sábado, 12 de agosto de 2017
UNA CANCION: CAPITULO 29
Al final, todo había resultado bastante fácil, pensó Pedro mientras aparcaba el todoterreno en la parte de atrás del restaurante Rib Shack de DJ. Echó una ojeada
alrededor para comprobar que no había nadie vigilándolos y entró con Paula del brazo por la puerta de servicio. Los domingos, a la hora de comer y luego por la tarde, el restaurante de DJ estaba abarrotado de clientes, pero por la noche bajaba bastante la afluencia. Los turistas aún no habían empezado a llegar. Así que Pedro le propuso a DJ cerrar el local para ellos dos solos y donar para obras benéficas el dinero que hubiera podido recaudar esa noche.
El día anterior, DJ había colgado, en la puerta del restaurante, el cartel de:
Cerrado el domingo a partir de las siete de la tarde, y lo había anunciado también a través de la emisora de radio local. Con las persianas bajadas y el local a media luz, podrían disfrutar de una velada íntima, sin necesidad de estar recluidos en la casa de la montaña. Una casa que, aunque a veces había considerado una cárcel, empezaba a verla ahora como un verdadero hogar, especialmente cuando Paula y Joaquin estaban allí con él.
El viernes se lo habían pasado muy bien los tres. Habían salido de excursión a la montaña y habían sacado algunas fotos de los alces que habían conseguido ver entre los pinos. Pedro les había llevado después al apartamento y Paula le había preguntado si quería quedarse allí a pasar la noche. Él le había dicho que no, a pesar de lo mucho que la deseaba. Recordaba lo que había sucedido en la mesa de la cocina la última vez y no quería que Joaquin les encontrase allí o en la cama juntos. Pedro tenía que poner antes en orden algunas cosas en su vida.
Esa noche, sin embargo, después de cenar, tenía pensado llevarla a la casa de la montaña.
Paula estaba un poco… nerviosa, al entrar en el restaurante de DJ.
—¿Qué te pasa? —preguntó él.
—No es nada. Es solo que se me hace un poco raro estar aquí. Me había hecho ya a la idea de estar en tu casa.
—Eso vendrá después —dijo él, guiñándole un ojo.
Paula miró con curiosidad el restaurante como si no lo hubiera visto nunca.
—¿No has venido nunca aquí a comer? —preguntó él.
—En realidad, no. Joaquin y yo apenas salimos —respondió ella—. Ese cuadro es muy bonito.
—Es de Allaire, la esposa de DJ. Es profesora de Arte en el instituto.
Justo en ese momento, una mujer rubia muy atractiva se acercó a ellos.
—¿Qué tal, Pedro? ¿Está todo bien?
—Hola, Allaire —replicó él—. No esperaba verte por aquí. Mira, te presento a Paula.
—Espero que no os importe, pero tenemos un nuevo plato que queremos incorporar a nuestro menú y nos gustaría que lo probarais, a ver qué os parece. Es pastel de pollo al horno.
—Estoy segura de que será maravilloso —dijo Paula.
—DJ cree que deberías tomar algo ligero de postre, pero yo os he preparado mi receta especial de pastel de queso con chocolate —dijo Allaire—. Podéis llevaros a casa lo que sobre. Si queréis un poco de música, justo a la entrada de la cocina hay un panel en la pared. Pulsad el botón verde. Creo que esta noche no es música country.
Por el brillo que vio en los ojos de Allaire, Pedro sospechó que sería música romántica para bailar lento. Le pareció una idea maravillosa.
—Gracias por todas las molestias que os habéis tomado.
—Tonterías. No ha sido nada.
Allaire les llevó a una mesa que tenía un mantel de lino blanco, una cubertería de plata y unos vasos y copas de cristal tallado. Había una botella de vino en una cubitera con hielo y un centro de mesa con unas flores muy bellas.
—Tenía ganas de remodelar el restaurante, aunque solo fuese por una noche. Que disfrutéis —dijo Allaire con una sonrisa, saliendo por la puerta de la cocina y cerrando tras de sí.
