilo en sus movimientos que lo atraían, a pesar de que siempre vestía ropa amplia.


Aunque no sabía cómo podía estar pensando en el cuerpo de Paula cuando acababa de escapar de los esbirros de Fitzpatrick gracias a una ventana abierta y a la buena suerte.


-Lo siento de veras, Paula –se disculpó una vez más-. No quería involucrarte, pero en ese momento era la única posibilidad que tenía de escapar. Me iré de aquí en cuanto llegue la policía. ¿De acuerdo?


-Pero ¿hay alguna posibilidad de que esos hombres entren aquí?


-No, mientras te mantengas callada.