jueves, 8 de junio de 2017

LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 18





A la semana siguiente, llegaron los muebles que Paula había elegido.


—Lo único que quiero hacer —le explicó a Pedro cuando él le preguntó lo de las chapuzas— es crear un hogar para todos nosotros.


—Bien. Eso lo entiendo, pero ¿tiene que ser un proceso tan ruidoso, maldita sea?


Inmediatamente, un agudo pitido resonó desde los altavoces.


—¿Qué diablos es eso?


—Julia ha creado un programa experimental. Se trata de un programa para la modificación del comportamiento.


Pedro tardó tan solo un par de segundos en comprender.


—¿Me estás diciendo que ha creado un programa que emite ese ruido cada vez que suelto un taco?


—Sí, bueno… —comentó Paula encogiéndose ante la ira que reflejaba la voz de Pedro—. Hablaré con ella.


—Pues claro que lo harás, maldita… ¡piii!. Quiero que ese programa deje de funcionar.


—¿Y los otros cambios? —se atrevió ella a preguntar señalando la enorme sala.


Habían hecho muchos progresos en los últimos días. El salón, al igual que el comedor, estaba empezando a asumir las funciones y la apariencia con la que habían sido diseñados. Las paredes seguían pintadas de blanco, pero Paula se ocuparía de ellas inmediatamente.


Paula había abierto las contraventanas, permitiendo así que se divisara desde allí una gloriosa vista. Los muebles que había encargado eran sólidos y elegantes, aunque también sencillos y cómodos.


En el centro de la ventana, había colocado un árbol de Navidad. Aún tenían que decorarlo y esperaba implicar a toda la familia en aquella actividad.


—Es precioso, Paula


—¿De verdad te gusta?


Pedro la tomó entre sus brazos. Desde la llegada de Paula a su casa, él se mostraba más abierto.


Allí, delante del árbol de Navidad, la besó. En aquel preciso instante, ella comprendió que Pedro la había conquistado plenamente. Esperaba que, con el tiempo, él también terminara sintiendo lo mismo.


A medida que los días fueron pasando, Paula decidió que ya no podía soportar más que las paredes siguieran siendo blancas. La estaban volviendo loca. Era casi como si se estuvieran riendo de ella y diciéndole que jamás volvería a pintar. A pesar de que ya tenía su estudio, no había podido trabajar.


Además, desde que llegó allí, algo maravilloso había ocurrido. Había sentido… el despertar de una nueva vida, algo parecido a lo que había sentido mientras estaba embarazada de Noelia. Ansiaba tomar una brocha, mezclar la pintura. Miró las paredes. Ellas serían su lienzo. Eran blancas también. ¿Qué diferencia podía haber?


No tardó en encontrar sus materiales. Tomó una brocha y seleccionó las pinturas con alegría y temor.


Se lo tomaría con calma. Algo pequeño. Para quitarse el miedo. Algo que Pedro ni siquiera notaría… Pedro se detuvo en seco y observó la pared junto a la que Noelia estaba jugando.


—¿Qué es eso, mal… madre mía? —preguntó.


—¿A qué te refieres? —le preguntó Paula.


—¡A eso! Es invierno prácticamente. ¡Pascual!


Noelia aplaudió.


—¡P.P!


Los altavoces cobraron vida.


—Hola, princesita —le dijo a la niña con voz dulce Pascual—. ¿Qué puede hacer por ti tu tío P.P.?


—El tío P.P. puede llamar a los fumigadores. Tenemos una plaga de bichos en casa.


Paula suspiró.


—¿Pascual?


—Sigo aquí.


—No llames a nadie. No tenemos ninguna plaga. He sido yo.


Pedro se agachó junto a la pared y observó el insecto. 


Entonces, miró a Paula de un modo que podría haberla dejado seca en el sitio. Entonces, miró a Noelia, lo que le dejó a Paula muy clara la razón por la se había librado de una buena reprimenda.


—¿Algo más? —preguntó Pascual—. Si no hay nada, dejad de molestarme. Julia y yo estamos trabajando en un nuevo programa.


Pedro se incorporó y la miró con la frialdad de una mañana de invierno.


—¿Qué le has hecho a mi casa?


—La he mejorado. Tú me diste permiso.


—No recuerdo haberte dicho que podías pintar bichos en mis paredes. Tampoco considero que los bichos, aunque sean virtuales, sean una mejora.


Paula miró hacia el suelo.


—Tengo noticias para ti, Pedro. Cualquier cosa que cubra todo ese blanco es una mejora. Además, no es un bicho. Es una oruga.


—Técnicamente sigue siendo un insecto.


—Sí, pero es muy bonito. ¿No te parece?


—Esa es la larva de la actias luna. ¿Sabes que esa clase de larvas no existe en Colorado? No es lógico. ¿Cómo habría llegado aquí?


Paula miró con incredulidad a Pedro.


