jueves, 6 de julio de 2017

PROMETIDA TEMPORAL: CAPITULO 14




Había perdido la cabeza. Paula agarró la sábana y se envolvió en ella para esconderse. No había otra explicación. 


¿Cómo si no iba a haberse atrevido a quitarse la ropa que le quedaba y salir así, desnuda como había llegado al mundo? 


Nunca había sido tan atrevida. Esa había sido la especialidad de Laura, no la suya.


Laura.


Se sentó al borde de la cama y hundió el rostro entre las manos. Qué tonta había sido de creer que podría meterse en los asuntos de los Alfonso y salir ilesa. Quizá si hubiera sido sincera con Pedro desde el principio, podría haber salido bien. Ésa había sido su intención cuando había pedido que la enviaran a la fiesta de la empresa Alfonso.


Arrugó el entrecejo. ¿Cómo se había complicado todo de ese modo? Cuando él la había tocado, así había sido. Le había propuesto aquella locura y, antes de que ella pudiera hacer funcionar sus neuronas, la había besado y Paula había perdido la razón y el sentido común por culpa del Infierno.


El Infierno.


Se miró la palma de la mano. Quería creer que no era más que el poder de la sugestión, pero no podía pasar por algo el latido y el picor que sentía en la mano. Era imposible que fuera fruto de su imaginación.


Alguien llamó a la puerta suavemente. Solo podía ser una persona. Pensó en fingir que seguía dormida y que no lo había oído, pero no podía, así que se acercó y abrió, aún envuelta en la sábana. Él se había puesto un pantalón deportivo y parecía aliviado de que ella también se hubiese tapado.


—Es tarde —dijo ella, pero Pedro la interrumpió enseguida.


—Lo siento, Paula. Lo de esta noche ha sido culpa mía —se apoyó en el marco de la puerta y sonrió—. Pensé que podría controlarlo.


—¿Y no has podido?


—En absoluto —su sonrisa no hizo sino aumentar—. No puedo dejar que vuelva a ocurrir —hizo una breve pausa—. Al menos hasta que te haya puesto un anillo.


Paula tenía verdaderos problemas para respirar.


—¿Y entonces?


—Entonces terminaremos lo que hemos empezado hoy —extendió la mano y le acarició la mejilla—. De un modo u otro, acabaremos comprendiendo lo que ocurre y estoy seguro de que nos ayudará saciar el deseo que sentimos.


—¿Y si no quiero hacer el amor contigo?


Pedro se echó a reír.


—No sé por qué, pero no creo que exista tal posibilidad.


Se acercó y le dio un rápido beso que hizo que ella deseara más. Después se apartó y la dejó allí, apretándose la sábana alrededor del pecho.


Si hacía el amor con él, sería un verdadero desastre. Eso los uniría aún más y, por más que él lo negara, crearía un vínculo que solo podría ocasionarles dolor.


Porque en cuanto le contara que Laura era su hermana, o medio hermana, y descubriera el verdadero motivo por el que se había acercado a él, no querría tener nada que ver con ella nunca más.






PROMETIDA TEMPORAL: CAPITULO 13




Un aullido despertó a Pedro de madrugada. Miró a la mujer que dormía a su lado y sonrió. Normalmente necesitaba varias noches antes de dormir bien junto a una mujer, pero con Paula se había acomodado con increíble facilidad. No recordaba la última vez que había dormido tan plácidamente. 


De no haber sido por Kiko, seguramente no se habría despertado hasta que fuera completamente de día.


Movió a Paula con suavidad y, al volver a acomodarse, la oyó hacer un ruidito que le resultó delicioso. ¿Sería eso lo que haría cuando hicieran el amor? Se moría de ganas de descubrirlo.


Le dio la espalda deliberadamente y salió al patio. Kiko estaba sentada en el césped, con la cara levantada hacia la luna, en una pose tan bella y salvaje que despertó el lado más primitivo de Pedro. Deseaba dejarse llevar por el instinto y olvidarse por un momento de la lógica intelectual que determinaba prácticamente todos sus movimientos. 


Deseaba formar parte de un mundo más natural donde podría seguir su lado animal. La certeza de que no podía hacerlo, y ella tampoco, lo llenó de tristeza.


Kiko era un animal salvaje atrapado desde que lo habían domesticado, una trampa que él trataría de evitar a toda costa. Antes de que pudiera aullar de nuevo con la misma tristeza, Pedro silbó suavemente y, aun a su pesar, la perra acudió casi de inmediato.


—Me da mucha lástima —dijo Paula detrás de él, dando voz a sus pensamientos.


