viernes, 19 de enero de 2018
LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 28
Pedro se quedó preocupado. ¿Qué significaba eso? ¿Se referiría Eleonora a las náuseas matutinas o a algo peor?
Recordó que le había dicho en la limusina que Paula se enamoraba y se desenamorada todas las semanas. ¿Y si había querido decirle que su hija estaba enamorada de otro hombre, o embarazada de otro?
Necesitaba obtener la respuesta a esas preguntas de Paula y de nadie más. La conocía. No le mentiría. Él haría lo que tuviese que hacer, pero no iba a permitirle que estropease su vida, su talento, su bondad, con un hombre como Jeronimo Cook.
Asintió brevemente y fue hacia las escaleras.
Al llegar arriba, se abrió una puerta y Paula apareció en el pasillo. Los dos se quedaron inmóviles, mirándose. Ella parecía haber perdido peso, llevaba el pelo suelto.
Parecía agotada. Tenía los ojos enrojecidos y los labios muy pálidos. Pedro avanzó, preocupado por si se caía y no le daba tiempo a sujetarla.
—¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal?
Ella abrió mucho los ojos cuando lo vio acercarse, y separó los labios, pero no dijo nada. Pedro le acarició el brazo, necesitaba tocarla, asegurarse de que no iba a desvanecerse.
Paula se apartó.
—¿Qué quieres, Pedro? Si mi padre…
Él sacudió la cabeza, dolido por su tono.
—He estado en tu casa.
—Y como no me has encontrado allí, has dado por hecho que estaba con otro.
—Pasase lo que pasase la semana pasada, tenemos que olvidarlo —dijo él.
Paula tragó saliva y apartó la mirada. Se mordió el labio inferior y Pedro se imaginó que lo hacía porque se sentía culpable, pero entonces se acordó de su objetivo. Lo primero era el bebé. A pesar de los errores que ambos hubiesen cometido, podrían perdonarse.
—No te culpo por nada, pero no dejaré que malgastes tu vida con un perdedor como él.
—¿Como… quién?
—¡Jeronimo! Tu ex…
—¿De verdad piensas que he ido por ahí acostándome con cualquiera?
Sí. No. Lo único que quería Pedro era que ella se lo negase.
—¿No te has dado cuenta de que a las revistas les da igual si es verdad o mentira? Si vomito, es porque estoy borracha o he tomado drogas. Si saludo a alguien por la calle, ya estoy prometida.
—Anoche dijiste… insinuaste…
—Oh, Pedro, ¿es que no te das cuenta de cuando una mujer está enamorada de ti?
Pedro la miró fijamente. Entonces, lo amaba. No había nadie más en su vida.
La tenía delante, tambaleándose ligeramente, pero al menos empezaba a tener color en las mejillas. Todavía era la mujer más bella que había visto nunca. Se sintió aliviado y feliz.
—No negué tus acusaciones —continuó ella—, porque me hiciste demasiado daño. Desapareciste sin más y yo no sabía qué había hecho. Y cuando me miraste así ayer… —se le quebró la voz—. ¿Por qué, Pedro? ¿Por qué me apartaste así de tu vida?
Él cerró los ojos y una serie de emociones desconocidas lo golpearon. Estaba contento porque ella lo amaba, aliviado porque no quería a otro, se sentía culpable por haberla hecho sufrir. Se dejó llevar por el instinto y le agarró ambas manos.
—¿No te ha contado tu madre lo que pasó?
—Me ha contado que te pidió que dejases de verme. Y que fue ella quien me hizo seguir —le dijo con un hilo de voz.
Parecía realmente agotada. Pedro señaló con la cabeza la puerta que había detrás de ella.
—¿Podemos sentarnos?
Paula lo condujo a su habitación, que era muy grande y femenina. Estaba decorada en tonos melocotón y verde y las ventanas daban al jardín. Pedro observó los trofeos deportivos y de baile alineados en la enorme librería, y varias fotografías de cuando era niña. Quería verlo todo más de cerca, pero ella ya se había sentado en la enorme cama, que estaba deshecha, y había abrazado un cojín.
—Estuve fuera —empezó él.
—En Sydney —asintió Paula.
—Me enteré de que no soy el hijo de Rogelio, ni de mi madre… Me compraron.
