martes, 10 de octubre de 2017

PLACER: CAPITULO 7





Paula se dio la vuelta y clavó la mirada en los ojos de Pedro.


—¿Qué has dicho? —consiguió preguntar finalmente.


—No te hagas la sorda conmigo. No funciona. Sé que has escuchado cada una de mis palabras —afirmó él en un tono rudo pero bajo.


—Antes solía admirar tu actitud chulesca. De hecho, creía que eras el más gallito del corral —le soltó Paula con rabia. Las cejas de Pedro se arquearon en un gesto de sorpresa—. Pero ahora he aprendido.


—¿El qué? —preguntó él con el rostro ensombrecido.


—Que ahora esa actitud me da asco.


La mirada de Pedro era gélida. Se levantó y caminó hacia ella. De repente se paró como si fuera una marioneta y alguien estuviese moviendo sus hilos. Pero Pedro no era ninguna marioneta y Paula lo sabía bien. Nunca lo había sido, aunque sus padres siempre habían ejercido una fuerte influencia sobre él


—Ya sabes que no me importa en absoluto lo que tú puedas pensar sobre mí o sobre mi actitud —contestó él con dureza.


—¿Entonces por qué me has hecho esa pregunta?


—Supongo que por curiosidad —contestó él ácidamente.


—Tu curiosidad se puede ir al infierno. No voy a contestar a tu pregunta.


—Eso es porque no tienes una explicación coherente —repuso Pedro con una sonrisa en los labios.


—Nada más lejos de mi intención que sumergirme en las pantanosas aguas del pasado. Además, con el juicio cínico que ya tienes formado sobre mí, sería una pérdida de tiempo.


Sin lugar a dudas, Paula estaba a la defensiva. Sólo tenía esa opción si quería sobrevivir y mantener a salvo su secreto de Pedro y de sus padres. Tenía que ganarle la partida, o al menos, empatarla.


Si no, se ahogaría en las aguas pantanosas.


—¿Qué te pasa? —preguntó él con los ojos rebosantes de deseo—. Parece que hubieras visto a un fantasma.


—Nada. Estoy bien —dijo ella.


—Mentirosa —soltó Pedro.


Paula echó la cabeza hacia atrás y suspiró.


—¿Qué quieres, Pedro?


—¿Qué pasaría si te respondiera que te quiero a ti?


Paula agitó la cabeza tratando de recuperarse de lo que acababa de escuchar. Sentía demasiada atracción.


—Que no te creería —susurró.


Pedro la estaba devorando con la mirada. O aquella locura se acababa o Paula acabaría rindiéndose a los pies de aquel hombre de nuevo, y aquello no beneficiaría a nadie. Por aquella razón había sido por lo que no lo había querido volver a ver. Era demasiado débil y vulnerable cuando estaba a su lado. Con sólo estar en la misma habitación ya sentía que se deshacía.


—Tienes razón, no deberías de creerme —contestó él de forma fría y cruel—. Porque no es verdad.


Paula tomó aire y trató de fingir que no había sentido una puñalada en su corazón.


—Quizás me puedas contestar a otra pregunta —prosiguió Pedro.


Paula apenas si lo escuchó porque estaba demasiado ocupada tratando de recuperar la dignidad dañada tras el ataque. Se dispuso a darse la vuelta y marcharse porque no iba a salir nada positivo de aquella conversación.


—Me tengo que ir —dijo ella resuelta evitando mirar a Pedro.


—¿Lo amas?


—¿A quién? —preguntó Paula paralizada por la sorpresa.


—A tu marido. Ese tipo, Bailey, el padre de tu hijo.


Oh, cielo santo. Si no se hubiera parado en el porche se habría evitado toda aquella conversación sin sentido.


—Sí —mintió ella.


—¿Y todavía estás casada? No veo tu anillo de matrimonio —dijo Pedro mirando la mano derecha de ella.


—Estamos divorciados —añadió. Paula odiaba mentir, pero era el único recurso que le quedaba. Pedro era insaciable, no paraba de hacer preguntas que además no eran asunto suyo.


Paula tenía que tomar una determinación porque él no iba a terminar con el interrogatorio. Cuanto más supiera, más peligroso sería. Estaba atrapada. Y no podía marcharse porque su madre estaba enferma.


No quedaba más remedio que encarar la animosidad que había entre ellos. Era la única forma para conseguir quedarse en el rancho y con suerte, poder ser el ama de llaves. Quizás sacar todo a la luz, de golpe y de una vez por todas, fuera lo mejor para ambos.


