Pedro se despertó a la mañana siguiente con sus padres todavía en la cabeza. Le molestaba que el pasado se hubiera apoderado de él de tal manera que no le hubiera permitido participar al cien por cien en la reunión de la noche anterior. Pero no podía hacer desaparecer de su mente las preguntas que lo habían atormentado durante años con respecto a sus padres.
Y el hecho de que Paula se hubiera dado cuenta mientras le mostraban lo que iba a pasarle a todo color, te parecía increíble. No sabía cómo había podido fijarse en él. Esa mujer era un milagro.
Pero eso ya lo sabía desde el principio. Paula no tenía muy buen concepto de la gente de su familia. Estaba seguro de que le había contado la idea de Laura sólo para hacer que se sintiera mejor. Pero aquella teoría no funcionaba.
Especialmente, al saber la amenaza que su madre podía suponer para Paula y Malena.
Mientras el tiempo pasaba, empezaba a preguntarse si debería decírselo. El problema era que no quería disgustarla; sobre todo, cuando cabía la posibilidad de que no hiciera falta. Su madre debía estar tan ocupada con su existencia que probablemente se olvidaría por completo de ella.
Mientras se tomaba el café en su porche recién terminado, Pedro se dio cuenta de que Izaak y los otros hombres se dirigían hacia el granero de Paula.
Se encontró atravesando la carretera para hablar con Izaak de sus inquietudes.
—Pedro Alfonso. Ven que te presente. Éstos son Jacob, Henry, Garyph, Paul y William —le dijo señalándoles—. ¿Has venido a ayudar? Nos vendría bien.
—¿Qué vais a hacer hoy? —preguntó él.
—Hoy vamos a desmantelar los graneros antiguos. Después, empezaremos a trabajar con la tienda de Paula.
Cuando los graneros estuvieran derruidos y se hubieran talado unos cuantos árboles para preparar un aparcamiento para la tienda, la casa se vería desde la carretera. Se quedó mirándola. Todavía tenía mal aspecto.
—Sé que Paula quiere que avances con la tienda, pero me pregunto si podríamos pintar la casa en un día.
Izaak lo miró con el ceño fruncido.
—¿Por qué es tan importante para ti pintar esta casa?
—Porque me preocupa que mis padres la vean y lleguen a la conclusión de que Paula... es... es... bueno... pobre.
—¿Sería eso una desgracia?
Pedro asintió después de dudar un instante.
—¿Por qué te importa su opinión?
—No me importa. Me preocupa, Izaak. Me da miedo de que vean a Paula como una mala madre. Miedo a que mi madre y mi padre puedan llevar a Paula a juicio para quitarle el bebé. No quiero darles ninguna oportunidad; pero tampoco quiero preocupar a Paula.
Izaak asintió.
—Entonces, la pintaremos. Samuel —Izaak llamó a su hijo—, ve a casa y dile a tu madre que prepare un día de trabajo aquí con todos los vecinos que puedan venir. Dile que lo organice todo para pintar la casa pasado mañana y hacer que recupere su antigua belleza.
*****
Pedro no podía contener sus nervios ni la excitación. El viernes por la mañana, empezaron a llegar las carretas justo al amanecer. Pedro llamó a la puerta de Paula y la despertó. Mientras esperaba, se puso a rezar para que ella aceptara la ayuda.
Con aspecto soñoliento, Paula abrió la puerta.
—Buenos días, Pau —dijo él.
Parecía una niña, con el pelo alborotado. Pero era toda una mujer, una mujer bien redonda. Su dulce Pau.
—Pues sí que te has levantado temprano —consiguió murmurar ella, sin poder abrir los ojos del todo.
—Todos hemos madrugado —dijo él con una sonrisa enorme, mientras se apartaba para que ella pudiera Ver a casi toda la comunidad de Amish.
Paula pestañeó.
—¿Qué está pasando? —preguntó confundida.
—Hemos decidido que tu casa no tiene un aspecto presentable para este vecindario —le dijo Izaak con una sonrisa bromista desde donde estaba— no podemos soportarlo más. Hoy mismo vamos a pintarla.
Paula se llevó una mano a la boca y le entraron ganas de llorar.
—Oh —fue todo lo que consiguió decir.
Pedro supuso que aquellas lágrimas eran de felicidad.
