miércoles, 15 de noviembre de 2017
HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 34
Pedro se encontró a su madre en la terraza cubierta del salón y estaba sola. Sin invitados.
—¿Te olvidaste de mí cuando se marcharon tus amigas o me estás evitando? —preguntó él sin más preliminares.
Pamela Alfonso estaba de pie cerca de la barra. Dejó su copa y se giró hacia él, llevándose la mano al corazón.
—Por el amor de Dios, Pedro, qué susto me has dado.
—Lo siento —dijo él—. Ahora, puedes responder a mi pregunta.
Su madre parecía un poco más nerviosa de lo que había imaginado, aunque intentaba ocultar su nerviosismo moviéndose. Caminó hacia un sillón y le indicó que se sentara enfrente de ella.
Era una mujer hermosa, pero su belleza era elaborada; muy diferente a la de Paula, la cual estaba hermosa incluso durante un parto o con la cara manchada mientras trabajaba con las plantas del jardín.
—Este asunto no es fácil para mí —dijo su madre—. Aunque, si le tienes cariño te resultará más fácil verla aquí.
¿Es que no tenía sentimientos? Pedro sintió como si le fuera a estallar la cabeza.
—¿Que si le tengo cariño a quién?
—A la niña, querido. No creo que hayas perdido la cabeza como dice tu padre. Sé que Paula debe ser un pasatiempo; la reemplazarás rápidamente.
Pedro decidió dejar el tema de Paula aparte.
—Por supuesto que siento cariño por la niña. La quiero. Antes de que naciera.
—Por eso, esto será perfecto.
—¿Y qué me dices de la madre? ¿Crees que pensará que es perfecto cuando le quites a la niña?
—Es la hija de German.
—No dudo de que habría sido un buen padre. Pero no tuvo la oportunidad. Paula es ahora lo único que tiene.
—Pero iba a darla.
—Paula iba a permitirles a Laura y a German criarla. Fue un acto precioso y carente de egoísmo. Y ahora esa generosidad está siendo utilizada contra ella. Fue un acuerdo entre ellos tres. Ahora, dos de las personas que llegaron a ese acuerdo verbal han desaparecido. Paula es la única que queda. Y ella nunca firmó nada.
—No me importa —gritó su madre.
Pedro nunca le había oído elevar tanto la voz. Realmente le preocupaba aquel asunto. Quizás Laura tuviera razón sobre ella y quizás había llegado el momento de llegar al corazón del asunto.
Se quedó un rato mirándola.
—Dime, madre. ¿Por qué quieres robarle el hijo a otra mujer cuando tú nunca quisiste a los tuyos?
Ella se puso en tensión.
—Tú no sabes nada sobre mis sentimientos por mis hijos.
Pedro la miró, incrédulo.
—¿No te parece eso un poco extraño? ¿Siendo yo uno de ellos?
—Yo quería a mis niños —dijo ella agitada.
—Pues tenías una forma muy extraña de demostrarlo.
—Tenía que hacer lo que Marcos y su madre decían. Ni siquiera me dejaban estar con vosotros. Sólo os podía ver a mediodía y tenía que estar alguien presente.
Pedro la miró con el ceño fruncido.
—¿De qué estás hablando?
—Tenía un problema. Con... con la bebida — cerró los ojos un segundo—. Ya está. Lo dije.
—Pero tú no bebes mucho.
—Ay, hijo mío. Llevo muchos años bebiendo. Es la única manera de aguantar cada día.
Pedro miró hacia el vaso de vino.
—¿Por qué? ¿Por qué bebías entonces? ¿Y por qué ahora?
—Era muy joven cuando me casé y rápidamente descubrí que tu padre me era infiel. Su primera aventura fue cuando nació German, Me dijo que ya no era atractiva. Según él, necesitaba ser el primero en la vida de la mujer con la que se acostaba. Su madre me dijo que así eran los hombres y que tenía que aguantarme. Pero yo no podía. Así que empecé a beber.
—Estaba equivocada. No todos los hombres somos iguales.
Ella lo miró de manera extraña.
—¿Cómo puedes decirme tú eso? Eres exactamente igual que él. Eres incapaz de ser fiel.
Pedro se acordó de Deborah Freeman.
—No, madre. Yo no soy como él. En absoluto. Simplemente he estado huyendo de la vida, temeroso de amar a una mujer y hacerle daño porque todos me decían que era como mi padre. Pero ahora sé que huir no es la respuesta. Pero sigamos hablando de ti. ¿Qué pasó cuando empezaste a beber?