Estarían al día de la vida del otro y así se podrían dejar tranquilos.


—Yo podría preguntarte por qué no estás casado —le soltó Paula. Se arrepintió al instante, aquello era añadir más leña al fuego. ¿Cuándo aprendería a cerrar la boca?



—Sí, podrías —añadió él.


Se hizo un silencio.


—¿Por qué no lo estás? Supongo que seguirás saliendo con Olivia. Pensé que ya te habría hecho pasar por la vicaría.


—Pues, ya ves, te has equivocado —declaró él sin más comentarios pero sin dejar de mirarla.


Bien. Por fin le había dado donde más le dolía. Le estaba respondiendo con su misma moneda, pero se sintió fatal. A Paula no le gustaban esos juegos hirientes. Intercambiar provocaciones, sólo empeoraba las cosas.


—Si me voy a quedar aquí y voy a trabajar...


—Todavía no te he dado permiso para hacerlo —interrumpió Pedro.


—No me voy a marchar, Pedro. No puedo. Mi madre me necesita.


—Si te digo la verdad, no me importa en absoluto lo que hagas —repuso él tras encogerse de hombros.


—Mientras... me mantenga fuera de tu camino.


—Lo has comprendido —dijo él conteniendo su rabia.


—¿Y qué hay de una tregua? ¿Crees que es posible?


—¿Tú crees que lo es?


—Estoy dispuesta a intentarlo.


Pedro se volvió a encoger de hombros y la miró detenidamente. Miró sus pechos y Paula sintió cómo se le aceleraba el corazón.


—Como quieras —respondió él sin entusiasmo.


—Buenas noches, Pedro —se limitó a decir Paula. Él no contestó—. Que duermas bien.


—Sí, vale —murmuró Pedro cuando ella se dio la vuelta.


Paula sintió la brisa fresca de la noche y agradeció la calidez de la casa al entrar. Sin embargo, ya en la habitación se dio cuenta de que no podía dejar de temblar.




lunes, 9 de octubre de 2017

PLACER: CAPITULO 6




¿Llegaría algún día el momento en el que la presencia de Pedro no afectara a Paula?


«Sí», pensó ella con determinación. Siempre y cuando no tuviera que verlo, la vida seguiría su curso normal. ¿O no? 


Ya habían pasado casi cinco años y no había pasado un solo día en el que no hubiera pensado en él. Estar en la casa de Pedro no estaba resultando fácil.


En aquel momento, Paula no tenía otra elección.


Como si se hubiera dado cuenta de que no estaba solo, Pedro se dio la vuelta. Cuando se dio cuenta de que era Paula quien tenía enfrente, sus ojos se abrieron más, pero quedaron cubiertos por un velo que tapaba cualquier atisbo de humanidad.


—¿Nadie te ha dicho nunca que es de mala educación acercarse por la espalda y a hurtadillas a la gente? —le preguntó Pedro a Paula.


«Vete al infierno», pensó ella.


No le dijo nada, pero se tuvo que morder la lengua. Lo último que necesitaba era iniciar una discusión. Había demasiado en juego, así que hablaría con él de forma civilizada.


—Lo siento —dijo finalmente ella en un tono moderado.


—No lo sientes.


Paula no había querido asustarlo. Simplemente había pasado por la puerta que daba al porche y lo había visto allí.


Sentado sobre una de las sillas de hierro y contemplando el atardecer absorto en sus pensamientos.


Paula quizás hubiese podido toser, para anunciar su presencia, pero no se le había ocurrido. Se había limitado a salir al porche porque aquella era una oportunidad de hablar con él que no debía dejar pasar.


—Mira, Pedro, no quiero pelearme contigo —dijo por fin.


—¿Es que nos estamos peleando? —preguntó él.


—Tampoco quiero empezar con los juegos de palabras.


Pedro se metió las manos en los bolsillos y la tela marcó la prominencia de sus partes íntimas. Por un instante la mirada de Paula se paseó por la protuberancia que se intuía tras la cremallera del pantalón de Pedro. En cuanto se dio cuenta de lo que estaba haciendo, lo miró a la cara, deseando que él no se hubiera dado cuenta del despiste.


—¿Entonces qué es lo que quieres? —preguntó él.


—Ocupar el lugar de mi madre.


—¿Como mi ama de llaves? —dijo boquiabierto.


—Sí —repuso ella.


Pedro se echó a reír.


—Vuelve a la realidad.