Pedro se volvió y se quedó inmóvil. La luz de la luna bañaba su desnudez. Era un estudio en marfil y carbón. El cabello, los hombros y los pechos brillaban como perlas, pero la sombra caía sobre su vientre y el oscuro y fértil rincón que se escondía entre sus piernas. Pedro se olvidó de toda lógica intelectual.


—La naturaleza la llama, pero ella no puede responder como desearía porque está atrapada a medio camino entre el lobo y el perro —Paula lo miró a los ojos—. ¿Es eso lo que sientes tú? ¿Estás atrapado entre dos mundos?


Pedro seguía sin poder pensar con claridad. Comprendía la pregunta, pero seguía pensando en ella. En las exigencias de su cuerpo.


Pedro


Ella cometió el error de acercarse y la luna acabó con las pocas sombras que la protegían.


—Tu familia es muy sentimental. Sin embargo tú no.


No podía apartar los ojos de ella.


—No estés tan segura.


En su rostro apareció una sonrisa.


—¿Entonces tú también eres así?


Pedro tuvo que hacer varios intentos hasta conseguir hablar.


—Si te toco de nuevo, lo descubrirás personalmente. Y yo romperé la promesa que le hice a Primo.


Hubo un momento de silencio. Después, con un pequeño suspiro, ella dio un paso atrás y dejó que las sombras la engulleran para volver al mundo de fantasía del que se había escapado. Pedro sentía que todo su cuerpo le pedía que fuera tras ella. Sabía que todo se debía a la luna y al aullido de Kiko, que habían desatado sus instintos más primitivos.


Como si fuera consciente de todo, la perra pasó a su lado y se sentó en la puerta, bloqueándole el paso.


—Tú ganas esta vez —le dijo Pedro—. Pero no creas que va a ser siempre así.


Dicho eso, se dio media vuelta y huyó de aquel deseo que sobrepasaba la razón mientras se frotaba el incesante picor que sentía en la palma de la mano.





miércoles, 5 de julio de 2017

PROMETIDA TEMPORAL: CAPITULO 12




Solo unos pasos los llevaron hasta la puerta que conducía a la habitación de invitados donde dormía ella. Kiko los siguió, pero se quedó sentada afuera, como si quisiera respetar aquel momento de intimidad. Pedro encontró rápidamente la cama a pesar de la oscuridad y la dejó sobre la colcha de seda. Ella sintió el peso de su cuerpo.


No veía nada, pero el resto de los sentidos los tenía increíblemente sensibles. Oía su respiración, cada vez más acelerada. Sentía los latidos de su corazón y el tacto de sus manos. En todo momento, la energía que manaba de la palma de la mano parecía extenderse por todo su cuerpo, su alma y su corazón.


—¿Estás seguro de que no estás rompiendo la promesa? —le preguntó susurrando.


Había colado la mano por debajo de su ropa y no tardó en encontrar el cierre del sujetador. Un solo movimiento y la prenda, quedó abierta.


—Creo que falta poco para hacerlo —dijo él, riéndose.


Paula sacó los brazos de las mangas de la blusa.


—Muy poco.


Mientras hablaba, la boca de Pedro encontró el punto donde el cuello se unía a los hombros y Paula sintió un escalofrío. 


Nunca se había dado cuenta de que tuviera tanta sensibilidad en esa parte del cuerpo. ¿Cómo era posible que un solo beso pudiera provocarle tal reacción?


Sintió sus manos en los pechos, acariciándole los pezones hasta que creyó que iba a volverse loca. Aún no la había besado y ya estaba desesperada de deseo, unas ansias que ni siquiera podría expresar con palabras.


Pedro, por favor —fue todo lo que pudo decir.


No podía admitir lo que quería. Era demasiado confuso y complicado. Quería más. Mucho más y al mismo tiempo quería que parara antes de perder el control por completo. O quizá ya fuera demasiado tarde. Aquello no estaba bien y, aunque no lo reconociera ante él, lo sabía y eso la mataba.


Se movió inquietamente, pero él la tranquilizó con una suave caricia.


Entonces le tomó el rostro entre las manos y le dio un beso en la boca que hizo que se olvidara de todo. Era sencillamente perfecto. Un beso completamente distinto a los anteriores. Un beso dulce que calmó todos sus sentidos. 


La desesperación se suavizó, se hizo más lánguida y Paula consiguió relajarse en sus brazos.


—Sabes que quiero seguir —le dijo, hablando contra sus labios.


