lunes, 17 de julio de 2017

¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 24




Aquella respuesta liberó el deseo contenido entre ellos. Con la luna filtrándose a través de la ventana, Pedro se quitó la camiseta.


Tenía el cabello revuelto y los brazos bronceados como consecuencia de trabajar expuesto al sol. Sus ojos oscuros excitaban a Paula como nunca antes nada la había excitado. 


Cuando alzó la mano para tocarlo, Pedro aguantó la respiración.


—He esperado esto mucho tiempo —susurró cuando los dedos de Paula juguetearon con el pelo de su pecho—. No he estado con nadie desde que murió Fran.


Pedro la desvistió con lentitud infinita, como si quisiera que cada roce de sus yemas sobre la ropa fuera una preparación para lo que iban a compartir. Cuando estuvo desnuda sobre la manta, él hundió la mirada en sus ojos y Paula estiró la mano para desabrocharle la hebilla del cinturón. Pedro dejó que se lo quitara y que le bajara la cremallera.


Pero entonces le sujetó las manos antes de que ella pudiera tocarle.


—Quiero prolongar esto.


—Yo sólo quiero sentirte dentro.


—Me lo estás poniendo muy duro —protestó Pedro.


—De eso se trata —contestó Paula con picardía.


Él soltó una carcajada. Entonces se quitó los pantalones y los calzoncillos y se colocó encima de ella con toda su dureza y toda su virilidad. Pedro experimentó una deliciosa sensación cuando ella le recorrió la espalda con las manos.


—Eso es —susurró.


Pero no era suficiente. Pedro quería prolongar el placer y por ello le mordisqueó el pezón, atrapándolo entre sus labios, succionándolo. Lo único que Paula pudo hacer fue levantar las rodillas en silenciosa súplica.


Para su sorpresa, Pedro sacó un preservativo del bolsillo de sus pantalones. Iban a casarse, pero no habían hablado de tener más hijos, y era obvio que él no quería detenerse en aquel momento para discutir el asunto. Cuando entró en ella lo hizo con seguridad, deseo y posesión.


A Paula le apasionaba el modo que tenía Pedro de hacer el amor. Le rodeó la cintura con las piernas y se movió al ritmo que él marcaba, introduciéndolo más en su interior. La respuesta a sus eróticos embistes la llevó a un tiempo y un lugar que era solamente suyo. Las circunstancias que los habían unido quedaban muy atrás. Ahora estaban sólo ellos dos haciendo el amor en un lugar íntimo, conociéndose como nunca antes lo habían hecho.


Paula sintió que en su interior crecía un calor que amenazaba con quemarle la piel. Le clavó las uñas en la espalda mientras él presionaba más profundamente y con más ímpetu.


—Ahora —decidió Pedro moviéndose al ritmo adecuado, en el lugar preciso y con la profundidad necesaria.


La luna se deshizo en millones de estrellas y los cielos se abrieron en un arco iris de mil colores cuando Paula entró en una dimensión erótica que nunca había experimentado.


Pedro alcanzó el orgasmo unos instantes después y ella lo abrazó mientras se estremecía. Paula fue consciente entonces de que quería que la amara como nunca había amado a ninguna otra mujer.


¿Sería capaz algún día de decírselo? ¿Podría ser algún día sincera con él? Cada día que pasaba se sentía más libre a su lado y tal vez cuando se casaran podría dejar atrás el pasado definitivamente.


Deseaba decirle que lo amaba, pero sus lazos eran todavía tan frágiles y tan nuevos que no quería que Pedro se sintiera obligado a decírselo también.


—¿Estás bien? —le preguntó él tumbándose a su lado sin quitarle el brazo del hombro.


—Mejor que bien —murmuró Paula en voz baja—. Gracias,
Pedro. Vuelvo a sentirme como una mujer deseable.


—Dame unos minutos y te enseñaré con exactitud lo deseable que eres —dijo él sonriéndole con picardía.


Paula se rió, le echó los brazos al cuello y lo besó. Todo iba a salir bien. Criarían juntos a Mariana y a Abril y algún día Pedro se enamoraría de ella.


Y entonces tendría todo lo que siempre había deseado.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario