miércoles, 5 de julio de 2017

PROMETIDA TEMPORAL: CAPITULO 12




Solo unos pasos los llevaron hasta la puerta que conducía a la habitación de invitados donde dormía ella. Kiko los siguió, pero se quedó sentada afuera, como si quisiera respetar aquel momento de intimidad. Pedro encontró rápidamente la cama a pesar de la oscuridad y la dejó sobre la colcha de seda. Ella sintió el peso de su cuerpo.


No veía nada, pero el resto de los sentidos los tenía increíblemente sensibles. Oía su respiración, cada vez más acelerada. Sentía los latidos de su corazón y el tacto de sus manos. En todo momento, la energía que manaba de la palma de la mano parecía extenderse por todo su cuerpo, su alma y su corazón.


—¿Estás seguro de que no estás rompiendo la promesa? —le preguntó susurrando.


Había colado la mano por debajo de su ropa y no tardó en encontrar el cierre del sujetador. Un solo movimiento y la prenda, quedó abierta.


—Creo que falta poco para hacerlo —dijo él, riéndose.


Paula sacó los brazos de las mangas de la blusa.


—Muy poco.


Mientras hablaba, la boca de Pedro encontró el punto donde el cuello se unía a los hombros y Paula sintió un escalofrío. 


Nunca se había dado cuenta de que tuviera tanta sensibilidad en esa parte del cuerpo. ¿Cómo era posible que un solo beso pudiera provocarle tal reacción?


Sintió sus manos en los pechos, acariciándole los pezones hasta que creyó que iba a volverse loca. Aún no la había besado y ya estaba desesperada de deseo, unas ansias que ni siquiera podría expresar con palabras.


Pedro, por favor —fue todo lo que pudo decir.


No podía admitir lo que quería. Era demasiado confuso y complicado. Quería más. Mucho más y al mismo tiempo quería que parara antes de perder el control por completo. O quizá ya fuera demasiado tarde. Aquello no estaba bien y, aunque no lo reconociera ante él, lo sabía y eso la mataba.


Se movió inquietamente, pero él la tranquilizó con una suave caricia.


Entonces le tomó el rostro entre las manos y le dio un beso en la boca que hizo que se olvidara de todo. Era sencillamente perfecto. Un beso completamente distinto a los anteriores. Un beso dulce que calmó todos sus sentidos. 


La desesperación se suavizó, se hizo más lánguida y Paula consiguió relajarse en sus brazos.


—Sabes que quiero seguir —le dijo, hablando contra sus labios.


—Y tú sabes que no podemos. No podría mirar a tu abuelo a la cara si… —dejó de hablar con un escalofrío.


—Entonces no lo haremos —dijo con una sonrisa que se percibía en su voz y en sus besos—. Pero eso no impide que estemos juntos.


—Es una tortura. Lo sabes, ¿verdad?


—Desde luego. Pero podré soportarlo —se rio suavemente—. Creo.


—Estamos jugando con fuego.


—¿De verdad quieres que pare?


¿Qué había sido de su fuerza de voluntad? Nunca había tenido ningún problema en mantener a los hombres a distancia. Hasta ese momento. Pero con Pedro… no entendía por qué, pero Pedro Alfonso ejercía un efecto sobre ella que jamás había sentido. Todo en él la atraía poderosamente. Su aspecto, su inteligencia, su sentido del humor, su fuerza, su compasión, incluso la relación con su familia. Por no hablar del modo en que su cuerpo reaccionaba a él. Había llegado con una idea muy clara de lo que quería de Pedro, pero había obtenido algo que nunca habría esperado.


Bajó los brazos y descubrió con sorpresa que, en algún momento, él se había quitado la camisa.


—¿Y si esto no es real? ¿Y si el Infierno hace que nos sintamos así?


—¿Eso crees? —preguntó, sorprendido—. ¿Crees que es la leyenda lo que te hace reaccionar así?


Paula intentó controlar sus manos, pero parecían tener voluntad propia y querer acariciarle el pecho.


—Yo… yo nunca había sentido esto. Solo trato de entenderlo.


—Intentas racionalizar lo que está pasando. Confía en mí, yo lo comprendo perfectamente y sé que no quiero tener ningún otro compromiso sentimental después de Laura.


Paula se quedó inmóvil al recordar aquello.


—¿Sentimental?


—Dios, Paula. ¿Crees que quiero algo más que esto, que lo físico?


—Puedo imaginar la respuesta —dijo ella con sequedad.


Pedro se tumbó boca arriba y la rodeó con el brazo. Ella apoyó la cabeza en su pecho y la mano en su abdomen.


—Desde que te conocí no he dejado de repetirme que no es más que atracción física —siguió diciendo él—. Porque eso es lo que quiero que sea, es lo único que puedo afrontar en estos momentos.


—¿Pero?


—Pero entonces me has contado lo de tu pierna y que no habías podido volver a bailar como antes.


—¿Y?


—Me ha dolido oírtelo contar —confesó—. Y ver cuánto te había afectado.


—¿Por eso hemos acabado aquí?


—Creo que sí —le acarició el pelo y respiró hondo—. Duérmete, Paula.


—¿Pero?


—Esta noche no. No sé si podría parar… ¿a quién quiero engañar? Sé que no podría parar si empezáramos.


Ella tampoco.


—¿Vas a quedarte aquí conmigo?


—Un rato.


Paula se quedó en silencio unos segundos, preguntándose si debía hacerle la siguiente pregunta. Pero la hizo de todos modos.


—¿Qué va a pasar ahora?


—No lo sé —respondió sinceramente—. Supongo que será mejor ir viéndolo día a día.


—Crees que todo esto que sentimos desaparecerá con el tiempo, ¿verdad?


—No te lo tomes a mal, pero es lo que espero.


—¿Y si no es así?


—Ya lo pensaremos entonces.


Paula hizo una nueva pausa antes de hablar de nuevo.


—Sea lo que sea, el Infierno o una simple atracción física, no irá muy lejos porque tú no eres el único que no quiere tener una relación seria.


—Entonces no hay nada de qué preocuparse, ¿no te parece?


Le habría gustado que fuera así, pero en cuanto Pedro se enterara de quién era ella, todo cambiaría.








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