—Vamos, abogado. Hoy vas a aprender a trabajar con herramientas de verdad —le dijo el hermano de Izaak—. También es hora de acabar esa tienda para que Margarita pueda mostrar sus preciosas colchas y para los fantásticos muebles de mi hermano.
Pedro le guiñó un ojo a Paula y siguió al hombre. Parecía que el granero también iba a ser reparado ese día.
Pedro se encontró sonriendo y bromeando con hombres que nunca habían utilizado un teléfono o una sierra a motor. Ellos en su mundo habrían parecido ridículos; pero el objeto de las bromas era él y sus costumbres.
Ese día aprendió sobre la madera muchas más cosas de las qué jamás habría podido imaginar. También aprendió que un hombre podía formar parte de la estructura de un edificio y le gustaba la sensación de perdurar al paso del tiempo. Él ya había sentido eso al participar en fundaciones; pero allí la sensación era más fuerte porque estaba trabajando con sus manos.
Al mediodía, todos dejaron de trabajar. Pedro los siguió hacia la parte de atrás dé la casa preguntándose por qué habrían parado tan pronto. Su desencanto se evaporó en cuanto vio varias mesas alargadas con recipientes de comida a la sombra de los árboles. Las personas fueron ocupando los bancos y las mujeres sirvieron comida y se sentaron con los niños.
Pedro vio a Paula entre las otras mujeres. Estaban riéndose y charlando y parecía feliz y relajada. Después de comer, los hombres volvieron al trabajo y Pedro aprovechó para ir a verla.
Se la encontró en el porche con dos niños pequeños.
—Pedro. Ven a conocer a los hijos de Izaak. Ésta es Hannah y éste es David.
—Hola, chicos —dijo él y la niña de pelo rubio escondió la cara en la ropa de Paula.
—Id a decirle a vuestra mamá que estaré con ella en un minuto —les dijo Paula. Los dos salieron corriendo y riendo mientras giraban la cabeza para mirar a Pedro.
—Se lo están pasando todos muy bien a mi costa.
—¡Oh, Dios! Lo mismo hicieron con German la primera vez que los ayudó a levantar el granero de Izaak.
—No puedo imaginarme a mi hermano trabajando en un granero.
Ella se rió.
—Me imagino que él diría lo mismo de ti.
Él sonrió. Estaba preciosa y tenía un aspecto muy dulce sentada en aquella mecedora. Sus ojos azules profundos brillaban. Tenía razón. Aquel lugar había cambiado su concepción de la vida. Aunque, en realidad había sido la gente; no, el lugar.
—No tenía ni idea de que fueran a trabajar todos.
—Así que esto fue idea tuya.
—En realidad, fue de Izaak. Yo sólo le mencioné que me gustaría que la casa estuviera lista antes de que llegara el bebé y antes de que pudiera verse desde la carretera. Izaak lo organizó todo rápidamente.
Pedro se quedó mirando a la cara oeste de la casa que tenía ya un aspecto impecable.
—Espero que el blanco con las contraventanas verdes te guste. Izaak me dijo que al trabajar con las contraventanas vio que ése era el color original.
Ella le agarró el brazo y apoyó la cabeza en su hombro.
—Es perfecto.
Pedro intentó ignorar el contacto del pecho de Paula contra su brazo. Le ordenó a su cuerpo desobediente que no reaccionara, pero los vaqueros empezaron a apretarle demasiado.
—Me alegro de que no te hayas enfadado.
—Estoy acostumbrada a este tipo de ayuda, Pedro. Lo que me sorprendió fue cuando contrataste a un constructor. Esto es diferente; son mis amigos.
Él sonrió.
—Estoy empezando a comprender la diferencia.
Paula asintió y le soltó el brazo mientras entraban en el granero donde los hombres estaban serrando y martilleando.
El aroma de la madera recién cortada lo invadía todo.
—Vamos, abogado. Ya es hora de que vuelvas al trabajo —le gritó uno de los hombres desde arriba.
—Parece que se ha acabado el descanso, Paula. Ten cuidado por aquí.
Ella se quedó mirándolo mientras se subía a una de las escaleras con un martillo enorme en la mano. Después, retrocedió para observar cómo trabajaba con aquellos hombres tan distintos a él. Parecía como si se conocieran de toda la vida. El hombre que estaba a su lado le dijo algo y él se rió.
Paula se preguntó qué respondería Pedro si alguien le preguntara si era feliz.