—Y tú sabes que no podemos. No podría mirar a tu abuelo a la cara si… —dejó de hablar con un escalofrío.


—Entonces no lo haremos —dijo con una sonrisa que se percibía en su voz y en sus besos—. Pero eso no impide que estemos juntos.


—Es una tortura. Lo sabes, ¿verdad?


—Desde luego. Pero podré soportarlo —se rio suavemente—. Creo.


—Estamos jugando con fuego.


—¿De verdad quieres que pare?


¿Qué había sido de su fuerza de voluntad? Nunca había tenido ningún problema en mantener a los hombres a distancia. Hasta ese momento. Pero con Pedro… no entendía por qué, pero Pedro Alfonso ejercía un efecto sobre ella que jamás había sentido. Todo en él la atraía poderosamente. Su aspecto, su inteligencia, su sentido del humor, su fuerza, su compasión, incluso la relación con su familia. Por no hablar del modo en que su cuerpo reaccionaba a él. Había llegado con una idea muy clara de lo que quería de Pedro, pero había obtenido algo que nunca habría esperado.


Bajó los brazos y descubrió con sorpresa que, en algún momento, él se había quitado la camisa.


—¿Y si esto no es real? ¿Y si el Infierno hace que nos sintamos así?


—¿Eso crees? —preguntó, sorprendido—. ¿Crees que es la leyenda lo que te hace reaccionar así?


Paula intentó controlar sus manos, pero parecían tener voluntad propia y querer acariciarle el pecho.


—Yo… yo nunca había sentido esto. Solo trato de entenderlo.


—Intentas racionalizar lo que está pasando. Confía en mí, yo lo comprendo perfectamente y sé que no quiero tener ningún otro compromiso sentimental después de Laura.


Paula se quedó inmóvil al recordar aquello.


—¿Sentimental?


—Dios, Paula. ¿Crees que quiero algo más que esto, que lo físico?


—Puedo imaginar la respuesta —dijo ella con sequedad.


Pedro se tumbó boca arriba y la rodeó con el brazo. Ella apoyó la cabeza en su pecho y la mano en su abdomen.


—Desde que te conocí no he dejado de repetirme que no es más que atracción física —siguió diciendo él—. Porque eso es lo que quiero que sea, es lo único que puedo afrontar en estos momentos.


—¿Pero?


—Pero entonces me has contado lo de tu pierna y que no habías podido volver a bailar como antes.


—¿Y?


—Me ha dolido oírtelo contar —confesó—. Y ver cuánto te había afectado.


—¿Por eso hemos acabado aquí?


—Creo que sí —le acarició el pelo y respiró hondo—. Duérmete, Paula.


—¿Pero?


—Esta noche no. No sé si podría parar… ¿a quién quiero engañar? Sé que no podría parar si empezáramos.


Ella tampoco.


—¿Vas a quedarte aquí conmigo?


—Un rato.


Paula se quedó en silencio unos segundos, preguntándose si debía hacerle la siguiente pregunta. Pero la hizo de todos modos.


—¿Qué va a pasar ahora?


—No lo sé —respondió sinceramente—. Supongo que será mejor ir viéndolo día a día.


—Crees que todo esto que sentimos desaparecerá con el tiempo, ¿verdad?


—No te lo tomes a mal, pero es lo que espero.


—¿Y si no es así?


—Ya lo pensaremos entonces.


Paula hizo una nueva pausa antes de hablar de nuevo.


—Sea lo que sea, el Infierno o una simple atracción física, no irá muy lejos porque tú no eres el único que no quiere tener una relación seria.


—Entonces no hay nada de qué preocuparse, ¿no te parece?


Le habría gustado que fuera así, pero en cuanto Pedro se enterara de quién era ella, todo cambiaría.








PROMETIDA TEMPORAL: CAPITULO 11




Paula esperó ansiosamente la respuesta de Pedro. Para su sorpresa, él no dijo ni palabra. Se sirvió una copa de vino y, cuando ella abrió los ojos, se la dio.


—Mentir por omisión es lo que se hace cuando está saliendo con alguien… nadie es completamente sincero; si no, nadie se casaría jamás. Pero la cosa cambia cuando se comete la estupidez de dar el «sí, quiero».


—¿Entonces casarse significa decir la verdad? —¿eso era lo que había descubierto al casarse con Laura?


—Digamos que es cuando nos quitamos la máscara y vemos cómo es la persona en realidad. Como nosotros no vamos a casarnos, no creo que suponga ningún problema. Relájate, Paula, todos tenemos derecho a tener un poco de privacidad y algunos secretos.


