lunes, 17 de julio de 2017

¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 25





Sentado delante del ordenador, Pedro estudió por segunda vez la oferta de trabajo que le ofrecía el Ministerio de Agricultura. Un año atrás tal vez hubiera considerado la posibilidad de mudarse a Arkansas para dedicarse a la investigación con un buen sueldo. Pero ahora no quería ni pensar en desarraigar a Mariana de Willow Creek. Además,
parecía que Paula y Abril estaban empezando a querer a los viñedos tanto como él.


Había echado de menos a Paula.


El viernes había viajado a Daytona para el compromiso laboral que tenía con la hija del senador Grayson. Pero desde su regreso había estado muy callada y cuando en un momento que estuvieron a solas, él intentó besarla, ella lo rechazó. Algo rondaba por aquella cabecita suya y él tenía que averiguar de qué se trataba. No podía creerse cuánto la había echado de menos cuando había estado fuera. Le costaba trabajo aceptar que su felicidad dependiera tanto de ella.


Estaba a punto de apagar el ordenador cuando oyó el motor de un coche parándose delante de la bodega. Reconoció la camioneta de Stan.


—No esperaba verte esta noche —dijo cuando entró su tío.


—Me acabo de acordar de que tengo que meter unos datos en el ordenador. No quiero dejarlo para mañana para que no se me olvide — aseguró Stan con incomodidad.


—Creo que en la cocina hay tarta de manzana —comentó Pedro con la esperanza de que su tío entrara en casa y pudieran mantener una conversación.


—No —contestó Stan tocándose la cintura, que estaba más ancha de lo que solía ser—. El médico dice que tengo que controlar lo que como.


Pedro no había oído nunca que su tío hubiera vigilado alguna vez las calorías ni el colesterol, pero tal vez hubiera hecho borrón y cuenta nueva. Le pediría a su madre que lo invitara a cenar el sábado. Así tal vez le contaría qué era lo que lo tenía preocupado.


Unos minutos más tarde, Pedro entró en la casa. Sin detenerse en la cocina, donde vio de reojo que su madre se estaba preparando un té, subió las escaleras y se encontró con Paula en las escaleras.


Acababa de salir del cuarto de las niñas tras acostarlas y leerles un cuento.


—Vamos a mi habitación —dijo Pedro agarrándola del brazo.


—No creo que sea una buena idea. Me gustaría tener un poco de intimidad porque tenemos que hablar, pero tu dormitorio...


—Si lo que quieres es hablar, hablaremos —aseguró Pedro algo molesto—. Además de una cama, también tengo sofá.


—De acuerdo —accedió ella.


Pedro abrió la puerta de su dormitorio y encendió la luz,
indicándole con un gesto el sofá tapizado de amarillo que había al fondo.


—¿Qué ocurrió en Florida? —le preguntó—. ¿Salió bien la fiesta?


—Muy bien. El senador Grayson quiere que le organicemos una fiesta benéfica. Ya le dije que podía confiar plenamente en Carla para ello. Por cierto, Loretta Carmichael te manda recuerdos —aseguró Paula mirándolo a los ojos.


Así que Loretta le había hablado de la llamada telefónica que él le había hecho. Era de esperar.


—La llamé para ver si podía fiarme de ti como madre de
Mariana.


—Ya veo. ¿Tenías miedo de que la raptara?


—No sabía qué podías hacer, Paula. Eras una extraña. El
detective privado me había entregado un informe básico de ti, pero no era suficiente. Si ibas a estar con mi hija necesitaba saber más.


—Sabías lo de Eric antes de que yo te lo contara —lo acusó
Paula.


—Sí —reconoció Pedro estirando el brazo por el respaldo del sofá—. Loretta me puso al corriente, y me alegré de que lo hiciera. Eso explicaba muchas cosas, sobre todo el hecho de que no quisieras hablar de tu matrimonio.


—¿Por qué no me dijiste que lo sabías?


