miércoles, 15 de noviembre de 2017

HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 34





Pedro se encontró a su madre en la terraza cubierta del salón y estaba sola. Sin invitados.


—¿Te olvidaste de mí cuando se marcharon tus amigas o me estás evitando? —preguntó él sin más preliminares.


Pamela Alfonso estaba de pie cerca de la barra. Dejó su copa y se giró hacia él, llevándose la mano al corazón.


—Por el amor de Dios, Pedro, qué susto me has dado.


—Lo siento —dijo él—. Ahora, puedes responder a mi pregunta.


Su madre parecía un poco más nerviosa de lo que había imaginado, aunque intentaba ocultar su nerviosismo moviéndose. Caminó hacia un sillón y le indicó que se sentara enfrente de ella.


Era una mujer hermosa, pero su belleza era elaborada; muy diferente a la de Paula, la cual estaba hermosa incluso durante un parto o con la cara manchada mientras trabajaba con las plantas del jardín.


—Este asunto no es fácil para mí —dijo su madre—. Aunque, si le tienes cariño te resultará más fácil verla aquí.


¿Es que no tenía sentimientos? Pedro sintió como si le fuera a estallar la cabeza.


—¿Que si le tengo cariño a quién?


—A la niña, querido. No creo que hayas perdido la cabeza como dice tu padre. Sé que Paula debe ser un pasatiempo; la reemplazarás rápidamente.


Pedro decidió dejar el tema de Paula aparte.


—Por supuesto que siento cariño por la niña. La quiero. Antes de que naciera.


—Por eso, esto será perfecto.


—¿Y qué me dices de la madre? ¿Crees que pensará que es perfecto cuando le quites a la niña?


—Es la hija de German.


—No dudo de que habría sido un buen padre. Pero no tuvo la oportunidad. Paula es ahora lo único que tiene.


—Pero iba a darla.


—Paula iba a permitirles a Laura y a German criarla. Fue un acto precioso y carente de egoísmo. Y ahora esa generosidad está siendo utilizada contra ella. Fue un acuerdo entre ellos tres. Ahora, dos de las personas que llegaron a ese acuerdo verbal han desaparecido. Paula es la única que queda. Y ella nunca firmó nada.


—No me importa —gritó su madre.


Pedro nunca le había oído elevar tanto la voz. Realmente le preocupaba aquel asunto. Quizás Laura tuviera razón sobre ella y quizás había llegado el momento de llegar al corazón del asunto.


Se quedó un rato mirándola.


—Dime, madre. ¿Por qué quieres robarle el hijo a otra mujer cuando tú nunca quisiste a los tuyos?


Ella se puso en tensión.


—Tú no sabes nada sobre mis sentimientos por mis hijos.


Pedro la miró, incrédulo.


—¿No te parece eso un poco extraño? ¿Siendo yo uno de ellos?


—Yo quería a mis niños —dijo ella agitada.


—Pues tenías una forma muy extraña de demostrarlo.


—Tenía que hacer lo que Marcos y su madre decían. Ni siquiera me dejaban estar con vosotros. Sólo os podía ver a mediodía y tenía que estar alguien presente.


Pedro la miró con el ceño fruncido.


—¿De qué estás hablando?


—Tenía un problema. Con... con la bebida — cerró los ojos un segundo—. Ya está. Lo dije.


—Pero tú no bebes mucho.


—Ay, hijo mío. Llevo muchos años bebiendo. Es la única manera de aguantar cada día.


Pedro miró hacia el vaso de vino.


—¿Por qué? ¿Por qué bebías entonces? ¿Y por qué ahora?


—Era muy joven cuando me casé y rápidamente descubrí que tu padre me era infiel. Su primera aventura fue cuando nació German, Me dijo que ya no era atractiva. Según él, necesitaba ser el primero en la vida de la mujer con la que se acostaba. Su madre me dijo que así eran los hombres y que tenía que aguantarme. Pero yo no podía. Así que empecé a beber.


—Estaba equivocada. No todos los hombres somos iguales.


Ella lo miró de manera extraña.


—¿Cómo puedes decirme tú eso? Eres exactamente igual que él. Eres incapaz de ser fiel.


Pedro se acordó de Deborah Freeman.


—No, madre. Yo no soy como él. En absoluto. Simplemente he estado huyendo de la vida, temeroso de amar a una mujer y hacerle daño porque todos me decían que era como mi padre. Pero ahora sé que huir no es la respuesta. Pero sigamos hablando de ti. ¿Qué pasó cuando empezaste a beber?


