domingo, 22 de octubre de 2017

NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 15




―Has venido a…


Paula no podía creer lo que había oído. El pánico se había apoderado de su cabeza y no le permitía pensar con claridad. Se dijo a sí misma que él no podía haber dicho que había ido a por ella.


Pero Pedro se quedó allí de pie, su alta figura oscura y peligrosa. Comenzó a desabrocharse el abrigo con la provocación reflejada en la mirada.


Aunque todo aquello fuera una malvada y perversa broma, ella se estremeció y sintió cómo se le alteraban los nervios.


—¿Qué quieres decir con eso de que has venido a por mí? Aquí no hay nada para ti. Nada que puedas querer o que puedas tener.


—¿Estás tan segura de eso? —preguntó él, quitándose el abrigo. Lo dejó caer sobre uno de los sofás que había en la sala. 


—Desde luego…


El diabólico brillo de la mirada de Pedro se tomó más intenso aún y la manera en la que levantó una de sus oscuras cejas fue más preocupante que cualquier amenaza.


—Estás olvidándote de algo —dijo Alfonso entre dientes.


Paula no pudo evitar reconocer para sí misma lo seductora que era aquella voz y cómo despertaba su sensualidad. No quería ver nada atractivo en aquel hombre, pero no podía negar la casi impactante atracción que sentía hacia él.


—Oh, de verdad… ¿y exactamente de qué me he olvidado?


—De que tu familia me debe una esposa. De la boda que nunca se celebró —contestó Pedro con frialdad.


—¡Era la boda de mi hermana! —protestó Paula—. Ella era la que se suponía que debía casarse contigo.


—Exactamente.


—¿Pero cómo puede ser que mi familia te deba una esposa… que te deba nada? Sé que Natalie rompió su promesa de casarse contigo, pero seguro que no vas a…


—Las cosas no eran tan simples. Hay muchos más aspectos implicados.


—¿A qué te refieres?


—Oh, vamos, Paula… —respondió él con una heladora mirada—. No empecemos a jugar. Ambos sabemos a lo que me refiero.


—No sé de qué estás hablando.


—Sería mejor si fuéramos sinceros el uno con el otro.


—¡No puedo ser otra cosa que sincera porque no sé a lo que te refieres! —espetó ella, incapaz de controlar el temblor de su voz.


No podía dejar de darle vueltas a la cabeza y de tratar de comprender lo que había dicho Pedro acerca de que había ido a por ella y que su familia le debía una esposa.


Las dos frases no podían ser conectadas… no podían serlo.


Y no podía ser posible que significaran lo que ella temía… que Alfonso había ido a buscarla porque creía que su familia le debía una esposa y que ella era la mujer que él tenía en mente.


No, era imposible. No podía creerlo. Pero recordó la apetecible proposición que le había hecho él la noche de la boda.


—¿No? ¿Te refieres a que no debemos ser sinceros el uno con el otro o a que no debemos jugar?


—Lo que estoy diciendo es que no, que esto no puede estar pasando. No, no tiene sentido… no lo tiene.


—¿Por qué no?


Paula se sentía incapaz de escapar a la abrasadora mirada de Pedro. Éste la estaba mirando mientras hablaba, analizando cada emoción que se reflejaba en su cara, cada cambio de humor, cada signo de incertidumbre y confusión. 


La estaba observando de una manera tan fría y constante que ella se sintió como si fuera un pequeño ratón indefenso amenazado por un ave de presa.


—Para mí tiene perfecto sentido. ¿Qué hay de malo en lo que estoy diciendo? ¿Por qué no tiene sentido? —preguntó Pedro con una dulzura que contrastaba con la fría mirada de sus ojos.


—Porque no hay ninguna razón por la que puedas reclamar que quieres que yo sea tu esposa.


Ella se dijo a sí misma que todo aquello debía formar parte de algún oscuro y enrevesado juego. Uno que él estaba jugando a propósito para fastidiarla, para avergonzarla.


—No puede ser que digas que has venido por eso.


—¿Y por qué no? —respondió Pedro.


—Porque… ¡porque yo no soy Natalie!


—Crees que no lo sé. ¿Y no te das cuenta de que precisamente eso es lo que hace que este acuerdo me parezca mejor?


Paula se preguntó si aquello era un cumplido o un insulto.


—¿Que cómo puedo querer que seas mi esposa? ¿Por qué no? Ya te lo dije y reaccionaste como si te hubiera tirado una serpiente viva a la cara. Como si te hubiera insultado de la manera más horrible.


—Lo hiciste.


El enfado que se apoderó de ella al recordar aquel espantoso momento le dio una nueva fortaleza a su voz. 


Levantó la barbilla de manera desafiante y lo miró directamente a los ojos.


—¿Mi propuesta de matrimonio fue un insulto para ti? —preguntó Pedro. Parecía impresionado, como si hubiera sido ella la que lo había insultado a él.


—En realidad no fue una propuesta de matrimonio, sino una exigencia de que yo ocupara el lugar de Natalie. Dijiste que una hermana Chaves era tan buena como otra.


