jueves, 18 de enero de 2018

LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 25




Paula se sentó en el sofá y se apoyó en el hombro de su madre.


—¿Crees que está bien? 


Eleonora asintió.


—Recurrirá, aunque en el fondo sabía que perdería. Hasta los abogados se lo habían advertido —acaricio el hombro de su hija—. Me preocupas más tú, que te has marchado tan corriendo.


Paula suspiró.


—Lo siento. Me encuentro tan mal.


No había sido capaz de volver a la sala después del desaire de Pedro. Sus palabras, su rostro… le habían hecho derramar por fin las lágrimas que tantos días llevaba conteniendo.


Se tumbó en el regazo de su madre y se lo contó todo. 


Eleonora le acarició el pelo e intentó reconfortarla. Luego, llamó a un ginecólogo y pidió cita para Paula.


—Tenemos que asegurarnos.


Paula se limpio la cara y ayudó a su madre a subir al coche.


—¿Lo quieres? —le preguntó ésta.


La pregunta hizo que volviese a romper a llorar.


—Con todo mi corazón.


Eleonora la miró con preocupación.


—Oh, Paula.


—Ya lo sé. Soy una niña mimada y egoísta, como él me ha dicho. Es el hijo del peor enemigo de papá, pero eso no me ha servido de impedimento, ¿verdad?


—Cariño, no es eso. No siempre podemos controlar esas cosas —tomó la mano de Paula—. Tengo que hacerte una confesión. Advertí a Pedro la semana pasada, insistí en que dejase de verte.


—¿Y cómo sabías…?


—Hice que te investigasen.


Paula se quedó sin palabras, preguntándose si había oído bien.


—Lo siento. Hasta hace unas semanas, tu vida social siempre estaba bien documentada. Al menos, tenía una idea de por dónde iba. Sólo quería asegurarme de que estabas bien. Y cuando averigüé de quién se trataba, intenté espantarlo.


—No puedo creer que… —a Paula le parecía increíble que su buena y dulce madre fuese capaz de algo así—. ¿Y qué dijo Pedro?


Su madre se mordió el labio.


—Que le importabas.


Eso debía de haberle alegrado, pero no lo hizo. Después de la discusión de un rato antes, sólo consiguió intensificar el dolor.


—No era consciente de la intensidad de tus sentimientos —continuó Eleonora—. Tu padre habría explotado si se hubiese enterado, pero si yo hubiese sabido lo que sentías por él, nunca habría hablado con él, ni le habría dicho…


—¿El qué? —inquirió Paula.


Su madre dudó.


—Es mejor que te lo cuente él.


—Ya no quiere saber nada de mí. Además de tu interferencia, yo me he pasado toda la semana pasada intentando ponerlo celoso. Pedro piensa que me he acostado con un montón de hombres.


—Seguro que cuando se tranquilice y se recupere de la sorpresa, sabrá que no es verdad.


El coche llegó al aparcamiento del ginecólogo. Paula sacó la polvera para retocarse y se miró al espejo.


—Cualquiera diría que pareces esperanzada —comentó, haciendo una mueca al ver lo rojos que tenía los ojos y las mejillas. Se recogió el pelo y se puso las gafas de sol—, pero lo cierto es que papá jamás lo aceptará.


—Deja que yo me ocupe de él —sugirió su madre muy seria.


Mientras esperaban a que las recibiesen, Paula intentó poner todos sus pensamientos en orden. Si Pedro se había negado a hacer lo que le había pedido su madre, ¿qué podía haber ocurrido entretanto para que la hubiese tratado tan mal?


Que ella, dolida por su silencio, había hecho justo lo que se esperaba que hiciese, como siempre. Tal y como había dicho Pedro, siempre tenía que ser el centro de atención.


Le hicieron un análisis de sangre. Antes de dos horas, volvían a estar de nuevo en el coche con el resultado. 


Paula, agotada de la tensión de todo el día, y de la semana anterior, se apoyó en el respaldo y miró a su madre.


—Mamá, duele tanto…


Eleonora le acarició el pelo y le limpió las lágrimas del rostro. 


También tenía los ojos brillantes.


—¿Puedo quedarme contigo esta noche? —le preguntó Paula.


—Por supuesto —murmuró su madre—. Puedes quedarte todo el tiempo que quieras.




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