Sentado delante del ordenador, Pedro estudió por segunda vez la oferta de trabajo que le ofrecía el Ministerio de Agricultura. Un año atrás tal vez hubiera considerado la posibilidad de mudarse a Arkansas para dedicarse a la investigación con un buen sueldo. Pero ahora no quería ni pensar en desarraigar a Mariana de Willow Creek. Además,
parecía que Paula y Abril estaban empezando a querer a los viñedos tanto como él.
Había echado de menos a Paula.
El viernes había viajado a Daytona para el compromiso laboral que tenía con la hija del senador Grayson. Pero desde su regreso había estado muy callada y cuando en un momento que estuvieron a solas, él intentó besarla, ella lo rechazó. Algo rondaba por aquella cabecita suya y él tenía que averiguar de qué se trataba. No podía creerse cuánto la había echado de menos cuando había estado fuera. Le costaba trabajo aceptar que su felicidad dependiera tanto de ella.
Estaba a punto de apagar el ordenador cuando oyó el motor de un coche parándose delante de la bodega. Reconoció la camioneta de Stan.
—No esperaba verte esta noche —dijo cuando entró su tío.
—Me acabo de acordar de que tengo que meter unos datos en el ordenador. No quiero dejarlo para mañana para que no se me olvide — aseguró Stan con incomodidad.
—Creo que en la cocina hay tarta de manzana —comentó Pedro con la esperanza de que su tío entrara en casa y pudieran mantener una conversación.
—No —contestó Stan tocándose la cintura, que estaba más ancha de lo que solía ser—. El médico dice que tengo que controlar lo que como.
Pedro no había oído nunca que su tío hubiera vigilado alguna vez las calorías ni el colesterol, pero tal vez hubiera hecho borrón y cuenta nueva. Le pediría a su madre que lo invitara a cenar el sábado. Así tal vez le contaría qué era lo que lo tenía preocupado.
Unos minutos más tarde, Pedro entró en la casa. Sin detenerse en la cocina, donde vio de reojo que su madre se estaba preparando un té, subió las escaleras y se encontró con Paula en las escaleras.
Acababa de salir del cuarto de las niñas tras acostarlas y leerles un cuento.
—Vamos a mi habitación —dijo Pedro agarrándola del brazo.
—No creo que sea una buena idea. Me gustaría tener un poco de intimidad porque tenemos que hablar, pero tu dormitorio...
—Si lo que quieres es hablar, hablaremos —aseguró Pedro algo molesto—. Además de una cama, también tengo sofá.
—De acuerdo —accedió ella.
Pedro abrió la puerta de su dormitorio y encendió la luz,
indicándole con un gesto el sofá tapizado de amarillo que había al fondo.
—¿Qué ocurrió en Florida? —le preguntó—. ¿Salió bien la fiesta?
—Muy bien. El senador Grayson quiere que le organicemos una fiesta benéfica. Ya le dije que podía confiar plenamente en Carla para ello. Por cierto, Loretta Carmichael te manda recuerdos —aseguró Paula mirándolo a los ojos.
Así que Loretta le había hablado de la llamada telefónica que él le había hecho. Era de esperar.
—La llamé para ver si podía fiarme de ti como madre de
Mariana.
—Ya veo. ¿Tenías miedo de que la raptara?
—No sabía qué podías hacer, Paula. Eras una extraña. El
detective privado me había entregado un informe básico de ti, pero no era suficiente. Si ibas a estar con mi hija necesitaba saber más.
—Sabías lo de Eric antes de que yo te lo contara —lo acusó
Paula.
—Sí —reconoció Pedro estirando el brazo por el respaldo del sofá—. Loretta me puso al corriente, y me alegré de que lo hiciera. Eso explicaba muchas cosas, sobre todo el hecho de que no quisieras hablar de tu matrimonio.
—¿Por qué no me dijiste que lo sabías?
Pedro la miró a los ojos y le dijo la verdad.
—Porque quería que confiaras en mí lo suficiente como para
contármelo. Sabía lo doloroso que había sido para ti lo de la aventura de tu marido y no quería arrancarte esa información. Quería que me la contaras tú libremente.
Paula le recorrió el rostro con la mirada como si quisiera
encontrar el verdadero significado de las palabras que acababa de pronunciar.
—Eso tiene sentido —murmuró finalmente asintiendo con la
cabeza.
—¿Por qué creías que llamé a Loretta?
—Para tener un arma contra mí en caso de una batalla judicial por la custodia.
—No hubiera encontrado ninguna. Eres una buena madre y fuiste una esposa leal.
Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas y Pedro se preguntó si la confianza sería siempre un problema entre ellos. Porque en ese caso sería difícil que su matrimonio saliera bien.
—Sé que vas a echar de menos a Loretta y a Carla —dijo Pedro abrazándola.
—Sí —respondió ella apoyándose contra su pecho—. Pero estoy preparada para iniciar una nueva vida aquí contigo.
Aquella noche durmieron juntos y a Pedro no le importó que
tuvieran que darle explicaciones a su madre. Estaban prometidos.
Prometidos.
Tenía que comprarle un anillo a Paula. Lo haría aquella misma tarde.
***
besó suavemente a Paula en la frente para no despertarla y salió directo a la bodega después de ducharse.
Nada más entrar le pareció vacía, silenciosa y oscura. Pero
entonces escuchó un ruido extraño.