—Me quedé embarazada de ti. Un día me quedé dormida y una de las criadas encontró a German gateando al lado de la piscina. Así que contrataron a Maria y a mí me mandaron a una clínica hasta que tú naciste. Después volví a Bellfield. No me dejaban quedarme a solas con vosotros aunque ya no bebía. Le amenacé a Marcos con divorciarme de él, pero tu abuela me dijo que si lo hacía nunca volvería a ver a mis hijos.
—¿Y tus padres?
—Al lado de tu abuela todo el tiempo. El problema con la bebida y mi fracaso como mujer era una desgracia que no querían que se supiera.
—¿Y por qué despedisteis a Maria?
—Un día me dijo que tu padre la había besado y yo le busqué otro trabajo. Tu padre se puso furioso y os envió a Aldon.
—Por Dios, madre, ¿por qué no hiciste nada para impedirlo?
—Ya os había perdido. Cuando os fuisteis a Aldon no llorasteis por mí, llorasteis por Maria. Me di cuenta de que no podía tener a mi marido y que había perdido a mis hijos. Entonces me dediqué a viajar.
—Así que Laura tenía razón. Todos estos años has estado huyendo de tus sentimientos y deseando que las cosas hubieran sido diferentes.
Su madre lo miró sorprendida.
—Qué observadora. En mi vida siempre tomé el camino más fácil. Por eso ahora quiero a Malena. No será fácil, pero quiero que tenga todas las ventajas de ser parte de la familia Alfonso. Quizás así, pueda compensarle a German.
—¿Destruyendo a la madre? —miró el vaso de vino—. ¿Poniendo a la niña en peligro mientras estás bebida?
Ella negó con la cabeza.
—No lo he tocado. Hace semanas que no bebo. Algunos días es muy difícil, pero si tuviera a la niña...
—Paula quiere a su hija —la interrumpió Pedro.
—¿Estarás de su parte, verdad? —susurró su madre.
Él asintió.
—Y nunca os perdonaré a ninguno de los dos si no dejáis esto ahora. Las quiero a las dos. No os dejaré hacer esto. Si me dais a elegir, elegiré a mi familia.
—Pero nosotros... —se quedó mirándolo—. Nosotros ya no somos tu familia, ¿verdad?
—No tiene por qué ser así. Y tú no tienes que dejar de beber sola. Hay clínicas excelentes. Seguro que Paula no pondría ninguna objeción a que participaras en la vida de Malena como su abuela, siempre y cuando no fueras una mala influencia.
—Su abuela será una influencia fantástica — declaró su padre, entrando en la habitación—. Y pronto le daremos todo lo que se merece. Aquí, en el sitio al que pertenece.
—No te voy a permitir que hagas eso. Malena es la hija de Paula. Si me obligas, le contaré a todas las revistas del corazón tu vida. Buscaré a todas las mujeres con las que has estado para que declaren cómo fue su aventura contigo. Les contaré cómo nos abandonaste a mi hermano y mí en un colegio. No sé qué tal te vendrá todo eso para la vacante del Tribunal Supremo.
—Eres un traidor —dijo su padre.
—Y tú eres una persona sin principios con la que no quiero tener ningún tipo de relación.
Su madre se levantó.
—Y, Marcos, como a partir de ahora no habrá ninguna mujer en esta casa —se quedó mirando a Pedro con una sonrisa— y como creo que Pedro se casará con Paula, no creo que tengas ninguna posibilidad de ganar. Si yo fuera tú, desistiría. Te mandaré a un abogado con los papeles del divorcio —se giró hacia su hijo—. Pedro, ¿te importaría dejarme tu apartamento en Florida para cuando salga de la clínica?
Pedro asintió, sintiéndose orgulloso de su madre por primera vez en su vida.
—Dime si necesitas algo.
—Creo que puedo hacer esto sola, hijo. Gracias por evitar que cometiera otro error en mi vida. Estaremos en contacto.
Pedro se quedó mirando a su madre mientras caminaba hacia la barra y vertía el vino en el fregadero. Después, se marchó y él imaginó que iba a hacer las maletas.
Cuando la perdió de vista, se giró hacia su padre. Se sacó el teléfono móvil del bolsillo y lo miró con determinación.
—¿Llamas tú a Jonathan Tunner o llamo yo a las revistas?
Su padre aceptó el teléfono sin hacer ningún comentario.
HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 33
Pedro se quedó mirando a los jardines de Bellfield, estaban llenos de color con los ocres típicos del otoño. Entonces pensó en todos los años que había desperdiciado asegurándose de que todo estaba perfecto durante las incontables ausencias de sus padres. Se ponía enfermo. No sólo por todo el esfuerzo que había dedicado a la conservación de la belleza de la finca que un día sería suya sino por las razones por las que lo había hecho. Qué tonto había sido al intentar ganarse el amor de unas personas que desconocían el significado de esa palabra.
Ahí estaba, con casi treinta y seis años, comprendiendo por fin lo que era importante en la vida. Gracias a Dios, German había aprendido su lección antes.
Miró el reloj. El mayordomo de sus padres le había dicho que esperara en la biblioteca hasta que se marcharan las amigas a su madre. Aquélla era su respuesta a su mensaje urgente.
Mientras esperaba había llamado a su vieja amiga Lindsey Tunner para decirle que su padre era el abogado de sus padres. Lindsey le ofreció una información que podría resultarle muy valiosa: Marcos Alfonso estaba interesado en una plaza que quedaría vacante en el Tribunal Supremo.
—¿Pedro? —preguntó la voz de una mujer.
Se alejó de la ventana y se quedó mirando a la mujer que había en la puerta. Deborah Freeman, la nieta del cliente más importante de su padre.
Durante su adolescencia había soñado con esa belleza; pero ella había sido totalmente inalcanzable. Después, se había casado con un jugador de fútbol y Pedro tuvo que seguir admirándola desde la distancia.
Extendió la mano hacia ella.
—Deborah —dijo él—. No sabía que fueras una de las invitadas a mi madre. ¿Qué tal estás?
Ella se deslizó hacia él. Y él se preguntó cómo era posible que pareciera ir flotando con aquellos tacones tan altos.
Antes de darse cuenta, ella le había tomado la mano y se había acercado a él, tanto que podía oler su perfume. Un aroma floral nada que ver con el aroma fresco de Paula.
Paula. Ya la echaba de menos.
—Has estado fuera así que me imagino que no te habrás enterado —dijo ella con voz melosa—. He pasado por un terrible divorcio. Le oí al mayordomo que estabas esperando aquí para ver a tu madre. Me excusé y viene a verte. Tu madre nos había dicho que tú también estás pasando por un mal momento.
Pedro sintió que estaba invadiendo su espacio personal; le soltó la mano y dio un paso hacia atrás.
—¿Yo? Soy más feliz que nunca —respondió él mientras analizaba la situación.
¿Qué le pasaba? Allí estaba Deborah Freeman ofreciéndosele en bandeja de plata y él la veía como una... una intrusa. Aquel viejo sueño perdía todos sus encantos al compararla con la mujer de verdad que había dejado en Maryland, con su aroma fresco y su pelo rubio alborotado y sus ojos azules cristalinos.
—¿Estás seguro de que eres feliz? —preguntó ella, volviendo a acercarse a él—. Desde que he entrado en la habitación no has parado de fruncir el ceño. Recuerdo que solía causarte otra impresión.
Le pasó un dedo por la camisa hacia el cinturón. Pedro la agarró de la muñeca y le alejó la mano.
—Eso pertenece al pasado —gruñó—. Mis intereses han cambiado de manera drástica durante estos últimos meses.
Deborah abrió los ojos y entonces él se dio cuenta de que había visto lo que él mismo había sido incapaz de ver hasta aquel mismo instante.
—Quienquiera que sea, es una mujer afortunada. Voy a volver a la sala antes de que se den cuenta de que me he marchado —lo miró con una sonrisa triste—. Buena suerte, Pedro. Que seas feliz.
—Gracias —respondió él y se quedó sorprendido mientras la mujer se alejaba.
En aquel momento, entendió lo que acababa de suceder.
Aquella mujer habría sido una tentación maravillosa y gloriosa. Y ni siquiera había sentido el más mínimo interés por ella. Y todo porque no era Paula. La mujer a la que amaba. La mujer a la que no le costaría serle fiel.
Diez minutos después, Pedro seguía esperando a su madre cuando recordó que Jerry tenía que arreglar el calentador.
Entonces, pensó que lo más probable sería que fuera a pedirle la llave a Paula.
De repente, el terror invadió su corazón. ¿Y si ella veía los documentos? ¿Pensaría que había estado conspirando contra ella?
Ni siquiera sabía por qué los había dejado en casa.
Probablemente, porque estaba seguro de que podría obligar a sus padres a que retiraran la denuncia.
