domingo, 22 de octubre de 2017

NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 15




―Has venido a…


Paula no podía creer lo que había oído. El pánico se había apoderado de su cabeza y no le permitía pensar con claridad. Se dijo a sí misma que él no podía haber dicho que había ido a por ella.


Pero Pedro se quedó allí de pie, su alta figura oscura y peligrosa. Comenzó a desabrocharse el abrigo con la provocación reflejada en la mirada.


Aunque todo aquello fuera una malvada y perversa broma, ella se estremeció y sintió cómo se le alteraban los nervios.


—¿Qué quieres decir con eso de que has venido a por mí? Aquí no hay nada para ti. Nada que puedas querer o que puedas tener.


—¿Estás tan segura de eso? —preguntó él, quitándose el abrigo. Lo dejó caer sobre uno de los sofás que había en la sala. 


—Desde luego…


El diabólico brillo de la mirada de Pedro se tomó más intenso aún y la manera en la que levantó una de sus oscuras cejas fue más preocupante que cualquier amenaza.


—Estás olvidándote de algo —dijo Alfonso entre dientes.


Paula no pudo evitar reconocer para sí misma lo seductora que era aquella voz y cómo despertaba su sensualidad. No quería ver nada atractivo en aquel hombre, pero no podía negar la casi impactante atracción que sentía hacia él.


—Oh, de verdad… ¿y exactamente de qué me he olvidado?


—De que tu familia me debe una esposa. De la boda que nunca se celebró —contestó Pedro con frialdad.


—¡Era la boda de mi hermana! —protestó Paula—. Ella era la que se suponía que debía casarse contigo.


—Exactamente.


—¿Pero cómo puede ser que mi familia te deba una esposa… que te deba nada? Sé que Natalie rompió su promesa de casarse contigo, pero seguro que no vas a…


—Las cosas no eran tan simples. Hay muchos más aspectos implicados.


—¿A qué te refieres?


—Oh, vamos, Paula… —respondió él con una heladora mirada—. No empecemos a jugar. Ambos sabemos a lo que me refiero.


—No sé de qué estás hablando.


—Sería mejor si fuéramos sinceros el uno con el otro.


—¡No puedo ser otra cosa que sincera porque no sé a lo que te refieres! —espetó ella, incapaz de controlar el temblor de su voz.


No podía dejar de darle vueltas a la cabeza y de tratar de comprender lo que había dicho Pedro acerca de que había ido a por ella y que su familia le debía una esposa.


Las dos frases no podían ser conectadas… no podían serlo.


Y no podía ser posible que significaran lo que ella temía… que Alfonso había ido a buscarla porque creía que su familia le debía una esposa y que ella era la mujer que él tenía en mente.


No, era imposible. No podía creerlo. Pero recordó la apetecible proposición que le había hecho él la noche de la boda.


—¿No? ¿Te refieres a que no debemos ser sinceros el uno con el otro o a que no debemos jugar?


—Lo que estoy diciendo es que no, que esto no puede estar pasando. No, no tiene sentido… no lo tiene.


—¿Por qué no?


Paula se sentía incapaz de escapar a la abrasadora mirada de Pedro. Éste la estaba mirando mientras hablaba, analizando cada emoción que se reflejaba en su cara, cada cambio de humor, cada signo de incertidumbre y confusión. 


La estaba observando de una manera tan fría y constante que ella se sintió como si fuera un pequeño ratón indefenso amenazado por un ave de presa.


—Para mí tiene perfecto sentido. ¿Qué hay de malo en lo que estoy diciendo? ¿Por qué no tiene sentido? —preguntó Pedro con una dulzura que contrastaba con la fría mirada de sus ojos.


—Porque no hay ninguna razón por la que puedas reclamar que quieres que yo sea tu esposa.


Ella se dijo a sí misma que todo aquello debía formar parte de algún oscuro y enrevesado juego. Uno que él estaba jugando a propósito para fastidiarla, para avergonzarla.


—No puede ser que digas que has venido por eso.


—¿Y por qué no? —respondió Pedro.


—Porque… ¡porque yo no soy Natalie!


—Crees que no lo sé. ¿Y no te das cuenta de que precisamente eso es lo que hace que este acuerdo me parezca mejor?


Paula se preguntó si aquello era un cumplido o un insulto.


—¿Que cómo puedo querer que seas mi esposa? ¿Por qué no? Ya te lo dije y reaccionaste como si te hubiera tirado una serpiente viva a la cara. Como si te hubiera insultado de la manera más horrible.