Un sexto sentido lo llevó a no gritar. Se acercó al lugar de donde provenía el ruido y se quedó paralizado. Stan estaba subido a una escalera y trataba de alcanzar la tapa de una de las grandes tinajas. En la mano llevaba un vaso escanciador.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Pedro asombrado
acercándose a la escalera para quitarle al vaso de la mano.
Con una sola mirada vio que contenía vinagre. Aquella sustancia habría arruinado el vino.
En aquel momento sintió deseos de estrangular a su tío, sacudirlo hasta obligarlo a confesar por qué quería destrozar lo que tanto trabajo les había costado levantar.
Pero se contuvo.
—Será mejor que me digas qué pretendías si no quieres que llame a la policía —dijo con calma aparente arrojando el contenido del vaso por el fregadero—. Has estado tratando de sabotear la bodega desde que mamá te pidió ayuda.
Stan pareció envejecer a ojos de Pedro. Inclinó los hombros hacia abajo y se apoyó contra la barra.
—Amo a tu madre. Siempre la he amado. Pero ella sólo tenía ojos para Pablo. Él no se la merecía. Nunca la amó. Cuando tu padre murió yo esperaba que ella vendiera este sitio y así pudiéramos crear una vida juntos. Pero entonces ella te llamó a ti.
Pedro estaba absolutamente asombrado. Sabía que Stan y su madre habían sido amigos durante años, pero nunca había sospechado que hubiera nada más.
—¿De verdad pensabas que si causabas problemas mi madre vendería los viñedos y se iría contigo a algún lado?
—Sabía que no sería tan fácil, pero pensé que así tendríamos más tiempo para estar juntos y ella vería que yo le convenía más que Pablo.
—¿Le has contado a mamá tus sentimientos? —preguntó Pedro, cuyo enfado había desaparecido por completo.
Stan negó con la cabeza con gesto vergonzoso y algo tímido.
—Pues deberías —aseguró él, sintiendo lástima por su tío—. Es duro amar a un fantasma y creo que mamá ha dejado atrás a papá más de lo que tú piensas. Y en cuanto a la bodega... ¿Qué es lo que quieres, tío Stan?
—Estoy harto de ser mano de obra, un simple obrero —confesó su tío—. Tal vez debería dejar de trabajar aquí.
—¿Y que te parecería invertir un poco de dinero en los viñedos y convertirte en socio?
—¿Me dejarías?
—Si deseas tanto como yo que Willow Creek se convierta en la mejor bodega del condado, sí.
—Gracias, Pedro —dijo su tío asintiendo con la cabeza—. Siento habértelo hecho pasar tan mal.
—Eso va a cambiar a partir de ahora. Muchas cosas van a
cambiar.
Pedro no sabía qué le depararía el futuro a su madre y a Stan, pero esperaba que les trajera felicidad. El tipo de felicidad que él iba a encontrar con Paula.
****
—Buenos días —dijo Eleanora cuando Paula entró en la cocina—. ¿Has dormido bien?
Hubo algo en el tono de voz de la otra mujer que la hizo pensar que sabía que había pasado la noche en el dormitorio de Pedro.
—Estupendamente —dijo sonrojándose ligeramente mientras colocaba el ordenador sobre la mesa—. ¿Quieres que te ayude a preparar el desayuno de las niñas?
—No es necesario. ¿Qué vas a hacer?
—Un presupuesto para la nueva boda que hemos contratado — contestó Paula frunciendo el ceño al ver que la máquina no arrancaba—. Vaya. Tenía que haberla llevado a arreglar.
—Podrías utilizar el ordenador del despacho de Pedro.
—Tienes razón —murmuró Paula cerrando su portátil—. Voy
para allá. Todavía falta más de una hora para que se despierten las niñas.
—Si te encuentras con Pedro, dile que espero que él también haya dormido bien —dijo Eleanora muy seria.
—Lo haré —contestó Paula sintiendo cómo se sonrojaba de
nuevo.
****
Cinco minutos más tarde estaba abriendo la puerta de la bodega.
Al entrar en el despacho y sentarse frente al ordenador, recordó que Carla le había pedido que cuando llegara a Willow Creek le enviara un correo electrónico para decirle que estaba bien. Aquella mañana, Paula se sentía mucho mejor que bien, pensó con una sonrisa mientras pinchaba el icono del correo. La pantalla desplegó el último mensaje que Pedro había recibido. Paula abrió desmesuradamente los ojos al leer el encabezamiento: Oferta de trabajo.
No debería leerlo. Sabía que no debería. Pero no pudo evitarlo. La oferta de empleo venía de un contacto de Pedro en el Ministerio de Agricultura. Además del sueldo, le ofrecían un plus por trasladarse a Arkansas.
Arkansas. ¿Por qué no se lo había mencionado Pedro? ¿Querría ocultárselo? A las niñas les encantaba Willow Creek, y a ella también.
Entonces, todas las dudas de Paula regresaron de golpe. Pedro seguía siendo el tutor legal de Mariana. También era el padre de Abril, y ahora tenía la prueba que lo demostraba. ¿Y si quería marcharse y sacar a Paula de la foto familiar?
Tenía que averiguarlo. Tenía que saber qué planeaba Pedro.
Tenía que saber si la noche anterior había sido un encuentro de dos almas o si él la estaba utilizando mientras se construía una nueva vida con las niñas... y sin ella.
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