miércoles, 5 de julio de 2017

PROMETIDA TEMPORAL: CAPITULO 11




Paula esperó ansiosamente la respuesta de Pedro. Para su sorpresa, él no dijo ni palabra. Se sirvió una copa de vino y, cuando ella abrió los ojos, se la dio.


—Mentir por omisión es lo que se hace cuando está saliendo con alguien… nadie es completamente sincero; si no, nadie se casaría jamás. Pero la cosa cambia cuando se comete la estupidez de dar el «sí, quiero».


—¿Entonces casarse significa decir la verdad? —¿eso era lo que había descubierto al casarse con Laura?


—Digamos que es cuando nos quitamos la máscara y vemos cómo es la persona en realidad. Como nosotros no vamos a casarnos, no creo que suponga ningún problema. Relájate, Paula, todos tenemos derecho a tener un poco de privacidad y algunos secretos.


Sus palabras fueron un gran alivio para ella, que volvió a sentarse a la mesa y bebió un poco del vino que le había servido. El sabor explotó en su boca.


—Está delicioso.


—Sí, ¿verdad? Primo compró un par de cajas la semana pasada y las repartió por la familia. Es de un viñedo que tiene en Toscana el hermano de Primo y su familia.


Paula se dejó llevar hacia aguas más tranquilas, pero siempre consciente de su proximidad.


—¿Y ellos también tienen eso del Infierno?


—No lo sé. Nunca hemos hablado de ello, pero tengo la sensación de que la mayoría de los Alfonso se hacen muchas fantasías con el tema del Infierno.


Pedro se sentó en el banco junto a ella y estiró las piernas. 


Estaba muy cerca. Maravillosamente cerca. El cuerpo de Paula reaccionó con una desconcertante combinación de placer y deseo.


—Sigues sin creer que exista a pesar de… —extendió la palma de la mano.


Él titubeó y luego se encogió de hombros.


—Vamos a pasar el próximo mes intentando averiguarlo.


Cauto y con evasivas. Parecía que no era la única que estaba siendo reservada.


—¿Lo dices solo para que no deje el trabajo? —le preguntó mientras movía la ensalada.


—Básicamente sí.


Paula no pudo contener una sonrisa.


—Qué taimado.


Empezaron a cenar en un agradable silencio, aunque Paula sentía la tensión sexual flotando en el ambiente. Trató de concentrarse en la comida y más tarde en la conversación para mitigar la sensación, pero también él lo sentía; no había más que mirarlo a los ojos para darse cuenta. Aquella mirada dotaba sus palabras de un nuevo significado que hacía aumentar la tensión. No obstante, ambos fueron esquivando los peligros cuidadosamente.


Después de cenar, retiraron las cosas y después volvieron al patio con el vino. Paula lanzó un suspiro que era una mezcla de satisfacción y temor.


—Bueno, ha llegado el momento de las historias —anunció Pedro—. El que gane a cara o cruz hace una pregunta y el que pierda tiene que contestar.


—Vaya. Eso puede ser muy peligroso.


—E interesante —lanzó la moneda al aire.


—Cara —dijo ella.


Pero fue cruz y Pedro no se hizo esperar.


—Primera pregunta. Cuéntame la verdad sobre Kiko… toda la verdad. Creo que merezco saberlo si va a quedarse por aquí un tiempo.


Era razonable, sin embargo Paula habría preferido no tener que contárselo.


—Me parece justo. No sé qué es exactamente. Desde luego no es un lobo puro, a pesar de su aspecto, pero supongo que debe de ser un cruce entre perro y lobo —al ver el gesto de Pedro, se apresuró a añadir—: Me parece que es más perro que lobo porque se comporta como un perro, tiene personalidad de perro.


—Explícate.


Paula eligió las palabras con cuidado.


—Hay gente que cría perros con lobos y crean híbridos. Es un asunto muy controvertido; mi abuela estaba completamente en contra de ello porque creía que era peligroso y además injusto tanto para los perros como para los lobos, porque la gente espera que dichos cruces se comporten como perros, pero es imposible. Son animales atrapados entre dos mundos, no son ni animales domésticos ni criaturas salvajes. Y cuando actúan respondiendo a su naturaleza salvaje, la gente se les echa encima.


—Ya entiendo —dijo él, aunque era evidente que no le hacía ninguna gracia—. ¿Y en el caso de Kiko, qué probabilidades hay de que se deje llevar por su lado de lobo?


—Nunca ha hecho daño a nadie. Nunca —insistió Paula—. Pero si me preguntas si podría hacerlo, supongo que sí. Igual que un perro, pero es más probable que salga corriendo en vez de plantar cara, especialmente ahora que está vieja.


—¿Cómo acabaste tú con ella?


Paula miró al animal y sonrió con profundo cariño. Kiko estaba tumbada, observándolos. Siempre estaba alerta, incluso en la vejez.