—Lo hiciste.


El enfado que se apoderó de ella al recordar aquel espantoso momento le dio una nueva fortaleza a su voz. 


Levantó la barbilla de manera desafiante y lo miró directamente a los ojos.


—¿Mi propuesta de matrimonio fue un insulto para ti? —preguntó Pedro. Parecía impresionado, como si hubiera sido ella la que lo había insultado a él.


—En realidad no fue una propuesta de matrimonio, sino una exigencia de que yo ocupara el lugar de Natalie. Dijiste que una hermana Chaves era tan buena como otra.


Paula se preguntó si aquélla era la verdadera razón por la que Pedro estaba allí, para sugerirle una vez más que ocupara el lugar de su hermana. Pero al mismo tiempo se planteó si él hubiera recorrido tantos kilómetros si ella simplemente suponía un reemplazo. No sabía si estaba siendo muy débil al permitirse soñar con que tal vez, después de todo, había causado cierto impacto en aquel hombre.


—Cuando dije aquello estaba enfadado. Me equivoqué.


La respuesta de Pedro provocó que ella lo mirara directamente a los ojos. Estaba impresionada.


—¿Se supone que eso es una disculpa?


—Es la verdad. Jamás deseé a tu hermana como te deseo a ti. Y si ella hubiera huido a una extraña y pequeña casa en medio del campo en Yorkshire, me lo hubiera pensado dos veces antes de seguirla.


—No es extraña… —comenzó a decir ella, pero al darse cuenta de lo que había dicho él, se quedó muy impresionada—. ¿Es eso también cierto?


—¿Por qué iría a mentirte, belleza? Precisamente ése es el asunto —contestó Pedro sin dejar de mirarla a la cara.


—¿Exactamente cuál es el asunto?


—Hubiera pensado que era obvio.


—¡Para mí no lo es! Así que explícame qué es lo que estás tratando de decir.


Pedro se sentó en uno de los sofás y se acarició el pelo.


—En España dijiste que no había ninguna manera de que te casaras conmigo ya que nunca nos habíamos besado —señaló con una exasperante calma—. Y lo arreglé. Pero sospechaba… sabía… que no sería tan sencillo. Y no me equivoqué.


Paula temió que la cabeza llegara incluso a explotarle debido a la presión de la rabia y la furia que se habían apoderado de ella.


—Te dije que nunca me acosté con Natalie y me preguntaste… —continuó él.


—Si creías que, si ella hubiera experimentado la manera en la que haces el amor, nunca se habría apartado de ti; si creías que se habría convertido en tan adicta a ti que se habría tenido que quedar a tu alrededor para obtener más… —respondió Paula, enfadada, al ver que él había vacilado.


Había parecido que Pedro no recordaba lo que ella había dicho, pero entonces se percató de que había caído en la trampa que ni siquiera se había dado cuenta de que él había estado construyendo para ella.


—Jamás pensé que ése fuera a ser el caso con Natalie —comentó él, sonriendo—. Pero sabía cómo serían las cosas contigo. Sabía que, si te tocaba, ibas a volverte loca.


La única respuesta de Paula fue un furioso silbido, como el de una serpiente hostil. Trató de pensar en algo coherente que decir, pero no pudo encontrar las palabras.


—Y tenía razón —continuó Alfonso—. Lo que significa que te he puesto las cosas mucho más fáciles.


—¡Más fáciles! —espetó ella, enojada—. ¿Precisamente cómo?


Pedro se encogió de hombros al mismo tiempo que esbozó una leve sonrisita. Sabía que aquello sólo conseguiría que ella se alterara aún más. La furia que se había apoderado de Paula sólo indicaba lo mucho que le había afectado él… precisamente lo que había pretendido conseguir. Quería llevarla al límite… al igual que se sentía él mismo en aquel momento.


Pero de ninguna manera le iba a dejar saber lo mucho que se había excitado aquella noche que habían pasado juntos y que la frustración le había acompañado desde entonces. No le iba a comentar el infierno que todavía estaba experimentando al tener que controlar su ansioso cuerpo, al tener que privarlo del placer y de la satisfacción que había estado ansiando durante todo el viaje. El placer y la satisfacción que no se había podido quitar de la cabeza desde el momento en el que ella le había abierto la puerta…


Una vez la había visto de nuevo en carne y hueso, con aquel aspecto tan atrayente, había sabido que no se podría marchar de allí sin llevarla de nuevo a la cama, sin deleitarse con el delicado y precioso cuerpo de ella una vez más. Pero el problema era que sospechaba que estar con Paula sólo una vez más jamás sería suficiente y la manera en la que su erección le estaba molestando reforzaba aquella idea de una dolorosa manera.