Sí, allí era feliz. Y ella era feliz al tenerlo allí. Por ahora eso serviría.
Por ahora.
La primera clase preparatoria para el parto de Paula fue al día siguiente. Y ella aún no estaba lista para aquella intimidad con Pedro.
Quería que la amara lo suficiente para darle una oportunidad; pero temía que nunca pudiera confiar en sí mismo. Y aunque él lo lograra, no estaba segura de si ella lo lograría. Todavía tenía un pasado y ella no podía olvidarlo.
Cuando Pedro le tocó el claxon, Paula se miró una vez más en el espejo y agarró los cojines y la manta que le habían dicho que tenía que llevar. Al verla salir de casa tan cargada, Pedro corrió hacia ella
—¿Por qué no me habías dicho que tenías que llevar tantas cosas?
Ella le pasó la carga con una sonrisa.
—Son sólo un par de cojines y una manta.
Él estaba tan nervioso, que ella sintió que se tranquilizaba.
Pero sólo hasta que llegaron a la sala. Había otras diez parejas. La mayoría de ellos abrazados o agarrándose de las manos. Él parecía tan fuera de lugar como ella. O incluso peor. Al menos ella tenía su embarazo en común con todas las demás mujeres.
La matrona que impartía el curso se presentó e hizo que ellos se presentaran. Después les pidió que se pusieran cómodos sobre sus mantas y cojines. Lo cual era bastante ridículo, pensó Paula mientras intentaba sentarse en el suelo. Después de un rato, moviéndose incómoda y sintiéndose muy gorda, pensó que odiaba a la monitora.
—A ver, los acompañantes —les dijo la mujer—. Tenéis que ayudar a vuestras mujeres a que estén cómodas. Usad los cojines y que se apoye sobre vosotros. Si pensáis que esto es difícil, esperad a que tengáis que ayudarla a ponerse cómoda mientras está de parto.
Paula se sentó en el suelo con las piernas cruzadas.
Después, las tuvo que estirar. Intentó buscar una posición más cómoda apoyándose en un cojín con un brazo. Inmediatamente, se reclinó sobre los dos brazos, pero enseguida se cansó.
—Hoy vamos a ver una película de una pareja durante el proceso del parto.
Paula se fue a mover, pero Pedro se colocó detrás de ella, estirando las piernas a su alrededor. La tomó por los hombros y la ayudó a reclinarse sobre su pecho. Aquello era mucho más cómodo aunque también le provocaba otro tipo de incomodidades.
La película duró una hora y fue tan aterradora como hermosa. En ella una pareja pasaba por todas las fases del parto hasta tener a su hijo en brazos. Después, estuvieron hablando de la película y de las técnicas de relajación que habían visto hacer a la pareja.
Cuando la clase terminó, Paula se dio cuenta de que Pedro no había dicho ni una palabra desde que había empezado la película. ¿Se estaría arrepintiendo de haberse ofrecido? Desde luego, ella cada vez estaba más arrepentida de haberlo llevado.
—Si no quieres continuar con esto, lo entenderé —le dijo ella mientras caminaban hacia la camioneta—. Puedo pedirle a otra persona que venga conmigo —le dijo al ver que estaba muy callado.
—No me perdería esto por nada del mundo — dijo él, ofendido de que ella dudara de su entusiasmo.
—Lo siento. Es que has estado tan callado desde la película...
Él asintió y la acompañó hasta su lado. Esperó a que se hubiera sentado y cerró la puerta. Después rodeó la camioneta y subió a su asiento. Pero no puso el motor en marcha. Solamente, se reclinó en el asiento y se quedó mirando hacia delante.
—¿Qué pasa? Esa película te ha afectado.
—No entiendo cómo pudo pasar por algo así dos veces y salir totalmente inmune. Me refiero a los dos, pero especialmente a mi madre. Nos podría haber dado en adopción. De todas formas, nos envió a un colegio para que nos educaran.
—¿Sabes? Mi hermana Laura me decía que pensaba que tu madre estaba todo el tiempo viajando para no pararse a pensar. Me dijo que a veces la había visto mirándoos con tanta añoranza que se le rompía el corazón. Mi hermana culpaba a tu padre de la distancia que había en la familia. Quizás deberías hablar con tu madre.
