viernes, 20 de octubre de 2017

NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 7





¿Un fin o un inicio?


El banquete ya había terminado y todos se habían marchado, pero Paula seguía sin conocer la respuesta a su pregunta.


Bajó corriendo las escaleras que llevaban desde la terraza a la piscina, ansiosa por llegar a la parte más baja del jardín donde podría esconderse entre las sombras y la oscuridad. 


Necesitaba tiempo para estar a solas y respirar profundamente, para calmar sus acaloradas mejillas y tranquilizarse.


Necesitaba tiempo para pensar. Tiempo para controlar sus pensamientos.


Se sentó en un banco de madera junto a la piscina y se quitó los zapatos. Suspiró profundamente al liberar sus pies de la presión que éstos habían estado ejerciendo sobre ellos. 


Deseó poder liberarse tan fácilmente de la confusión que se había apoderado de su mente.


Se suponía que ella era la sensata, la hija equilibrada de la familia Chaves. Nunca antes se había sentido de aquella manera. Nunca antes había experimentado una explosión de sensaciones tan intensa como la que le había estallado en la cara cuando había conocido a Pedro Alfonso.


Levantó la mirada y observó la luna, cuyo reflejo iluminaba el agua de la piscina. Apenas conocía a Pedro, sólo había estado en su compañía durante unas horas, pero aun así él la había alterado por completo.


Ninguna de las pocas relaciones sentimentales que había tenido con anterioridad le había afectado tanto. Nada la había preparado para sentir aquellas intensas emociones.


Y ésa era la razón por la que se encontraba allí, en la oscuridad, tratando de respirar profundamente para calmarse. Quería centrarse, quería ver si podía encontrar a la Paula que había pensado que era o ver si esa Paula había sido destruida por aquel pasional y sensual volcán que había entrado en erupción en su cabeza y en su corazón.


Y todo aquello estaba causado por el peor hombre de todo el mundo. Un hombre en el que no confiaba y que realmente ni siquiera le caía bien. Un hombre que hacía honor a su apodo, el Forajido, tanto en su vida laboral como en la privada.


—¿Paula?


Aquella preciosa voz de hombre la devolvió a la realidad. La voz había provenido de la terraza que había sobre ella y por supuesto, había sabido instantáneamente quién era. Aquel tono, aquel acento, el verdadero sonido de su voz se había quedado grabado en su mente y era imposible esperar borrarlo.


—¡Paula!


Ella quería quedarse callada y allí escondida. No se sentía preparada para enfrentarse a él, sobre todo no en aquel momento en el que estaban a solas, ya que no había nadie más… nadie que pudiera diluir el poderoso impacto de la presencia de Pedro.


Había observado la flota de elegantes coches que habían llegado a la puerta de la casa y había visto cómo los invitados se habían ido marchando. Durante todo el tiempo, Alfonso la había mantenido a su lado, la había tomado del brazo mientras se despedía de sus invitados. Cada vez que aparecía un coche, ella había deseado que fuera su oportunidad para escapar, para marcharse y volver al hotel, donde podría entrar en su habitación y reflexionar acerca de todo lo que había ocurrido.


Tenía que esperar por un coche, ya que como dama de honor no había llevado bolso, ni dinero… no había llevado nada consigo. Así que dependía completamente de lo que decidiera Pedro.


Pero éste no había pedido ningún coche para ella. En vez de ello, había parecido satisfecho de tenerla a su lado. Pero ella se había cansado y le había agarrado el brazo con fuerza.


—Espero que pronto tengas un coche preparado para mí —había comenzado a decir—. Necesito regresar…


Dejó de hablar al ver que él negaba con la cabeza.


—Todavía no.


—¿Todavía no? —repitió, impresionada—. ¿Qué quieres decir con eso?


—Tenemos cosas de las que hablar —contestó él.


—¿Ah, sí?


Pedro asintió con la cabeza y le acarició la mejilla.


—Sí.


Antes de que ella pudiera decir nada más, él se dio la vuelta para despedirse de uno más de sus invitados. Todo lo que Paula pudo hacer fue esperar y observar cómo todos los demás invitados se marchaban mientras no dejaba de pensar en lo que Alfonso le había dicho… que quizá no estaba preparado para soltarla y que ella estaba allí porque él quería.


Cuando Pedro le había dicho aquello, se lo había tomado como un cumplido, pero en aquel momento no estaba tan segura de que lo fuera. Se preguntó si había estado allí toda la tarde porque él había querido utilizar su compañía para distraerse de la puñalada pública que Natalie le había dado a su orgullo… o si estaba allí como una prisionera.


—¿Qué estás haciendo aquí?


Haberse quedado callada no había funcionado. Él había sabido que había estado allí durante todo el tiempo. O eso, o un leve movimiento del cual ni siquiera se había percatado de hacer la había delatado.


Con sólo oír las pisadas de él acercándose a ella, se estremeció.


—Necesitaba un descanso… respirar aire fresco.


—Sé cómo te sientes. Ha sido un día muy largo —respondió Pedro, dejando claro con el tono de su voz que aquel banquete también había sido muy pesado y tenso para él.


Se sentó junto a ella. Paula respiró la leve fragancia de su piel e instantáneamente se sintió transportada a los momentos que había vivido con anterioridad dentro de la preciosa casa de él… cuando la había sujetado en sus brazos mientras bailaban. Había estado tan cerca de Pedro que había sentido su respiración en la piel al haber acercado éste la cabeza a la suya. También había sentido cómo le latía el corazón, y ello había provocado que se le acelerara el pulso.


Se había sentido rodeada por aquel hombre, cercada por su abrazo, perdida ante la caricia de su mano. Y aquella sensación la había agobiado. No le gustaba la manera en la que él le hacía sentir, pero al mismo tiempo lo deseaba con ansias…


Era una sensación que, inquietantemente, se estaba apoderando de nuevo de ella al acercarse Pedro otra vez a su cuerpo. Tuvo que contenerse para no acercar la mano y tocarle el brazo. Quería sentir la calidez de su piel, inhalar su fragancia cada vez que respiraba. Quería saber qué sabor tenía aquella hermosa boca y cómo sería acariciar aquel pelo oscuro. Lo deseaba muchísimo, aunque al mismo tiempo le aterrorizaba sentirse tan fuera de control.


—Pero los invitados eran todos tus amigos…


Iba a haber añadido «y familia», pero recordó la reacción que había tenido él con anterioridad y se tragó aquellas palabras, ya que no sabía si era seguro decirlas o no.


—¿Si fueran mis verdaderos amigos realmente, crees que hubiera tenido que seguir adelante con la farsa de celebrar el banquete de una boda que no se ha llevado a cabo? Demasiados eran socios de negocios, gente a la que es importante que conozca.


—Es una forma muy cínica de aproximarse.


—Yo soy un hombre muy cínico.


La severidad del tono de voz de Pedro provocó que ella tuviera que contener la respiración ante el impulso de preguntar qué le había hecho ser de aquella manera, qué le había convertido en un hombre que consideraba el matrimonio como un acuerdo de negocios, como la manera de conseguir un heredero sin que el amor estuviera de por medio. Pero sus instintos le advirtieron de que él no recibiría bien aquella pregunta y no quería arriesgarse a ejercer demasiada presión sobre el Forajido, ya que no sabía cuál sería su humor. Era mejor tener cuidado.


—Alguien me dijo una vez que para convertirte en cínico primero tienes que ser un idealista y que es la pérdida de esos ideales la que crea la desilusión —comentó Paula.


—¿De verdad?


La risotada que emitió Pedro provocó que Paula se estremeciera.


—Entonces yo creo que debo de ser la excepción que confirma la regla. Nací sin ningún ideal que perder. Y si los tuve, no debieron durar mucho.


—Eso parece muy triste.


—Mientras que tú naciste con estrellas en los ojos y creyendo en los cuentos de hadas, ¿no es así? —preguntó Pedro.


—No creo en los cuentos de hadas —contestó ella—. Con el ejemplo de mi madre y mi padre sería una estúpida si creyera en ese tipo de cosas, ¿no crees?


Pedro había olvidado que ella era la hija de la primera mujer de Chaves. El matrimonio que había terminado en divorcio.


—¿Qué ocurrió?


—Ocurrió Petra —contestó Paula con frialdad—. Desde el momento en el que apareció en la vida de mi padre, éste no pudo pensar con claridad. Comenzó a tener una relación con ella… y cuando descubrió que estaba embarazada de Nat, le pidió el divorcio a mi madre.


—¿Y cómo te hizo sentir aquello?


—¿Cómo crees que me hizo sentir? Tienes que comprender que yo sólo tenía cuatro años… y había perdido a mi papi. Nos había abandonado para marcharse a vivir con otra persona.


¡Oh, él lo entendía demasiado bien! Mucho mejor de lo que ella podía imaginarse.


—¿No quisiste estar con él… vivir en Londres?


Paula lo miró completamente desconcertada.


—No hubiera querido hacerlo —contestó.


Entonces vio cómo Alfonso frunció levemente el ceño, confundido.


—Era lo último que yo quería —explicó—. Además, Petra no me hubiera querido y yo deseaba quedarme con mi madre. Ella me necesitaba.


—¿Se lo tomó muy mal?


—¡Eso es quedarse corto! Mi padre le rompió el corazón y durante mucho tiempo ella casi se rindió ante todo.


—¿Y aun así tú sigues creyendo en el amor?


A Paula le brillaron los ojos con intensidad.


—Las cosas no permanecieron de aquella manera. Mi madre finalmente conoció a alguien. Llevan casados diez años y jamás la he visto más contenta. Y aunque Petra no es el tipo de persona que yo elegiría… mi padre la adora y desde que está con ella no ha vuelto a mirar a ninguna otra mujer. Mi padre y mi madre se casaron con la persona equivocada la primera vez. Así que… sí, me gustaría pensar que ahí fuera hay alguien para nosotros.


—¿Hay alguien para ti?


—¿Para mí?


Paula pareció ponerse nerviosa ante aquella pregunta y lo miró con la sorpresa reflejada en los ojos. Y repentinamente él sintió un cierto desasosiego al pensar que tal vez ella se estuviera viendo con algún hombre. Aunque no dudaba que podía lograr que se olvidara de cualquier rival si éste existía. 


Simplemente sería un obstáculo en el camino del que se tendría que deshacer.


—No… no hay nadie —contestó ella, medio cerrando los ojos.


A Pedro le satisfizo que Paula no viera la sonrisita que no pudo evitar esbozar. Por lo menos Natalie le había dicho la verdad cuando le había contado que su hermana no tenía ningún compromiso. Pero al bajar ella la cabeza pudo ver con claridad el desafortunado y poco favorecedor peinado que llevaba. No pudo evitar fruncir el ceño.


—Ven aquí… —dijo con dulzura.




jueves, 19 de octubre de 2017

NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 6




—¿Yo? 


Paula pensó que Pedro no podía estar hablando en serio. 


Había pensado que sabía por qué el Forajido había insistido en celebrar el banquete. Un inflexible orgullo le había obligado a mantener la cabeza en alto y le había impedido admitir que algo había salido mal. Estaba decidido a lograr que nadie pensara que le había importado lo que había ocurrido aquel día.


Le había dicho directamente que su planeado matrimonio con Natalie no había sido otra cosa que un matrimonio de conveniencia y le mostraba al mundo lo poco que le importaba el abandono de su novia al seguir adelante con el banquete de la boda. Pero seguramente que, como para ella, aquello también suponía una prueba de aguante para él. Todos los miraban y cada movimiento que hacía era observado y comentado.


Sonrió de nuevo. Fue una sonrisa que iluminó su cara pero no sus ojos, los cuales continuaron reflejando una gran frialdad.


Paula se estremeció bajo aquella mirada, pero otras partes de su cuerpo, partes más femeninas e íntimas, estaban respondiendo ante el poder de la sonrisa de aquel hombre.


Bastaba con que él curvara levemente los labios para que la calidez se apoderara de su cuerpo y para que se le acelerara el corazón. Nunca antes su mente había entrado en una lucha tan intensa con sus sentidos. Sabía que su parte inteligente debía ser la más fuerte y debía apartar cualquier discusión sin ningún problema. Pero en aquel momento era su parte irracional, emocional… completamente sensual… la que estaba ganando.


Podía decirse a sí misma que se estaba imaginando cosas, que ningún hombre podía tener tal impacto sobre ella en tan poco tiempo. Podía repetírselo una y otra vez para tratar de metérselo en su estúpida cabeza, pero incluso cuando pensó que había tenido éxito, seguía deseando que él la mirara con aquellos brillantes ojos y que volviera a sonreír.


