domingo, 4 de junio de 2017

LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 6





Para que ninguno de los asistentes a la conferencia pudiera molestarles, Pedro le pidió a la camarera que les llevara a una de las mesas más alejadas de todo el café.


Paula se sentó frente a Pedro. Él aprovechó la oportunidad para estudiarla. Era una verdadera belleza.


El cabello le caía liso sobre los hombros. Tenía los ojos verdes. La expresión de su rostro era tan abierta e ingenua como la de una niña. Tenía la nariz recta y delgada. Los pómulos altos y ligeramente prominentes, lo que añadía enteros a la elegancia de su rostro. En cuando a la boca… 


Allí era donde la mirada de Pedro se detenía. Era el único rasgo de su rostro que la apartaba de la belleza clásica, de labios gruesos y rosados. Por alguna extraña razón, su forma y su color hacía que él deseara morderlos…


Se aclaró la garganta.


—Bueno, ¿me vas a dar una pista?


—Supongo que te refieres a una pista sobre el lugar en el que nos conocimos —respondió Paula con una seductora sonrisa—. Dale tiempo. Ya lo recordarás.


—Podría ser que no. Tuve un accidente hace seis meses. Algunas veces, me cuesta recordar nombres y ciertos hechos de mi pasado.


Ella lo miró fijamente muy sorprendida.


—Oh, Pedro. Lo siento mucho. No tenía ni idea.


—No veo la razón por la que deberías saberlo dado que me he esforzado mucho para evitar que el público en general se enterara —dijo.


Paula le tomó la mano y se la apretó con fuerza.


Pedrose dio cuenta de que ella era la clase de mujer sensible que goza con el contacto físico. Poco usual en un ingeniero, pero podría vivir con ello. ¿Vivir con ello? Se acostumbraría muy rápido.


Se encogió de hombros.


—Es una de esas cosas que uno aprende a aceptar. Como las cicatrices.


Le sorprendió ver que los ojos de Paula se habían llenado de lágrimas.


—¿Cicatrices? Esas tampoco importan. Lo único que significan es que eres un superviviente.


—Tenemos la opción de hacer el amor en la oscuridad si crees que las cicatrices podrían tener un impacto adverso en tu libido.


Para su sorpresa, ella se echó a reír.


—Oh, gracias a Dios. Me temía que hubieras cambiado. Aún tienes ese maravilloso sentido del humor.


¿Acaso ella había creído que estaba bromeando? Había estado hablando completamente en serio.


—¿Significa eso que no te interesa hacer el amor? —le preguntó. Tal vez debería haber abordado el asunto gradualmente, pero le parecía la progresión lógica, lo que tocaba entre invitarle a tomar un café y pedirle que fuera su ayudante/esposa—. No hay prisa. Tenemos sesenta y una horas y treinta y cuatro minutos.


Paula se echó a reír de nuevo. El sonido de su risa fue algo ligero, libre, que llegó directamente al gélido centro de su ser y se lo desheló ligeramente. Por primera vez en años, sintió esperanza. Tal vez no era un caso perdido. Tal vez Paula podría llevarle a los cálidos brazos de la primavera.


—Me interesa mucho hacer el amor contigo —le informó ella—. Hace tanto tiempo, Pedro. Ojalá se me hubiera ocurrido buscarte mucho antes.


—No me habrías encontrado. Pascual nos tiene muy bien ocultos.


—¿Pascual?


—Mi tío. Es experto en informática, lo que me viene bien dado que me ayuda a mantener el anonimato.


—Ah… —dijo ella mirándolo con sus encantadores ojos. Pedro descubrió que le gustaba ser el centro de su universo. Le gustaba mucho—. No sabía que tenías familia. Al menos, jamás me lo mencionaste.


La manera en la que ella hablaba sugería que habían compartido cierta intimidad. Entornó la mirada y maldijo el accidente. ¿Cómo era posible que se hubiera olvidado de alguien como ella?


—¿Cómo te conocí?


Paula sonrió.


—Te daré una pista. Mi aspecto ha cambiado bastante desde la última vez que nos vimos.


—¿En qué, por ejemplo?


—Mi cabello.


—¿Más largo? ¿Más corto?


Ella negó con la cabeza.


—Más claro. Era mucho más oscuro antes.


Un profundo alivio se apoderó de él. Eso lo explicaba todo. 


Sin duda, el programa de ordenador la había descartado por aquel detalle.