—Creemos que la persona que la adoptó la abandonó porque no podía cuidar de ella. La dejaron en el bosque cuando tenía más o menos un año. Mi abuela la encontró atrapada en una trampa y casi muerta de hambre.


Pedro miró también a la perra.


—Pobrecita. Me sorprende que dejara que tu abuela se acercara siquiera.


—La abuela siempre tuvo muy buena mano con los animales y Kiko apenas tenía fuerzas en esos momentos. La trampa le había roto una pata. Mi abuela la llevó a un veterinario amigo suyo que, además de conseguir salvarle la pata, le dio algunos consejos para cuidarla. La alternativa era sacrificarla, pero ni mi abuela ni yo queríamos eso, así que nos la quedamos.


—¿Y mi familia, está a salvo con ella?


Paula se inclinó hacia él y lo miró fijamente a los ojos.


—Te prometo que no le hará ningún daño a nadie. Está muy vieja. Pocos animales de este tipo llegan a los dieciséis años y Kiko ya tiene unos doce o trece. Aparte de algún aullido de vez en cuando, es muy tranquila. Solo tienes que tener cuidado de no arrinconarla jamás para que no se sienta atrapada porque entonces sí podría ponerse violenta, aunque solo con la intención de escapar —al ver que él asentía, decidió hacer una pregunta también—: ¿Y tú, no tienes perros, ni gatos, ni ningún animal exótico?


Pedro negó con la cabeza.


—En mi casa solía haber perros, pero yo prefiero no tener animales.


—¿Por qué? —preguntó ella, que no podía ni imaginarse vivir sin la compañía de algún animal.


—Prefiero no tener que comprometerme a cuidar de un animal durante los próximos quince o veinte años.


Y seguramente pensaba lo mismo de las mujeres. Si cuidar de un perro le parecía una carga, ¿qué le habría parecido estar casado con Laura?


—Me da la sensación de que Kiko no es la única a la que no le gusta sentirse atrapada —murmuró Paula—. ¿Es eso lo que te parece el matrimonio? —¿o sería solo el matrimonio con Laura?


—No es solo que me lo pareciera, es que realmente fue una trampa —levantó su copa a modo de brindis—. Pero lo bueno es que aprendí que no estoy hecho para el matrimonio. Soy demasiado independiente.


A Paula le resultaba extraño, teniendo en cuenta lo unido que estaba a su familia. En tan poco tiempo había podido comprobar que en la familia Alfonso, todo el mundo se metía en los asuntos de los demás. No de un modo negativo, simplemente tenían unos vínculos muy estrechos.


—¿Por qué eres tan independiente? —le preguntó—. ¿Es para mantener cierta distancia con tu familia, o hay algo más?


Pedro inclinó la cabeza y se paró a reconsiderar la idea.


—No creo que necesite mantener distancia alguna con mi familia. Al menos hasta que empezaron con esto del Infierno —añadió frunciendo el ceño—. Debo reconocer que tienen cierta propensión a entrometerse.


—Si no fue por tu familia, ¿qué fue lo que hizo que te volvieras tan independiente?


Dejó la copa en la mesa y meneó la cabeza.


—Ya has hecho más preguntas de las que te corresponden. Si quieres jugar otra ronda, tendrás que responder antes, una pregunta mía.


—Está bien —dijo con resignación—. Pero que sea fácil. 
Estoy muy cansada para acordarme de todo lo que no te he contado.


Pedro se echó a reír.


—Como ni siquiera estamos prometidos, no quiero que se te escape por accidente ningún oscuro secreto.


—No tienes ni idea —murmuró—. Bueno, adelante, pregunta.


—A ver, una fácil… Dijiste que te habías roto una pierna, supongo que Kiko y tú tenéis algo en común.


—Más de lo que imaginas.


—Cuéntame. ¿Qué te pasó?


No le gustaba recordarlo, aunque al final todo había salido bien.


—Tenía ocho años y estaba haciendo una obra de teatro en la escuela. Me caí del escenario.


—Lo siento —dijo sinceramente—. Nadie lo diría, a no ser que te vean tan cansada como estabas anoche. Aparte de eso, te mueves con mucha elegancia.


—Gracias a las clases de baile, que me ayudaron a recuperarme más rápido. Pero no pude volver a bailar —le confesó con nostalgia—. Al menos como lo hacía antes.


—¿Vivías con tu abuela en esa época?


—Sí —dejó la copa en la mesa antes de que pudiera hacerle más preguntas o mostrarle su compasión—. Es tarde. Me voy a dormir.


—No te vayas.


Su voz le provocó un escalofrío. Había un peligro tentador en sus palabras que amenazaba con cambiarla de un modo que aún ni siquiera podía sospechar. Un cambio del que quizá nunca pudiera recuperarse. Se quedó titubeando, tentada a pesar del fantasma de la mujer que se interponía entre los dos. Pero entonces él tomó la decisión por los dos: la levantó de la silla y la estrechó en sus brazos.


Pedro


—No voy a romper la promesa que le hice a Primo. Pero necesitaba abrazarte. Y besarte.






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