—Ya sabes cómo fue el sexo entre ambos… cómo será de nuevo. Y por eso puedes darte cuenta de que nuestro matrimonio será bueno para ambos…


—No para mí… no para ninguno de los dos… ¡porque no nos vamos a casar! No voy a reemplazar a Natalie como tu esposa.


—No —concedió Pedro, consciente del desconcierto de Paula.


Pensó que quizá estaría más cómodo si se levantaba. 


Observó cómo a ella le brillaron los ojos.


—No reemplazarás a Natalie de ninguna manera, ya que yo jamás sentí nada parecido a esto hacia ella. Mi relación con tu hermana jamás fue tan apasionada ni tan intensa.


Paula se dijo a sí misma que deseaba que él dejara de decir cosas como aquélla. No quería escucharlas ni creerlas.


Pero al mismo tiempo eran las cosas que más quería oír en el mundo.


Con sólo pensar en que un hombre, aquel hombre, aquel increíblemente atractivo hombre, pudiera preferirla a ella antes que a su hermana, que pudiera tener un efecto sobre él que la belleza rubia de Natalie no había conseguido, le dio vueltas la cabeza y se le alteraron los nervios por pura excitación femenina.


—Estaríamos bien juntos. Paula.





sábado, 21 de octubre de 2017

NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 14





Hacía mucho que Cenicienta había regresado del baile.


Paula sonrió de forma irónica al abrir la puerta principal de su casa y entrar en ésta tras un largo día de trabajo. El contraste entre la belleza y el estilo de la hermosa mansión de Pedro en Sevilla y aquella pequeña casa no podía ser más pronunciado. Pero por lo menos aquella casa era un hogar y no un lugar de interés turístico como lo había sido la mansión de Sevilla. Un lugar turístico sin corazón y sin calidez. Muy parecido a su dueño.


Pero aquel día su pequeña casa parecía fría y poco acogedora. Pensó que seguramente había problemas con el sistema de calefacción.


El tiempo también era muy distinto al que había disfrutado en España. Las cálidas temperaturas de aquel país no se podían comparar con el molesto viento y el frío que hacía en Yorkshire. Y los partes meteorológicos predecían que la situación iba a empeorar durante el fin de semana. Incluso se esperaban tormentas. Ella misma se había percatado de lo oscuro y cargado que estaba el cielo cuando había conducido de vuelta a casa desde la biblioteca en la que trabajaba. Simplemente rezaba para que la calefacción funcionara cuando comprobara el sistema y la encendiera manualmente.


La casa acababa de comenzar a calentarse y ella había empezado a preparar la cena cuando inesperadamente sonó el timbre de la puerta.


Se preguntó quién podría ser. No esperaba a nadie y la casa estaba lo suficientemente apartada del pueblo como para que nadie llamara a su puerta por casualidad. Tampoco tenía vecinos. Se limpió las manos en un paño y se apresuró a averiguar quién había llamado.


Cuando abrió la puerta y vio la figura que esperaba al otro lado, se quedó sin aliento. Dio varios pasos atrás.


Pedro Alfonso estaba allí de pie… con un aspecto muy imponente. Tenía los ojos tan oscuros y sombríos como el cielo que se observaba detrás de él. Parecía que las predicciones meteorológicas habían acertado ya que estaban cayendo pequeños copos de nieve, algunos de los cuales le habían caído a él sobre la cabeza y brillaban como diamantes en contraste con su pelo negro.


—¡Pedro!


—Buenas tardes, señorita —contestó él, frunciendo el ceño.


Aquello destrozó los recuerdos de la devastadora sonrisa de la que ella había disfrutado durante tan poco tiempo la semana anterior.


Pero nada podía alterar el impacto que causaba aquel hombre. Incluso en aquel momento, bajo el abrigo azul oscuro que llevaba, seguía siendo el hombre más atractivo que ella jamás había visto. Y su piel dorada parecía incluso más exótica en contraste con los apagados tonos del invernal paisaje que les rodeaba.



—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó, consciente de que parecía muy descortés. Pero la impresión de verlo en su puerta había provocado que aquellas palabras salieran de su boca.


El era la última persona que había esperado, o deseado, que fuera a visitarla. O por lo menos aquello era lo que su mente le permitía admitir. Pero la verdad era que un perverso e indeseado instinto había provocado que le diera un vuelco el corazón nada más verlo.