—Me quedé embarazada de ti. Un día me quedé dormida y una de las criadas encontró a German gateando al lado de la piscina. Así que contrataron a Maria y a mí me mandaron a una clínica hasta que tú naciste. Después volví a Bellfield. No me dejaban quedarme a solas con vosotros aunque ya no bebía. Le amenacé a Marcos con divorciarme de él, pero tu abuela me dijo que si lo hacía nunca volvería a ver a mis hijos.


—¿Y tus padres?


—Al lado de tu abuela todo el tiempo. El problema con la bebida y mi fracaso como mujer era una desgracia que no querían que se supiera.


—¿Y por qué despedisteis a Maria?


—Un día me dijo que tu padre la había besado y yo le busqué otro trabajo. Tu padre se puso furioso y os envió a Aldon.


—Por Dios, madre, ¿por qué no hiciste nada para impedirlo?


—Ya os había perdido. Cuando os fuisteis a Aldon no llorasteis por mí, llorasteis por Maria. Me di cuenta de que no podía tener a mi marido y que había perdido a mis hijos. Entonces me dediqué a viajar.


—Así que Laura tenía razón. Todos estos años has estado huyendo de tus sentimientos y deseando que las cosas hubieran sido diferentes.


Su madre lo miró sorprendida.


—Qué observadora. En mi vida siempre tomé el camino más fácil. Por eso ahora quiero a Malena. No será fácil, pero quiero que tenga todas las ventajas de ser parte de la familia Alfonso. Quizás así, pueda compensarle a German.


—¿Destruyendo a la madre? —miró el vaso de vino—. ¿Poniendo a la niña en peligro mientras estás bebida?


Ella negó con la cabeza.


—No lo he tocado. Hace semanas que no bebo. Algunos días es muy difícil, pero si tuviera a la niña...


—Paula quiere a su hija —la interrumpió Pedro.


—¿Estarás de su parte, verdad? —susurró su madre.


Él asintió.


—Y nunca os perdonaré a ninguno de los dos si no dejáis esto ahora. Las quiero a las dos. No os dejaré hacer esto. Si me dais a elegir, elegiré a mi familia.


—Pero nosotros... —se quedó mirándolo—. Nosotros ya no somos tu familia, ¿verdad?


—No tiene por qué ser así. Y tú no tienes que dejar de beber sola. Hay clínicas excelentes. Seguro que Paula no pondría ninguna objeción a que participaras en la vida de Malena como su abuela, siempre y cuando no fueras una mala influencia.


—Su abuela será una influencia fantástica — declaró su padre, entrando en la habitación—. Y pronto le daremos todo lo que se merece. Aquí, en el sitio al que pertenece.


—No te voy a permitir que hagas eso. Malena es la hija de Paula. Si me obligas, le contaré a todas las revistas del corazón tu vida. Buscaré a todas las mujeres con las que has estado para que declaren cómo fue su aventura contigo. Les contaré cómo nos abandonaste a mi hermano y mí en un colegio. No sé qué tal te vendrá todo eso para la vacante del Tribunal Supremo.


—Eres un traidor —dijo su padre.


—Y tú eres una persona sin principios con la que no quiero tener ningún tipo de relación.


Su madre se levantó.


—Y, Marcos, como a partir de ahora no habrá ninguna mujer en esta casa —se quedó mirando a Pedro con una sonrisa— y como creo que Pedro se casará con Paula, no creo que tengas ninguna posibilidad de ganar. Si yo fuera tú, desistiría. Te mandaré a un abogado con los papeles del divorcio —se giró hacia su hijo—. Pedro, ¿te importaría dejarme tu apartamento en Florida para cuando salga de la clínica?


Pedro asintió, sintiéndose orgulloso de su madre por primera vez en su vida.


—Dime si necesitas algo.


—Creo que puedo hacer esto sola, hijo. Gracias por evitar que cometiera otro error en mi vida. Estaremos en contacto.


Pedro se quedó mirando a su madre mientras caminaba hacia la barra y vertía el vino en el fregadero. Después, se marchó y él imaginó que iba a hacer las maletas.


Cuando la perdió de vista, se giró hacia su padre. Se sacó el teléfono móvil del bolsillo y lo miró con determinación.


—¿Llamas tú a Jonathan Tunner o llamo yo a las revistas?


Su padre aceptó el teléfono sin hacer ningún comentario.



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