—Estoy hablando en serio, Pedro.


—Yo también y te digo desde ya que no.


—¿Por qué no? —preguntó Paula.


—Vamos, Paula, tú sabes la razón. Eres enfermera y ése es tu trabajo.


—Puedo ser las dos cosas. Me encargaré de la casa y seré la enfermera de mi madre.


—¿Y qué pasa con Teo?


—Buscaré alguien que lo cuide durante el día.


—No.


—La mente de mi madre es su peor enemiga ahora mismo. Piensa que la vas a sustituir —prosiguió Paula sin hacer caso de la rotunda negativa.


—Eso es una tontería. Ella tendrá trabajo en esta casa mientras lo quiera. Eso déjaselo bien claro.


—Aprecio tu gesto, pero aun así quiero asumir su trabajo. Puedo cuidar de mamá, animarla y además verá que la estoy sustituyendo de forma temporal. Así no podrá preocuparse de que tú busques a otra persona que la sustituya para siempre. Estará segura de que yo sólo estoy aquí por un tiempo. Además, sé desempeñar el trabajo. Crecí ayudándola a limpiar casas.


—¿Estás loca? Tú no tienes ninguna necesidad de realizar ese trabajo —dijo Pedro completamente alucinado.


—No tengo que hacerlo. Quiero hacerlo.


—Maldita mujer. No has cambiado un ápice.


—¿Qué? —Paula alzó las cejas sorprendida.


—Sí, sigues siendo más terca que una mula.


Paula estuvo a punto de sonreír, pero se contuvo. Se esforzó para mantenerse con los pies en la tierra.


—Tú también eres bastante terco —declaró.


En aquel momento sus miradas se encontraron y se produjo tal magnetismo que ninguno de los dos pudo apartar la vista.


De repente fue como si el oxígeno de la habitación se hubiera acabado. A Paula le costaba respirar y por el color pálido del rostro de Pedro, se atrevía a pensar que a él le estaba ocurriendo lo mismo. Allí pasaba algo, aunque Paula no supiera ponerle nombre.


¿Sería deseo? No, se estaba equivocando. Pedro la despreciaba y eso no iba a cambiar. Además, ella tampoco lo deseaba, a pesar de que el recuerdo de sus encuentros sexuales no la abandonaba.


Paula se forzó a dejar el pánico a un lado. Tomó aire y lo miró suplicante.


—Me lo pensaré —murmuró Pedro hundiendo aún más las manos en los bolsillos y por lo tanto, ajustando la tela aún más a su cuerpo.


—Gracias —murmuró ella desviando la vista.


Pedro se echó a reír, pero sin el menor atisbo de humor.


Paula se dio cuenta de que se estaba sonrojando y decidió que era mejor marcharse antes de que Pedro empezara a insultarla.


—¿Por qué me abandonaste? —preguntó él de repente.


Paula se quedó paralizada.



PLACER: CAPITULO 5



Aquella mañana tenía la ardua tarea de darle a Monica las malas noticias. Al menos Teo estaba con ella. El niño apenas si había abandonado la habitación desde que habían llegado. Era como si se hubiera olvidado de los caballos y del ganado que tanto le habían fascinado al principio. Monica no había parado de jugar con él hasta que Paula había distraído a Teo para que su madre no se cansara. Paula sabía que no tenía sentido posponer lo inevitable. Trató de recuperar la compostura y se dirigió a la habitación de su madre, sin poder evitar echar un vistazo a su alrededor. No es que esperara que Pedro estuviera escondido al acecho, pero se sentía intranquila caminando por aquella casa.


No tenía ni idea de a qué hora había regresado Pedro a casa la noche anterior. Aunque lo había sentido entrar en su habitación y le había parecido que era tarde. No le importaba ni dónde había ido y qué había hecho. La relación entre ellos era agua pasada y no había ninguna razón por la que Paula tuviera que estar pendiente de sus idas y venidas. Su único objetivo era evitarlo a toda costa.


Paula dejó aquel pensamiento desagradable a un lado y llamó suavemente a la puerta de su madre. Entró y se encontró que Monica estaba dormida con Teo tumbado a su lado coloreando un cuaderno.


—Hola, mami —dijo él en voz baja—. La abuela se ha quedado dormida.


—Está cansada, cariño —dijo Paula. Se agachó y tomó al niño entre sus brazos—. Ahora quiero que vayas a nuestra habitación un rato y que sigas allí coloreando, ¿vale?


—No quiero —dijo Teo haciendo un mohín.


