miércoles, 7 de junio de 2017

LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 17





Lo primero que Paula hizo a la mañana siguiente fue prometerse firmemente que se tomaría su relación con Pedro más lenta y más decorosamente. Que ocultaría sus sentimientos hasta que él hubiera tenido tiempo de asimilar o analizar algo que debería ser tan sencillo y evidente como el amor.


Por supuesto, aquella promesa duró hasta que él volvió a tomarla entre sus brazos a la noche siguiente. Aquella vez, la llevó al dormitorio de ella. Una vez allí, los verdaderos sentimientos de Paula se escaparon plenamente a su control mientras que los de Pedro permanecían sumidos en las sombras. A lo largo de las noches posteriores que pasaron en la cama, Paula siguió esperando que él terminara por rendirse a sus sentimientos en vez de ocultarse tras la racionalidad, la lógica y el oscuro recuerdo de acontecimientos pasados. Sin embargo, él se marchaba de su cama cada mañana, para regresar a su dormitorio en el sótano antes de los primeros rayos del sol.


Mientras tanto, Paula se ocupó de la limpieza. Contrató a un grupo para que limpiara la casa de arriba abajo. Como prometió, Pedro le pidió a su tío que realizara un diagnóstico completo del disco duro del sistema informático de la casa, pero la treta no salió como esperaban. En cuanto se marcharon los de la limpieza, Pascual se hizo sentir en los altavoces.


Pedro… ¡Pedro! Alerta roja. Una de las unidades ha detectado algo extraño. Necesito contar a los presentes inmediatamente.


—Todo está bajo control, Pascual —dijo Pedro tratando de calmarlo—. Estoy en la cocina con Angie, Paula y Noelia.


—Pues falta una —le espetó Pascual—. ¿O acaso no sabes contar?


—¿Le gustaría tomarse una taza de té? —le preguntó Angie con dulce voz—. Parece muy disgustado.


—No, no quiero té —replicó Pascual—. Quiero saber dónde está la otra. La problemática.


—No falto. Estoy aquí.


Pascual se levantó de su silla y se dio la vuelta. Julia estaba frente a él. El pánico le aceleró el corazón y le dificultó la respiración. Se tiró del cuello de la camiseta sintiendo un sudor frío por la espalda.


—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —le preguntó.


Pedro y tú sudáis mucho —comentó sencillamente Julia, de un modo tan natural que Pascual sintió que el pánico remitía un poco.


—No has respondido a mi pregunta, muchachita. ¿Qué estás haciendo aquí?


—En primer lugar, no soy ninguna muchachita. He decidido venir a visitarte para verte. Dado que tú siempre nos estás observando, me parece lo justo.


—¿Te ha dicho Pedro que no vinieras aquí? ¿Que no me gusta la gente de verdad y que deberías mantenerte alejada de mí?


—Sí, pero no me pareció que a mí se me considerara gente de verdad.


—¿Por qué no?


—Porque es lo que me dice todo el mundo. Que yo no soy gente de verdad.


—¿Sí? Pues te aseguro que sí lo eres. Yo lo sé muy bien. No puedo soportar a la gente de verdad y, dado que no te puedo soportar a ti, debes de ser de verdad.


Aquel comentario tan grosero no arredró a Julia. Simplemente asintió. Por alguna razón, el hecho de que ella aceptara tan estoicamente sus palabras molestó a Pascual.


—Estaba pensando que, dado que te molesto mucho, podrías fingir que yo soy uno de los robots de Pedro o algo así. También me suelen decir que soy un robot porque a veces parece que no tengo sentimientos.


—¿De verdad te dijeron eso?


—Sí, pero no me importa. Por eso, tal vez, si me consideraras así, como un robot, podría bajar algunas veces para ver cómo trabajas. Aprender de ti.


—Pues no puedes. No me gusta la gente. Me pone nervioso.


—Pues a mí no me parece que ahora estés nervioso. Tal vez si me dejaras bajar de vez en cuando, no te pondrías tan nervioso. Tal vez incluso yo podría llegar a caerte bien.


Pascual se había pasado la vida observando a la gente, escuchando desde la distancia. No le interesaba. Abrió la boca para decir que se marchara, pero no pudo hacerlo. 


Sentía que aquella chica había sido rechazada en muchas ocasiones y no quería ser uno más. Además, por alguna razón, ella no le ponía tan nervioso como la mayoría de la gente.


—Está bien. Te puedes quedar un rato, pero en cuanto yo me ponga nervioso, te vas.


—Gracias, tío P —dijo la muchacha con una sonrisa—. Me sentaré aquí y no te molestaré en nada. Ni siquiera sabrás que estoy aquí.


—¿Sentarte? Ni hablar. Si has bajado aquí, tienes que trabajar.


—¿De verdad?


—Sí —replicó Pascual. Entonces, le lanzó la silla que tenía libre—. ¿A qué estás esperando? Ven aquí y enséñame lo que sabes hacer…


Julia se sentó a su lado inmediatamente.


—De acuerdo.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario