viernes, 20 de octubre de 2017
NOVIA A LA FUERZA: CAPITULO 7
¿Un fin o un inicio?
El banquete ya había terminado y todos se habían marchado, pero Paula seguía sin conocer la respuesta a su pregunta.
Bajó corriendo las escaleras que llevaban desde la terraza a la piscina, ansiosa por llegar a la parte más baja del jardín donde podría esconderse entre las sombras y la oscuridad.
Necesitaba tiempo para estar a solas y respirar profundamente, para calmar sus acaloradas mejillas y tranquilizarse.
Necesitaba tiempo para pensar. Tiempo para controlar sus pensamientos.
Se sentó en un banco de madera junto a la piscina y se quitó los zapatos. Suspiró profundamente al liberar sus pies de la presión que éstos habían estado ejerciendo sobre ellos.
Deseó poder liberarse tan fácilmente de la confusión que se había apoderado de su mente.
Se suponía que ella era la sensata, la hija equilibrada de la familia Chaves. Nunca antes se había sentido de aquella manera. Nunca antes había experimentado una explosión de sensaciones tan intensa como la que le había estallado en la cara cuando había conocido a Pedro Alfonso.
Levantó la mirada y observó la luna, cuyo reflejo iluminaba el agua de la piscina. Apenas conocía a Pedro, sólo había estado en su compañía durante unas horas, pero aun así él la había alterado por completo.
Ninguna de las pocas relaciones sentimentales que había tenido con anterioridad le había afectado tanto. Nada la había preparado para sentir aquellas intensas emociones.
Y ésa era la razón por la que se encontraba allí, en la oscuridad, tratando de respirar profundamente para calmarse. Quería centrarse, quería ver si podía encontrar a la Paula que había pensado que era o ver si esa Paula había sido destruida por aquel pasional y sensual volcán que había entrado en erupción en su cabeza y en su corazón.
Y todo aquello estaba causado por el peor hombre de todo el mundo. Un hombre en el que no confiaba y que realmente ni siquiera le caía bien. Un hombre que hacía honor a su apodo, el Forajido, tanto en su vida laboral como en la privada.
—¿Paula?
Aquella preciosa voz de hombre la devolvió a la realidad. La voz había provenido de la terraza que había sobre ella y por supuesto, había sabido instantáneamente quién era. Aquel tono, aquel acento, el verdadero sonido de su voz se había quedado grabado en su mente y era imposible esperar borrarlo.
—¡Paula!
Ella quería quedarse callada y allí escondida. No se sentía preparada para enfrentarse a él, sobre todo no en aquel momento en el que estaban a solas, ya que no había nadie más… nadie que pudiera diluir el poderoso impacto de la presencia de Pedro.
Había observado la flota de elegantes coches que habían llegado a la puerta de la casa y había visto cómo los invitados se habían ido marchando. Durante todo el tiempo, Alfonso la había mantenido a su lado, la había tomado del brazo mientras se despedía de sus invitados. Cada vez que aparecía un coche, ella había deseado que fuera su oportunidad para escapar, para marcharse y volver al hotel, donde podría entrar en su habitación y reflexionar acerca de todo lo que había ocurrido.
Tenía que esperar por un coche, ya que como dama de honor no había llevado bolso, ni dinero… no había llevado nada consigo. Así que dependía completamente de lo que decidiera Pedro.
Pero éste no había pedido ningún coche para ella. En vez de ello, había parecido satisfecho de tenerla a su lado. Pero ella se había cansado y le había agarrado el brazo con fuerza.
—Espero que pronto tengas un coche preparado para mí —había comenzado a decir—. Necesito regresar…
Dejó de hablar al ver que él negaba con la cabeza.
—Todavía no.
—¿Todavía no? —repitió, impresionada—. ¿Qué quieres decir con eso?
—Tenemos cosas de las que hablar —contestó él.
—¿Ah, sí?
Pedro asintió con la cabeza y le acarició la mejilla.
—Sí.
Antes de que ella pudiera decir nada más, él se dio la vuelta para despedirse de uno más de sus invitados. Todo lo que Paula pudo hacer fue esperar y observar cómo todos los demás invitados se marchaban mientras no dejaba de pensar en lo que Alfonso le había dicho… que quizá no estaba preparado para soltarla y que ella estaba allí porque él quería.
Cuando Pedro le había dicho aquello, se lo había tomado como un cumplido, pero en aquel momento no estaba tan segura de que lo fuera. Se preguntó si había estado allí toda la tarde porque él había querido utilizar su compañía para distraerse de la puñalada pública que Natalie le había dado a su orgullo… o si estaba allí como una prisionera.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Haberse quedado callada no había funcionado. Él había sabido que había estado allí durante todo el tiempo. O eso, o un leve movimiento del cual ni siquiera se había percatado de hacer la había delatado.
Con sólo oír las pisadas de él acercándose a ella, se estremeció.
—Necesitaba un descanso… respirar aire fresco.
—Sé cómo te sientes. Ha sido un día muy largo —respondió Pedro, dejando claro con el tono de su voz que aquel banquete también había sido muy pesado y tenso para él.
Se sentó junto a ella. Paula respiró la leve fragancia de su piel e instantáneamente se sintió transportada a los momentos que había vivido con anterioridad dentro de la preciosa casa de él… cuando la había sujetado en sus brazos mientras bailaban. Había estado tan cerca de Pedro que había sentido su respiración en la piel al haber acercado éste la cabeza a la suya. También había sentido cómo le latía el corazón, y ello había provocado que se le acelerara el pulso.