—Yo podría vivir con una mujer de cabello oscuro —dijo. En especial si Paula accedía a ser su ayudante-esposa.


—¿De verdad? —preguntó ella. Le había asombrado aquella respuesta.


Tal vez aquella frase había sonado algo extraña. ¿Acaso no le había advertido Pascual sobre el hecho de invitar a una mujer a tomar una taza de café para luego pedirle en matrimonio? Había llegado el momento de tomarse las cosas con más calma.


—¿Nos conocimos en alguna otra conferencia de ingeniería? —le preguntó.


—Oh, yo no…


En aquel momento, la camarera regresó y les ofreció una amplia sonrisa.


—Buenas tardes. Me llamo Anita y voy a ser su camarera —dijo afirmando lo evidente—. ¿Qué les apetece tomar?


—Yo tomaré un té helado con mucho limón, por favor —dijo Paula.


Pedro experimentó una sensación de familiaridad. Se le pasó enseguida. Aquella sensación le había ocurrido demasiado frecuentemente y en ocasiones no podía recordar de qué se trataba por mucho que se esforzara. Se sentía como si estuviera en medio de un monumental atasco mental, incapaz de maniobrar las coordenadas que contenían aquel recuerdo en particular.


Aceptó el fracaso con su habitual estoicismo y miró a la camarera.


—Café. Solo.


—Volveré enseguida —anunció Anita.


En el momento en el que la camarera se marchó, Pedro se centró de nuevo en Paula.


—¿Me vas a dar otra pista?


—Se me ocurre algo mejor. ¿Por qué no me dices qué es lo que has estado haciendo en estos últimos años? Después de todo, tú eres el mejor en lo que se refiere a sensores robóticos.


—Así es.


—Veo que no necesitas abuela.


—¿Y por qué iba a necesitarla? —preguntó él. 


Evidentemente, no había comprendido el doble sentido.


—Me dejas muerta —comentó ella, riendo—. Sigues siendo tan lógico como siempre.


—No, por supuesto que no. Mientras sigas recordando cómo sentir.


¿Sentir? Pedro no sabía cómo responder a aquello. Buscó a Rumi, pero se dio cuenta de que se había dejado la esfera en la suite. Comprendió en aquel momento lo mucho que dependía de su creación cuando se encontraba en una situación que no sabía cómo resolver.


Con la mayoría de los ingenieros, sabía exactamente lo que esperar y cómo hablarles, pero con aquella mujer… Paula le despertaba sentimientos que creía muertos hacía ya mucho tiempo, un deseo que eclipsaba todo lo demás. En aquellos momentos, sentado frente a ella, le importaba un comino la conferencia o el trabajo que no había podido completar durante el año anterior o incluso hacer las preguntas necesarias para asegurase de que había encontrado la perfecta ayudante/esposa. Lo único que le importaba era permitir que la primavera deshiciera el hielo que rodeaba su corazón. Que le calentara la sangre que le fluía por las venas. Que le ayudara a encontrar al hombre perdido en aquel interminable invierno para que pudiera respirar plenamente en su nueva vida.


Aquella mujer era la respuesta a su problema.


Paula esperó pacientemente a que él volviera a hablar. 


Estaba cómoda con el silencio. A Pedro le parecía un atributo poco usual en una persona, fuera cual fuera su género. Mientras esperaba, ella sonreía y se agarraba la barbilla con la mano. Pedro se dio cuenta de que tenía unas manos muy bonitas, con dedos largos.


Evocó una imagen de las manos de Paula sobre su cuerpo… Dios Santo, ¿de dónde había salido aquello? Normalmente, él no era una persona muy imaginativa y, sin embargo, aquella asombrosa imagen le había provocado una inconfundible reacción fisiológica que le resultaba imposible controlar. Sin duda, llevaba demasiado tiempo sin estar con una mujer.


Algo debió delatarle. Paula se irguió inmediatamente en la silla.


—Pedro, ¿qué te ocurre?


—Vas a tener que perdonarme. Esto no me ha ocurrido desde que era un adolescente, pero tal vez por mi reciente aislamiento, estoy recibiendo una inusual cantidad de estímulos visuales que están teniendo una reacción adversa en mi sistema nervioso central. Si pudieras tratar de ser menos estimulante visualmente, mi cuerpo soltaría una cantidad apropiada de óxido nítrico en los cuerpos cavernosos que debería hacer que mis músculos se relajaran…


Ella lo miró perpleja.