Pedro la miró a los ojos y le dijo la verdad.


—Porque quería que confiaras en mí lo suficiente como para
contármelo. Sabía lo doloroso que había sido para ti lo de la aventura de tu marido y no quería arrancarte esa información. Quería que me la contaras tú libremente.


Paula le recorrió el rostro con la mirada como si quisiera
encontrar el verdadero significado de las palabras que acababa de pronunciar.


—Eso tiene sentido —murmuró finalmente asintiendo con la
cabeza.


—¿Por qué creías que llamé a Loretta?


—Para tener un arma contra mí en caso de una batalla judicial por la custodia.


—No hubiera encontrado ninguna. Eres una buena madre y fuiste una esposa leal.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas y Pedro se preguntó si la confianza sería siempre un problema entre ellos. Porque en ese caso sería difícil que su matrimonio saliera bien.


—Sé que vas a echar de menos a Loretta y a Carla —dijo Pedro abrazándola.


—Sí —respondió ella apoyándose contra su pecho—. Pero estoy preparada para iniciar una nueva vida aquí contigo.


Aquella noche durmieron juntos y a Pedro no le importó que
tuvieran que darle explicaciones a su madre. Estaban prometidos.


Prometidos.


Tenía que comprarle un anillo a Paula. Lo haría aquella misma tarde.



***


Todavía no había salido el sol cuanto Pedro salió de la cama,
besó suavemente a Paula en la frente para no despertarla y salió directo a la bodega después de ducharse.


Nada más entrar le pareció vacía, silenciosa y oscura. Pero
entonces escuchó un ruido extraño.


Un sexto sentido lo llevó a no gritar. Se acercó al lugar de donde provenía el ruido y se quedó paralizado. Stan estaba subido a una escalera y trataba de alcanzar la tapa de una de las grandes tinajas. En la mano llevaba un vaso escanciador.


—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Pedro asombrado
acercándose a la escalera para quitarle al vaso de la mano.


Con una sola mirada vio que contenía vinagre. Aquella sustancia habría arruinado el vino.


En aquel momento sintió deseos de estrangular a su tío, sacudirlo hasta obligarlo a confesar por qué quería destrozar lo que tanto trabajo les había costado levantar.


Pero se contuvo.


—Será mejor que me digas qué pretendías si no quieres que llame a la policía —dijo con calma aparente arrojando el contenido del vaso por el fregadero—. Has estado tratando de sabotear la bodega desde que mamá te pidió ayuda.


Stan pareció envejecer a ojos de Pedro. Inclinó los hombros hacia abajo y se apoyó contra la barra.


—Amo a tu madre. Siempre la he amado. Pero ella sólo tenía ojos para Pablo. Él no se la merecía. Nunca la amó. Cuando tu padre murió yo esperaba que ella vendiera este sitio y así pudiéramos crear una vida juntos. Pero entonces ella te llamó a ti.


Pedro estaba absolutamente asombrado. Sabía que Stan y su madre habían sido amigos durante años, pero nunca había sospechado que hubiera nada más.


—¿De verdad pensabas que si causabas problemas mi madre vendería los viñedos y se iría contigo a algún lado?


—Sabía que no sería tan fácil, pero pensé que así tendríamos más tiempo para estar juntos y ella vería que yo le convenía más que Pablo.


—¿Le has contado a mamá tus sentimientos? —preguntó Pedrocuyo enfado había desaparecido por completo.


Stan negó con la cabeza con gesto vergonzoso y algo tímido.


—Pues deberías —aseguró él, sintiendo lástima por su tío—. Es duro amar a un fantasma y creo que mamá ha dejado atrás a papá más de lo que tú piensas. Y en cuanto a la bodega... ¿Qué es lo que quieres, tío Stan?


—Estoy harto de ser mano de obra, un simple obrero —confesó su tío—. Tal vez debería dejar de trabajar aquí.