Paula se preguntó si aquélla era la verdadera razón por la que Pedro estaba allí, para sugerirle una vez más que ocupara el lugar de su hermana. Pero al mismo tiempo se planteó si él hubiera recorrido tantos kilómetros si ella simplemente suponía un reemplazo. No sabía si estaba siendo muy débil al permitirse soñar con que tal vez, después de todo, había causado cierto impacto en aquel hombre.


—Cuando dije aquello estaba enfadado. Me equivoqué.


La respuesta de Pedro provocó que ella lo mirara directamente a los ojos. Estaba impresionada.


—¿Se supone que eso es una disculpa?


—Es la verdad. Jamás deseé a tu hermana como te deseo a ti. Y si ella hubiera huido a una extraña y pequeña casa en medio del campo en Yorkshire, me lo hubiera pensado dos veces antes de seguirla.


—No es extraña… —comenzó a decir ella, pero al darse cuenta de lo que había dicho él, se quedó muy impresionada—. ¿Es eso también cierto?


—¿Por qué iría a mentirte, belleza? Precisamente ése es el asunto —contestó Pedro sin dejar de mirarla a la cara.


—¿Exactamente cuál es el asunto?


—Hubiera pensado que era obvio.


—¡Para mí no lo es! Así que explícame qué es lo que estás tratando de decir.


Pedro se sentó en uno de los sofás y se acarició el pelo.


—En España dijiste que no había ninguna manera de que te casaras conmigo ya que nunca nos habíamos besado —señaló con una exasperante calma—. Y lo arreglé. Pero sospechaba… sabía… que no sería tan sencillo. Y no me equivoqué.


Paula temió que la cabeza llegara incluso a explotarle debido a la presión de la rabia y la furia que se habían apoderado de ella.


—Te dije que nunca me acosté con Natalie y me preguntaste… —continuó él.


—Si creías que, si ella hubiera experimentado la manera en la que haces el amor, nunca se habría apartado de ti; si creías que se habría convertido en tan adicta a ti que se habría tenido que quedar a tu alrededor para obtener más… —respondió Paula, enfadada, al ver que él había vacilado.


Había parecido que Pedro no recordaba lo que ella había dicho, pero entonces se percató de que había caído en la trampa que ni siquiera se había dado cuenta de que él había estado construyendo para ella.


—Jamás pensé que ése fuera a ser el caso con Natalie —comentó él, sonriendo—. Pero sabía cómo serían las cosas contigo. Sabía que, si te tocaba, ibas a volverte loca.


La única respuesta de Paula fue un furioso silbido, como el de una serpiente hostil. Trató de pensar en algo coherente que decir, pero no pudo encontrar las palabras.


—Y tenía razón —continuó Alfonso—. Lo que significa que te he puesto las cosas mucho más fáciles.


—¡Más fáciles! —espetó ella, enojada—. ¿Precisamente cómo?


Pedro se encogió de hombros al mismo tiempo que esbozó una leve sonrisita. Sabía que aquello sólo conseguiría que ella se alterara aún más. La furia que se había apoderado de Paula sólo indicaba lo mucho que le había afectado él… precisamente lo que había pretendido conseguir. Quería llevarla al límite… al igual que se sentía él mismo en aquel momento.


Pero de ninguna manera le iba a dejar saber lo mucho que se había excitado aquella noche que habían pasado juntos y que la frustración le había acompañado desde entonces. No le iba a comentar el infierno que todavía estaba experimentando al tener que controlar su ansioso cuerpo, al tener que privarlo del placer y de la satisfacción que había estado ansiando durante todo el viaje. El placer y la satisfacción que no se había podido quitar de la cabeza desde el momento en el que ella le había abierto la puerta…


Una vez la había visto de nuevo en carne y hueso, con aquel aspecto tan atrayente, había sabido que no se podría marchar de allí sin llevarla de nuevo a la cama, sin deleitarse con el delicado y precioso cuerpo de ella una vez más. Pero el problema era que sospechaba que estar con Paula sólo una vez más jamás sería suficiente y la manera en la que su erección le estaba molestando reforzaba aquella idea de una dolorosa manera.


—Ya sabes cómo fue el sexo entre ambos… cómo será de nuevo. Y por eso puedes darte cuenta de que nuestro matrimonio será bueno para ambos…


—No para mí… no para ninguno de los dos… ¡porque no nos vamos a casar! No voy a reemplazar a Natalie como tu esposa.


—No —concedió Pedro, consciente del desconcierto de Paula.


Pensó que quizá estaría más cómodo si se levantaba. 


Observó cómo a ella le brillaron los ojos.


—No reemplazarás a Natalie de ninguna manera, ya que yo jamás sentí nada parecido a esto hacia ella. Mi relación con tu hermana jamás fue tan apasionada ni tan intensa.


Paula se dijo a sí misma que deseaba que él dejara de decir cosas como aquélla. No quería escucharlas ni creerlas.


Pero al mismo tiempo eran las cosas que más quería oír en el mundo.


Con sólo pensar en que un hombre, aquel hombre, aquel increíblemente atractivo hombre, pudiera preferirla a ella antes que a su hermana, que pudiera tener un efecto sobre él que la belleza rubia de Natalie no había conseguido, le dio vueltas la cabeza y se le alteraron los nervios por pura excitación femenina.


—Estaríamos bien juntos. Paula.





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