—Llegó aquí cuando yo la pinté en tu pared —dijo. Entonces, miró a su hija y vio que la niña los estaba observando con demasiado interés—. ¿Podríamos hablar de esto en privado en tu despacho?


—No sé… ¿Hay insectos también allí?


—No.


—Bien. Vamos, pelirroja —dijo él utilizando el apodo con el que Julia llamaba a la niña. La tomó en brazos—. Creo que los dos encontraremos la explicación de tu madre muy interesante.


Paula echó a andar tras él en dirección al despacho.


—¿Qué parte de hablar en privado no has entendido?


—Comprendo las cosas de un modo excelente, como estoy seguro de que ya sabes. Simplemente disfruto estando con mi hija cuando me es posible.


Paula suspiró. Aquello era indiscutible. Pedro pasaba con su hija todo el tiempo que podía.


En el momento en el que abrieron la puerta del despacho, Pedro recorrió las paredes con la mirada. La ausencia de actias lunas pareció tranquilizarle.


—Está bien, ¿de qué se trata, Paula?


—Todo ese blanco me está pudiendo. Me diste permiso para realizar mejoras. He hecho algunas.


—Como ya te he explicado, pintar orugas en mis paredes no las mejora… Bueno, no quería que sonara así —añadió, al notar que Paula se había ofendido—. No estoy cuestionando tu talento. Eres una artista estupenda.


—Pero prefieres que me ciña a los lienzos —susurró ella.


—¿Qué es lo que pasa? —le preguntó Pedro al notar tensión en su voz—. Cuéntamelo.


—Como ya te he dicho, todo el blanco que hay por aquí está pudiendo conmigo —dijo, señalando las paredes y el nevado paisaje que los rodeaba.


—¡Qué raro! A mí me tranquiliza.


—¿Por qué, Pedro?


Él lo pensó seriamente antes de contestar. Dejó a la niña en el suelo y le dio una versión de Rumi que había creado especialmente para ella. Inmediatamente, la pequeña comenzó a hacerlo girar y se quedó encantada al ver que las piezas se movían.


—Supongo que el blanco me tranquiliza porque sugiere una posibilidad. Me paso mucho tiempo sentado y pensando.


—¿Crees que tus procesos mentales se verían interrumpidos si las paredes estuvieran pintadas?


—¿Con insectos?


—No. De lo que yo eligiera pintarlas.


—¿Me puedes explicar qué es lo que está pasando aquí realmente, Paula?


Ella no quería responder. Le dolía demasiado. Sin embargo, Pedro se merecía una respuesta.


—Simplemente, me apetecía pintar.


—Dime la verdad —susurró él. Se acercó a ella y le acarició suavemente la mejilla—. Sé que llevas algún tiempo ocultándome algo. ¿De qué se trata?


—Bueno… esa oruga es… lo primero que he pintado en mucho tiempo.


—Exactamente veinte meses, ocho días, diecisiete horas y veintinueve segundos.


—Exactamente —afirmó ella, completamente anonadada.


Pedro la abrazó con fuerza. Entonces, se separó ligeramente de ella y la miró a los ojos.


—Tal vez haya llegado el momento de que yo también te haga una confesión. Yo no puedo trabajar. En mi caso, me ocurre desde hace más de veinte meses. Yo diría que anda ya más cerca de los dos años. Puedo proporcionarte la horas y los minutos exactamente.


—No hace falta. ¿Qué ocurrió hace dos años…? ¿El accidente?


—Sí. Fue entonces cuando me di cuenta de que, aparte de Pascual, no tenía a nadie en mi vida. Nadie me echaría de menos si yo me iba. De modo que quiero que esta sea tu casa también y si para ello necesitas pintar mis paredes para desbloquear tu talento artístico y conseguir que vuelvas a pintar, estoy más que dispuesto a sacrificar unas cuantas paredes blancas.


Paula lo abrazó con fuerza.


—Gracias. Te prometo que no te arrepentirás. Tal vez incluso podría ser que te gustara tanto lo que he hecho que quieras que pinte incluso las paredes de la planta de abajo. Muchas gracias, Pedro.


—De nada —susurró él. Entonces, como si le resultara imposible resistirse, la besó. Aquel instante fue uno de los más dulces que ella experimentó desde su llegada a la casa—. Bien, ¿a qué estás esperando? Tienes unas cuantas paredes que pintar.


—Estoy en ello…


Paula salió corriendo del despacho y cerró la puerta. 


Entonces, esperó. Supo exactamente el instante en el que él vio lo que había hecho con la pared de su despacho: el retrato de Emo X-14 observándolo desde detrás de la seguridad de la puerta…


—¡Demonios!


¡Piii!


Paula sonrió. Tanto si a Pedro le gustaba como si no, ya tenía personas que se preocupaban por él. Con suerte, eso le ayudaría a volver de nuevo a trabajar. Con suerte, encontrarían el modo de convertir aquel grupo tan heterogéneo en la familia perfecta.






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