jueves, 8 de junio de 2017

LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 19




Tal vez había ocurrido porque Pedro le había dado permiso para pintar las paredes. O tal vez porque la felicidad le había dado la vía de escape que necesitaba. Lo importante fue que, a la mañana siguiente, cuando Paula se despertó, sintió un abrumador deseo de pintar.


Y eso fue lo que hizo.


Su inspiración era una marea inagotable. No encontraba horas suficientes en el día para reflejar todo lo que se le ocurría en imágenes. Poco a poco, la casa se transformó con la llegada de los muebles y las paredes cubriéndose de frondosas selvas. Criaturas exóticas asomaban en las esquinas o volaban por el techo para luego aparecer en los lugares más inesperados, para diversión y delicia de todos.


Sin embargo, la sección con la que Paula disfrutó más fue con el tramo de escalera que llevaba al sótano, su zona prohibida. Allí, pintó a Noelia bajando por las escaleras con una expresión pícara en el rostro. Iba acompañada por Kit, Cat y toda clase de criaturas. Al pie de la escalera, un travieso dedo del pie atravesaba la línea que Pedro había trazado para marcar el territorio prohibido.


Ella supo exactamente el momento en el que Pedro vio el dedo porque sus carcajadas resonaron por toda la casa.


Incluso Pascual salió a ver qué pasaba, aunque solo permaneció un instante antes de regresar con gesto nervioso a su sala. De hecho, aquel mismo día, accedió más tarde a mostrarle a Paula muy brevemente sus dominios, seguramente a petición de Pedro. No obstante, había sido un primer paso muy importante.


Este hecho le dio esperanza de que estuvieran convirtiéndose por fin en una familia y que, tal vez, Pedro y ella pudieran comprometerse permanentemente y, en palabras de él, formar un vínculo y una unidad familiar. En palabras de Paula, enamorarse. Tal vez habría seguido viviendo en aquel sueño si, un día, una conversación con Cord no le hubiera abierto los ojos.


—Me gustaría crear un mejor flujo entre estas dos habitaciones. Tal vez abrir una parte de la pared —dijo Paula—. No me imagino por qué el arquitecto decidió cerrarla.


—No fue el arquitecto. Antes solía estar abierta. Fue esa Pamela… la doctora Randolph, como insistía en que la llamáramos, la que la cerró. Por muchos estudios que tuviera, esa mujer era una idiota.


Paula se quedó de piedra, pero decidió tirar a Cord de la lengua.


—No sabía que había sido una de sus decisiones —comentó, como si hubiera sabido antes de su existencia—. Me sorprende que Pedro no quisiera ponerla tal y como estaba antes.


—Bueno, tenía más ganas de sacar todos esos muebles tan finos que trajo a esta casa y que jamás encajaron aquí. Eran estirados y formales, como ella. Viendo los cambios que ha hecho usted, se ve claramente la clase de persona que es usted.


—Espero que su opinión sea buena…


—Muy buena. ¿Es usted también una de sus ayudantes? A mí no me parece usted como ellas.


—No. Yo no soy ingeniera.


Después de que Cord se marchara, Paula pensó largamente en lo que el hombre le había dicho. Pedro no le había dicho que hubiera encontrado una ayudante/esposa o que no hubiera salido bien. ¿Qué debía hacer? ¿Debía preguntárselo directamente? Decidió que sí, pero aún no. Le daría tiempo para acercarse más, para ver si se abría con ella. Entonces, exigiría sus respuestas.


Su decisión demostró ser la correcta cuando Angie decidió celebrar su primera partida de bridge.


—Se trata de algunas personas que he conocido en la ciudad —le explicó Angie—. Dado que resulta difícil reunirse, hemos decidido juntarnos todas las semanas para jugar a las cartas. Me estaba preguntando si… si nos podríamos reunir aquí.


—Estoy segura de que a Pedro no le importará.


—En estos momentos son solo otras dos personas, pero confiamos en encontrar otra más en el futuro.


—Creo que es una idea estupenda. Podéis utilizar el comedor o, mejor aún, podemos colocar una mesa delante de la chimenea del salón.


Angie sonrió encantada.


—Sería el lugar perfecto para una taza de té.


—No se me ocurre un lugar mejor —replicó Paula con una sonrisa.


La única objeción que Pedro puso a la partida fue Pascual.


—Estas semanas ha tenido que soportar muchos cambios. No quiero presionarle más de la cuenta.


—Si no sale bien, lo reconsideraremos —replicó Paula—. Esperemos a ver qué pasa.