—DJ y Allaire parecen muy amables, ¿verdad? —dijo Paula.
—Lo son. Hubo muchos chismorreos sobre ellos en la ciudad, pero esa es otra historia que tal vez ellos mismos nos cuenten algún día.
Pedro se quedó sorprendido de sus propias palabras. Por su forma de hablar, parecía como si diera por hecho que iban a estar juntos muchos años después de esa noche. Miró a Paula y comprendió por su expresión que ella también había captado el matiz de sus palabras.
Paula llevaba puesto un abrigo de entretiempo de color teja. Cuando hizo ademán de desabrochárselo, él se acercó a ella por detrás y la ayudó a quitárselo.
Pedro se embriagó entonces del perfume que se había puesto y recordó la conversación que habían tenido unos días antes sobre el asunto. Vio entonces que llevaba eso que la mayoría de las mujeres acostumbra a llamar un sencillo vestido negro. Pero que no tenía nada de sencillo. Lucía una cremallera a todo lo largo de la espalda y un escote por delante en V, discreto, pero muy sugerente. Las mangas largas contribuían a resaltarlo aún más. Pedro, con el abrigo aún del brazo, tragó saliva, tratando de controlarse.
El vestido no estaba entallado, pero se amoldaba a la perfección a sus caderas y le llegaba tres o cuatro centímetros por encima de las rodillas.
Llevaba unos zapatos negros de tacón alto con unas correas muy sexy. Pedro contuvo la respiración al mirarla. Incluso su pelo parecía diferente esa noche. Se lo había recogido en un moño muy elegante a la altura de la nuca y le caía luego suelto como una cascada por el cuello. El brillo de su pelo rubio competía con el fulgor que desprendían sus pendientes dorados. Sus ojos parecían aún más grandes de lo que ya eran con el flequillo que se había dejado. Llevaba un maquillaje casi imperceptible en las mejillas y un lápiz de labios de color violeta a juego con el esmalte de las uñas.
Era una mujer muy completa, pensó él.
—¿Qué estás mirando? —exclamó ella.
—Creo que serías una maquilladora excelente para algunas modelos que conozco. Me gusta mucho tu aspecto. Ven aquí. He estado deseando hacer esto desde que te recogí hace una hora en el coche —dijo él, dejando el abrigo en una silla y estrechándola en sus brazos.
Ella se echó luego un poco hacia atrás para mirarle mejor.
—No creas que no me he dado cuenta de lo bien afeitado que vas. Pareces otro hombre.
—Más reconocible, ¿verdad? —dijo él, bromeando.
—Con esa camisa blanca y esa corbata de bolo texana estás impresionante. Ahora sé por qué las chicas se desmayan al verte.
—¿Estás empezando tú a desmayarte? —dijo él, con una sonrisa especial en sus ojos verdes.
—Todavía no —respondió ella con voz temblorosa.
—Eres dura de pelar y sé que no caerás rendida a mis pies fácilmente. No sabes el efecto que eso produce en mi ego —dijo Pedro sin poder contener la risa.
—¿He conseguido hacértelo más pequeño? —preguntó ella con velada ironía.
—Ven aquí —dijo él de nuevo, estrechándola en sus brazos.
La besó de forma muy sensual, como si quisiera darle un adelanto de lo que sería la última parte de la noche. Cuando, finalmente, se apartaron, él se quitó el sombrero y lo colgó en un perchero de la pared.
Le asaltó entonces una leve sospecha. ¿Por qué había estado tan nerviosa al entrar en el restaurante e incluso había estado mirando por todas partes con gesto receloso?
—Allaire dijo que la comida estaba ya preparada, así que será mejor que comamos primero. Pastel de pollo al horno. Suena bien, ¿verdad? —exclamó él.
—Sí, suena maravilloso. A mi madre le salía muy bien.