Se había sentido rodeada por aquel hombre, cercada por su abrazo, perdida ante la caricia de su mano. Y aquella sensación la había agobiado. No le gustaba la manera en la que él le hacía sentir, pero al mismo tiempo lo deseaba con ansias…
Era una sensación que, inquietantemente, se estaba apoderando de nuevo de ella al acercarse Pedro otra vez a su cuerpo. Tuvo que contenerse para no acercar la mano y tocarle el brazo. Quería sentir la calidez de su piel, inhalar su fragancia cada vez que respiraba. Quería saber qué sabor tenía aquella hermosa boca y cómo sería acariciar aquel pelo oscuro. Lo deseaba muchísimo, aunque al mismo tiempo le aterrorizaba sentirse tan fuera de control.
—Pero los invitados eran todos tus amigos…
Iba a haber añadido «y familia», pero recordó la reacción que había tenido él con anterioridad y se tragó aquellas palabras, ya que no sabía si era seguro decirlas o no.
—¿Si fueran mis verdaderos amigos realmente, crees que hubiera tenido que seguir adelante con la farsa de celebrar el banquete de una boda que no se ha llevado a cabo? Demasiados eran socios de negocios, gente a la que es importante que conozca.
—Es una forma muy cínica de aproximarse.
—Yo soy un hombre muy cínico.
La severidad del tono de voz de Pedro provocó que ella tuviera que contener la respiración ante el impulso de preguntar qué le había hecho ser de aquella manera, qué le había convertido en un hombre que consideraba el matrimonio como un acuerdo de negocios, como la manera de conseguir un heredero sin que el amor estuviera de por medio. Pero sus instintos le advirtieron de que él no recibiría bien aquella pregunta y no quería arriesgarse a ejercer demasiada presión sobre el Forajido, ya que no sabía cuál sería su humor. Era mejor tener cuidado.
—Alguien me dijo una vez que para convertirte en cínico primero tienes que ser un idealista y que es la pérdida de esos ideales la que crea la desilusión —comentó Paula.
—¿De verdad?
La risotada que emitió Pedro provocó que Paula se estremeciera.
—Entonces yo creo que debo de ser la excepción que confirma la regla. Nací sin ningún ideal que perder. Y si los tuve, no debieron durar mucho.
—Eso parece muy triste.
—Mientras que tú naciste con estrellas en los ojos y creyendo en los cuentos de hadas, ¿no es así? —preguntó Pedro.
—No creo en los cuentos de hadas —contestó ella—. Con el ejemplo de mi madre y mi padre sería una estúpida si creyera en ese tipo de cosas, ¿no crees?
Pedro había olvidado que ella era la hija de la primera mujer de Chaves. El matrimonio que había terminado en divorcio.
—¿Qué ocurrió?
—Ocurrió Petra —contestó Paula con frialdad—. Desde el momento en el que apareció en la vida de mi padre, éste no pudo pensar con claridad. Comenzó a tener una relación con ella… y cuando descubrió que estaba embarazada de Nat, le pidió el divorcio a mi madre.
—¿Y cómo te hizo sentir aquello?
—¿Cómo crees que me hizo sentir? Tienes que comprender que yo sólo tenía cuatro años… y había perdido a mi papi. Nos había abandonado para marcharse a vivir con otra persona.
¡Oh, él lo entendía demasiado bien! Mucho mejor de lo que ella podía imaginarse.
—¿No quisiste estar con él… vivir en Londres?
Paula lo miró completamente desconcertada.
—No hubiera querido hacerlo —contestó.
Entonces vio cómo Alfonso frunció levemente el ceño, confundido.
—Era lo último que yo quería —explicó—. Además, Petra no me hubiera querido y yo deseaba quedarme con mi madre. Ella me necesitaba.
—¿Se lo tomó muy mal?
—¡Eso es quedarse corto! Mi padre le rompió el corazón y durante mucho tiempo ella casi se rindió ante todo.
—¿Y aun así tú sigues creyendo en el amor?
A Paula le brillaron los ojos con intensidad.
—Las cosas no permanecieron de aquella manera. Mi madre finalmente conoció a alguien. Llevan casados diez años y jamás la he visto más contenta. Y aunque Petra no es el tipo de persona que yo elegiría… mi padre la adora y desde que está con ella no ha vuelto a mirar a ninguna otra mujer. Mi padre y mi madre se casaron con la persona equivocada la primera vez. Así que… sí, me gustaría pensar que ahí fuera hay alguien para nosotros.
—¿Hay alguien para ti?
—¿Para mí?
Paula pareció ponerse nerviosa ante aquella pregunta y lo miró con la sorpresa reflejada en los ojos. Y repentinamente él sintió un cierto desasosiego al pensar que tal vez ella se estuviera viendo con algún hombre. Aunque no dudaba que podía lograr que se olvidara de cualquier rival si éste existía.
Simplemente sería un obstáculo en el camino del que se tendría que deshacer.
—No… no hay nadie —contestó ella, medio cerrando los ojos.
A Pedro le satisfizo que Paula no viera la sonrisita que no pudo evitar esbozar. Por lo menos Natalie le había dicho la verdad cuando le había contado que su hermana no tenía ningún compromiso. Pero al bajar ella la cabeza pudo ver con claridad el desafortunado y poco favorecedor peinado que llevaba. No pudo evitar fruncir el ceño.
—Ven aquí… —dijo con dulzura.
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