—Pensé que habíamos acordado no perder el banquete que ya había sido preparado.


—No acordamos nada… tú estableciste que las cosas serían así.


—Así que, si te pidiera que bailaras… ¿me dirías que no?


—¿Bailar?


Paula se preguntó si Pedro estaba loco.


Como si los músicos les hubieran oído, la música comenzó a sonar en la sala contigua. Confundida, ella parpadeó y observó cómo Alfonso le tendió la mano.


—También contraté a unos músicos —comentó él, esbozando una mueca—. Y tampoco pretendo malgastarlos. Baila conmigo, Paula.


—No… no puedo.


—¿No puedes? —preguntó Pedro en un tono de voz que dejaba claro que le resultaba imposible comprender su respuesta—. ¿O no quieres?


La mano que había tendido él todavía estaba entre ambos.


La anchura de su palma tentó a Paula a poner su mano en ella, a sentir su calidez y la fortaleza de sus músculos. Para evitar hacerlo, apretó los puños con tanta fuerza que se clavó las uñas en la carne. El dolor que le causó le hizo percatarse de que aquello estaba ocurriendo, de que no era un sueño.


—¡No debería bailar contigo!


—¿Por qué no? —preguntó él con dureza.


—¡Se supone que debes empezara bailar con tu novia… con tu esposa!


—Pero mi novia está a miles de kilómetros de aquí. Dime una cosa…


El tono de voz de Pedro cambió abruptamente al acercarse a ella. Bajó la mano y Paula se percató de lo decepcionada que se había quedado ante ello. En realidad sí que había querido tomar su mano y sentir la calidez y la fuerza que ésta desprendía.


—Si éste no fuera el día de mi boda, si nos hubiéramos conocido otro día, en otro momento, y yo te hubiera pedido que bailaras conmigo… ¿dirías que sí? Si ésta fuera una fiesta en la que simplemente nos hubiéramos conocido, ¿bailarías entonces conmigo?


Paula respondió para sí misma que desde luego que lo haría. Se apresuró a cerrar los ojos, temerosa de que él pudiera leerle los pensamientos con la mirada y de que descubriera lo rápidamente que había caído bajo su hechizo.


—¿Lo harías?


Pedro estaba tan cerca de ella en aquel momento que le hubiera bastado con murmurar la pregunta para ser oído. La fragancia de su cuerpo la atormentaba y le hizo pensar en la realidad de la carne y la musculatura que se escondía bajo el elegante traje que llevaba él.


—Paula, contéstame…


—Sí… sí, lo haría.


—Entonces ven… —ordenó Pedro, tendiéndole de nuevo la mano. Pero en aquella ocasión no lo hizo con un gesto amable, sino de forma autocrática—, ¿Por qué pelear? —continuó al percatarse de que ella vacilaba—. No hay necesidad de hacerlo.


Paula se estaba haciendo a sí misma la misma pregunta. 


Pero el problema era que no sabía contra quién estaba luchando, si contra Pedro o contra ella misma.


Tenía muy pocas dudas de que aquello era algo pasajero; él sólo estaba buscando una distracción, algo que le ocupara la mente para no pensar en el hecho de que había sido plantado en el altar.


Incluso si realmente era indiferente ante lo que había ocurrido, el rechazo en público debía de haber afectado por lo menos a su orgullo masculino. Y por eso quería algo con lo que distraerse.


Y ella era la persona que había estado más cerca.


Pero si era sincera, tenía que admitir que no le importaba que fuera ésa la verdadera razón… si significaba que podía tener aquella noche. Si podía estar con Pedro durante unas horas…


—Está bien —concedió sin terminar de creerse lo que estaba ocurriendo. No estaba segura de adonde iba a llevar aquello. Sólo sabía que siempre se arrepentiría si rechazaba el ofrecimiento de Alfonso—. Está bien… bailemos.


Cuando Pedro le tomó la mano y sintió la calidez y la fuerza de sus dedos, el pequeño vuelco que le dio el corazón le dijo que había tomado la decisión correcta. La decisión que provocó que aguantara la respiración en anticipación a lo que iba a ocurrir a continuación.