—¿Y que te parecería invertir un poco de dinero en los viñedos y convertirte en socio?


—¿Me dejarías?


—Si deseas tanto como yo que Willow Creek se convierta en la mejor bodega del condado, sí.


—Gracias, Pedro —dijo su tío asintiendo con la cabeza—. Siento habértelo hecho pasar tan mal.


—Eso va a cambiar a partir de ahora. Muchas cosas van a
cambiar.


Pedro no sabía qué le depararía el futuro a su madre y a Stan, pero esperaba que les trajera felicidad. El tipo de felicidad que él iba a encontrar con Paula.



****


Cuando Paula entró a la mañana siguiente en la cocina con su ordenador portátil, se sentía como en las nubes. Había compartido una noche maravillosa con Pedro y estaba deseando vivir muchas más como aquella.


—Buenos días —dijo Eleanora cuando Paula entró en la cocina—. ¿Has dormido bien?


Hubo algo en el tono de voz de la otra mujer que la hizo pensar que sabía que había pasado la noche en el dormitorio de Pedro.


—Estupendamente —dijo sonrojándose ligeramente mientras colocaba el ordenador sobre la mesa—. ¿Quieres que te ayude a preparar el desayuno de las niñas?


—No es necesario. ¿Qué vas a hacer?


—Un presupuesto para la nueva boda que hemos contratado — contestó Paula frunciendo el ceño al ver que la máquina no arrancaba—. Vaya. Tenía que haberla llevado a arreglar.


—Podrías utilizar el ordenador del despacho de Pedro.


—Tienes razón —murmuró Paula cerrando su portátil—. Voy
para allá. Todavía falta más de una hora para que se despierten las niñas.


—Si te encuentras con Pedro, dile que espero que él también haya dormido bien —dijo Eleanora muy seria.


—Lo haré —contestó Paula sintiendo cómo se sonrojaba de
nuevo.



****


Cinco minutos más tarde estaba abriendo la puerta de la bodega.


Al entrar en el despacho y sentarse frente al ordenador, recordó que Carla le había pedido que cuando llegara a Willow Creek le enviara un correo electrónico para decirle que estaba bien. Aquella mañana, Paula se sentía mucho mejor que bien, pensó con una sonrisa mientras pinchaba el icono del correo. La pantalla desplegó el último mensaje que Pedro había recibido. Paula abrió desmesuradamente los ojos al leer el encabezamiento: Oferta de trabajo.


No debería leerlo. Sabía que no debería. Pero no pudo evitarlo. La oferta de empleo venía de un contacto de Pedro en el Ministerio de Agricultura. Además del sueldo, le ofrecían un plus por trasladarse a Arkansas.


Arkansas. ¿Por qué no se lo había mencionado Pedro? ¿Querría ocultárselo? A las niñas les encantaba Willow Creek, y a ella también.


Entonces, todas las dudas de Paula regresaron de golpe. Pedro seguía siendo el tutor legal de Mariana. También era el padre de Abril, y ahora tenía la prueba que lo demostraba. ¿Y si quería marcharse y sacar a Paula de la foto familiar?


Tenía que averiguarlo. Tenía que saber qué planeaba Pedro.


Tenía que saber si la noche anterior había sido un encuentro de dos almas o si él la estaba utilizando mientras se construía una nueva vida con las niñas... y sin ella.







¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 24




Aquella respuesta liberó el deseo contenido entre ellos. Con la luna filtrándose a través de la ventana, Pedro se quitó la camiseta.


Tenía el cabello revuelto y los brazos bronceados como consecuencia de trabajar expuesto al sol. Sus ojos oscuros excitaban a Paula como nunca antes nada la había excitado. 


Cuando alzó la mano para tocarlo, Pedro aguantó la respiración.


—He esperado esto mucho tiempo —susurró cuando los dedos de Paula juguetearon con el pelo de su pecho—. No he estado con nadie desde que murió Fran.