—He venido para devolverte algo de tu propiedad —contestó Pedro, levantando una mano para mostrarle la bolsa de plástico gris que llevaba.


—¿Mi…?¿Qué propiedad?


—Tus zapatos.


—¡Debes de estar bromeando! Si piensas que voy a creer que alguien vendría desde Sevilla para devolverme unos zapatos, es que…


Paula dejó de hablar al levantar Pedro aún más la bolsa y abrirla lo suficiente por la parte superior para que ella pudiera ver su contenido. Se ruborizó al ver el cuero rosa de los zapatos.


—¡Los has traído! ¡No había necesidad!


Pedro se encogió de hombros ante la protesta de ella.


—Quería devolverte lo que es tuyo, pero ésa no es la única razón por la que he venido.


—Hubiera sido suficiente con que los mandaras por correo.


Paula se percató tardíamente de que no había dejado que él terminara de hablar; había empezado a hablar mientras él todavía no había terminado la segunda parte de su frase. Pero al darse cuenta de lo que había dicho se quedó muy impresionada.


—¿No es la única razón por la que has venido? ¿Qué otros motivos tienes para estar aquí?


—Quizá si me dejaras entrar podríamos hablar, ¿no te parece?


Aquella sugerencia era obvia. O por lo menos lo hubiera sido si su relación con aquel hombre fuera normal. ¿Relación? Impactada, se dijo a sí misma que no tenía ningún tipo de relación con Alfonso. Pero no costaba nada ser educada y no podía dejarlo allí, de pie al otro lado de la puerta, con el tiempo tan malo que hacía. Por mucho que quizá deseara hacerlo.


—¿De qué tenemos que hablar?


—Sería más fácil si me dejaras entrar.


Si no lo dejaba entrar, era obvio que él no iba a decir nada. 


Resignada, suspiró y abrió la puerta de par en par.


—Pasa… —dijo, arrepintiéndose de haber abierto la puerta, ya que él era la última persona que quería que estuviera dentro de su casa.


Pero aun así le dio un vuelco el corazón al observar cómo Pedro entró en su pequeño vestíbulo. No comprendió cómo podía desear que él no estuviera allí, pero al mismo tiempo no podía dejar de mirarlo.


Su casa tenía los techos bajos, lo que le hacía parecer a él mucho más alto de lo que era. Cuando se dio la vuelta para mirarla, estaba esbozando una de aquellas devastadoras sonrisas suyas.


—¿Qué? —preguntó ella con dureza. Tenía el pulso revolucionado y sintió las piernas débiles—. ¿Qué es tan gracioso?


—No es gracioso, pero… —contestó Pedro, acercándose a Paula y acariciándole la mejilla.


Ella sintió como si repentinamente le dejara de latir el corazón.


—Tienes harina en la cara. Ahí… —continuó él, mostrándole la mano con los restos de harina que le había quitado de la mejilla.


Pero Paula sólo miró los dedos de él un instante, ya que no podía apartar la mirada de su hermosa cara.


Los recuerdos se apoderaron de su mente. Los recuerdos de una preciosa casa estilo árabe, de una habitación rosa y de la dulzura de unas caricias que en poco tiempo se habían transformado en algo más. Recuerdos que quería apartar de su mente.


—Gracias —ofreció, avergonzada.


Automáticamente se limpió la mejilla con la mano. Pero entonces, al ver la harina en sus dedos, agitó la cabeza.


—Sígueme —ordenó en un tono de voz innecesariamente enérgico para tratar de esconder lo confundida que estaba.


Se dirigió a abrir la puerta que daba a la sala de estar y oyó cómo Pedro cerraba la puerta de la calle. En ese momento la aprensión se apoderó de ella y se preguntó si había actuado de manera estúpida al invitarlo a entrar. Nunca antes había sido tan consciente de lo aislada que estaba su casa. Cuanto antes terminara con aquello y se marchara Alfonso, mejor. No le iba a ofrecer nada de beber ya que si lo hacía parecería que quería que estuviera allí.


—¿De qué va todo esto? —le preguntó, entrando en la sala de estar. Se colocó detrás de la mesa para que así ésta estuviera entre ambos—. Y no esperes que me crea que tiene algo que ver con los zapatos que has utilizado como excusa para venir aquí.


Pedro agitó la cabeza a modo de objeción ante la acusación de ella.


—Tenemos que hablar —contestó.


—¿Pero hablar de qué? ¿De por qué estás aquí?