Incluso aunque al finalizar el día, cuando el reloj marcara las doce, su carruaje se convirtiera en una calabaza y su ropa en harapos, aquella noche Cenicienta iba a asistir al baile. Iba a bailar con el príncipe y, si a medianoche todo terminaba, demostrando así que era la fantasía que ella sospechaba, por lo menos habría tenido una noche.


—Bailemos —dijo Pedro con la satisfacción reflejada en la voz.


A Paula se le alteró la sangre en las venas. Se olvidó incluso de cómo le dolían los pies y de cómo las tiras de sus elegantes zapatos se le estaban clavando en la carne mientras se dirigía con él hacia la sala donde estaba el baile.


Pero cuando pasaron por las grandes puertas de madera que daban al exterior, se percató de que éstas estaban abiertas y vio que al final de las escaleras había una gran limusina con el motor encendido, claramente esperando a algún invitado que se marchaba antes de tiempo.


Comenzó a andar más despacio y le cambió el ánimo. 


Afuera ya había oscurecido y ello le recordó que aquel increíble día, en el que nada había salido como había esperado, estaba comenzando a llegar a su fin. Y no pudo olvidar que, en el refugio que ofrecía su habitación de hotel, su padre y Petra estarían sintiendo las repercusiones de los hechos acontecidos aquel día.


Y por muy encantador que fuera, o no, Pedro seguía siendo la persona implacable que se había ganado su famoso apodo. El hombre cuyas conexiones con su padre habían convertido a Pedro Alfonso en la sombra del hombre que un día fue.


—¿Paula?


Pedro había detectado su cambio de humor y la manera en la que había aminorado el paso. Se detuvo y la miró sobre su hombro. Pero no se dio la vuelta.


—Quizá debería regresar —sugirió ella.


—No.



—Pero debería comprobar cómo está mi padre…


—¡No! —espetó él—. No te vas a marchar.


—Pero Pedro, creo que debería hacerlo. Así que si pudieras arreglarlo para que un coche viniera…


Impresionada, Paula dejó de hablar al observar cómo él negó enfáticamente con la cabeza y la dura mueca que esbozó con su bella boca.


—No va a haber ningún coche.


—Oh, pero seguro que tienes más de uno… —comenzó a protestar ella. Pero emitió un grito ahogado al percatarse de lo que realmente había dicho Pedro.


No había dicho que no tuviera otro coche, sino que no habría ningún otro coche. No le estaba diciendo que iba a ser difícil conseguirle un medio de transporte, sino que no estaba dispuesto a hacerlo.


—¿Qué quieres decir con que no va a haber ningún coche? —preguntó, clavando sus tacones en el suelo tanto física como mentalmente. Se negó a moverse.


Trató de soltar su mano de la de él cuando pareció que Pedro pretendía continuar andando. Pero Alfonso la agarró con más fuerza.


—¡No puedes mantenerme aquí!


—Pensé que querías quedarte —contestó él con una dulce voz.


Dulce voz que no iba acompañada por la advertencia que reflejaron sus ojos y que provocó que Paula se estremeciera. Se preguntó a sí misma si quería quedarse. Hacía un momento había estado muy segura, pero había comenzado a planteárselo.


—Creo que tal vez…


—Creo que tal vez, no —la interrumpió Pedro—. No te pidieron que fueras con ellos, así que no tienes ninguna necesidad de marcharte… no hasta que yo te lo diga.


¡Aquello era demasiado! Al oír la arrogante declaración de Alfonso, ella levantó la cabeza y lo miró a la cara con desafío.


—¿Qué te da el derecho de decir cuándo puedo ir o venir?


Pedro se dijo a sí mismo que se había equivocado al actuar de aquella manera. Ella no iba a permitirle que se saliera con la suya. Un inesperado sentimiento de admiración se apoderó de su mente al percatarse del desafío que reflejaban los ojos de aquella mujer. Si no tenía cuidado, la iba a perder, y no quería permitir que se apartara de él… no hasta asegurarse de que era suya. En aquel momento Paula parecía una yegua nerviosa, exactamente igual a las yeguas de pura sangre que él criaba.


Aquella hermana Chaves suponía un gran desafío, un desafío más grande del que había imaginado. Y lo cierto era que le gustaba la idea. Paula era mucho más interesante que su hermana. El resultado final haría que el esfuerzo mereciera la pena.