Decidió llamar a Jerry para pedirle disculpas. Entonces, se enteró de que Paula había estado en su casa. Cuando le pidió que fuera a buscar unos papeles que tenía encima de la mesa, Jerry no los encontró. Entonces, Pedro supo que ella se había enterado de todo y deseó estar a su lado.
—Por favor; cree en mí, Pau— susurró él.
martes, 14 de noviembre de 2017
HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 32
Paula entró en la casa con una bolsa para cambiar al bebé al hombro y la niña en sus brazos. Le sorprendió que Pedro no estuviera allí. Normalmente comían juntos y él se quedaba con Paula hasta que se despertaba para comer. Después, la cambiaba y se la llevaba a la tienda.
—Bueno, pequeña, parece que el tío Pedro nos ha dejado solas hoy —había llegado a depender de él demasiado.
Sintiéndose más decepcionada de lo que estaba dispuesta a admitir, Paula dejó a Malena en la cuna y fue a ver lo que había en el frigorífico. Su contestador automático estaba parpadeando al entrar en la cocina. Había dos mensajes de clientes. El tercero era de Pedro:
—Paula, estabas ocupada con un cliente cuando pasé para hablar contigo. Tengo que ir a Devon. Un... un cliente tiene un problema que creo que podré resolver; aunque no es... no es fácil. Quizá tenga que quedarme a pasar la noche, dependiendo de las personas con las que tenga que hablar. No estoy seguro. Intentaré llamarte esta noche, pero quizás esté en la carretera. Dale un beso a la pequeña de mi parte y no me esperes levantada
Paula sintió que el estómago se le encogía. Pasaba algo.
Volvió a escuchar el mensaje, intentando identificar qué era lo que había oído en las palabras de Pedro que le habrán hecho sentir eso.
A la tercera vez, lo entendió. Sonaba igual que el día que le había mentido sobre los bocetos. Estaba mintiendo.
Se sentó en el taburete que había en la isla central. ¿Por qué tenía que mentirle? ¿Habría quedado con otra mujer?
Cerró los ojos y recordó la imagen de él con Lindsey Tunner el día siguiente a haber estado con ella. No. No podía pensar así. Ellos eran una familia. Él todavía se guardaba una parte para sí. Era la parte de él en la que no confiaba ni él mismo.
La parte que creía que lo unía a su padre.
Sabía que la deseaba pero se mantenía alejado. Estaba claro que todavía pensaba que no podía tener nada con ella.
Paula sabía que no era así, pero Pedro tenía que convencerse por sí mismo. Tenía que aprender a confiar en él antes de comprometerse con ella. A veces veía en sus ojos una expresión de deseo y temor. De soledad. Como si él estuviera allí con ella pero sintiera que estaba mirando desde fuera. Ella había jugado con la idea de seducirlo para que se enfrentara a sus sentimientos y comprendiera los de ella. Pensaba que no era una mala idea, pero necesitaba unas semanas más antes de considerarlo siquiera.
Paula acabó de terminar de comer cuando Jerry la llamó.
Había llegado la pieza que faltaba para el calentador de la terraza y tenía que ir a colocárselo. Pedro lo sabía pero no estaba en casa y tampoco le había dejado la llave donde siempre. Se imaginaba que esa noche iban a bajar las temperaturas por lo que quería resolver el problema.
Paula le dijo que iba para allá para abrirle. Hacía mucho frío por lo que arropó bien a Malena, la metió en la parte de atrás del asiento y condujo al otro lado de la carretera.
—No sé por qué se habrá olvidado —dijo Jerry al salir de la camioneta—. La verdad es que lleva dos días un poco extraño. ¿Podrías pasar para ver sí la chimenea es la que elegiste? Pedro tampoco estaba seguro.
—No me dijo nada. Voy por la niña.
—De acuerdo, mientras tanto, voy a reparar el calentador para que la pequeña no se congele.
—Gracias —dijo ella mientras iba por la pequeña.
Entró en la casa de Pedro con Malena durmiendo plácidamente. Fue a dejar el canasto sobre la mesa y vio su nombre en unos papeles que había allí encima. Papeles legales.
El tribunal del condado de St. Marys, Maryland... en la causa de la custodia de la niña menor Malena Chaves... Marcos Alfonso y Pamela Alfonso contra Paula Chaves.
Se alegaba que la señora Chaves…
El corazón le latía a toda velocidad. No podían hacerle eso.
Los padres de Pedro no podían estar demandándola para quedarse con la custodia de la niña.