—Creo que me toca a mí —dijo una voz a través de los altavoces.


Pedro miró a Paula con asombro.


—Es Pascual…


Los dos se acercaron a la puerta del salón y observaron la mesa. El grupo de las tres mujeres estaba sentado alrededor de la mesa, tomando té. El cuarto lugar estaba vacío, aunque un soporte sostenía las cartas de aquella porción de la mesa.


—Este té está delicioso, Angie —comentó Pascual muy contento.


—Gracias, Pascual. Es una mezcla inglesa.


—Te agradezco que me hayas enviado una bandeja con Julia para que pueda disfrutarlo con resto de las damas.


—Y nosotras agradecemos que seas el cuarto jugador —dijo una de las mujeres—. Tal vez, cuando te apetezca, consideres reunirte con nosotras en persona.


Un profundo silencio recibió aquella sugerencia. Entonces, para sorpresa de todos, Pascual dijo:
—Tal vez lo haga.


—Increíble —susurró Paula desde el otro lado de la puerta—. Está relacionándose con otras personas.


—Jamás pensé que llegaría a ver a algo así —afirmó Pedro—. Ni pensé nunca que él podría cambiar. Llevas aquí solo diecinueve días, tres horas y cinco minutos y mira lo que has conseguido.


Ella notó la emoción que teñía las palabras de Pedro


Pascual no era el único que estaba cambiando. Pedro estaba bajando la guardia en el férreo control que ejercía sobre sus sentimientos. En ocasiones, hasta permitía que el corazón rigiera su intelecto, tal y como había hecho hacía diez años. Tal vez aprendiera a confiar. A abrir su corazón a los demás. Tal vez, en vez de tratar de enseñar a un robot a sentir, aprendería él mismo a hacerlo.









LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 18





A la semana siguiente, llegaron los muebles que Paula había elegido.


—Lo único que quiero hacer —le explicó a Pedro cuando él le preguntó lo de las chapuzas— es crear un hogar para todos nosotros.


—Bien. Eso lo entiendo, pero ¿tiene que ser un proceso tan ruidoso, maldita sea?


Inmediatamente, un agudo pitido resonó desde los altavoces.


—¿Qué diablos es eso?


—Julia ha creado un programa experimental. Se trata de un programa para la modificación del comportamiento.


Pedro tardó tan solo un par de segundos en comprender.


—¿Me estás diciendo que ha creado un programa que emite ese ruido cada vez que suelto un taco?


—Sí, bueno… —comentó Paula encogiéndose ante la ira que reflejaba la voz de Pedro—. Hablaré con ella.


—Pues claro que lo harás, maldita… ¡piii!. Quiero que ese programa deje de funcionar.


—¿Y los otros cambios? —se atrevió ella a preguntar señalando la enorme sala.


Habían hecho muchos progresos en los últimos días. El salón, al igual que el comedor, estaba empezando a asumir las funciones y la apariencia con la que habían sido diseñados. Las paredes seguían pintadas de blanco, pero Paula se ocuparía de ellas inmediatamente.


Paula había abierto las contraventanas, permitiendo así que se divisara desde allí una gloriosa vista. Los muebles que había encargado eran sólidos y elegantes, aunque también sencillos y cómodos.


En el centro de la ventana, había colocado un árbol de Navidad. Aún tenían que decorarlo y esperaba implicar a toda la familia en aquella actividad.


—Es precioso, Paula


—¿De verdad te gusta?


Pedro la tomó entre sus brazos. Desde la llegada de Paula a su casa, él se mostraba más abierto.


Allí, delante del árbol de Navidad, la besó. En aquel preciso instante, ella comprendió que Pedro la había conquistado plenamente. Esperaba que, con el tiempo, él también terminara sintiendo lo mismo.


A medida que los días fueron pasando, Paula decidió que ya no podía soportar más que las paredes siguieran siendo blancas. La estaban volviendo loca. Era casi como si se estuvieran riendo de ella y diciéndole que jamás volvería a pintar. A pesar de que ya tenía su estudio, no había podido trabajar.


Además, desde que llegó allí, algo maravilloso había ocurrido. Había sentido… el despertar de una nueva vida, algo parecido a lo que había sentido mientras estaba embarazada de Noelia. Ansiaba tomar una brocha, mezclar la pintura. Miró las paredes. Ellas serían su lienzo. Eran blancas también. ¿Qué diferencia podía haber?


No tardó en encontrar sus materiales. Tomó una brocha y seleccionó las pinturas con alegría y temor.


Se lo tomaría con calma. Algo pequeño. Para quitarse el miedo. Algo que Pedro ni siquiera notaría… Pedro se detuvo en seco y observó la pared junto a la que Noelia estaba jugando.


—¿Qué es eso, mal… madre mía? —preguntó.


—¿A qué te refieres? —le preguntó Paula.


—¡A eso! Es invierno prácticamente. ¡Pascual!


Noelia aplaudió.


—¡P.P!


Los altavoces cobraron vida.


—Hola, princesita —le dijo a la niña con voz dulce Pascual—. ¿Qué puede hacer por ti tu tío P.P.?


—El tío P.P. puede llamar a los fumigadores. Tenemos una plaga de bichos en casa.


Paula suspiró.


—¿Pascual?


—Sigo aquí.


—No llames a nadie. No tenemos ninguna plaga. He sido yo.


Pedro se agachó junto a la pared y observó el insecto. 


Entonces, miró a Paula de un modo que podría haberla dejado seca en el sitio. Entonces, miró a Noelia, lo que le dejó a Paula muy clara la razón por la se había librado de una buena reprimenda.


—¿Algo más? —preguntó Pascual—. Si no hay nada, dejad de molestarme. Julia y yo estamos trabajando en un nuevo programa.


Pedro se incorporó y la miró con la frialdad de una mañana de invierno.


—¿Qué le has hecho a mi casa?


—La he mejorado. Tú me diste permiso.


—No recuerdo haberte dicho que podías pintar bichos en mis paredes. Tampoco considero que los bichos, aunque sean virtuales, sean una mejora.


Paula miró hacia el suelo.


—Tengo noticias para ti, Pedro. Cualquier cosa que cubra todo ese blanco es una mejora. Además, no es un bicho. Es una oruga.


—Técnicamente sigue siendo un insecto.


—Sí, pero es muy bonito. ¿No te parece?


—Esa es la larva de la actias luna. ¿Sabes que esa clase de larvas no existe en Colorado? No es lógico. ¿Cómo habría llegado aquí?


Paula miró con incredulidad a Pedro.


—Llegó aquí cuando yo la pinté en tu pared —dijo. Entonces, miró a su hija y vio que la niña los estaba observando con demasiado interés—. ¿Podríamos hablar de esto en privado en tu despacho?


—No sé… ¿Hay insectos también allí?


—No.


—Bien. Vamos, pelirroja —dijo él utilizando el apodo con el que Julia llamaba a la niña. La tomó en brazos—. Creo que los dos encontraremos la explicación de tu madre muy interesante.


Paula echó a andar tras él en dirección al despacho.


—¿Qué parte de hablar en privado no has entendido?


—Comprendo las cosas de un modo excelente, como estoy seguro de que ya sabes. Simplemente disfruto estando con mi hija cuando me es posible.


Paula suspiró. Aquello era indiscutible. Pedro pasaba con su hija todo el tiempo que podía.


En el momento en el que abrieron la puerta del despacho, Pedro recorrió las paredes con la mirada. La ausencia de actias lunas pareció tranquilizarle.


—Está bien, ¿de qué se trata, Paula?


—Todo ese blanco me está pudiendo. Me diste permiso para realizar mejoras. He hecho algunas.


—Como ya te he explicado, pintar orugas en mis paredes no las mejora… Bueno, no quería que sonara así —añadió, al notar que Paula se había ofendido—. No estoy cuestionando tu talento. Eres una artista estupenda.


—Pero prefieres que me ciña a los lienzos —susurró ella.


—¿Qué es lo que pasa? —le preguntó Pedro al notar tensión en su voz—. Cuéntamelo.


—Como ya te he dicho, todo el blanco que hay por aquí está pudiendo conmigo —dijo, señalando las paredes y el nevado paisaje que los rodeaba.


—¡Qué raro! A mí me tranquiliza.


—¿Por qué, Pedro?


Él lo pensó seriamente antes de contestar. Dejó a la niña en el suelo y le dio una versión de Rumi que había creado especialmente para ella. Inmediatamente, la pequeña comenzó a hacerlo girar y se quedó encantada al ver que las piezas se movían.


—Supongo que el blanco me tranquiliza porque sugiere una posibilidad. Me paso mucho tiempo sentado y pensando.


—¿Crees que tus procesos mentales se verían interrumpidos si las paredes estuvieran pintadas?


—¿Con insectos?


—No. De lo que yo eligiera pintarlas.


—¿Me puedes explicar qué es lo que está pasando aquí realmente, Paula?