—No es que tenga el derecho…


Paula no sabía si la mueca que estaba esbozando Pedro era de diversión o de admiración ante su descaro al desafiarlo.


—Quizá no esté preparado para soltarte —comentó finalmente él.


Aquella respuesta no se parecía en nada a la que ella había esperado oír. Se quedó impresionada, incapaz de creer que lo hubiera oído bien. Se preguntó si realmente había dicho…



—¿Qué quieres decir con eso?


—Ya te lo he dicho; estás aquí porque quiero que estés aquí.


Y él siempre obtenía lo que quería. Pero lo que Paula no comprendía era por qué la quería allí, qué quería de ella.


—Así que te vas a quedar hasta que yo te diga que te puedes marchar —dijo Pedro, cerrando la puerta con un movimiento brusco.


Impresionada, ella gritó.


—Vamos, Paula —se burló él—. ¿Qué crees que te voy a hacer? ¿Crees que voy a violarte aquí mismo, delante de todos mis invitados?


Entonces comenzó a acariciarle la mano que le tenía agarrada. Ella sintió cómo cada nervio de su cuerpo se alteraba.


—Simplemente te estoy pidiendo que te quedes, para que bailes y compartas la velada conmigo.


Pero Paula sólo podía pensar en que él le había dicho que quizá no estaba preparado para soltarla. Incluso se mareó al repetírselo una y otra vez en la cabeza.


Se preguntó a quién estaba tratando de engañar. En realidad ella misma quería quedarse. Cenicienta quería quedarse en el baile… y quería pasar más tiempo con aquel hombre que, si no era el Príncipe Azul, era desde luego el más encantador, glamuroso y devastador macho que había visto en toda su vida. Ya no tenía tanto miedo ni estaba tan preocupada como lo había estado hacía unos minutos, pero le dio un vuelco el estómago al pensar en la velada que tenía por delante.


Se preguntó a sí misma si podía manejar aquella situación, si podía soportar a un hombre como Pedro. La clase de hombre que estaba a años luz de cualquier hombre que hubiera conocido con anterioridad y que vivía la clase de vida que ella jamás había experimentado. También se preguntó si podría soportar siquiera una noche en su compañía y si podría perdonárselo a sí misma si se acobardaba en aquel momento.


Todo había cambiado. Increíblemente, parecía que Pedro también sentía algo. Su cerebro le estaba diciendo que se marchara de allí mientras pudiera, mientras que su parte femenina le estaba suplicando que se quedara. 


Y la tensión resultante de la guerra entre ambas posturas parecía que la iba a partir en dos.


A su lado, él le colocó la mano sobre su pecho para que ella pudiera contar cada latido de su corazón mientras la miraba profundamente a los ojos.



—Sólo un baile, belleza. ¿Es eso mucho pedir? —le preguntó.


Y cuando le sonrió, ella supo que estaba perdida. Sólo había una respuesta que podía dar.


—No, desde luego que no es mucho pedir.


Sólo un baile… Pero Paula se preguntó si supondría el fin o el inicio de algo. Sólo sabía que no iba a ser capaz de descansar hasta que no lo descubriera.



NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 5




Paula se dijo a sí misma que en aquel momento comprendía por qué Natalie se había comportado de la manera en la que lo había hecho. Ella misma iría donde fuera, haría lo necesario para no enfrentarse a él. Pedro no levantaba la voz ni ponía ningún énfasis en las palabras. No tenía que hacerlo. El apenas controlado enfado que sentía se reflejaba en cada palabra que decía y contrastaba con la increíble amabilidad con la que estaba hablando. Una amabilidad que de alguna manera era más contundente que si hubiera estado gritando.


—Natalie hizo lo que tenía que hacer —logró decir, luchando para controlar que la tensión que estaba sintiendo no se reflejara en su voz.


Si Pedro se percataba de cualquier señal de debilidad en ella, se apresuraría a aprovecharse de ello. Y estaba decidida a darle muy pocas oportunidades de hacerlo.


—Hizo lo que tenía que hacer —repitió él burlonamente—. Dejó que tú te enfrentaras a las consecuencias de sus actos mientras ella escapaba para estar con su amante. Y aun así la defiendes.


—Es mi hermana.


—Sólo es tu hermanastra.


—Pero es mi familia… y tú sabes lo importante que eso es.