Paula sonrió.


—Lo sé, pero sólo serán unos minutos, después yo iré a buscarte. Tengo que hablar a solas con la abuela.


—¿Por qué no puedo quedarme?


—Teo —dijo ella con una mirada seria.


El niño recogió sus cosas y con cara de disgusto se fue hacia la puerta.


—No te muevas de la habitación.


—Vale —balbuceó Teo.


Paula se quedó pendiente hasta que lo vio llegar al vestíbulo y cerrar la puerta. Era tan bueno. Paula casi nunca le obligaba a irse, pero en aquella ocasión no quería que escuchara lo que tenía que decirle a su madre. Tenía miedo de que Monica no reaccionara bien.


—Mamá —dijo Paula mientras acariciaba el hombro de su madre.


Monica abrió los ojos y por unos instantes pareció estar desorientada. Cuando finalmente reconoció a Paula, sonrió aliviada pero al instante frunció el ceño.


—¿Dónde está Teo? —preguntó.


—Está en nuestra habitación. Volverá enseguida.


—¿Qué hora es?


—Es casi mediodía —dijo Paula.


—Vaya, querida, no me puedo creer que haya dormido tanto.


—Eso está bien, madre. Necesitas descansar cuanto más mejor.


—No. Lo que necesito es pasar el máximo de tiempo posible con mi hija y con mi nieto, antes de volver a trabajar —contestó Monica.


—Mamá... —comenzó Paula después de un silencio. No sabía cómo empezar.


—Vas a decirme que no voy a poder volver a trabajar pronto, ¿verdad? —preguntó Monica con los ojos clavados en los de su hija.


—Así es.


—No, así no es.


—Yo...


—Voy a ponerme bien. Sé que se han dañado algunos músculos de la espalda...


—Se han dañado. Y según el doctor la recuperación no va a ser ni rápida ni sencilla —explicó Paula.


—Me niego a creer eso —contestó Monica con la voz temblorosa.


—Es la verdad, madre, y tienes que enfrentarte a ella. Más bien tienes que aceptarla. Quizás si no tuvieras osteoporosis la situación sería más sencilla.


—¿Pero qué voy hacer con mi trabajo? Hasta ahora Pedro se ha portado muy bien conmigo, pero al final contratará a alguien que me sustituya. Tendrá que hacerlo y yo me pongo mala con sólo pensarlo.


—Mamá, no le des más vueltas a eso ahora. Pedro no te va a sustituir.


—¿Acaso te lo ha dicho él?


—No.


—Entonces no tienes ni idea de lo que está pasando por su mente —soltó Monica con la voz rota.


—Mamá, por favor, no te preocupes. Todo va a salir bien —dijo Paula mientras acariciaba la mejilla de su madre.


—Él no sabe... —la voz de Monica se rompió de nuevo.


—Toda la información sobre tu lesión. ¿Es eso lo que ibas a decir? —preguntó Paula. Su madre apenas si asintió—. Así que sólo le contaste lo que tú querías que supiera. O más bien lo que pensabas que él quería oír.


—No puedo creer que me esté pasando esto.


—Mira, mamá, no es tan horrible como lo estás pintando.


—Dices eso porque no te está pasando a ti —dijo Monica—. De lo cual me alegro mucho. No soportaría verte a ti en esta situación.


—Claro que lo soportarías. Y vendrías a cuidarme como yo estoy haciendo contigo.


—No puede ser. Tú tienes un hijo y un trabajo. Y una vida propia. No puedes...


—Shhh. Ya es suficiente. No voy a abandonar mi vida, por el amor de Dios. Descansa tranquila que yo tengo un plan —dijo Paula suavemente.


—¿Cuál? —preguntó Monica en un tono de sospecha.


—Luego te lo cuento —dijo Paula inclinándose para poder darle un beso a su madre —. Y ahora, voy a decirle a Teo que ya puede venir, a no ser que quieras seguir durmiendo.


—Ni se te ocurra decirle que no venga. Quiero pasar todo el tiempo posible con mi nieto.


—A propósito, he hablado bastante con el doctor Coleman —dejó caer Paula. Monica alzó la barbilla—. Hey, no te preocupes. Hablaremos de eso también después. Mientras tanto baja esa barbilla. Y no te preocupes, porque todo va a salir bien.


Monica trató de sonreír.


—Tráeme a mi niño de vuelta. Tengo planes que no te incluyen a ti.


—No dejes que te agote, sabes que puede hacerlo —bromeó Paula sonriente ante el humor de su madre.