Pedro la desvistió con lentitud infinita, como si quisiera que cada roce de sus yemas sobre la ropa fuera una preparación para lo que iban a compartir. Cuando estuvo desnuda sobre la manta, él hundió la mirada en sus ojos y Paula estiró la mano para desabrocharle la hebilla del cinturón. Pedro dejó que se lo quitara y que le bajara la cremallera.


Pero entonces le sujetó las manos antes de que ella pudiera tocarle.


—Quiero prolongar esto.


—Yo sólo quiero sentirte dentro.


—Me lo estás poniendo muy duro —protestó Pedro.


—De eso se trata —contestó Paula con picardía.


Él soltó una carcajada. Entonces se quitó los pantalones y los calzoncillos y se colocó encima de ella con toda su dureza y toda su virilidad. Pedro experimentó una deliciosa sensación cuando ella le recorrió la espalda con las manos.


—Eso es —susurró.


Pero no era suficiente. Pedro quería prolongar el placer y por ello le mordisqueó el pezón, atrapándolo entre sus labios, succionándolo. Lo único que Paula pudo hacer fue levantar las rodillas en silenciosa súplica.


Para su sorpresa, Pedro sacó un preservativo del bolsillo de sus pantalones. Iban a casarse, pero no habían hablado de tener más hijos, y era obvio que él no quería detenerse en aquel momento para discutir el asunto. Cuando entró en ella lo hizo con seguridad, deseo y posesión.


A Paula le apasionaba el modo que tenía Pedro de hacer el amor. Le rodeó la cintura con las piernas y se movió al ritmo que él marcaba, introduciéndolo más en su interior. La respuesta a sus eróticos embistes la llevó a un tiempo y un lugar que era solamente suyo. Las circunstancias que los habían unido quedaban muy atrás. Ahora estaban sólo ellos dos haciendo el amor en un lugar íntimo, conociéndose como nunca antes lo habían hecho.


Paula sintió que en su interior crecía un calor que amenazaba con quemarle la piel. Le clavó las uñas en la espalda mientras él presionaba más profundamente y con más ímpetu.


—Ahora —decidió Pedro moviéndose al ritmo adecuado, en el lugar preciso y con la profundidad necesaria.


La luna se deshizo en millones de estrellas y los cielos se abrieron en un arco iris de mil colores cuando Paula entró en una dimensión erótica que nunca había experimentado.


Pedro alcanzó el orgasmo unos instantes después y ella lo abrazó mientras se estremecía. Paula fue consciente entonces de que quería que la amara como nunca había amado a ninguna otra mujer.


¿Sería capaz algún día de decírselo? ¿Podría ser algún día sincera con él? Cada día que pasaba se sentía más libre a su lado y tal vez cuando se casaran podría dejar atrás el pasado definitivamente.


Deseaba decirle que lo amaba, pero sus lazos eran todavía tan frágiles y tan nuevos que no quería que Pedro se sintiera obligado a decírselo también.


—¿Estás bien? —le preguntó él tumbándose a su lado sin quitarle el brazo del hombro.


—Mejor que bien —murmuró Paula en voz baja—. Gracias,
Pedro. Vuelvo a sentirme como una mujer deseable.


—Dame unos minutos y te enseñaré con exactitud lo deseable que eres —dijo él sonriéndole con picardía.


Paula se rió, le echó los brazos al cuello y lo besó. Todo iba a salir bien. Criarían juntos a Mariana y a Abril y algún día Pedro se enamoraría de ella.


Y entonces tendría todo lo que siempre había deseado.




¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 23




Creo que quiero rosas blancas —dijo Paula una semana más tarde cuando estaba escogiendo las flores que quería para su ramo de novia.


Pedro y ella estaban en la floristería. Habían escogido rosas y hiedra para los adornos de las mesas.


—¿Lo ves? —dijo él—. No me necesitas para esto.