—¿Cómo has dicho?


—Me has provocado una erección.


La camarera eligió aquel instante para regresar con lo que habían pedido.


—¿Desean algo más? —les preguntó Anita tratando de mantener una expresión impasible en el rostro.


Pedro no lo dudó.


—No. La cuenta, por favor. ¿Nos vamos?


—Sí.


—Está bien.


Ella se puso de pie y se colgó la bolsa en el hombro pero, antes de que pudieran dar más de dos pasos, un caballero de cierta edad les cortó el paso.


—Excelente discurso, señor Alfonso. Me han gustado mucho sus predicciones sobre robótica futura y su interrelación con los humanos.


Pedro se detuvo y estrechó la mano del hombre.


—Gracias. Ahora, si nos perdona…


Pedro sabía lo que ocurriría si no se marchaba de allí pronto. Se pasarían la noche entera hablando. En cualquier otro momento, no le habría importado hacerlo, pero no en aquel instante. No aquella noche, cuando esperaba pasársela conociendo mejor a la mujer con la que tenía intención de casarse.


—Tengo una reunión dentro de tres minutos y cuarenta y dos segundos exactamente y me va a llevar precisamente ese tiempo llegar allí —respondió—. Ahora, si nos disculpa…


—Cómo no.


Pedro le colocó la mano en la espalda a Paula y la hizo avanzar entre las personas que se les habían ido acercando hacia la salida. En el momento en el que salieron del café, Paula se volvió para mirarlo. Le colocó una mano en el centro del pecho y le impidió seguir avanzando.


—¿Qué es lo que está pasando? —le preguntó.


—Pensaba que esa parte la entendías. ¿Acaso ha habido un error de comunicación?


—Podríamos decir que sí.


—¿Preferirías que fuera más directo?


—No, creo que ya lo has sido lo suficiente. Pensaba que me habías invitado a tomar café. ¿Qué es lo que ha cambiado?


Pedro suspiró.


—Supongo que debería haber permitido que te tomaras tu té helado antes de dar el siguiente paso.


—Por lo menos un sorbo —bromeó ella. Entonces, dejó de apretarle la mano contra el pecho y comenzó a volverlo loco al empezar a trazar pequeños círculos.


Pedro tenía la sensación de que, si ella no paraba, y pronto, su cuerpo terminaría rápidamente con los depósitos de óxido nítrico.


—Sé que nos sentimos atraídos el uno por el otro. Siempre lo hemos estado.


—¿Has cambiado de opinión?


—¿Sobre lo de hacer el amor contigo? —preguntó ella. Entonces, negó con la cabeza—. Solo creo que nos lo deberíamos tomar con más calma.


Vaya. El indicador de las reservas de óxido nítrico estaba empezando a indicar la V de vacío.


—No sé si voy a poder…. —confesó él.


Los ojos de Paula se oscurecieron.


—Yo puedo vivir sin té. ¿Cuánto tiempo dijiste que nos quedaba hasta tu próxima cita?


—Noventa y cuatro segundos, pero mentí sobre lo de esa cita.


—Sí, lo sé. Se llama «broma» —dijo ella—. Un sustantivo. Significa «algo que provoca risa o diversión con los actos o las palabras de una persona».


—A mí no me provoca risa o diversión.


—No. ¿Y qué es lo que sientes?


¿Sentir? Pedro cerró los ojos. Sentía que la adrenalina le recorría el cuerpo. Que Dios lo ayudara, ella tenía razón. 


Después de tanto tiempo, por fin estaba sintiendo. Trató de identificar aquella sensación en particular.


—Esperanza —susurró con voz ronca—. Significa «la anticipación, creencia o confianza en que algo que se desea mucho puede por fin estar a punto de ocurrir».





sábado, 3 de junio de 2017

LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 5




Paula permaneció inmóvil. Esperó a que la fila que se dirigía hacia el escenario disminuyera. Parecía que todo el mundo quería un trozo de Pedro Alfonso y ella se preguntó por qué. 


¿Qué había hecho él para inspirar tanto entusiasmo y excitación en el mundo de la ingeniería? Decidió que lo investigaría en cuando regresase a su casa.


Cuando por fin hizo ademán de abandonar la sala, Pedro saltó del escenario y se dirigió directamente hacia ella. Paula no se sorprendió. Desde el momento en el que sus miradas se cruzaron había sabido que él la perseguiría. Por el momento, se lo permitiría.