—Eso es asunto mío.


Cuando Paula llegó a la puerta de su habitación se dio cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas. Se limpió y entró.


—Hola, guapo, la abuela te está esperando —le dijo a Teo.



PLACER: CAPITULO 4





—Oh, doctor, gracias por llamarme.


—No se preocupe. Sé que está preocupada por su madre y es lógico —respondió el doctor Gustavo Coleman.


Paula se estremeció ante las palabras sinceras del médico.


Pero ella era enfermera, no debía sorprenderse. La mayoría de los médicos no se andaban por las ramas. El jefe de Paula, Alberto Nutting estaba cortado por ese mismo patrón.


No obstante Paula se asustó. Estaban hablando de su madre, quien siempre había sido su mayor apoyo. El padre de Paula había muerto cuando ella era pequeña de un fallo cardiaco y se habían quedado bastante desprotegidas económicamente. Monica había tenido que trabajar de la mañana a la noche para sacarla adelante. Y sin embargo nunca había desatendido a su hija. Monica siempre había encontrado momentos para compartir con ella, sin importarle lo cansada o atareada que estuviera.


—¿Está usted ahí, señora Chaves? —preguntó el médico. 


Paula se dio cuenta de que se había quedado absorta en sus pensamientos.


—Perdone. Me he quedado pensando en mi madre. Ahora que la he visto, estoy muy preocupada.


—Como le he dicho antes, tiene motivos para estarlo. Ha sufrido una caída muy mala, y como usted ya sabe, la espalda ha sido dañada. Pero no hay ninguna fractura.


Monica se había caído en el vestíbulo de la casa dos semanas atrás. Cuando Paula había conseguido hablar desde Houston con el doctor Coleman, éste le había enviado una copia de las pruebas. Entonces Paula se había dado cuenta de la gravedad de la situación y había corrido junto a su madre.


—Le estoy muy agradecida por haberme mantenido informada en todo momento, doctor.


—No podía hacer otra cosa. Como ya la he dicho, Monica está hecha de una madera especial. Sé que tiene muchos dolores, sin embargo, sufre en silencio.


—Pero eso no es bueno.


—Tiene razón. No quiero que sufra. Pero creo que Monica es la paciente más testaruda que tengo —confesó el doctor con una sonrisa.


A Paula le agradó aquel gesto. Nunca había visto al médico en persona, pero había tenido incontables conversaciones telefónicas con él. Cada vez estaba más impresionada por su sentido del humor y por lo atento que se mostraba con su madre.


—Quiero hacerle otra resonancia magnética pronto, así podremos comprobar si los músculos dañados están empezando a cicatrizar o no. Mientras tanto he encargado un corsé para que pueda ponérselo. No quiero que se mueva de la cama si no lo lleva puesto —prosiguió el doctor.


—Parece entonces que va a tener que guardar reposo durante bastante tiempo —comentó Paula cada vez más preocupada.


—Sí. Sobre todo por la osteoporosis.


—Así que nos enfrentamos a un periodo de recuperación largo —dijo Paula con el corazón en un puño.


—No necesariamente. Monica es tan decidida que creo que podrá recuperarse mucho antes que cualquiera de nosotros en su caso. Lo que sí que está claro es que se tiene que olvidar de trabajar durante una buena temporada.


—¿Y qué hay de la rehabilitación?


—Tendrá que hacerla, pero todavía es pronto.


Paula estaba luchando contra los sentimientos que estaban desatándose en su interior. Tenía un panorama desolador. 


¿Qué ocurriría si su madre nunca llegaba a recuperar toda la movilidad? Monica siempre había trabajado y había sido una mujer llena de vitalidad.


—Me va a tener que ayudar para convencerla de que no puede trabajar. Supongo que hasta el momento no le ha comentado nada de esto. Ella piensa que la semana que viene ya estará fregando suelos —dijo Paula.


—Alguien tendrá que fregar los suelos, pero no va a ser Monica.


—Gracias por ser tan tremendamente sincero conmigo. Ahora yo tendré que ser tremendamente sincera con ella —afirmó Paula tras un suspiro.


—Si espera un rato, me acercaré al rancho. Y los dos le podremos soltarle la noticia.


—Gracias por su amabilidad, pero déjeme intentarlo a mí. Si se me resiste, se lo comunicaré.


—Llámeme cuando sea necesario.


Cuando la conversación terminó, Paula se quedó con el auricular en la mano unos instantes antes de colgar. Estaba aturdida.