Echaba los trozos de pollo y ponía zanahorias, patatas, apio, cebolla y todas las verduras que tenía a mano. Lo metía todo en un molde, lo cubría con una capa de hojaldre, y al horno. No lo hacía muy a menudo porque le llevaba mucho tiempo, pero a mí me encantaba cada vez que lo hacía.
Pedro miró los platos que Allaire había preparado para acompañar el pastel de pollo.
—Por lo que veo, tenemos torta de maíz, pepinillos dulces y amargos, y salsa de arándanos. Y, para terminar, pastel de queso con chocolate. Esto, más que una cena, es un festín. ¿Estás preparada para devorar todo esto? —dijo él con una sonrisa, y añadió luego mostrándole la botella de vino blanco por el lado de la etiqueta—. ¿Qué te parece?
—¿Puedo catarlo antes?
—¡Vaya! Veo que eres una experta en vinos —dijo él, sirviéndole una copa.
—No, no lo soy. Solo sé distinguir entre los que me gustan y los que no — replicó ella, y luego añadió, tomando la copa por el tallo, moviéndola en círculos, oliendo el aroma del vino y tomando luego un par de sorbos—: Es muy agradable.
Creo que va a ir muy bien con el pollo.
—Opino exactamente igual —dijo él, después de probarlo también—. Es una buena noticia saber que estamos de acuerdo en algo.
—Creo que estamos de acuerdo en muchas más cosas.
Pedro sirvió un poco más de vino en la copa de ella, pero no se echó en la suya.
—Está muy bueno, pero tengo que conducir. Quiero que sepas una cosa, Paula. Esta es nuestra noche, pero si quieres irte a casa después de cenar, haremos lo que tú quieras.
Ella dejó el tenedor sobre la mesa, sin apenas haber probado nada.
—¿Y tú, qué deseas hacer?
—Creo haberte demostrado lo mucho que te deseo. No soy capaz de controlarme cuando te tengo cerca. Solo me gustaría saber si tú sientes lo mismo que yo.
—Creo que te has controlado admirablemente hasta ahora —respondió ella con una sonrisa.
—Llegué a pensar incluso que podrías ir a una de esas revistas sensacionalistas a contarles que me conduje contigo como un cavernícola —dijo él, medio en broma.
—¿Aún no confías en mí? —exclamó ella con aire ofendido.
—Olvida lo que te he dicho.
—Sin confianza, no puede haber una relación.
—Yo confío en ti —replicó él, inclinándose sobre la mesa y tomándole la mano.
Los dos se miraron fijamente. Había entre ellos una serie de sentimientos contenidos. Algunos contradictorios.
—Siento lo mismo que tú, Pedro. Quiero ir contigo a tu casa después de cenar.
Él se aclaró la garganta y tomó el tenedor, pero sin importarle lo que estaba comiendo. Solo pensaba en regresar a casa cuanto antes y tenerla desnuda en la cama. Pero entonces, Paula dijo esas palabras que suelen llenar de temor el corazón de un hombre.
—Hay algo de lo que quiero hablarte. Pero eso puede esperar hasta más tarde.
Hablar y hacer el amor no eran cosas que casasen demasiado. Hablar mucho podría romper la magia del momento. Sin embargo, mirando a Paula a los ojos, Pedro sintió casi tanta curiosidad sobre lo que querría decirle como sobre los lugares en los que se habría puesto aquel perfume tan embriagador.
UNA CANCION: CAPITULO 28
Pedro fue el sábado por la mañana a ver a Erika.
Entró en el cuarto de estar con cuidado para no tropezar con los juguetes de Emilia. La niña, de casi tres años, estaba ocupada con varios proyectos que llevaba a la vez con gran eficacia y desenvoltura: hacía una casita con piezas de un juego de construcciones, daba el biberón a su muñeca favorita y ponía a dar vueltas a un patito de juguete que hacía «cuacuá». Y no contenta con eso, quiso montarse también en un poni de peluche de casi un metro de alto.