—¿Le gustaría tomar conmigo una taza de café? —le preguntó él.


Ella inclinó la cabeza a un lado. Interesante. No se había andado por las ramas.


—Hola —respondió mientras extendía la mano—. Paula Chaves. Es un placer volver a verte.


Se sorprendió al ver que él se detenía en seco. Comprendió que él estaba recordando.


—Nos hemos visto antes.


—No te acuerdas de mí, ¿verdad?


—No.


Ahí estaba el Pedro que ella recordaba.


—Tal vez lo recordarás mientras tomamos café.


Se cruzó de brazos sobre un impresionante torso.


—¿Por qué no nos ahorras tiempo a los dos y me refrescas la memoria?


—No lo creo. Será más divertido del otro modo.


—Divertido —repitió él como si la palabra le resultara repugnante.


Paula comprobó que él había crecido desde la última vez que lo vio.


—Sí. Divertido. Adjetivo, algo que nos da placer o alegría. Cuando es verbo, divertirse, jugar o bromear. Es que tengo memoria fotográfica.


Por alguna razón, aquella explicación relajó a Pedro y le animó a esbozar una pequeña sonrisa.


—Gracias por la explicación. No conozco bien esa palabra.


—Me siento escandalizada. ¿Y «trabajo»? ¿Conoces bien esa?


—Bastante.


—¿Por qué no me sorprende?


—«Sorprender». Cuando algo inesperado causa asombro o fascinación.


Paula se echó a reír. Se sentía muy sorprendida y fascinada por el hecho de ver cómo Pedro se reía con ella. Sin poder contener el impulso, le agarró una mano.


—Creo que has dicho algo sobre ir a tomar una taza de café.


Pedro observó las manos de ambos durante un largo instante. Entonces, la miró a ella. El fuego ardía en la brillantez de aquella mirada, un apetito y un anhelo que Paula no podía malinterpretar. Una potente calidez le recorrió todo el cuerpo y le llegó en cuestión de segundos al centro de su ser. Allí, generó un deseo tan poderoso como el que se reflejaba en los ojos de él. Desde el momento en el que entró en la casa de los padres de Paula, él había ejercido aquel efecto sobre ella. Al menos, eso no había cambiado.


—Creo que un café sería un excelente comienzo —afirmó él.


—¿Un excelente comienzo? ¿Y el final? —se atrevió ella a preguntar.


—Creo que los dos conocemos la respuesta a eso.


Así era. Terminarían en el mismo lugar en el que habían terminado la última vez que habían estado juntos.


En la cama.







LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 4




No quería estar allí. No quería estar allí, dando un discurso en el que no creía. Llevaba menos de un día en Miami Beach y ya había llegado a la conclusión de que aquello era una completa pérdida de tiempo.


En el momento en el que llegó, se acomodó en la suite, deshizo la maleta y fue a por el primer nombre que tenía en su lista. ¿Por qué perder el tiempo? Desgraciadamente, Dorothy Salyer resultó ser una desilusión, al igual que las siguientes dos candidatas. Estaba a punto de darse por vencido. Desgraciadamente, nada había cambiado desde el accidente. Necesitaba… más. Quería experimentar, aunque fuera de pasada, una vida normal. Una vida. Volver a sentir, aunque ya no fuera capaz de dejarse llevar por el romanticismo. Tener una familia. Hijos. Un legado.


Eso le llevó a la mujer de la blusa roja. Por alguna razón, no podía apartar la mirada de ella. Le provocaba una sensación extraña, como si quisiera despertar un recuerdo del pasado, pero no podía entender por qué. Lo único que sabía era que la deseaba desesperadamente, una sensación que llevaba años sin experimentar.


¿Por qué no estaba ella en su lista de candidatas?


Debía de haber algo malo en ella, algo que el ordenador calificara como inaceptable. Ciertamente no era su aspecto físico. Esbelta y delicada. Era la clase de mujer que él encontraba más atractiva. Rubia de cabello liso. Sus rasgos eran elegantes, a excepción de la boca, que resultaba profundamente seductora. Por lo tanto, si no era su aspecto, ¿por qué había sido eliminada de la lista de candidatas?


¿Acaso no era lo suficientemente inteligente? Era imposible que no lo fuera considerando su presencia en el simposio. 