No, seguramente no, pensó Paula. Pero ¿acaso no consistía en aquello planear una boda? ¿En que la pareja fuera cómplice también en esos asuntos? Ella viajaría a Daytona el viernes. ¿Le daría aquella separación de fin de semana una mejor perspectiva?


Quería casarse con Pedro. Lo amaba. Pero ahí estaba el
problema. Ella lo amaba pero él a ella no. Siempre la trataba con respeto y se le veía apasionado cuando se besaban. 


Tras un matrimonio en el que el amor se había convertido en traición debería estar contenta con los términos de aquella relación.


—Han elegido muy bien —dijo la florista con una sonrisa—. Ahora tenemos que elegir el lazo. Les traeré unas muestras.


—¿Cómo puedes dedicarte a esto? —preguntó Pedro con una mueca.


—Me gusta escoger los detalles —aseguró ella riendo—. El toque adecuado.


Al sonido de la palabra «toque», Paula vio en sus ojos aquel
destello de pasión y supo que no tardarían mucho en hacer el amor.


Pero cuando lo hicieran no habría vuelta atrás. En aquel momento le entregaría su alma y su corazón, y por eso tenía que estar absolutamente segura antes de hacerlo.


—He matriculado a las niñas en la guardaría para el próximo
otoño —dijo entonces para cambiar de tema.


—¿Por qué lo has hecho? —preguntó Pedro, borrando de su rostro cualquier expresión de deseo.


—¿No crees que ya es hora de que amplíen un poco sus
horizontes?


—¿Horizontes? Ahora se tienen la una a la otra. Tienen a su
mamá y me tienen a mí.


—A eso me refiero exactamente —insistió Paula—. Necesitan algo más. Yo puedo enseñarles los números, las letras y los colores, pero necesitan relacionarse con otros niños. Mariana ha estado muy aislada.


—La hemos cuidado muy bien —replicó Pedro con sequedad.


—Eso ya lo sé —respondió Paula con voz suave, apretándole suavemente el hombro—. Has hecho un trabajo maravilloso con ella. Pero hay un momento en que empiezan a necesitar algo más que a sus padres.


—No van a ir a ningún sitio. Todavía no. ¿Haces esto porque
quieres tener más tiempo para trabajar?


El hecho de que Pedro pensara que quería «colocar» a las niñas con alguien le dolió.


—No. Esto no tiene nada que ver con trabajar. Se trata de
enriquecer sus vidas.


La florista apareció de nuevo y se acercó al mostrador con una cesta llena de lazos colgada del brazo.


—¿Han escogido ya el color de los vestidos de las damas de
honor?


—Todavía no. Ya volveremos cuando tengamos el tema más
avanzado.


Paula miró de reojo a Pedro. Estaba muy serio. De camino a
Willow Creek no dijo ni una sola palabra. Ella no fue capaz de discernir si estaba enfadado o simplemente pensativo.


Cuando llegaron a casa encontraron a Eleanora y a las niñas
fuera. La madre de Pedro estaba trasplantando flores mientras Abril y Mariana jugaban con una caja llena de tierra.


—¿Qué estáis haciendo, niñas? —preguntó Paula cuando
estuvieron a su lado.


—Ayudar a la abuela —respondió Mariana sin apartar la vista del montón de tierra que estaba juntando.


—¿Qué os parecería jugar con otros niños? —dijo entonces
Pedro, colocándose al lado de Paula.


—Yo jugaba con los niños en el parque —aseguró Abril alzando la vista.


Paula no tenía intención de decir ni una palabra. Pedro había sacado el tema y pensaba dejarle manejar la situación a él.


—¿Y te gustaba?


Abril asintió con la cabeza.


—Mariana, ¿a ti qué te parece?


—¿Vendrá Abril también? —preguntó la niña inclinando
ligeramente la cabeza.


—Claro —contestó Pedro.


—Vale.


Pedro se puso de pie y tras decirle a su madre si no le importaba cuidar unos minutos más de las niñas, guió a Paula a la cocina.