—¿Por qué? Hubiera pensado que eso era obvio.


Él se había hecho a sí mismo esa misma pregunta casi cien veces durante su viaje desde España. Sabía qué le había llevado a viajar; había sido la decisión tomada bajo los efectos de la furia que se había apoderado de él cuando había regresado al dormitorio tras haber contestado a aquella llamada telefónica. Incluso había interrumpido a uno de sus gerentes para poder regresar con Paula.


Pero había encontrado la habitación vacía y la puerta abierta de par en par. No había encontrado rastro de la mujer que había tenido en sus brazos, la mujer que había respondido tan apasionadamente a sus besos, a sus caricias. La única evidencia de que ella había estado allí era el arrugado edredón y la marca que había dejado su cabeza en la almohada.


En aquel momento había comprendido lo que había ocurrido, aunque no había sido capaz de creérselo. Corroboró sus sospechas al preguntarles a los miembros del personal y se sintió embargado por la furia.


Paula había huido de él.


La primogénita de la familia Chaves había hecho lo mismo que su hermana. Toda la familia le había dado un navajazo a su orgullo y a su reputación… y se habían llevado el dinero que tan tontamente él les había dejado tomar al principio. Y alguien tenía que pagar por aquello.


Y ese alguien iba a ser Paula Chaves.


Por supuesto que también podía haber mandado al mentiroso padre de ésta a la cárcel por malversación de fondos, tal y como había planeado en un principio. Pero eso ya no le satisfacía. Lo único que había tenido claro había sido que iba a encontrar a Paula.


Había sido muy sencillo averiguar su dirección. A la bruja de su madrastra le había encantado ayudarle y su débil padre no se había opuesto. Su propia familia se la había ofrecido en bandeja.


En cuanto Paula le había abierto la puerta de su casa aquella tarde, había comprendido la razón por la que se había empeñado en que ella pagara. No se la había podido quitar de la cabeza. Desde que había desaparecido de su casa, su imagen se había apoderado de su mente, le había impedido pensar con claridad e incluso dormir.


De hecho, si tenía que ser sincero consigo mismo, había estado pensando en ella desde el primer momento en el que se habían conocido. Quizá Petra la había descrito como simple y sin estilo, pero había habido algo en ella que había captado su atención y se había apoderado de sus sentidos. Incluso cuando había pensado que era una mujer fría y calculadora, se había sentido intrigado por ella.


Paula no le había dejado dormir o, si se lo había permitido durante un momento, se había apoderado de sus sueños en forma de eróticas imágenes que susurraban su nombre y le ofrecían su boca para que la besara, así como su cuerpo para que lo acariciara.


Cuando agitado y tembloroso se despertaba, con el corazón latiéndole el doble de rápido de lo normal, se percataba de que su sexo estaba erecto y su cuerpo completamente excitado.


En el momento en el que ella había abierto la puerta de su casa había sabido por qué estaba allí. Los zapatos no eran una verdadera excusa; quizá la venganza fuera parte de ello, pero la intensa atracción física que sentía hacia aquella mujer era lo que le había llevado hasta Inglaterra. 


Verla como nunca antes la había visto, vestida con un jersey rojo y unos pantalones vaqueros ajustados que marcaban sus delicadas curvas, con el pelo suelto y ondulado, había provocado que el corazón le diera un vuelco. Se había visto invadido por unas intensas ganas de abrazarla y besarla.


—Estoy aquí para terminar lo que empezamos —declaró—. He venido a por ti.




NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 13





Exhausta, saciada, ella sólo quería quedarse allí tumbada y sentir cómo Pedro la abrazaba de nuevo, sentir cómo le daba un beso en la cara. Por lo que cuando se dio cuenta del repentino cambio de él se quedó muy impresionada, incrédula. Se quedó allí tumbada con los ojos cerrados mientras su amante se apartaba de ella y se bajaba de la cama.


Sintió un escalofrío. Se sintió perdida, despojada de algo, completamente sola.


—¿Pedro? —preguntó tras un rato. Pero lo hizo susurrando.


No quería que al oír su voz él se percatara de lo impresionada que se había quedado ante su comportamiento. No quería que viera lo angustiada que estaba.


Pero cuando oyó que Pedro se movía y que agarraba su ropa, no pudo contenerse.


—¿Qué ocurre?


En ese momento abrió los ojos y lo miró. Lo que vio reflejado en la fría mirada de él la dejó petrificada. Pedro no sólo había agarrado su ropa, sino que ya se había puesto la camisa y se la estaba abotonando de manera inquietantemente rápida. Era como si no pudiera esperar para vestirse y alejarse de ella.