Posiblemente él había colocado el grado de inteligencia demasiado alto. Tal vez podría bajar un poco el cociente intelectual si aquella mujer quedaba fuera de los parámetros que había predeterminado. Repasó la lista que le había dado a Pascual. Físicamente atractiva. Inteligente. Ingeniera. 


Esos tres datos los cumplía plenamente, ¿no? Solo le quedaba que fuera coherente, amable, que pudiera vivir aislada y que no fuera alocada.


Tal vez el ordenador había decidido que aquella mujer no era coherente. Bueno, Pedro estaba dispuesto a conformarse con razonable si lo de racional no cuadraba con ella. 


¿Amable? Se lo parecía. Tal vez era lo del aislamiento lo que la había dejado fuera. Si ponían empeño, tal vez podrían encontrar el modo de solucionar ese problema. Eso tan solo le dejaba alguien que no fuera alocada. Sumisa. En realidad, él era un hombre, ¿no? Ya se encargaría él de dominarla.


Sonrió con satisfacción. Existía la posibilidad de que hubiera encontrado a su ayudante/esposa sin la ayuda del ordenador. Ese hecho solo demostraba que el intelecto de Pedro era más poderoso que el programa de Pascual. 


¡Cómo iba a disfrutar restregándoselo por la cara a su tío!




LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 3





«Pedro Alfonso».


Paula Chaves se detuvo en seco en el momento en el que vio el nombre en el centro del tablón de anuncios del Coronation Hotel. La suave luz del atardecer iluminaba la bella foto en blanco y negro, que amenazaba con ponerla de rodillas. La llamativa bolsa fucsia que llevaba se le cayó al suelo, dejando que pinturas, pegatinas y juguetes varios para niños pequeños se desparramaran por el suelo.


Era él.


Ciertamente, era un hombre muy diferente del que ella había conocido diez años antes. Aquel hombre parecía más duro, más fiero que el que ella había conocido. Sus ojos eran los mismos y revelaban la cautela que ella recordaba tan claramente, como si fuera un animal constantemente en estado de alerta. De hecho, aquella cautela parecía más intensa e iba acompañada por una expresión de cinismo.


Estudió cada rasgo de la fotografía y trató de encontrar más cambios. No tardó en hacerlo. El tiempo había grabado ciertas líneas de expresión en los fuertes rasgos masculinos. 


Las más profundas enmarcaban una boca demasiado dura.


A lo largo de los años, parecía haber adquirido una frialdad que ella esperaba que fuera solo un requerimiento del fotógrafo más que un reflejo verdadero de la personalidad del hombre.


A pesar de aquellos cambios tan preocupantes, el deseo y la alegría se apoderaron de ella. Extendió la mano para acariciar la imagen y esbozó una temblorosa sonrisa. 


Después de tantos años, se habían vuelto a encontrar. En realidad, no se habían encontrado. Ella lo había encontrado a él.


¿Estaría él tan contento de verla como ella a él? ¿Se acordaría de ella? Considerando lo mucho que ella había cambiado, posiblemente no. Sin embargo, ella sí lo recordaba a él y también se acordaba de todos los momentos de los tres meses de verano que habían pasado juntos. Se rio en voz alta y llamó la atención de los demás. 


No le importó. Tenía la posibilidad de volver a ver a Pedro.


Se agachó y recogió todas sus pertenencias mientras leía la información que aparecía en el tablón. Parecía que Pedro se había hecho un hueco en el mundo de la ingeniería. Se alegraba por él. Iba a empezar su discurso en menos de cinco minutos. Excelente. No tenía nada más que hacer aquella tarde. Seguramente no le importaría a nadie que ella asistiera a aquella conferencia, considerando que Pedro y ella eran viejos amigos… por no decir viejos amantes.


De hecho, él había sido su primer amante, el más especial de todos. Paula jamás lo había olvidado. Jamás había conocido un amor tan maravilloso como el que había compartido con él. Jamás había encontrado a un hombre que lo igualara. Generoso. Paciente. Amable. Alguien que se aferrara a la vida a pesar del torbellino de su pasado… 


¡Tenía tantas ganas de verlo!


En la puerta de la sala de conferencias había dos hombres que comprobaban las acreditaciones que debían llevar antes de permitirles la entrada. Paula esperó a que los dos se distrajeran antes de colarse en la sala repleta. Ya era imposible encontrar un asiento libre y muchos de los asistentes habían empezado a colocarse de pie. Vio por fin un hueco libre cerca de la primera fila. No quería estar tan cerca porque iba vestida informalmente y la mayoría de los asistentes iban con traje y roja, que era perfecta para firmar libros para niños, la hacían destacar entre los que le rodeaban.