—Daniel se lo compró el año pasado, por su cumpleaños. Este año va a ser un triciclo —dijo Erika, en voz baja para que la niña no pudiera oírlo y fuera una sorpresa—. Vamos a dar una pequeña fiesta de cumpleaños el miércoles por la noche. Vendrán mi madre y algunos amigos. Por supuesto, estás invitado —dijo Erika, y luego añadió en seguida al ver su cara de circunstancias—. Está bien.
Comprendo que no quieras que se te vea demasiado en estos momentos. Pero, dime, ¿qué te ha traído por aquí esta mañana? Sé que te gusta mucho cómo preparo el café, pero supongo que no…
—Tengo un problema y pensé que tú tal vez podrías ayudarme. Paula necesita que se quede alguien cuidando de Joaquin mañana por la noche. Se lo pidió a sus abuelos, pero los Lambert parece que tenían ya un compromiso previo… Van a ir a una bolera o algo parecido. Además, Paula cree que no les gustaría saber que iba a salir con alguien.
—¿No saben que está saliendo contigo? ¿No quieres tú que lo sepan?
—Aún no. Así que me estaba preguntando si conocéis a alguien de confianza que pueda quedarse con el niño. Que no sea tu madre. No quiero abusar de tu amabilidad.
Erika se apartó de la cara un mechón de su pelo castaño rizado, con gesto pensativo.
—¿Sabes qué? Yo me quedaré cuidando de Joaquin.
—¿Estás bromeando?
—No. Tengo un trabajo pendiente para el Frontier Days y creo que será la oportunidad de terminarlo cuando Joaquin se vaya a la cama. En el apartamento de Paula, estaré más tranquila que aquí. Daniel se pone a veces un poco pesado y no me deja trabajar.
—Vaya, veo que seguís igual que de recién casados —comentó Pedro con una sonrisa.
—Me encanta parecer una recién casada —respondió ella, algo ruborizada—. Por cierto, ¿adónde piensas llevar a Paula?
—A Casa Pedro. Le prepararé un menú de gourmet en una mesa muy romántica con velas —dijo él, y luego añadió al ver la sonrisa maliciosa de Erika—. ¿En qué estás pensando?
—¿De veras quieres saberlo? Te lo diré. La mayoría de las mujeres no aprecian debidamente una aventura y prefieren tener una relación estable y seria. Yo estuve viviendo con Daniel antes de casarnos. Sé que las circunstancias no son las mismas, pero a él no le preocupaba que alguien pudiera verle conmigo. Sin embargo, Paula puede pensar que tú te sentirías avergonzado si alguien te viese con ella.
—No, eso no es verdad.
—¿Estás seguro? ¿Estás seguro de que no te preocupa ver en la prensa sensacionalista algún titular como: «El famoso cantante de música country sale con una camarera»?
—¿Crees que soy tan superficial?
—No. Sé que compraste todas las entradas del cine para poder estar a solas con ella. Pero…
—Tal vez sería más correcto llevarla a un sitio que no fuera mi casa, ¿verdad?
—Eso tú sabrás —dijo Erika.
De repente, a Pedro se le ocurrió algo que podría ser una buena idea. Solo tendría que contar con la colaboración de DJ Traub, el primo de Daniel.
UNA CANCION: CAPITULO 27
El miércoles por la noche, recibió una llamada de Pedro.
—¿Una cita? —preguntó Paula, como si no hubiera escuchado bien.
—Sí, señorita Chaves, te estoy pidiendo una cita formal. Tú y yo solos. ¿Crees que Olga y Manuel podrán quedarse con el niño?
—No lo sé. Tendré que preguntárselo. ¿Tengo que ir vestida de alguna forma especial?
—Puedes ir como quieras.
—Hace mucho que no me pongo un vestido. Será una novedad para mí. Podría incluso ponerme un poco de perfume —añadió ella con cierta timidez.
—¿Me puedes dar un adelanto de dónde piensas ponértelo? —dijo él con un tono insinuante.