—Todo lo contrario…


Paula hubiera jurado que era imposible que el tono de voz de Pedro se volviera más frío. Prácticamente podía ver el hielo que se estaba formando en las palabras según las iba diciendo él, casi podía sentir sobre su piel el frío que éstas desprendían.


—Me temo que no comparto tu visión de la importancia de la familia. Es un concepto que considero está demasiado sobreestimado.


—¡Otro más! Primero el amor y después la familia. Realmente eres un malnacido sin corazón, ¿no es así?


Durante unos instantes algo brilló en los ojos de él, algo salvaje y peligroso. Fue una mirada que le advirtió que había traspasado un límite invisible que Pedro había establecido entre ambos.


En ese momento se dio cuenta de que no había visto a nadie que pudiera formar parte de la familia de él en la catedral. 


Quizá había una razón que ella desconocía por la cual la familia Alfonso no había asistido a la boda de Pedro. Su padre no le había ofrecido mucha información sobre aquel hombre con el que había comenzado a hacer negocios. Sólo le había dicho que era un multimillonario que se había hecho a sí mismo y que tenía una inmensa fortuna.


—Sí que soy un malnacido —contestó él—. Como estoy seguro de que ya sabías.


—No… yo…


Paula pensó que había creado un gran embrollo de todo aquello. Se preguntó si Pedro realmente pensaba que ella había animado a Natalie a huir de su boda porque él era un hijo ilegítimo.


—Y sobre la familia, eso fue lo que creí que estaba consiguiendo con la relación que mantenía con tu hermana… una futura familia —comentó Alfonso.


Ella no se había percatado de haberse movido, pero de alguna manera había acabado con la espalda apoyada contra la pared, tanto física como mentalmente.


—Mira, Nat sólo hizo lo que yo le dije que hiciera.


Si los ojos de Alfonso habían reflejado frialdad con anterioridad, en aquel momento eran puro hielo.


—¿Le dijiste que no se casara conmigo? ¿Qué te dio el derecho a intervenir?


—¡Ella no te amaba!


—Ah, sí, amor… esa palabra que parece ser extremadamente importante para ti.


—Es mucho más que una palabra —protestó Paula—. Es algo vital. Mira, quizá Natalie y yo sólo compartamos un padre, pero ella sigue siendo mi hermana pequeña. Yo sólo tenía cinco años cuando ella nació y, cuando no había cumplido ni un día, mi padre ya me la puso en los brazos.


En aquel momento Paula se había enamorado de Natalie y había jurado que, si alguna vez su hermana la necesitaba, la ayudaría, la protegería, la mantendría alejada del peligro. Y había sido fiel a ese juramento durante casi veintiún años.


—¡No podía permitir que la hicieras infeliz!


Al recordar a la familia pensó que en otro lugar la necesitaban más.


—Debería ir a buscar a mi padre… ver cómo está Petra. ¿Sabes dónde están?


—No los encontrarás. Se marcharon hace media hora.


—¿Se han marchado? Entonces las cosas se han tranquilizado ahí fuera, ¿no es así? ¿Se han ido los paparazis…?


Paula no terminó aquella esperanzada pregunta, ya que Pedro negó con la cabeza.


—Les mandé a su hotel en una limusina. Supongo que los encargados de seguridad se asegurarían de que pasaran a través de la muchedumbre, pero no la prensa todavía espera fuera.


—Si no se han ido, ¿por qué exponer a mi padre y a Petra ante ellos? Los has mandado ahí fuera para enfrentarlos a esa muchedumbre…


—No quería que estuvieran aquí.


La completa indiferencia de Pedro fue muy impactante.


—La prensa ya no estará interesada en tus padres. Ahora ya saben que la boda nunca se celebró y sospechan que la verdadera historia está aquí dentro, no con ellos.


Repentinamente, ante el asombro y la incredulidad de Paula, Alfonso esbozó una de sus devastadoras sonrisas, una de ésas que provocaba que ella sintiera las rodillas débiles y que se le alterara el corazón.


—Ahora querrán saber de ti —comentó él.


—¿De mí? ¿Por qué querrían saber nada de mí?


—Saben que fuiste tú la que fue a la catedral en vez de Natalie. También te vieron salir de allí conmigo. Querrán saber por qué no se celebró la boda y qué parte has jugado tú en todo ello.