Pedro todavía no lo había asimilado. Sabía que Rogelio y Melanie siempre lo habían querido. Con respecto a su madre biológica, había dado el primer paso, y le agradecía que hubiese querido que creciese en una familia con más posibilidades.
Pero él lo que necesitaba era estar con Paula. Necesitaba su amor para estar completo.
Sintió la presión de su mano en el hombro, como reconfortándolo y aceptó su compasión.
—Estuve diez días en Australia, buscando a mis padres biológicos. Pensé en ti, mucho, pero todo era demasiado complicado. No quería contártelo por teléfono.
—¿Los encontraste?
—A mi madre, sí. A mi padre, no, pero tengo algunas pistas que intentaré seguir.
—¿Qué te pareció ella?
—Es agradable. Ahora tiene su propia familia. Le gustaría que nos mantuviésemos en contacto —aunque había una cosa que él tenía clara—. Tal vez ella me trajese al mundo, pero Melanie era mi madre.
Paula quitó la mano de su hombro y él la echó de menos inmediatamente.
—¿Cómo se ha tomado Rogelio todo eso?
—Supongo que se lo esperaba, o se lo temía, desde hacía años. E imagino que se siente aliviado.
Paula bajó la mirada, tragó saliva.
—Es algo muy importante. Deberías habérmelo contado.
Era cierto, y Pedro lo sabía, pero tal vez se había temido que, con todas las dificultades que les impedían estar juntos, aquélla fuese la gota que colmase el vaso.
—Pedro, necesito saber si lo planeaste todo para conseguir un ascenso.
Él se esperaba aquella pregunta.
—Nos conocimos, nos acostamos, seguimos conociéndonos, Paula, yo vivía para nuestros viernes. Cuando empezó el juicio, Adrian me sugirió que una unión entre ambos podría ser la solución. Ese comentario cayó en terreno fértil porque yo ya estaba predispuesto a ello. Porque estamos muy bien juntos. Todo lo que ha salido de eso, ha sido real.
Paula lo miró pensativa.
—De todos modos, mi padre va a nombrarme presidente la semana que viene.
—Enhorabuena —dijo ella sonriendo con timidez.
Pedro no había esperado demasiado entusiasmo por su parte, pero, no obstante, le apretó la mano y buscó sus ojos.
—Paula, siento mucho lo de ayer, y la falta de comunicación. No quise hacerte daño.
Ella siguió con la mirada en las manos de ambos.
—Nunca me había sentido tan… triste.
—Supongo que son las hormonas —sugirió Pedro, pensando en el embarazo—. Todo ha cambiado —le puso un mechón de pelo detrás de la oreja—. Quiero que nuestro hijo sea un hijo legítimo, no como yo. Quiero que le demos un buen hogar, una buena casa… ¿Por qué lloras?
—No debí decirte nada —dijo ella por fin—, al menos, hasta que no estuviese segura. Pero me encontraba mal y el test de embarazo que me había hecho en casa había dado positivo, dos veces… Y como me enfadaste tanto… —apartó las manos de las de él y se tapó la cara.
Él se quedó inmóvil, sintiéndose como un tonto, no entendía nada.
—No estoy embarazada, Pedro —dijo Paula por fin—. Nunca lo he estado.
LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 27
Pedro llamó al timbre de la mansión de los Chaves con aire decidido. Entrar en la guarida del león el día después del veredicto no era demasiado sensato, pero no había encontrado a Paula en su apartamento.
El ama de llaves le abrió la puerta justo cuando Eleonora llegaba a la entrada en su silla de ruedas.
—Gracias, Helen —dijo ésta sin dejar de mirar a Pedro. Parecía cansada, como si no hubiese pegado ojo en toda la noche.
—¿Está aquí? —le preguntó él, preparado para la batalla.
—Está arriba. Pedro…
Él dudó, aliviado. Si estaba allí, su madre debía de estar al corriente del embarazo.
—¿Y Saul? Tengo que hablar con él.
—Se ha marchado temprano a trabajar, ahora que ha terminado el juicio.
Pedro asintió y miró hacia las escaleras.
—¿En qué habitación está?
—En la segunda de la derecha. Pedro…
Él se detuvo, estaba impaciente.
Eleonora suspiró, su rostro estaba cubierto de tristeza.