Se puso de pie de un salto, llena de miedo y de furia. Decían que no quería al bebé. Querían quitárselo.
No se lo permitiría.
Lo que era más importante, Pedro tampoco. Sabía que él no lo haría, Al menos; no, sin luchar. Pero, ¿por qué no se lo habría dicho? ¿Por qué tenía él esos documentos?
Probablemente, estaría preocupado y no habría querido que ella se preocupara. Por eso los habría interceptado. Por eso había estado tan raro y le había mentido en aquel mensaje.
Intentó recordar exactamente lo que le había dicho y se imaginó que el problema del que hablaba era ella. Sintió que la sangre le hervía. Volvió a mirar los papeles e hizo un esfuerzo por no llorar. Había tenido razón siempre con respecto a esa gente. Entonces, se marchó corriendo con su hija. No iban a ponerle las manos encima.
HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 31
Pedro oyó el teléfono a lo lejos. Se dio la vuelta y miró al reloj de la mesilla. Las doce. La habitación estaba a oscuras por lo que era de noche. ¿Quién podía llamarlo a esa hora?
Entonces pensó que a Paula o Malena les podía haber pasado algo y dio un salto.
—¿Diga? —contestó con la voz llena de pánico.
¿Qué podía pasar? Cuando las dejó a las ocho y media estaban perfectamente.
—Así que estás vivo —era el tono crítico de la voz de su padre
Pedro se sentó, obligándose a tranquilizarse. Ellas estaban bien. Con su padre podía arreglárselas.
—¿Qué tal, padre?
—Lo has dejado todo en el aire. Aquí tienes clientes.
—Hablé con mis clientes. Y los avisé con tiempo —dijo Pedro, intentando sonar aburrido—. Quizá seas el socio más antiguo, pero los otros estaban todos de acuerdo.
—Estás tirando tu carrera por la ventana. Soy tu padre. Tengo derecho a decir algo sobre este comportamiento. He estado en tu casa y nadie te ha visto. ¿Dónde diablos estás?
Pedro intentó contenerse, pero su furia salió despedida.
—En primer lugar, es mi carrera. En segundo lugar, nunca has ejercido mucho de padre. El día que me enviaste a Aldon para que otras personas me educaran, perdiste todos tus derechos.
—Ahora te pareces a tu hermano. Aldon fue una experiencia muy positiva para los dos.
—Puedes seguir diciéndote eso; pero, para que lo sepas, German y yo sólo sobrevivimos. Perdona, pero mañana tengo que levantarme temprano. Adiós.
Colgó el teléfono y se quedó mirando al frente. ¿Por qué tenía que llamar su padre precisamente ese día? Pedro sólo quería tener los buenos recuerdos del nacimiento de Malena.
Se dijo que tenía que relajarse. Que no tenía que ocuparse de eso en aquel momento, pero las horas pasaban y seguía con los ojos abiertos en la oscuridad Tenía la sensación de que sus padres eran como un arma cargada, apuntando a Paula y a Malena. Él se pondría delante encantado, pero no sabía si serviría de algo.
Las peores pesadillas de Pedro se hicieron realidad tres semanas más tarde.
En casa, todo iba bien. Malena se estaba ajustando bien a la vida de su madre como tratante de antigüedades y decoradora. Dormía casi cinco horas de un tirón por la noche y a Paula no le importaba en absoluto despertarse y compartir con ella un momento de intimidad en la oscuridad de la noche. Como Malena tomaba un biberón suplementario al día, Pedro era el encargado de dárselo antes de marcharse a su casa cada noche. Aquella parte era cada día más difícil. No quería tener que irse a su casa y tampoco quería limitar sus besos con Paula a un ligero roce de los labios.
Había empezado a darse cuenta del tipo de vida que quería.
Y aquella vida era con Paula y con el bebé. Eran una familia; pero el miedo a hacerles daño lo contenía. También sabía que Paula no confiaba en él del todo; pero lo peor era que él no confiara en sí mismo. Tenía que encontrar una forma de descubrir si sería capaz de estar allí con ellas para siempre.
Tal vez debía hacer las maletas y volver a su mundo. Si no podía luchar contra la tentación de ver a otras mujeres, al menos así ella no tendría que presenciarlo. Pero no podía irse.
Cuando llegó a casa, estaba sonando el teléfono. Sabía perfectamente que era su padre e incluso tuvo la tentación de dejar que saltara el contestador; pero aquello hubiera sido posponer lo inevitable.