—Eres una persona muy amable. Lo sabes. Una vez hablé con ella. Sobre mi padre. Cuando empecé a trabajar en la empresa y escuché que tenía una aventura. No podía creerme que ella no hubiera oído nada cuando todo el mundo estaba hablando del tema. Me dijo que sabía lo de las infidelidades, pero que había decidido ignorarlas. Me dijo que el precio que mi padre le haría pagar no merecía la pena.
Paula frunció el ceño.
—¿Qué quiso decir?
Pedro se encogió de hombros.
—No tengo ni idea. En aquel momento llegó mi abuela. La madre de mi padre. Vivía con nosotros. Bueno, técnicamente nosotros vivíamos con ella porque Bellfield no pasó a manos de mi padre hasta que ella murió. El caso es que mi madre se calló. Nunca logré que volviera a hablar conmigo del tema.
Paula sintió un escalofrío.
—Ahí hay algo que aclarar, Pedro. Quizás se estaba ocultando tras los viajes como pensaba Laura. Quizás se arrepienta del error de haberse casado con alguien tan infiel como tu padre. Su vida debe estar muy vacía. Creo que deberías hablar con ella sobre lo que quiso decir aquel día. Si no es por ella, por ti.
Paula abrió la puerta justo cuando Pedro se daba la vuelta.
Se sorprendió mucho al ver el pequeño ramo de flores silvestres que le había dejado y sintió cómo se derretía el hielo a su alrededor.
Era como si las hubiera recogido él mismo. Como si las hubiera colocado él.
¿Significaba aquello que había aprendido algo? ¿Habría todavía una oportunidad de que pudiera influir de manera positiva en la vida de Malena?
Estaba casi segura de que no había esperanza de que fuera a ser algo más que un visitante ocasional en su propia vida.
Aquel recordatorio doloroso hizo que el enfado volviera a surgir.
—¿Hay alguna posibilidad, aunque sea muy pequeña, de que seas sincero conmigo? ¿Puedes arriesgarte a decirme la verdad sobre algo, cualquier cosa? ¿Algo sobre lo que hayas mentido y que yo no te haya pillado?
Pedro, que apenas se había alejado unos metros del porche, se giró. Miró a las flores que todavía estaban donde él las había dejado y levantó la vista hacia ella. Caminó unos pasos al frente y se paró a los pies del porche.
—¿Quieres que sea sincero? ¿Quieres la verdad? De acuerdo. La noche de la boda de nuestros hermanos, cuando me preguntaste si hacer el amor era siempre algo tan milagroso, te dije que no, que los milagros no ocurrían en mi vida. Pero era mentira. Tú eras un milagro. El momento en el que me di cuenta de que eras virgen, supe que no podía tenerte. Que te destrozaría. Estaba perdido. Seguía deseándote con locura, pero paré antes de que fuera demasiado tarde, Antes de empeorarlo todo. Al final tuve que hacerle frente a la verdad de lo que yo era. Por muy fea que fuera. Ya me lo habían dicho las mujeres con las que había estado: era una copia de mi padre y destrozaría a cualquiera que me amara. En aquel momento, supe que me quedaría solo para el resto de mi vida. Justo cuando tenía mis manos encima de lo que siempre había querido; supe que no podía tenerlo.
Aquella sinceridad era excesiva. Se le estaba rompiendo el corazón.
—Pedro...
Él levantó la mano para que ella callara y continuó; los ojos le ardían.
—Aquella noche no dormí pensando en ti. Eres el tipo de mujer que merece un marido y una familia y yo sabía que no podía ofrecerte eso. Por la mañana pensé que podría soportar tenerte cerca con todos los cientos de invitados que había por allí. Pero, cuando te vi en la iglesia, supe que me resultaría imposible; que si me volvía a acercar a ti sería el error más grande de tu vida. Así que cuando vi a Lindsey Tunner le pedí que se quedara a mi lado para mantenerte alejada. Ella estaba pasando por un momento difícil y se excedió. Pero cuando vi que estabas tan enfadada supe que estabas a salvo. Así que te dejé pensar lo que obviamente pensabas; aunque doliera.
Paula sintió que la cabeza le daba vueltas por lo que se sentó en el escalón de arriba.
—¿Estás diciendo que me hiciste daño por mi propio bien?
—Estoy diciendo que nos hice daño a los dos por tu propio bien. Sé que es demasiado tarde para nosotros. Ya sabía que era imposible para nosotros hace cinco años; sin embargo, quiero ser tu amigo y el tío de la niña. Nunca voy a tener un hijo mío, pero quiero una oportunidad para ser algo en la vida de algún niño. De esta niña.