—Está… muy frágil en estos momentos. Sé indulgente con ella.
jueves, 18 de enero de 2018
LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 26
Pedro se pasó toda la noche dando vueltas en la cama, a pesar de que el whisky tenía que haberlo ayudado a conciliar el sueño. ¿Qué le pasaba? Había conseguido su objetivo.
Iba a ser nombrado presidente de Alfonso Enterprises. Había hecho las paces con su padre acerca de su adopción ilegal y había conocido a su madre. Tenía todo lo que quería.
Salvo… que la mujer a la que había dejado embarazada pensaba que no quería saber nada de ella. No podía olvidar el dolor que había visto en sus ojos cuando la había insultado. Intentó justificar su comportamiento recordando todo lo que había leído en las revistas la semana anterior.
Ella no había negado nada, o tal vez él no le había dado la oportunidad.
Tenía que haberla llamado. Sabiendo lo insegura que era y lo baja que tenía la autoestima, tenía que haber imaginado que la falta de comunicación durante tantos días iba a afectarle. Ella no era responsable de las complicaciones de su vida personal y, como no estaba al corriente de la noticia que le había dado Eleonora, sólo sabía que él no la había llamado.
Cuando empezó a amanecer Pedro decidió no seguir intentando dormir. Se puso unos pantalones de deporte y se hizo un café bien cargado. Mientras se lo bebía, mirando el jardín por la ventana, se preguntó si aquella casa, de tres pisos, que no estaba vallada, era adecuada para un niño.
Un niño. Permitió a su mente que procesase la palabra, pero no fue capaz de asimilarla del todo. Paula estaría preciosa embarazada, a ella sí se la imaginaba. Se imaginó abrazándola, poniendo la mano en su vientre para notar al bebé, las visitas al ginecólogo, las compras…
De pronto, lo invadió el júbilo. Un bebé. Una oportunidad para enmendar los errores del pasado. Para estampar su identidad en otro ser humano y demostrarle que era un ser precioso, deseado, querido.
De repente, sintió que tenía que compartir aquella experiencia. Pero tenía que esperar, sólo eran las cinco y media de la mañana. Se puso una camiseta y fue a correr por la rocosa playa para intentar tranquilizarse.
¿Y qué pasaba con Paula? Él había convertido su aventura prohibida en un escalón más para conseguir su objetivo.
Técnicamente, una vez conseguido éste, ya no la necesitaba. Mientras seguía corriendo, con el sudor deslizándose en sus ojos, se hizo la siguiente pregunta: si él no se hubiese marchado y ella no se hubiese quedado embarazada, y si no hubiese vuelto a salir con su ex novio, ¿habrían continuado con su relación después de que él hubiese sido nombrado presidente?
La respuesta era sí. Estaban muy bien juntos. Paula le había demostrado con su comportamiento que lo apoyaría en su carrera y que haría que fuesen una familia feliz. Él podría ayudarla a confiar más en sí misma y a desarrollar la fundación. Era divertida, buena y sexy. Le gustaba estar con ella y le atraía muchísimo.
Y también le hacía sentirse celoso… Mientras subía las escaleras de su casa, sus pensamientos volvieron a oscurecerse. Pedro lucharía hasta la muerte para conservarla.
Nadie, ni Jeronimo Cook ni su mojigato padre lo mantendrían alejado de la mujer a la que amaba.
LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 25
Paula se sentó en el sofá y se apoyó en el hombro de su madre.
—¿Crees que está bien?
Eleonora asintió.
—Recurrirá, aunque en el fondo sabía que perdería. Hasta los abogados se lo habían advertido —acaricio el hombro de su hija—. Me preocupas más tú, que te has marchado tan corriendo.
Paula suspiró.
—Lo siento. Me encuentro tan mal.
No había sido capaz de volver a la sala después del desaire de Pedro. Sus palabras, su rostro… le habían hecho derramar por fin las lágrimas que tantos días llevaba conteniendo.
Se tumbó en el regazo de su madre y se lo contó todo.
Eleonora le acarició el pelo e intentó reconfortarla. Luego, llamó a un ginecólogo y pidió cita para Paula.
—Tenemos que asegurarnos.
Paula se limpio la cara y ayudó a su madre a subir al coche.
—¿Lo quieres? —le preguntó ésta.
