sábado, 3 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 2





Paula guardó silencio en el acto, esforzándose para oír la conversación. Pudo oír el timbre de llamada al otro lado del auricular y luego, la voz de un hombre.


-Bergstrom, ¿eres tú? –preguntó Pedro con un hilo de voz, acercándose el auricular a la boca-. Soy Alfonso. Necesito que me ayudes. Dos de los esbirros del almacén han entrado en mi piso y me están buscando.


A pesar de que la postura en que él la mantenía le impedía verle la cara, Paula se dio cuenta de que la conversación estaba haciendo disminuir la tensión del hombre. 


Quienquiera que estuviese al otro lado del auricular estaba haciendo un espléndido trabajo al tranquilizar a aquel loco, aunque Paula empezaba a pensar que quizás no fuese realmente un loco.


-Sí, pásame mientras con el teniente Jones –dijo impaciente-. Hola, Javier. Espero que esto sea ya lo que faltaba para que podamos cerrar esta sucursal del almacén. Al menos, espero que encerréis a estos tipos –hizo una pausa-. He salido de mi casa en cuanto lo he visto entrar en el edificio. No quería arriesgarme a disparar, por temor a herir a alguien. Te estoy llamando desde el piso contiguo al mío, el 306. Una mujer apellidada Chaves me ha dejado utilizar el teléfono.


La respiración contenida de Paula se escapó contra la mano de Pedro cuando oyó que estaba dando su nombre a la persona con la que hablaba. No entendía por qué lo había hecho cuando era él quien la tenía aprisionada, aunque curiosamente no la había hecho ningún daño. Pero seguía sin estar segura de que le estuviese diciendo la verdad. De repente, le pareció oír ruido en la casa de Pedro.


-Bien –dijo Pedro, manteniendo el tono de voz lo más baja posible-. ¿Cuánto tiempo tardará en llegar una patrulla? Creo que aún están en mi piso. No, esperaré aquí a que lleguen los refuerzos. No encontrarán nada. Me he traído el disquete. Otra cosa, Javier, me gustaría que ratificases mi historia ante la señorita Chaves. Se ha mostrado un poco escéptica al principio, ya que me conoce como el señor Tindale. Además, ha colaborado en todo lo posible. Un momento –dijo, poniendo el auricular entre lo dos para que ambos pudieran escuchar.


-¿Señorita Chaves? –preguntó una voz masculina.


-Te escucha –respondió Pedro-. Continúa.


-Señorita Chaves, le habla el teniente Javier Jones. Soy el superior del detective Alfonso. Un coche patrulla estará allí en unos minutos y haremos todo lo posible para garantizar su seguridad. Hasta entonces, mantenga la calma. Está en buenas manos. Una cosa más, en nombre de la policía de Chicago, muchas gracias por su colaboración.


Paula no daba crédito a lo que acababa de oír. De modo que Pedro no se apellidaba Tindale; era el detective Alfonso. 


No sabía si además de contable en un almacén era policía ni por qué motivo alguien había intentado matarlo. Se estaba volviendo loca por momentos. Pero lo más extraño de todo era que toda aquella historia empezaba a parecerle lógica.


Por la ventana abierta pudieron oír el lejano sonido de una sirena. Poco a poco, Paula sintió que el nudo en su estómago iba remitiendo, y que recuperaba la razón. Nunca imaginó que pudiera haberle sucedido una cosa así. No podía impedir que las ideas se agolpasen atropelladamente en su cerebro. Pedro no tenía intención de hacerle daño. Pedro no era el administrador de un almacén, sino un policía. Había entrado en su piso únicamente para llamar por teléfono, y le había impedido gritar para que los dos hombres que le perseguían no supiesen dónde encontraba. Un teniente llamado Jones le había agradecido su colaboración. 


Entonces, las cosas no habían ido tan mal como ella temía. 


No había sido asaltada en su habitación por un ladrón. No, a pesar de que la había envuelto en una sábana como si fuese una momia y la había obligado a permanecer tumbada, mientras los criminales lo buscaban al otro lado de la pared del dormitorio.


-Quiero disculparme una vez más por haberte asustado –dijo Pedro-. Espero que comprendas ahora por qué era imprescindible mantenerte en silencio.


Paula lo miró con desconfianza.


Pedro la miró, tratando de leer su expresión. Sus ojos ya no miraban sobresaltados y su respiración se había tranquilizado, por lo que no suponía que le fuese a morder o a dar patadas de nuevo. Observó que era una mujer peligrosa. Se habían encontrado varias veces desde su llegada, pero nunca hasta entonces había sospechado lo fiera que podía llegar a ser al sentirse atacada.



Por su parte, Paula sentía parte de culpa por las consecuencias que podrían haber tenido sus gritos, de haber podido lanzarlos.


-Siento de verdad todo esto, Paula –dijo de nuevo, sentándose a su lado.


Pedro se sintió algo más tranquilo tras su conversación con el teniente Jones. No obstante, con los dos hombres merodeando aún en su apartamento, el asunto estaba aún por resolverse. Ahora que había involucrado a Paula era más importante que nunca que nadie estuviese al tanto de su vida privada.


Ella continuaba sin moverse, aparentemente observándolo tan cuidadosamente como él la observaba a ella. La mirada de Pedro se agudizó cuando cayó en el detalle que había intentado evitar hasta ahora. El hombro de Paula resplandecía bajo la luz de la luna, desnudo a excepción de los tirantes de su camisón. Su cabello era un conjunto de rizos pálidos, esparcidos como una nube alrededor de su cabeza. Pedro no se había dado cuenta hasta aquel momento de lo largo que tenía el pelo. Siempre que la había visto hasta entonces lo llevaba recogido. Su cabello era suave. Lo había comprobado cuando rozó su mejilla al hablar con el teniente Jones.


A pesar de que la mujer se estaba comportando mejor de lo que él hubiese podido esperar, no imaginaba que llegaría a verla tan tranquila como la estaba viendo en aquel momento. 


Empezaba a pensar que, hasta que llegase la patrulla, no podría dejar de pensar en ella y en su comportamiento.


-¿Te encuentras bien? –preguntó, sentándose junto a ella-. ¿Te he hecho daño?


-No. Quiero decir, sí. Estoy bien –dijo ella retirándose el cabello de la cara y moviéndose al otro extremo de la cama-. Me has asustado mucho al principio.


Pedro pensaba que, si Paula no se hubiese despertado cuando entró por la ventana, él habría podido telefonear y todo se hubiese aclarado antes, sin haber tenido que obligarla a callar. Recordaba cómo ella había rodado sobre la enorme cama. Hasta aquel momento, Pedro no se había fijado en su pelo ni en su hermoso cuerpo. Sin embargo, sí se había fijado desde el principio en su forma de andar, en sus largas piernas y sus redondeadas caderas. Había cierto estilo en sus movimientos que lo atraían, a pesar de que siempre vestía ropa amplia.


Aunque no sabía cómo podía estar pensando en el cuerpo de Paula cuando acababa de escapar de los esbirros de Fitzpatrick gracias a una ventana abierta y a la buena suerte.


-Lo siento de veras, Paula –se disculpó una vez más-. No quería involucrarte, pero en ese momento era la única posibilidad que tenía de escapar. Me iré de aquí en cuanto llegue la policía. ¿De acuerdo?


-Pero ¿hay alguna posibilidad de que esos hombres entren aquí?


-No, mientras te mantengas callada.


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