¿Qué podía decir una mujer ante una confesión como aquélla? Ella había pedido la verdad y él se la había dado.
Ahora veía claro que la mentira de aquel día había sido evidente; debía haberse dado cuenta. Mientras hablaban lo había notado muy nervioso y él nunca era así. Había pensado que estaba molesto por el error, pero la verdad era que sus nervios se debían a su incomodidad por tener que mentirle.
Al mirarlo ahora sólo veía tristeza en sus ojos.
¿Qué le habían hecho todas esas personas?
Roto. Pensaba que estaba roto y, desgraciadamente, podía ser cierto.
En un mundo ideal, Pedro le habría pedido lo mismo que Antonio. Pero sólo porque quisiera darle una oportunidad a los sentimientos y a los deseos que sentían el uno por el otro. Ella podía reconocer que lo amaba, pero él no podía verlo y menos aceptar que la amaba.
Ahora Paula veía las diferencias entre su padre y él más claramente que nunca. Se preguntó si habría alguna manera de mostrárselas a él. De esa manera, aunque él nunca la viera como a ella le gustaría, quizás pudiera liberarlo, ayudarlo a ver otras posibilidades distintas a una existencia solitaria.
Era lo mínimo que podía hacer a cambio de toda su ayuda y apoyo.
Además lo amaba.
Paula se obligó a sonreír aunque sentía el corazón partido.
—Me gustan estas flores. De verdad dicen que lo sientes. Las otras era geniales pero...
Él asintió.
—Pero sólo tuve que pagar por ellas. Lo sé. Izaak debe ser un hombre genial.
—¿Izaak? ¿Fuiste a ver a Izaak? ¿Y él te dijo que me trajeras flores?
Pedro se encogió de hombros.
—Vino a mi casa y cuando le dije lo que había hecho, me sugirió que te regalara flores. Yo no le entendí bien al principio —miró a las manchas rojas que le estaban saliendo en el brazo mientras hablaba.
—Ven, te daré una crema. Parece que has tocado una ortiga.
Él dudó un instante.
—¿Me has perdonado, Pau?
La había llamado Pau. Nunca la habían llamado así, excepto él en aquella casa de la piscina. Y ahora supo que había estado esperando todo aquel tiempo a volverlo a oír.
—Perdonado — le aseguró y se puso de pie.
—¿Es contagioso? —preguntó él.
—No. No te rasques —le dijo ella al ver que él no paraba de frotarse el brazo—. Vamos.
DURANTE toda la mañana y gran parte de la tarde, Paula intentó mantener los pies en la tierra y la mente en cualquier otra cosa que no fuera Pedro. Pero era más difícil que nunca con los recuerdos de los brazos de él alrededor de ella mientras bailaban o mientras la besaba. O mientras le hacía el amor en sueños.
Cuando se había despertado esa mañana, con las sábanas revueltas y empapada en sudor, incluso había alargado la mano para tocarlo. Pero sólo se había encontrado con una almohada vacía que no tenía su aroma.
Se había levantado, se había dado una ducha de agua fría y se había obligado a seguir con la rutina diaria. A mediodía, quedó con un cliente para dar los últimos toques a la decoración de su casa y, antes de volver, se pasó a recoger unos muestrarios.
Ahora, mientras se dirigía a su casa, se encontró deseando que Pedro estuviera allí. Se sintió decepcionada al ver que no estaba. Al entrar, oyó a Jerry hablando con alguien en la cocina. Estaba casi terminada.
Se detuvo en la puerta de la cocina y se quedó admirándola.
—Oh, Jerry, es perfecta —le dijo.
Jerry se giró con una sonrisa.
—A Pedro le alegrará saber que has dicho eso.
—¿Todavía está preocupado por el lío del otro día cuando tiraste el muro?
—¿Es que hubo un lío?
—Bueno, no nos dimos cuenta del malentendido hasta después. No vi el tercer boceto; el de la cocina.
Jerry la miró sorprendido.
—Yo dejé los tres encima de la mesa. Estaban unidos con un clip.
—Pero la mesa estaba hecha un desastre.
Él seguía extrañado.
—Cuando yo me marché en la mesa sólo estaban los planos —dijo él.
Aquello sorprendió a Paula porque recordaba haber pensado que ese desorden no era típico de Pedro.