Sus palabras fueron un gran alivio para ella, que volvió a sentarse a la mesa y bebió un poco del vino que le había servido. El sabor explotó en su boca.


—Está delicioso.


—Sí, ¿verdad? Primo compró un par de cajas la semana pasada y las repartió por la familia. Es de un viñedo que tiene en Toscana el hermano de Primo y su familia.


Paula se dejó llevar hacia aguas más tranquilas, pero siempre consciente de su proximidad.


—¿Y ellos también tienen eso del Infierno?


—No lo sé. Nunca hemos hablado de ello, pero tengo la sensación de que la mayoría de los Alfonso se hacen muchas fantasías con el tema del Infierno.


Pedro se sentó en el banco junto a ella y estiró las piernas. 


Estaba muy cerca. Maravillosamente cerca. El cuerpo de Paula reaccionó con una desconcertante combinación de placer y deseo.


—Sigues sin creer que exista a pesar de… —extendió la palma de la mano.


Él titubeó y luego se encogió de hombros.


—Vamos a pasar el próximo mes intentando averiguarlo.


Cauto y con evasivas. Parecía que no era la única que estaba siendo reservada.


—¿Lo dices solo para que no deje el trabajo? —le preguntó mientras movía la ensalada.


—Básicamente sí.


Paula no pudo contener una sonrisa.


—Qué taimado.


Empezaron a cenar en un agradable silencio, aunque Paula sentía la tensión sexual flotando en el ambiente. Trató de concentrarse en la comida y más tarde en la conversación para mitigar la sensación, pero también él lo sentía; no había más que mirarlo a los ojos para darse cuenta. Aquella mirada dotaba sus palabras de un nuevo significado que hacía aumentar la tensión. No obstante, ambos fueron esquivando los peligros cuidadosamente.


Después de cenar, retiraron las cosas y después volvieron al patio con el vino. Paula lanzó un suspiro que era una mezcla de satisfacción y temor.


—Bueno, ha llegado el momento de las historias —anunció Pedro—. El que gane a cara o cruz hace una pregunta y el que pierda tiene que contestar.


—Vaya. Eso puede ser muy peligroso.


—E interesante —lanzó la moneda al aire.


—Cara —dijo ella.


Pero fue cruz y Pedro no se hizo esperar.


—Primera pregunta. Cuéntame la verdad sobre Kiko… toda la verdad. Creo que merezco saberlo si va a quedarse por aquí un tiempo.


Era razonable, sin embargo Paula habría preferido no tener que contárselo.


—Me parece justo. No sé qué es exactamente. Desde luego no es un lobo puro, a pesar de su aspecto, pero supongo que debe de ser un cruce entre perro y lobo —al ver el gesto de Pedro, se apresuró a añadir—: Me parece que es más perro que lobo porque se comporta como un perro, tiene personalidad de perro.


—Explícate.


Paula eligió las palabras con cuidado.


—Hay gente que cría perros con lobos y crean híbridos. Es un asunto muy controvertido; mi abuela estaba completamente en contra de ello porque creía que era peligroso y además injusto tanto para los perros como para los lobos, porque la gente espera que dichos cruces se comporten como perros, pero es imposible. Son animales atrapados entre dos mundos, no son ni animales domésticos ni criaturas salvajes. Y cuando actúan respondiendo a su naturaleza salvaje, la gente se les echa encima.


—Ya entiendo —dijo él, aunque era evidente que no le hacía ninguna gracia—. ¿Y en el caso de Kiko, qué probabilidades hay de que se deje llevar por su lado de lobo?


—Nunca ha hecho daño a nadie. Nunca —insistió Paula—. Pero si me preguntas si podría hacerlo, supongo que sí. Igual que un perro, pero es más probable que salga corriendo en vez de plantar cara, especialmente ahora que está vieja.


—¿Cómo acabaste tú con ella?


Paula miró al animal y sonrió con profundo cariño. Kiko estaba tumbada, observándolos. Siempre estaba alerta, incluso en la vejez.


—Creemos que la persona que la adoptó la abandonó porque no podía cuidar de ella. La dejaron en el bosque cuando tenía más o menos un año. Mi abuela la encontró atrapada en una trampa y casi muerta de hambre.


Pedro miró también a la perra.


—Pobrecita. Me sorprende que dejara que tu abuela se acercara siquiera.


—La abuela siempre tuvo muy buena mano con los animales y Kiko apenas tenía fuerzas en esos momentos. La trampa le había roto una pata. Mi abuela la llevó a un veterinario amigo suyo que, además de conseguir salvarle la pata, le dio algunos consejos para cuidarla. La alternativa era sacrificarla, pero ni mi abuela ni yo queríamos eso, así que nos la quedamos.