Ella no quería responder. Le dolía demasiado. Sin embargo, Pedro se merecía una respuesta.


—Simplemente, me apetecía pintar.


—Dime la verdad —susurró él. Se acercó a ella y le acarició suavemente la mejilla—. Sé que llevas algún tiempo ocultándome algo. ¿De qué se trata?


—Bueno… esa oruga es… lo primero que he pintado en mucho tiempo.


—Exactamente veinte meses, ocho días, diecisiete horas y veintinueve segundos.


—Exactamente —afirmó ella, completamente anonadada.


Pedro la abrazó con fuerza. Entonces, se separó ligeramente de ella y la miró a los ojos.


—Tal vez haya llegado el momento de que yo también te haga una confesión. Yo no puedo trabajar. En mi caso, me ocurre desde hace más de veinte meses. Yo diría que anda ya más cerca de los dos años. Puedo proporcionarte la horas y los minutos exactamente.


—No hace falta. ¿Qué ocurrió hace dos años…? ¿El accidente?


—Sí. Fue entonces cuando me di cuenta de que, aparte de Pascual, no tenía a nadie en mi vida. Nadie me echaría de menos si yo me iba. De modo que quiero que esta sea tu casa también y si para ello necesitas pintar mis paredes para desbloquear tu talento artístico y conseguir que vuelvas a pintar, estoy más que dispuesto a sacrificar unas cuantas paredes blancas.


Paula lo abrazó con fuerza.


—Gracias. Te prometo que no te arrepentirás. Tal vez incluso podría ser que te gustara tanto lo que he hecho que quieras que pinte incluso las paredes de la planta de abajo. Muchas gracias, Pedro.


—De nada —susurró él. Entonces, como si le resultara imposible resistirse, la besó. Aquel instante fue uno de los más dulces que ella experimentó desde su llegada a la casa—. Bien, ¿a qué estás esperando? Tienes unas cuantas paredes que pintar.


—Estoy en ello…


Paula salió corriendo del despacho y cerró la puerta. 


Entonces, esperó. Supo exactamente el instante en el que él vio lo que había hecho con la pared de su despacho: el retrato de Emo X-14 observándolo desde detrás de la seguridad de la puerta…


—¡Demonios!


¡Piii!


Paula sonrió. Tanto si a Pedro le gustaba como si no, ya tenía personas que se preocupaban por él. Con suerte, eso le ayudaría a volver de nuevo a trabajar. Con suerte, encontrarían el modo de convertir aquel grupo tan heterogéneo en la familia perfecta.






miércoles, 7 de junio de 2017

LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 17





Lo primero que Paula hizo a la mañana siguiente fue prometerse firmemente que se tomaría su relación con Pedro más lenta y más decorosamente. Que ocultaría sus sentimientos hasta que él hubiera tenido tiempo de asimilar o analizar algo que debería ser tan sencillo y evidente como el amor.


Por supuesto, aquella promesa duró hasta que él volvió a tomarla entre sus brazos a la noche siguiente. Aquella vez, la llevó al dormitorio de ella. Una vez allí, los verdaderos sentimientos de Paula se escaparon plenamente a su control mientras que los de Pedro permanecían sumidos en las sombras. A lo largo de las noches posteriores que pasaron en la cama, Paula siguió esperando que él terminara por rendirse a sus sentimientos en vez de ocultarse tras la racionalidad, la lógica y el oscuro recuerdo de acontecimientos pasados. Sin embargo, él se marchaba de su cama cada mañana, para regresar a su dormitorio en el sótano antes de los primeros rayos del sol.


Mientras tanto, Paula se ocupó de la limpieza. Contrató a un grupo para que limpiara la casa de arriba abajo. Como prometió, Pedro le pidió a su tío que realizara un diagnóstico completo del disco duro del sistema informático de la casa, pero la treta no salió como esperaban. En cuanto se marcharon los de la limpieza, Pascual se hizo sentir en los altavoces.


Pedro… ¡Pedro! Alerta roja. Una de las unidades ha detectado algo extraño. Necesito contar a los presentes inmediatamente.


—Todo está bajo control, Pascual —dijo Pedro tratando de calmarlo—. Estoy en la cocina con Angie, Paula y Noelia.


—Pues falta una —le espetó Pascual—. ¿O acaso no sabes contar?


—¿Le gustaría tomarse una taza de té? —le preguntó Angie con dulce voz—. Parece muy disgustado.


—No, no quiero té —replicó Pascual—. Quiero saber dónde está la otra. La problemática.