—Trata de adivinarlo. Luego veremos si has acertado —dijo Paula, flirteando abiertamente con él—. Te recuerdo que no es nuestra primera cita. Ya hemos ido juntos una vez al cine.
—Sí, pero esa no cuenta. Joaquin estaba con nosotros. Esa no es la idea que yo tengo de lo que es una cita.
Paula se preguntó qué tendría él preparado. Se imaginó que no la llevaría a ningún lugar público. Aunque comprendía los motivos, se preguntó si podría sentirse avergonzado de que le vieran con ella. Después de todo, ella no era nadie especial, comparada con él.
—¿Cuándo es tu próxima noche libre? —preguntó Pedro.
—El domingo por la noche.
Aún quedaban cuatro días.
—Me gustaría también ver a Joaquin.
—El viernes no tengo turno de noche en el restaurante. A primera hora de la tarde, le quitarán los puntos a Joaquin, pero luego puedes venir a pasar la tarde con nosotros.
—¿Por qué no venís vosotros a mi casa? Podemos ir al monte a ver si tenemos suerte y vemos más alces. Me llevaré la cámara digital que debo tener en algún sitio de la maleta y veremos luego en el ordenador las fotos que hayamos sacado.
—Me parece una gran idea. ¿Quieres que nos pasemos por tu casa cuando salga de la clínica?
—No, iré yo a recogeros. No me gusta la idea de que vengáis los dos solos por esta montaña.
Él estaba siendo protector con Joaquin y con ella pero, a pesar de eso, se sintió complacida.
—Está bien. Te diré mañana si Olga y Manuel pueden quedarse con Joaquin el domingo.
—Estoy deseando veros. Cuando no estoy contigo. Te echo mucho de menos.
Bueno, no le había dicho nada profundo, pero al menos le había confesado que la echaba de menos. Hubiera querido contarle lo de su entrevista con Jeff Nolan, pero pensó que no era adecuado hablar de esas cosas por teléfono. Ni, probablemente, tampoco el viernes estando Joaquin delante.
Sería mejor dejarlo para el domingo, cuando estuviesen los dos solos.
viernes, 11 de agosto de 2017
UNA CANCION: CAPITULO 26
El lunes por la mañana, Erika y Paula estaban ultimando la lista de las personas que compondrían el jurado del concurso.
—¿Va todo bien? Pareces hoy algo distraída —dijo Erika.
Paula y Erika habían llegado a hacerse grandes amigas en el poco tiempo que llevaban trabajando juntas. Sin embargo, Paula no supo bien qué contestar.
—Supongo que sabes que Pedro y yo hemos estado saliendo, ¿verdad?
—Sí. Daniel me dijo que Pedro te llevó al cine el otro día. Debió ser muy emocionante.
—Especialmente con Joaquin al lado —replicó Paula con una sonrisa.
—Sé por experiencia de lo que estás hablando. Cuando Daniel venía aquí a verme, Emilia siempre andaba por medio.
—Me preocupa que Joaquin le tome cariño y luego…
Paula se interrumpió bruscamente, temerosa de lo que pensaba decir.
—¿No crees que lo vuestro pueda funcionar?
—¿Crees acaso que nuestra relación puede tener algún futuro? —preguntó, a su vez, Paula, como deseando que su amiga le diera alguna esperanza—. Por más que lo pienso… Pedro es una estrella. ¿Qué podría hacer en esta ciudad? Se pasa la mayor parte del año dando conciertos por todo el país. He estado viendo el programa que tiene para las próximas fechas.
—Con Internet, una se entera de todo, ¿verdad? Dime una cosa, ¿te sientes atraída por Pedro como estrella o como hombre?
Paula recordó entonces su primer beso y lo que Pedro le había dicho:
«Recuerda que ha sido Pedro, el hombre, quien te ha besado, no el famoso cantante country».