—Imagino que fue Pedro el que dejó aquellas herramientas allí. Sin querer, debió cubrir el plano de la cocina. Sin embargo, una profesional como yo debería haberse dado cuenta de la numeración.
—Todavía no los había numerado.
Paula sintió que el estómago le daba un vuelco.
Recordaba claramente aquel día. Pedro le había señalado la esquina de cada boceto diciéndole: «uno de tres, dos de tres, tres de tres». Entonces se dio cuenta de lo que había pasado: ella no había visto el tercer boceto porque él lo había escondido a propósito. Después, la había liado hasta hacerla creer que había sido culpa suya. ¿Cómo podía haber estado tan ciega?
Se encogió de hombros y fingió una sonrisa.
—Al menos, ahora no me sentiré tan tonta — dijo esperando que no se le notara lo que estaba sintiendo—. ¿Has terminado ya?
Jerry miró hacia la cocina.
—Ya está todo.
—¿Vas ahora a casa de Pedro?
—Ese es el plan. Todavía hay que terminar su cocina. Imagino que te veremos por allí mientras te encargas de la decoración.
Paula no pensaba volver a poner los pies en casa de Pedro nunca más. Le dolía sólo pensar en lo tonta que había sido. Pedro te había mentido y la había manipulado para conseguir lo que quería. Y su mentira no había sido casual; había sido bien planeada. Le había tendido una trampa de palabras y medias verdades y ella había caído.
—¿Paula? ¿Estás bien?
Ella pestañeó.
—Sí. Claro. Sólo estaba pensando. Que tengas un buen día, voy a ir a cambiarme. Gracias por todo, es como un sueño hecho realidad.
«Y otro sueño perdido», pensó mientras se alejaba. Pedro no era lo que ella había imaginado. Después de todo, sí se parecía a su padre. Recordaba que Laura se quejaba de lo manipulador que era para conseguir lo que quería; especialmente con su esposa. Eso era exactamente lo que Pedro le había hecho a ella. Le había hecho creer que el error había sido suyo. Y por su culpa se había pasado las dos últimas semanas repasando todo lo que hacía. ¡Qué idiota había sido!
Paula volvía a bajar las escaleras cuando Pedro entró en la casa.
—¿Qué pasa?—preguntó él sin aliento.
—¿Pasar? ¿Qué podría pasar? —se quedó parada a media altura de las escaleras para mantener la distancia.
—Jerry me dijo que estabas actuando de manera extraña. ¿No pasará nada con el bebé? ¿O contigo?
—El bebé está bien. Yo no. Acabo de descubrir que alguien a quien consideraba un amigo me ha estado mintiendo. Y manipulándome. Haciéndome creer que era una despistada. Por su culpa he pasado unas semanas dudando de mi profesionalidad. Pero ahora, por supuesto, ya sólo dudo de mí por no haber aprendido la lección antes.
Él frunció el ceño.
—¿Quién es? ¿Quién te ha estado haciendo eso?
—¡Tú!
—¿Yo?
Su incredulidad la enfadaba más.
—Algo que Jerry me dijo me quitó las vendas de los ojos, Pedro. Él no había numerado los planos. Escondiste el de la cocina a propósito. Todo ese desorden de la mesa era premeditado.
—Nunca me habrías permitido hacerlo —se defendió él.
—Eso es cierto. Ésta es mi casa. Podría haber esperado hasta tener el dinero.
—Pero era necesario. Las razones eran válidas. Lo admitiste.
No entendía nada. Y eso era lo peor.
—Tienes razón. Presentaste tus argumentos muy bien y accedí. No necesitabas mentirme y manipularme como lo hiciste; podrías haberme convencido sin trucos sin hacerme pensar que había perdido la cabeza.
—Lo siento. Nunca pensé que pudiera pasar algo así.
—Por el amor de Dios, Pedro, eran unos planos. Ésa es mi forma de vida.
—Pensaba que era tu sueño. Vi tus diseños en tu escritorio y quise que tuvieras lo que deseabas.
Paula tomó aliento, sorprendida. Incluso aquello había sido una mentira. Pedro no había compartido su visión. En eso también la había engañado.
—¿Es que no sabes decir la verdad? No. No me respondas. No podría creerte nunca. Márchate de aquí.
—Paula...
— ¡Fuera! — gritó ella con toda la fuerza de sus pulmones.