—No falto. Estoy aquí.


Pascual se levantó de su silla y se dio la vuelta. Julia estaba frente a él. El pánico le aceleró el corazón y le dificultó la respiración. Se tiró del cuello de la camiseta sintiendo un sudor frío por la espalda.


—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —le preguntó.


Pedro y tú sudáis mucho —comentó sencillamente Julia, de un modo tan natural que Pascual sintió que el pánico remitía un poco.


—No has respondido a mi pregunta, muchachita. ¿Qué estás haciendo aquí?


—En primer lugar, no soy ninguna muchachita. He decidido venir a visitarte para verte. Dado que tú siempre nos estás observando, me parece lo justo.


—¿Te ha dicho Pedro que no vinieras aquí? ¿Que no me gusta la gente de verdad y que deberías mantenerte alejada de mí?


—Sí, pero no me pareció que a mí se me considerara gente de verdad.


—¿Por qué no?


—Porque es lo que me dice todo el mundo. Que yo no soy gente de verdad.


—¿Sí? Pues te aseguro que sí lo eres. Yo lo sé muy bien. No puedo soportar a la gente de verdad y, dado que no te puedo soportar a ti, debes de ser de verdad.


Aquel comentario tan grosero no arredró a Julia. Simplemente asintió. Por alguna razón, el hecho de que ella aceptara tan estoicamente sus palabras molestó a Pascual.


—Estaba pensando que, dado que te molesto mucho, podrías fingir que yo soy uno de los robots de Pedro o algo así. También me suelen decir que soy un robot porque a veces parece que no tengo sentimientos.


—¿De verdad te dijeron eso?


—Sí, pero no me importa. Por eso, tal vez, si me consideraras así, como un robot, podría bajar algunas veces para ver cómo trabajas. Aprender de ti.


—Pues no puedes. No me gusta la gente. Me pone nervioso.


—Pues a mí no me parece que ahora estés nervioso. Tal vez si me dejaras bajar de vez en cuando, no te pondrías tan nervioso. Tal vez incluso yo podría llegar a caerte bien.


Pascual se había pasado la vida observando a la gente, escuchando desde la distancia. No le interesaba. Abrió la boca para decir que se marchara, pero no pudo hacerlo. 


Sentía que aquella chica había sido rechazada en muchas ocasiones y no quería ser uno más. Además, por alguna razón, ella no le ponía tan nervioso como la mayoría de la gente.


—Está bien. Te puedes quedar un rato, pero en cuanto yo me ponga nervioso, te vas.


—Gracias, tío P —dijo la muchacha con una sonrisa—. Me sentaré aquí y no te molestaré en nada. Ni siquiera sabrás que estoy aquí.


—¿Sentarte? Ni hablar. Si has bajado aquí, tienes que trabajar.


—¿De verdad?


—Sí —replicó Pascual. Entonces, le lanzó la silla que tenía libre—. ¿A qué estás esperando? Ven aquí y enséñame lo que sabes hacer…


Julia se sentó a su lado inmediatamente.


—De acuerdo.



LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 16





¿Qué había hecho?


Paula cerró los ojos y se apretó contra Pedro para que él no viera su rostro. Demasiado tarde.


En aquella ocasión, había esperado que su relación se desarrollara a un ritmo más pausado. Había esperado permitir que los sentimientos maduraran más lentamente, que llegaran al punto en el que el compromiso sería posible en todos los aspectos y no solo en el plano sexual.


Contuvo una carcajada de desesperación. Lo había estropeado todo. No había tardado ni veinticuatro horas en meterse en la cama de Pedro.


—Paula… ¿Te encuentras bien?


—En realidad, no —respondió. Forzó una sonrisa y habló en tono de sorna—. Estoy algo confusa sobre una de las subcláusulas de tu tercera condición. Tal vez podrías explicármela con más detalle.


Él se echó a reír. Parecía más relajado de lo que ella lo había visto nunca.


—¿Cuál es la que no has comprendido? —preguntó mientras deslizaba las manos por la pierna de ella y entraba en territorio bendecido por la húmeda calidez femenina—. ¿Esta?


—Esa justamente —replicó ella. Le devolvió el favor acariciándole a él el miembro—. Y creo que esta es otra.


—Ah, bueno. Esa cláusula en particular te la puedo explicar con todo detalle…


Paula sonrió a pesar de que sus sentimientos estaban más desbocados que nunca y se negaban a que ella los contuviera.


—Me gustaría… Me gustaría mucho…