—No termino de acostumbrarme a ti —le espetó una vez dentro.


—¿A qué te refieres?


—En primer lugar, no estoy acostumbrado a compartir la
responsabilidad sobre Mariana. Me resulta difícil.


—Lo siento, pero tengo que decirte lo que creo que es justo.


—Lo sé. Y quiero que lo hagas. Pero no esperes que esté de
acuerdo contigo siempre en un primer momento.


—Debí haberte consultado antes de matricularlas —reconoció Paula con una sonrisa.


Un instante después, Pedro estaba besándola de nuevo.



****


Pedro y Paula se tomaron su tiempo aquella noche al acostar a las niñas. Después de que ella hubiera dado un beso a Mariana y él hubo abrazado a Abril, Paula sintió sus ojos clavados en ella. El recuerdo de sus besos la había perseguido durante todo el día. Sus besos le habían dicho exactamente lo que Pedro quería.


Y cuando salieron del cuarto de las niñas, Paula también supo lo que quería.


—¿Te apetece pasar un rato en el establo? —le preguntó él
deteniéndola suavemente con una mano al salir al pasillo.


—¿Sola o a solas contigo? —bromeó Paula.


Pedro la atrajo hacia sí y la besó apasionadamente.


—A solas conmigo, por supuesto —aseguró con voz grave.


El dormitorio de Pedro estaba a sólo unos metros del suyo, pero dentro de la casa estarían demasiado pendientes de todo y todos.


—A solas contigo suena bien —dijo Paula sin respiración.


Camino al establo, él le rodeó la cintura con el brazo y aquel
contacto provocó que el cuerpo de Paula se pusiera en ebullición. Las estrellas brillaban con fuerza, semejantes a miles de cristales de luz.


Parecían pequeñas bombillas que le indicaran el camino hacia el futuro.


La luna llena facilitaba la visión mientras caminaban por el sendero de gravilla.


Paula pensaba que irían a la parte inferior del establo, donde
había cuadras vacías. Pero para su sorpresa, Pedro abrió la puerta de la parte superior y la sostuvo para que ella entrara. Había paja embalada en los rincones y se distinguía un olor a noche, a heno y a madera antigua.


—¿Dónde vamos? —preguntó Paula con voz queda.


—No hace falta que susurres —respondió Pedro con una
mueca—. Sólo los caballos pueden oírnos. Ven, te enseñaré algo.


Pedro tomó una escalera que había al fondo y, tras asegurarse de que estaba firme, la apoyó contra la pared y levantó una trampilla que llevaba a un nivel superior.


—¿Qué hay ahí arriba?


—El altillo. Esta tarde traje un par de mantas y las coloqué allí.


Pedro había planeado bien aquello y Paula se dio cuenta de que había estado pensando en hacer el amor con ella desde hacía tiempo.


Eso la hizo sentirse deseada, aunque le hubiera gustado que hubiera algo más que deseo.


—Sube con cuidado —le aconsejó Pedro.


Cuando Paula llegó hasta el altillo, él la siguió. Había dejado la luz de abajo encendida, y además abrió la ventanita de arriba, a través de la cual se colaba la luz de la luna y las estrellas. Hacía una nochemmaravillosa. Paula sintió que se le formaba un nudo en la garganta.


Pedro llevaba puestos aquella noche una camiseta y pantalones vaqueros. Cuando extendió la manta sobre la base de heno, Paula observó el movimiento de los músculos de sus hombros y toda ella se estremeció. Quería acariciarlo. Quería tocarlo por todas partes. Y quería que él hiciera lo mismo.


Pedro se giró un instante y sus miradas se cruzaron. A Paula se le secó la boca.


—Ven aquí —susurró él tumbándose sobre la manta y palmeando suavemente el hueco que tenía al lado.