Estaba decepcionada y casi no podía respirar.
Él la miraba como si no hubiera hecho nada. Y aquello era lo peor. Obviamente tenía que marcharse de allí porque no podía confiar en poder tomar las decisiones apropiadas con él delante.
—Márchate y déjame sola. Por favor —al decir esta última palabra su voz tembló. Y ella se odió por eso. Y se odió por las lágrimas que estaba deseando derramar. Dio la vuelta y corrió escaleras arriba. No podía ni mirarlo.
*****
A Pedro le hubiera gustado quedarse a razonar con ella, pero cuando le dijo aquel «por favor» como si se le estuviera rompiendo corazón, se obligó a marcharse.
Se subió a la camioneta y condujo hacia su casa. Había cambiado mucho desde que la había comprado, gracias a la visión de Paula. Agarró el volante y apoyó la cabeza en los brazos. Los ojos le quemaban. Paula no era la única a la que se le había roto el corazón.
Tenía toda la razón. Él podía haberla convencido. ¿Tan arraigada estaba la mentira en su vida?
Salió de la camioneta y cerró la puerta de un portazo. Se sentó en las escaleras del porche a la sombra del magnolio.
Tenía ganas de llorar. La única vez que recordaba haberse sentido así fue el día que se enteró de la muerte de su hermano. «¿Cómo voy a hacer que me perdone?» Pedro se pegó un gran susto cuando oyó a alguien decir:
—Pareces un hombre con un gran peso en los hombros, Pedro Alfonso.
Entonces, Pedro levantó la cara y vio a Izaak Abranson delante de él. :
—Creo que he cometido un gran error —le dijo—. No, no lo creo; lo sé. Y no sé cómo voy a arreglarlo.
—El único error que no se puede arreglar es cuando cortas una madera demasiado corta,
Pedro levantó la cara y lo miró con sorpresa.
—¿Estás hablando de fabricar un mueble?
Izaak inclinó la cabeza y sonrió.
—Para ti todavía hay esperanza, abogado. ¿Qué has hecho para estar sentado ahí con el calor que hace?
Pedro no se había dado cuenta del calor porque sentía el corazón congelado.
—Le mentí a Paula. La manipulé para que me dejara arreglarle la casa. Me imagino que tenía buenos motivos, pero lo he hecho todo mal.
Izaak asintió.
—Eso tiene arreglo. Lo único que tienes que hacer es intentarlo. Tarde o temprano, ella, al ser mujer, te dirá lo que tienes que hacer si tú no encuentras la manera. De todas formas, puedes empezar con un regalo del corazón. Un ramo de flores.
Pedro se puso de pie. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? A las mujeres les encantaban las flores.
— ¡Flores! Una idea fantástica. Llamaré a una floristería —dijo él corriendo hacia el teléfono.
Izaak lo agarró del brazo.
—Tienes que recogerlas tú. Y mientras las buscas tienes que pensar por qué quieres que te perdone. Recuerda, tiene que ser un regalo hecho con el corazón y, por lo tanto, tu corazón debe entenderlo.
Pedro asintió y miró a Izaak pensando que él vivía en otro mundo.
En cuanto el hombre se marchó, Pedro llamó a una tienda y le envió un ramo a Paula. Después, se sentó a esperar que lo llamara. Al ver que pasaban las horas y ella todavía no lo había llamado, decidió que iría a su casa.
A salir al porche, se quedó helado. Había orquídeas, rosas y lilas esparcidas por todas partes.
Pedro decidió que quizás Izaak tenía razón. Aquel ramo no había sido un regalo del corazón. Lo mejor sería recoger él uno como le había sugerido.
Tres horas más tarde, Pedro se quedó mirando al ramo de aspecto miserable que había dejado en un pequeño jarrón en la puerta de Paula.
Dio unos pasos hacia atrás y pensó que había comprendido algo muy importante. Paula era algo más que la cuñada de su hermano. Era mucho más que la madre del hijo de German. Y ahora pensaba que sabía el porqué. Y por qué besarla a ella era tan diferente de lo que había sentido con otras mujeres. Incluso se preguntó si aquello que sentía sería amor.
Sería irónico que acabara de descubrirlo justo cuando estaba a punto de perderla.
Debería haberse preocupado por Malena; pero la idea de perder a Paula era la que realmente le dolía.
Era un hombre desesperado.