Se acomodó por fin en su lugar y sonrió a los dos hombres que tenía a ambos lados. Ellos no le sonrieron a ella sino que, más bien, parecieron diseccionarla con la mirada y no de un modo precisamente sexual. Era más bien como si ella representara una ecuación que no supieran resolver.


Cuando estaba a punto de marcharse, las luces se hicieron más tenues y un hombre se acercó al podio. Todo el mundo guardó silencio. El hombre no perdió tiempo alguno. Empezó a presentar a Pedro Alfonso, repasando una larga lista de credenciales y logros. Por fin, se hizo a un lado y miró con expectación hacia el lado izquierdo de la sala.


El silencio se apoderó del auditorio. Los asistentes estiraron el cuello esperando ansiosamente la salida del orador. 


Entonces, apareció, avanzando por el escenario con la gracia felina que ella recordaba de su juventud. Los recuerdos la invadieron. El día en el que él entró en la casa de sus padres, como una pantera esperando atacar o ser atacada. La línea que había trazado para protegerse y mantenerse alejado de los demás, una línea que a ella le había encantado superar. La maravillosa noche en el lago donde sus ropas habían terminado en el suelo y los cuerpos de ambos se habían fundido. Aquella deliciosa inocencia que se había transformado en apasionado conocimiento.


La mirada de Pedro recorrió la sala con impaciente desdén. 


Entonces, comenzó con su conferencia. A pesar de que Paula solo comprendía una palabra de cada veinte, los tonos profundos y ricos de su voz la hipnotizaban como al resto de los asistentes.


Pedro había cambiado desde que los dos estuvieron juntos por última vez. Ella también. ¿Le habría reconocido si se hubieran cruzado por la calle? Posiblemente. Si se esforzaba mucho, aún era capaz de reconocer al muchacho en el hombre en el que se había convertido.


—Genial. En lo que se refiere a la creación de sensores robóticos, Alfonso es el mejor del planeta —comentó alguien de la primera fila con admiración.


Paula volvió a centrar su atención en Pedro. No tenía ni idea de qué significaba todo aquello, pero se sintió muy impresionada de que a Pedro se le considerara el mejor del planeta. ¿A qué precio? Lo estudió más detenidamente.


Tenía los rasgos más duros y más definidos que cuando tenían dieciocho años. Bueno, casi dieciocho. Aún tenía aquel brillo peligroso en la mirada de sus ojos dorados, como si fuera un felino. Su cabello era casi negro como el ébano y lo llevaba casi tan largo como solía llevarlo tantos años atrás. No llevaba traje. Se había decantado por una camisa negra y pantalones del mismo color que parecían tragarse toda la luz del escenario y lo dejaban envuelto en sombras.


¿Dónde estaba el Pedro que ella recordaba? ¿Quién era aquella criatura que había ocupado su lugar? Había cambiado de un modo que desafiaba su capacidad para identificarlo. Antes, no había sido tan reservado ni tan gélido.


Si lo observaba en aquellos momentos, se daba cuenta de que todo había cambiado. Ya no era abierto, sino cerrado con fuerza sobre sí mismo. Sospechaba que ya raramente se reiría. Lejos de sentirse encantado con el mundo, lo observaba con una mirada cínica que lo eclipsaba todo.


¿Qué le había ocurrido? Le dolía ver que él ya no se parecía en nada al personaje que ella había creado para sus libros de cuentos, el personaje en el que había basado los recuerdos que tenía de él. ¿Cómo se podía haber equivocado tanto? Justo entonces, la mirada de Pedro se detuvo sobre ella. Algo muy extraño ocurrió entre ellos. ¿La habría reconocido? ¿La recordaba después de tanto tiempo? 


No era probable, dado que su apariencia había cambiado mucho en aquellos diez años. Los ojos de él relucieron bajo los focos como si fueran de oro.


En ese momento, Paula decidió que, pasara lo que pasara, antes de marcharse de allí descubriría qué era lo que le había ocurrido a Pedro. Aprovecharía la oportunidad de enfrentarse con el pasado, con un pasado que jamás había podido olvidar. Se demostraría que lo que habían tenido juntos no había sido tan especial dado que, evidentemente, él ya no era la maravillosa persona que había sido.


Entonces, por fin podría dejarlo en el pasado y seguir con su vida.