—Estoy enamorada de él y no me importa lo que sea. Pero, ¿qué puedo ofrecerle yo? Vivo en esta pequeña ciudad, tengo un trabajo de camarera y un hijo que es lo más importante para mí. Ya sabes lo que es eso. ¿Cómo puedo pensar en…?
—Daniel y yo tampoco tuvimos el camino fácil. Él tenía aún las heridas de su primer matrimonio que aún no sé si han cicatrizado.
—Te refieres sobre todo a su hijo, ¿verdad? —dijo Paula.
—Sí, Toby. No me puedo imaginar el dolor que debió sentir al perderle. Por fortuna, Emilia fue un bálsamo para él. En realidad, Pedro jugó un papel decisivo. Escribió su gran éxito Movin’On, pensando en Daniel y lo cantó por primera vez aquí, cuando actuó el año pasado. Estuvimos viéndole. Fue un momento inolvidable para todos.
Paula podía imaginárselo. Sabía que Pedro haría cualquier cosa por un amigo. Ojalá ella pudiera tener la oportunidad de oírle cantar alguna vez en directo.
—Me temo que Joaquin y yo solo somos un sucedáneo en su vida. Puede que se sienta a gusto aquí con nosotros pero, cuando retome la vida que ha llevado siempre, nos olvidará.
—Tú y yo somos más parecidas de lo que imaginas —dijo Erika—. Daniel también vino aquí temporalmente, pero luego decidió quedarse. Cuando me enamoré de él, a pesar de lo apegada que estaba a esta ciudad, creo que le hubiera seguido a cualquier parte del mundo.
—Pedro y yo hace solo unas semanas que nos conocemos. No creo que él piense en lo nuestro como algo serio y estable.
—Ese es siempre el temor de todas las mujeres —dijo Erika—. Pero ¿quién puede saber cuánto tiempo necesita una persona para enamorarse?
Una hora más tarde, Paula concluyó su trabajo con Erika. El Frontier Days empezaba dentro de diez días. En la mayoría de los escaparates de las tiendas de la ciudad, había ya pósteres con el programa de festejos y, cerca del centro comercial, había incluso un panel electrónico con el calendario de actos. A Paula le gustaba formar parte de la comunidad de la ciudad y contribuir con su trabajo a que hubiera ese año más turistas y clientes potenciales en Thunder Canyon. La celebración del Frontier Days era el verdadero motor que dinamizaba la actividad comercial de la ciudad.
Paula iba pensando en todo eso cuando llegó al apartamento. Tenía poco más de una hora para lavar la ropa y prepararse luego para ir al LipSmackin’ Ribs.
Suspiró con resignación al pensarlo. El día anterior, Bob Collins se había sentado en una de sus mesas y le había dicho algunas inconveniencias que la habían molestado. Si pudiera encontrar otro trabajo mejor, dejaría el restaurante sin pensarlo, pero hasta entonces…
Estaba metiendo en la secadora la ropa ya lavada, cuando oyó el timbre de la puerta.
¿Sería Pedro? Él le había dicho que la llamaría por teléfono.
Paula se dirigió a la puerta y echó un vistazo por la mirilla. Pero no era Pedro sino un desconocido, vestido con una chaqueta de tweed, una camisa blanca y unos pantalones negros.
El hombre debió advertir su presencia al otro lado de la puerta y se dirigió a ella.
—Señorita Chaves, soy Jeff Nolan. Creo que tenemos un amigo común. Soy su manager.
Obviamente, Nolan no quería pronunciar en público el nombre de Pedro por si alguien pasara casualmente por allí y pudiera oírlo. Pero, ¿qué hacía el manager de Pedro llamando a su puerta? Solo había una manera de averiguarlo.
Abrió la puerta con mucha cautela, solo unos centímetros.
—¿Puede usted identificarse, por favor?
El hombre arqueó las cejas, sacó la cartera y le mostró el carné de conducir.
Tenía su residencia en Nashville. Luego le enseñó también una foto en la que aparecían Pedro y él muy sonrientes sobre el escenario de un concierto multitudinario.