—¿Pedro… qué…?


Durante unos segundos, él mantuvo la mirada de Paula sin ninguna emoción reflejada en la suya propia, tras lo cual comenzó a mirarle su semidesnudo cuerpo con tal desdén que provocó que ella se sintiera muy vulnerable.


—Creo que eso será suficiente —dijo por fin Pedro con gran frialdad.


—¿Suficiente? —repitió Paula, que no podía creer lo que estaba oyendo, lo que estaba ocurriendo.


Se preguntó cómo podía ser posible que el ardiente amante que había sido él momentos antes se hubiera convertido en aquel frío extraño.


—¿Suficiente para qué?


—Para todo —contestó Alfonso, poniéndose los pantalones. Entonces se peinó con los dedos—. Creo que lo he dejado claro. Por lo menos en un aspecto hay alguien ahí fuera para cada uno de nosotros. Jamás había conocido algo así. Nunca.


—¿Y se supone que eso es un cumplido?


La terrible agonía de darse cuenta de que todo había sido una clase de prueba, una manera de demostrar que no podía resistirse a él, provocó que ella sintiera asco de sí misma.


—¿Se supone que debo estar agradecida? —preguntó.


—Agradecida, no. Pero podías considerarlo un alivio ya que demuestra que, por lo menos en este aspecto, nuestro matrimonio no va a ser la terrible experiencia que pensabas que iba a ser. De hecho, quizá incluso te diviertas.


—¿Por qué, tú…?


En ese momento el teléfono móvil de Pedro interrumpió a Paula. Este lo sacó del bolsillo de su pantalón.


—Sí… un momento… —respondió a su interlocutor.


Entonces se dirigió a ella.


—Perdona… tengo que contestar a esta llamada. Espera aquí… regresaré en un momento y seguiremos hablando de esto.


Pero Paula se dijo a sí misma que no seguirían hablando de ello. Si él pensaba que se iba a quedar allí esperándolo tras aquella humillación tan horrible, estaba muy equivocado. 


Pero la discreción era la mejor táctica, por lo que asintió con la cabeza. Evitó su mirada al hacerlo. Incluso logró permanecer allí tumbada sin moverse mientras él se retiraba.


Pero en cuanto Pedro desapareció por la puerta, se levantó de la cama. Se colocó el vestido y, antes de salir de la habitación, se forzó en mirarse en el espejo. Era lo último que deseaba hacer, pero no podía salir de allí con el aspecto de una…


O… como si acabara de haber estado disfrutando del sexo más alocado y erótico que hubiera practicado en su vida.


Su alborotado pelo, sus labios hinchados y la expresión de sus ojos eran demasiado para aparecer en público. Se vio forzada a perder unos preciados momentos para retocarse levemente, momentos durante los cuales apenas respiró ya que tenía mucho miedo de que Pedro regresara.


Pero por fin salió del dormitorio y comenzó a bajar las escaleras silenciosamente. Se preguntó a sí misma cómo iba a encontrar un coche que la llevara de regreso al hotel.


Al final resultó ser increíblemente fácil. Se lo pidió al primer miembro del personal que se encontró.


—El señor Alfonso quiere que traigan un coche a la puerta principal.


Obviamente el poder de Pedro era absoluto ya que la mujer con la que habló simplemente asintió con la cabeza y se marchó apresuradamente. Paula esperó durante unos instantes, instantes durante los cuales le invadió el pánico ante la posibilidad de que él terminara la llamada y fuera a buscarla. Pero una limusina apareció en la puerta principal antes de que eso ocurriera. El chófer se bajó y le abrió la puerta para que subiera al vehículo. Ella se apresuró a subir a la limusina y se acurrucó en el asiento por si acaso Pedro salía a buscarla.


Sólo fue cuando el coche estaba ya alejándose de la puerta principal de la mansión que se permitió respirar profundamente, aunque no se relajó completamente hasta que no salieron fuera de la propiedad y se dirigieron por la carretera principal hacia Sevilla. Y fue en ese momento cuando se percató de que estaba descalza.


Los elegantes zapatos que le habían destrozado los pies se habían quedado olvidados debajo del banco de madera junto a la piscina, por lo que ella iba sentada en aquella limusina como una especie de Cenicienta que regresaba a casa del baile. Pero no era su Príncipe Azul al que había dejado atrás. Toda la magia que había sentido durante la tarde se había evaporado y le había dejado un amargo sabor de boca.