—¿Y mi familia, está a salvo con ella?


Paula se inclinó hacia él y lo miró fijamente a los ojos.


—Te prometo que no le hará ningún daño a nadie. Está muy vieja. Pocos animales de este tipo llegan a los dieciséis años y Kiko ya tiene unos doce o trece. Aparte de algún aullido de vez en cuando, es muy tranquila. Solo tienes que tener cuidado de no arrinconarla jamás para que no se sienta atrapada porque entonces sí podría ponerse violenta, aunque solo con la intención de escapar —al ver que él asentía, decidió hacer una pregunta también—: ¿Y tú, no tienes perros, ni gatos, ni ningún animal exótico?


Pedro negó con la cabeza.


—En mi casa solía haber perros, pero yo prefiero no tener animales.


—¿Por qué? —preguntó ella, que no podía ni imaginarse vivir sin la compañía de algún animal.


—Prefiero no tener que comprometerme a cuidar de un animal durante los próximos quince o veinte años.


Y seguramente pensaba lo mismo de las mujeres. Si cuidar de un perro le parecía una carga, ¿qué le habría parecido estar casado con Laura?


—Me da la sensación de que Kiko no es la única a la que no le gusta sentirse atrapada —murmuró Paula—. ¿Es eso lo que te parece el matrimonio? —¿o sería solo el matrimonio con Laura?


—No es solo que me lo pareciera, es que realmente fue una trampa —levantó su copa a modo de brindis—. Pero lo bueno es que aprendí que no estoy hecho para el matrimonio. Soy demasiado independiente.


A Paula le resultaba extraño, teniendo en cuenta lo unido que estaba a su familia. En tan poco tiempo había podido comprobar que en la familia Alfonso, todo el mundo se metía en los asuntos de los demás. No de un modo negativo, simplemente tenían unos vínculos muy estrechos.


—¿Por qué eres tan independiente? —le preguntó—. ¿Es para mantener cierta distancia con tu familia, o hay algo más?


Pedro inclinó la cabeza y se paró a reconsiderar la idea.


—No creo que necesite mantener distancia alguna con mi familia. Al menos hasta que empezaron con esto del Infierno —añadió frunciendo el ceño—. Debo reconocer que tienen cierta propensión a entrometerse.


—Si no fue por tu familia, ¿qué fue lo que hizo que te volvieras tan independiente?


Dejó la copa en la mesa y meneó la cabeza.


—Ya has hecho más preguntas de las que te corresponden. Si quieres jugar otra ronda, tendrás que responder antes, una pregunta mía.


—Está bien —dijo con resignación—. Pero que sea fácil. 
Estoy muy cansada para acordarme de todo lo que no te he contado.


Pedro se echó a reír.


—Como ni siquiera estamos prometidos, no quiero que se te escape por accidente ningún oscuro secreto.


—No tienes ni idea —murmuró—. Bueno, adelante, pregunta.


—A ver, una fácil… Dijiste que te habías roto una pierna, supongo que Kiko y tú tenéis algo en común.


—Más de lo que imaginas.


—Cuéntame. ¿Qué te pasó?


No le gustaba recordarlo, aunque al final todo había salido bien.


—Tenía ocho años y estaba haciendo una obra de teatro en la escuela. Me caí del escenario.


—Lo siento —dijo sinceramente—. Nadie lo diría, a no ser que te vean tan cansada como estabas anoche. Aparte de eso, te mueves con mucha elegancia.


—Gracias a las clases de baile, que me ayudaron a recuperarme más rápido. Pero no pude volver a bailar —le confesó con nostalgia—. Al menos como lo hacía antes.


—¿Vivías con tu abuela en esa época?


—Sí —dejó la copa en la mesa antes de que pudiera hacerle más preguntas o mostrarle su compasión—. Es tarde. Me voy a dormir.


—No te vayas.


Su voz le provocó un escalofrío. Había un peligro tentador en sus palabras que amenazaba con cambiarla de un modo que aún ni siquiera podía sospechar. Un cambio del que quizá nunca pudiera recuperarse. Se quedó titubeando, tentada a pesar del fantasma de la mujer que se interponía entre los dos. Pero entonces él tomó la decisión por los dos: la levantó de la silla y la estrechó en sus brazos.


Pedro


—No voy a romper la promesa que le hice a Primo. Pero necesitaba abrazarte. Y besarte.