La pregunta hizo que volviese a romper a llorar.
—Con todo mi corazón.
Eleonora la miró con preocupación.
—Oh, Paula.
—Ya lo sé. Soy una niña mimada y egoísta, como él me ha dicho. Es el hijo del peor enemigo de papá, pero eso no me ha servido de impedimento, ¿verdad?
—Cariño, no es eso. No siempre podemos controlar esas cosas —tomó la mano de Paula—. Tengo que hacerte una confesión. Advertí a Pedro la semana pasada, insistí en que dejase de verte.
—¿Y cómo sabías…?
—Hice que te investigasen.
Paula se quedó sin palabras, preguntándose si había oído bien.
—Lo siento. Hasta hace unas semanas, tu vida social siempre estaba bien documentada. Al menos, tenía una idea de por dónde iba. Sólo quería asegurarme de que estabas bien. Y cuando averigüé de quién se trataba, intenté espantarlo.
—No puedo creer que… —a Paula le parecía increíble que su buena y dulce madre fuese capaz de algo así—. ¿Y qué dijo Pedro?
Su madre se mordió el labio.
—Que le importabas.
Eso debía de haberle alegrado, pero no lo hizo. Después de la discusión de un rato antes, sólo consiguió intensificar el dolor.
—No era consciente de la intensidad de tus sentimientos —continuó Eleonora—. Tu padre habría explotado si se hubiese enterado, pero si yo hubiese sabido lo que sentías por él, nunca habría hablado con él, ni le habría dicho…
—¿El qué? —inquirió Paula.
Su madre dudó.
—Es mejor que te lo cuente él.
—Ya no quiere saber nada de mí. Además de tu interferencia, yo me he pasado toda la semana pasada intentando ponerlo celoso. Pedro piensa que me he acostado con un montón de hombres.
—Seguro que cuando se tranquilice y se recupere de la sorpresa, sabrá que no es verdad.
El coche llegó al aparcamiento del ginecólogo. Paula sacó la polvera para retocarse y se miró al espejo.
—Cualquiera diría que pareces esperanzada —comentó, haciendo una mueca al ver lo rojos que tenía los ojos y las mejillas. Se recogió el pelo y se puso las gafas de sol—, pero lo cierto es que papá jamás lo aceptará.
—Deja que yo me ocupe de él —sugirió su madre muy seria.
Mientras esperaban a que las recibiesen, Paula intentó poner todos sus pensamientos en orden. Si Pedro se había negado a hacer lo que le había pedido su madre, ¿qué podía haber ocurrido entretanto para que la hubiese tratado tan mal?
Que ella, dolida por su silencio, había hecho justo lo que se esperaba que hiciese, como siempre. Tal y como había dicho Pedro, siempre tenía que ser el centro de atención.
Le hicieron un análisis de sangre. Antes de dos horas, volvían a estar de nuevo en el coche con el resultado.
Paula, agotada de la tensión de todo el día, y de la semana anterior, se apoyó en el respaldo y miró a su madre.
—Mamá, duele tanto…
Eleonora le acarició el pelo y le limpió las lágrimas del rostro.
También tenía los ojos brillantes.
—¿Puedo quedarme contigo esta noche? —le preguntó Paula.
—Por supuesto —murmuró su madre—. Puedes quedarte todo el tiempo que quieras.
LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 24
El juez dictaminó que Rogelio Alfonso tendría que recibir la suma de quinientos mil dólares, tal y como todo el mundo había imaginado. Pedro no quiso ir a celebrarlo y volvió a su despacho, consciente de la tristeza con la que lo miraba su padre.
Dejó a Julieta que se marchase pronto y se sirvió un whisky mientras intentaba borrar el recuerdo del rostro de Paula, crispado por la ira, el miedo y la decepción.
Pedro odiaba decepcionar a nadie. Pero Paula, Paula, con sus grandes ojos azules, le había llegado al corazón, había conectado con él como nadie. Por mucho que intentase convencerse a sí mismo de que lo suyo era sólo atracción sexual, en el fondo sabía que era real.
Y estaba embarazada de él.
Pedro había decidido unas semanas antes intentar conquistarla, forjar un futuro con ella para terminar con la enemistad de sus padres, pero aquello… no era lo que él había previsto. Sobre todo cuando acababa de enterarse de su propia procedencia.
