lunes, 13 de noviembre de 2017

HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 27




Pedro se despertó a la mañana siguiente con sus padres todavía en la cabeza. Le molestaba que el pasado se hubiera apoderado de él de tal manera que no le hubiera permitido participar al cien por cien en la reunión de la noche anterior. Pero no podía hacer desaparecer de su mente las preguntas que lo habían atormentado durante años con respecto a sus padres.


Y el hecho de que Paula se hubiera dado cuenta mientras le mostraban lo que iba a pasarle a todo color, te parecía increíble. No sabía cómo había podido fijarse en él. Esa mujer era un milagro.


Pero eso ya lo sabía desde el principio. Paula no tenía muy buen concepto de la gente de su familia. Estaba seguro de que le había contado la idea de Laura sólo para hacer que se sintiera mejor. Pero aquella teoría no funcionaba. 


Especialmente, al saber la amenaza que su madre podía suponer para Paula y Malena.


Mientras el tiempo pasaba, empezaba a preguntarse si debería decírselo. El problema era que no quería disgustarla; sobre todo, cuando cabía la posibilidad de que no hiciera falta. Su madre debía estar tan ocupada con su existencia que probablemente se olvidaría por completo de ella.


Mientras se tomaba el café en su porche recién terminado, Pedro se dio cuenta de que Izaak y los otros hombres se dirigían hacia el granero de Paula.


Se encontró atravesando la carretera para hablar con Izaak de sus inquietudes.


Pedro Alfonso. Ven que te presente. Éstos son Jacob, Henry, Garyph, Paul y William —le dijo señalándoles—. ¿Has venido a ayudar? Nos vendría bien.


—¿Qué vais a hacer hoy? —preguntó él.


—Hoy vamos a desmantelar los graneros antiguos. Después, empezaremos a trabajar con la tienda de Paula.


Cuando los graneros estuvieran derruidos y se hubieran talado unos cuantos árboles para preparar un aparcamiento para la tienda, la casa se vería desde la carretera. Se quedó mirándola. Todavía tenía mal aspecto.


—Sé que Paula quiere que avances con la tienda, pero me pregunto si podríamos pintar la casa en un día.


Izaak lo miró con el ceño fruncido.


—¿Por qué es tan importante para ti pintar esta casa?


—Porque me preocupa que mis padres la vean y lleguen a la conclusión de que Paula... es... es... bueno... pobre.


—¿Sería eso una desgracia?


Pedro asintió después de dudar un instante.


—¿Por qué te importa su opinión?


—No me importa. Me preocupa, Izaak. Me da miedo de que vean a Paula como una mala madre. Miedo a que mi madre y mi padre puedan llevar a Paula a juicio para quitarle el bebé. No quiero darles ninguna oportunidad; pero tampoco quiero preocupar a Paula.


Izaak asintió.


—Entonces, la pintaremos. Samuel —Izaak llamó a su hijo—, ve a casa y dile a tu madre que prepare un día de trabajo aquí con todos los vecinos que puedan venir. Dile que lo organice todo para pintar la casa pasado mañana y hacer que recupere su antigua belleza.



*****


Pedro no podía contener sus nervios ni la excitación. El viernes por la mañana, empezaron a llegar las carretas justo al amanecer. Pedro llamó a la puerta de Paula y la despertó. Mientras esperaba, se puso a rezar para que ella aceptara la ayuda.


Con aspecto soñoliento, Paula abrió la puerta.


—Buenos días, Pau —dijo él.


Parecía una niña, con el pelo alborotado. Pero era toda una mujer, una mujer bien redonda. Su dulce Pau.


—Pues sí que te has levantado temprano —consiguió murmurar ella, sin poder abrir los ojos del todo.


—Todos hemos madrugado —dijo él con una sonrisa enorme, mientras se apartaba para que ella pudiera Ver a casi toda la comunidad de Amish.


Paula pestañeó.


—¿Qué está pasando? —preguntó confundida.


—Hemos decidido que tu casa no tiene un aspecto presentable para este vecindario —le dijo Izaak con una sonrisa bromista desde donde estaba— no podemos soportarlo más. Hoy mismo vamos a pintarla.


Paula se llevó una mano a la boca y le entraron ganas de llorar.


—Oh —fue todo lo que consiguió decir. 


Pedro supuso que aquellas lágrimas eran de felicidad.


