sábado, 21 de octubre de 2017
NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 13
Exhausta, saciada, ella sólo quería quedarse allí tumbada y sentir cómo Pedro la abrazaba de nuevo, sentir cómo le daba un beso en la cara. Por lo que cuando se dio cuenta del repentino cambio de él se quedó muy impresionada, incrédula. Se quedó allí tumbada con los ojos cerrados mientras su amante se apartaba de ella y se bajaba de la cama.
Sintió un escalofrío. Se sintió perdida, despojada de algo, completamente sola.
—¿Pedro? —preguntó tras un rato. Pero lo hizo susurrando.
No quería que al oír su voz él se percatara de lo impresionada que se había quedado ante su comportamiento. No quería que viera lo angustiada que estaba.
Pero cuando oyó que Pedro se movía y que agarraba su ropa, no pudo contenerse.
—¿Qué ocurre?
En ese momento abrió los ojos y lo miró. Lo que vio reflejado en la fría mirada de él la dejó petrificada. Pedro no sólo había agarrado su ropa, sino que ya se había puesto la camisa y se la estaba abotonando de manera inquietantemente rápida. Era como si no pudiera esperar para vestirse y alejarse de ella.
—¿Pedro… qué…?
Durante unos segundos, él mantuvo la mirada de Paula sin ninguna emoción reflejada en la suya propia, tras lo cual comenzó a mirarle su semidesnudo cuerpo con tal desdén que provocó que ella se sintiera muy vulnerable.
—Creo que eso será suficiente —dijo por fin Pedro con gran frialdad.
—¿Suficiente? —repitió Paula, que no podía creer lo que estaba oyendo, lo que estaba ocurriendo.
Se preguntó cómo podía ser posible que el ardiente amante que había sido él momentos antes se hubiera convertido en aquel frío extraño.
—¿Suficiente para qué?
—Para todo —contestó Alfonso, poniéndose los pantalones. Entonces se peinó con los dedos—. Creo que lo he dejado claro. Por lo menos en un aspecto hay alguien ahí fuera para cada uno de nosotros. Jamás había conocido algo así. Nunca.
—¿Y se supone que eso es un cumplido?
La terrible agonía de darse cuenta de que todo había sido una clase de prueba, una manera de demostrar que no podía resistirse a él, provocó que ella sintiera asco de sí misma.
—¿Se supone que debo estar agradecida? —preguntó.
—Agradecida, no. Pero podías considerarlo un alivio ya que demuestra que, por lo menos en este aspecto, nuestro matrimonio no va a ser la terrible experiencia que pensabas que iba a ser. De hecho, quizá incluso te diviertas.
—¿Por qué, tú…?
En ese momento el teléfono móvil de Pedro interrumpió a Paula. Este lo sacó del bolsillo de su pantalón.
—Sí… un momento… —respondió a su interlocutor.
Entonces se dirigió a ella.
—Perdona… tengo que contestar a esta llamada. Espera aquí… regresaré en un momento y seguiremos hablando de esto.
Pero Paula se dijo a sí misma que no seguirían hablando de ello. Si él pensaba que se iba a quedar allí esperándolo tras aquella humillación tan horrible, estaba muy equivocado.
Pero la discreción era la mejor táctica, por lo que asintió con la cabeza. Evitó su mirada al hacerlo. Incluso logró permanecer allí tumbada sin moverse mientras él se retiraba.
Pero en cuanto Pedro desapareció por la puerta, se levantó de la cama. Se colocó el vestido y, antes de salir de la habitación, se forzó en mirarse en el espejo. Era lo último que deseaba hacer, pero no podía salir de allí con el aspecto de una…
O… como si acabara de haber estado disfrutando del sexo más alocado y erótico que hubiera practicado en su vida.
Su alborotado pelo, sus labios hinchados y la expresión de sus ojos eran demasiado para aparecer en público. Se vio forzada a perder unos preciados momentos para retocarse levemente, momentos durante los cuales apenas respiró ya que tenía mucho miedo de que Pedro regresara.
Pero por fin salió del dormitorio y comenzó a bajar las escaleras silenciosamente. Se preguntó a sí misma cómo iba a encontrar un coche que la llevara de regreso al hotel.
Al final resultó ser increíblemente fácil. Se lo pidió al primer miembro del personal que se encontró.
—El señor Alfonso quiere que traigan un coche a la puerta principal.
Obviamente el poder de Pedro era absoluto ya que la mujer con la que habló simplemente asintió con la cabeza y se marchó apresuradamente. Paula esperó durante unos instantes, instantes durante los cuales le invadió el pánico ante la posibilidad de que él terminara la llamada y fuera a buscarla. Pero una limusina apareció en la puerta principal antes de que eso ocurriera. El chófer se bajó y le abrió la puerta para que subiera al vehículo. Ella se apresuró a subir a la limusina y se acurrucó en el asiento por si acaso Pedro salía a buscarla.
Sólo fue cuando el coche estaba ya alejándose de la puerta principal de la mansión que se permitió respirar profundamente, aunque no se relajó completamente hasta que no salieron fuera de la propiedad y se dirigieron por la carretera principal hacia Sevilla. Y fue en ese momento cuando se percató de que estaba descalza.
Los elegantes zapatos que le habían destrozado los pies se habían quedado olvidados debajo del banco de madera junto a la piscina, por lo que ella iba sentada en aquella limusina como una especie de Cenicienta que regresaba a casa del baile. Pero no era su Príncipe Azul al que había dejado atrás. Toda la magia que había sentido durante la tarde se había evaporado y le había dejado un amargo sabor de boca.
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