Cuando Paula ocupó el espacio que Pedro le indicaba, la abrazó y la atrajo hacia sí. Apoyó la barbilla sobre su cabeza y no dijo nada más. Se limitó a escuchar cómo respiraban al unísono.


—Quiero hablarte de mi matrimonio —dijo Paula de pronto.


No sabía muy bien cómo le había surgido aquella idea, pero sabía que no podría hacer el amor con Pedro hasta que él no conociera su verdad.


—Eric tuvo una aventura cuando yo estaba embarazada —
comenzó a decir.


Paula sintió cómo el cuerpo de Pedro se ponía tenso, pero
continuó hablando.


—Las señales estaban ahí. Se había comprado ropa nueva,
llevaba un corte de pelo distinto y pasaba más tiempo fuera de casa. Al principio decía que tenía mucho trabajo y yo lo creí. Pero entonces empezaron a llamar a casa y colgaban y encontré un recibo de la tarjeta de crédito a su nombre por la compra de flores, bombones y una gargantilla de diamantes. Yo no quería creerlo. Pasé un tiempo negándolo todo. Incluso cuando encontré el recibo me dije a mí misma que tal vez pensara regalarme la gargantilla cuando naciera el bebé.
Pero entonces encontré un colorete en su coche y se lo solté todo. Él no lo negó. Sólo se excusó. Dijo que el embarazo me había cambiado y que tenía el presentimiento de que el centro de nuestras atenciones iría a parar al bebé a partir de entonces. Enfrentarse a la paternidad era una gran responsabilidad y él tenía la sensación de que estaba huyendo de ella. Yo traté de mantener la calma. Traté de ser racional. Sabía que gritar y llorar no serviría de nada, aunque eso fuera lo que tenía ganas de hacer. Le pregunté si quería el divorcio. Para mi sorpresa me dijo que no. Insistía en que me amaba.


Paula miró por la ventana para observar durante unos segundos la luna y las estrellas.


—Yo quise creerlo. Aunque mi confianza y mi autoestima se
resquebrajaron aquel día, igual que mi corazón. Pero yo no podía dejar de pensar en el bebé y en el modo en que mi padre se había marchado, dejando a mi madre sola para criarme. Así que accedí a quedarme con Eric y volver a intentarlo.


—¿Por qué no me habías contado esto antes? —protestó Pedro.


—Porque no quería parecer estúpida ni débil.


—Seguir con él no fue una debilidad. Fue una valentía —aseguró Pedro acariciándole el cabello—. Tú querías que Abril tuviera un padre y una madre. Pero tengo la sensación de que no lo conseguiste.


—No, no lo conseguí. Eric siempre estaba fuera de la ciudad. Lo llamé cuando me puse de parto, pero me dijo que no podía cancelar sus reuniones. Cuando Abril nació. Quiero decir... Mariana —se corrigió sacudiendo la cabeza—. Los bebés necesitan muchos cuidados, así que me centré en la niña. Entonces un día, cuando Abril tenía seis meses, Eric fue al médico para hacerse un análisis de sangre porque se sentía muy cansado. Y allí estaba el cáncer. No podía dejarle pasar solo por todo aquello. Ya no había nada entre nosotros, pero era mi marido y el padre de Abril.


—Debió ser muy duro para ti —susurró Pedro atrayéndola hacia sí—. Eres una mujer increíble.


Sus palabras fueron como un bálsamo para todo lo que había tenido que pasar. Paula había recuperado por sí misma la autoestima, pero era agradable ver un reflejo de admiración en los ojos de otra persona, escucharlo en otra voz.


Entonces Pedro la besó suavemente. Sus labios decían que lo comprendía todo, su lengua le dio a entender que la admiraba y que la deseaba. Sus manos le acariciaron la espalda arriba y abajo, acercándola a él hasta que pudo sentir los latidos de su corazón del mismo modo que su erección.


—¿Deseas esto tanto como yo? —preguntó Pedro con la
respiración agitada, dejando un instante de besarla.


—Sí.