¿La creía? Sí. Tal vez tomase decisiones equivocadas a veces, pensó Pedro deseando darle un puñetazo a Jeronimo Cook, pero sí decía que el bebé era suyo, era porque era suyo. Era demasiado buena para hacerle cargar con el hijo de otro.
El whisky le bajó muy despacio por la garganta. No solía ahogar sus penas en alcohol. Las bases de su vida acababan de venirse abajo, pero él seguía siendo el mismo.
Y haría lo correcto con Paula.
Al fin y al cabo, era lo que había querido.;Qué más daba el orden de los acontecimientos? En cualquier caso, aquel niño tendría padre, no como él.
Rogelio llamó a la puerta y asomó la cabeza.
—Hijo, tenemos que hablar. Hay muchas cosas que debería haberte contado hace mucho tiempo.
Pedro asintió y señaló la botella y los vasos con la cabeza.
No habían hablado del tema desde que él había vuelto de Australia. Y aquél era tan buen momento como cualquier otro.
—Pepe —su padre se acercó al escritorio con su whisky y se sentó.
Parecía preocupado. Pedro sabía que a su padre no se le daba bien hablar con el corazón.
—Si te he hecho sentir que eres menos importante que Adrian, lo siento mucho. No lo he hecho conscientemente. Los dos significáis lo mismo para mí, y erais iguales para vuestra madre. No podría estar más orgulloso de ti.
—Ya lo sé. Por eso me ayudarás cuando le pida a mi abogado que solicite una partida de nacimiento con el verdadero nombre de mis padres.
—¿Sabes que en este país no está permitido adoptar a nadie con más de veinte años de manera legal?
—No lo sabía.
—No creo que haya consecuencias, después de tanto tiempo.
—Las aceptaré —dijo Rogelio—. Y dado que estamos poniendo los puntos sobre las íes, haré un nuevo testamento en el que figures como heredero electo, o como quieras llamarlo. Es lo menos que puedo hacer.
Pedro estudió el rostro de su padre. Era el momento de poner las cartas sobre la mesa.
—He tardado mucho en averiguar por qué te mostrabas reacio a nombrarme presidente, pero creo que empiezo a entenderlo.
Su padre fue a interrumpirlo, pero Pedro no le dejó.
—Te da miedo quedarte solo. Mamá ya no está. Adrian está en Londres. Con esta adopción ilegal… que lleva años cerniéndose sobre tu cabeza… todos los años que has estado levantando este negocio, que quieres que perdure cuando tú ya no estés.
Le dio un trago a su whisky.
—Tal vez no tenga tu sangre, Rogelio, pero estoy tan metido en esto como tú. Me has enseñado bien. Y creo que nunca te he decepcionado.
Rogelio negó con la cabeza.
—Nunca.
—Yo no te dejaré. Ni Adrian tampoco. Te lo prometo. Ya es hora de que dejes de preocuparte por eso.
Rogelio estaba acostumbrado a ocultar sus emociones, pero Pedro vio lo mucho que lo quería y apoyaba en su cara y supo que iba por buen camino.
—Tal vez no tenga tu sangre —repitió—, pero soy tu mejor, o tu única opción para seguir con el negocio, mantener tus valores y tu integridad intactos, e inculcarlos a mis hijos algún día.
Los ojos de su padre brillaron y bajó la vista al raso que tenía en la mano.
—Y tú estarás aquí para verlo —terminó Pedro.
Rogelio se quedó un par de minutos sentado, callado. Luego se puso en pie muy despacio y le dio la vuelta al escritorio.
—Pedro. Hijo —le tendió las manos. Pedro se levantó y se las agarró—. No soportaría perderte —murmuró Rogelio, abrazándolo con fuerza. Después retrocedió y se abrochó la chaqueta, dando la imagen de un hombre de negocios haciendo negocios—. Será mejor que empieces a recoger tus cosas para cambiar de despacho —levantó su raso—. Lo anunciaré en mi fiesta de cumpleaños, la semana que viene. Cómprate un traje nuevo y búscate una acompañante.
Una acompañante… Dado que aquél era día de confesiones, Pedro decidió rematarlo.
—Siéntate, papá. Tengo algo más que contarte.
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