—Llamo para informarte de que te hemos encontrado —dijo Marcos Alfonso con una voz estirada y aristocrática.
—¿Encontrado? —preguntó Pedro. No había ningún sentido en darle más información a su padre. Cuanto más cosas le dijera él, más sabría sobre sus intenciones.
—En la oficina todos pensaban que te había dado un colapso o algo así. Nadie se imaginó lo que estabas tramando. Parece que tu nueva casa está un poco apartada. Aunque más que una casa parece una choza según estoy viendo en la fotografía que tengo delante. Tú y esa mujer embarazada parecéis muy unidos, ahí de pie hablando con el constructor.
—En realidad, he venido a apreciar una vida más sencilla. He descubierto que ésta es mi casa; Bellfield sólo es un museo. Seguro que German pensaba lo mismo que yo.
—¿Es eso, verdad? Su muerte te ha trastornado. Quieres vivir su vida. Nunca debimos enviaros juntos al colegio. Si os hubiéramos mandado a internados separados no habríais tenido esa dependencia el uno del otro.
—¿Dependencia? Por el amor de Dios, tus hijos se querían el uno al otro y aprendieron juntos el significado verdadero de la palabra familia — gruñó Pedro.
Aquella conversación no le estaba dando ninguna idea sobre cuáles eran los planes de su padre; sólo un dolor de cabeza terrible
—¿De qué diablos estás hablando? —insistió Pedro.
—La hermana de Laura. Sabemos que has estado con ella todo el tiempo. Y también sabemos que el hijo es de German. El hijo de mi hijo mayor.
—¿A ti qué te importa este bebé? Ignoraste a German la mayor parte de tu vida. Y la otra mitad intentaste hacerlo desgraciado. ¿Qué te importa su hija? Solamente sería otro niño al que abandonarías.
—He contratado a Jonathan Tunner.
Pedro sintió que se le encogía el estómago. Tunner era un abogado reconocido. Casi nunca perdía un caso.
—La niña a la que tú y esa mujer habéis escondido de nosotros es nuestra nieta —continuó su padre—. No permitiré que crezca con otro nombre que no sea Alfonso. Tampoco permitiré que se la eduque en esas circunstancias. Tu madre está horrorizada. No permitirá que esa mujer eduque a nuestra nieta como la educaron a ella.
A Pedro se le volvió a encoger el estómago. ¿Sería eso lo que Paula había sentido el día que él la amenazó? Si era así no podría volver a confiar en él jamás. A menos que pudiera alejar ese problema de ella antes de que la tocara. Entonces, ella sabría que podía fiarse de él.
—No hay nada malo con Paula ni con la manera en la que la educaron. Es una mujer dulce, amable e inteligente con un corazón generoso y más amor por su hija del que tú y mi madre jamás sentisteis hacia vuestros hijos. Nunca permitiré que pongáis vuestras manos sobre Malena para que podáis hacer con ella lo que hicisteis con German y conmigo. No intentes nada, padre. O perderás mucho más que un juicio.
Pedro colgó el teléfono con un golpe. Su padre podía haber tirado la primera piedra, pero Pedro intentaba ser el que quedara en pie en esa batalla en particular.
Se mantuvo alerta todo el día y el día siguiente. Al final, un coche extraño apareció en la puerta de Paula cuando ella ya se había ido a la tienda con la niña.
—¿Está buscando a Paula Chaves? —preguntó él a la mujer que salía del coche. La mujer miró hacia la tienda.
—Imagino que me he equivocado de lugar. ¿Está allí?
Pedro le dio su tarjeta de presentación.
—No importa. Soy su abogado. Yo tomaré los papeles. Estaba esperándolos.
La mujer se sorprendió de que fuera a ser tan sencillo y miró su tarjeta.
—De acuerdo. Que tenga un buen día —le dijo después de darle un sobre.
—Ahora empieza todo —murmuró él, mientras la mujer se alejaba.
En los papeles decían que no encontraban adecuada a Paula para educar a la niña. Según ellos había estado dispuesta a darla antes de que naciera lo cual demostraba la frialdad de su corazón.
No conocían a Paula. Y, por supuesto, tampoco lo conocían a él.
Sus padres no tenían ni la menor idea de hasta dónde era capaz de llegar por la mujer a la que amaba.
Había dormido poco las dos noches anteriores, planeando su estrategia. El primer paso era volver a Devon. Para un juicio cara a cara.
Si lo que Laura había pensado de su madre era cierto, quizás tuviera un as en la manga.
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