Paula abrió la puerta del todo e invitó al hombre a pasar a la cocina.
—Lo siento, pero no dispongo de mucho tiempo. Tengo que entrar a trabajar en cuarenta y cinco minutos —dijo ella.
Nolan echó una mirada a su alrededor y se hizo en seguida una composición de lugar.
—He venido por voluntad propia. Pedro no me ha enviado, si eso es lo que está pensando. Ayer vi su número de teléfono en la puerta del frigorífico y, a través de él, conseguí su dirección. Lo más probable es que Pedro se ponga furioso si llega a enterarse de que he venido.
Bueno, al menos el hombre era directo y sincero, pensó ella.
—¿Y qué le ha llevado a venir a verme?
—Mire usted, señorita, yo no entro en la vida privada de Pedro. No soy nadie para decir si usted es una cazafortunas o si trata simplemente de vender su historia a la primera revista sensacionalista que encuentre.
—Yo nunca haría…
—No me importa lo que usted haga o deje de hacer, lo único que me importa es Pedro y su música. Me llamó la atención el ver el dibujo de su hijo pegado en el frigorífico de Pedro. Nunca le había visto hacer nada parecido. Así que me imaginé que usted y el niño debían ser algo muy especial para él. Si es así, señorita Chaves, debería mirar por la carrera de Pedro.
—Yo solo quiero que sea feliz, pero eso no resulta nada fácil en este momento.
—Sí, lo sé, pero eso no significa que sea imposible. Vine aquí porque me gustaría que ejerciera su influencia sobre él, para que volviera a tocar la guitarra y componer canciones. Parece como si quisiera castigarse a sí mismo renunciando a lo que ha sido siempre su pasión en la vida. Necesita a alguien que le ayude y le anime a retomar de nuevo su carrera.
Paula miró a Nolan con gesto de recelo.
—Quiere que Pedro vuelva a cantar y a escribir canciones por las comisiones que usted obtiene de sus discos y actuaciones, ¿no es verdad?
—Se equivoca. Lo único que quiero es que Pedro vuelva a reencontrarse consigo mismo.
—Señor Nolan…
—No es mi intención ponerme en plan dramático. Pedro es su música. Sin ella, no es el mismo. Lanzar un nuevo disco al mercado y planificar su gira de promoción era la razón de su vida. Ahora la ha perdido. Puede sentarse en la cima de una montaña a contemplarse el ombligo todo lo que quiera, pero en algún momento, acabará aburriéndose hasta de la paz que creyó encontrar aquí cuando llegó por primera vez a este lugar. No puede encontrar en ningún lugar esa paz que busca porque donde verdaderamente tiene que encontrarla es dentro de su alma.
—Tal vez Pedro esté tratando de encontrar una vida diferente —dijo ella, con la esperanza de que pudiera ser cierto.
—Tal vez. Pero tratar de renunciar a la vida que uno ha tenido es algo que no resulta nada fácil. Puede que funcione durante unas semanas, pero, tarde o temprano, uno acaba echando de menos lo que ha dejado atrás. Pedro necesita estar preparado para cuando llegue ese momento.
Paula asintió con la cabeza ante la sensatez de aquellas palabras.
—Él se encierra en sí mismo cada vez que le hablo de su música. Cuando mi hijo subió a su estudio y se puso a tocar la guitarra, Pedro la apartó a un lado como si fuera un abrigo viejo que no valiera ya para nada. No estoy segura de poder hacer algo por él.
—No se pierde nada por intentarlo.
—Está bien. Pero con una condición. Le diré que usted vino a verme y le contaré todo lo que hemos estado hablando.
—Eso podría dar al traste con nuestro plan —dijo él, frunciendo el ceño.
—No pienso tener secretos con él. Y menos en algo tan personal como esto.
—Está bien. Si cree que tiene que ser así.
Sería maravilloso que ella consiguiera devolver a Pedro su ilusión por la música, porque sabía que era una parte importante de su vida.
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