—Vamos, abogado. Hoy vas a aprender a trabajar con herramientas de verdad —le dijo el hermano de Izaak—. También es hora de acabar esa tienda para que Margarita pueda mostrar sus preciosas colchas y para los fantásticos muebles de mi hermano.


Pedro le guiñó un ojo a Paula y siguió al hombre. Parecía que el granero también iba a ser reparado ese día.


Pedro se encontró sonriendo y bromeando con hombres que nunca habían utilizado un teléfono o una sierra a motor. Ellos en su mundo habrían parecido ridículos; pero el objeto de las bromas era él y sus costumbres.



Ese día aprendió sobre la madera muchas más cosas de las qué jamás habría podido imaginar. También aprendió que un hombre podía formar parte de la estructura de un edificio y le gustaba la sensación de perdurar al paso del tiempo. Él ya había sentido eso al participar en fundaciones; pero allí la sensación era más fuerte porque estaba trabajando con sus manos.


Al mediodía, todos dejaron de trabajar. Pedro los siguió hacia la parte de atrás dé la casa preguntándose por qué habrían parado tan pronto. Su desencanto se evaporó en cuanto vio varias mesas alargadas con recipientes de comida a la sombra de los árboles. Las personas fueron ocupando los bancos y las mujeres sirvieron comida y se sentaron con los niños.


Pedro vio a Paula entre las otras mujeres. Estaban riéndose y charlando y parecía feliz y relajada. Después de comer, los hombres volvieron al trabajo y Pedro aprovechó para ir a verla.


Se la encontró en el porche con dos niños pequeños.


Pedro. Ven a conocer a los hijos de Izaak. Ésta es Hannah y éste es David.


—Hola, chicos —dijo él y la niña de pelo rubio escondió la cara en la ropa de Paula.


—Id a decirle a vuestra mamá que estaré con ella en un minuto —les dijo Paula. Los dos salieron corriendo y riendo mientras giraban la cabeza para mirar a Pedro.


—Se lo están pasando todos muy bien a mi costa.


—¡Oh, Dios! Lo mismo hicieron con German la primera vez que los ayudó a levantar el granero de Izaak.


—No puedo imaginarme a mi hermano trabajando en un granero.


Ella se rió.


—Me imagino que él diría lo mismo de ti.


Él sonrió. Estaba preciosa y tenía un aspecto muy dulce sentada en aquella mecedora. Sus ojos azules profundos brillaban. Tenía razón. Aquel lugar había cambiado su concepción de la vida. Aunque, en realidad había sido la gente; no, el lugar.


—No tenía ni idea de que fueran a trabajar todos.


—Así que esto fue idea tuya.


—En realidad, fue de Izaak. Yo sólo le mencioné que me gustaría que la casa estuviera lista antes de que llegara el bebé y antes de que pudiera verse desde la carretera. Izaak lo organizó todo rápidamente.


Pedro se quedó mirando a la cara oeste de la casa que tenía ya un aspecto impecable.


—Espero que el blanco con las contraventanas verdes te guste. Izaak me dijo que al trabajar con las contraventanas vio que ése era el color original.


Ella le agarró el brazo y apoyó la cabeza en su hombro.



—Es perfecto.


Pedro intentó ignorar el contacto del pecho de Paula contra su brazo. Le ordenó a su cuerpo desobediente que no reaccionara, pero los vaqueros empezaron a apretarle demasiado.


—Me alegro de que no te hayas enfadado.


—Estoy acostumbrada a este tipo de ayuda, Pedro. Lo que me sorprendió fue cuando contrataste a un constructor. Esto es diferente; son mis amigos.


Él sonrió.


—Estoy empezando a comprender la diferencia.


Paula asintió y le soltó el brazo mientras entraban en el granero donde los hombres estaban serrando y martilleando. 


El aroma de la madera recién cortada lo invadía todo.


—Vamos, abogado. Ya es hora de que vuelvas al trabajo —le gritó uno de los hombres desde arriba.


—Parece que se ha acabado el descanso, Paula. Ten cuidado por aquí.


Ella se quedó mirándolo mientras se subía a una de las escaleras con un martillo enorme en la mano. Después, retrocedió para observar cómo trabajaba con aquellos hombres tan distintos a él. Parecía como si se conocieran de toda la vida. El hombre que estaba a su lado le dijo algo y él se rió.


Paula se preguntó qué respondería Pedro si alguien le preguntara si era feliz.


Sí, allí era feliz. Y ella era feliz al tenerlo allí. Por ahora eso serviría.


Por ahora.






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