domingo, 4 de junio de 2017

LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 6





Para que ninguno de los asistentes a la conferencia pudiera molestarles, Pedro le pidió a la camarera que les llevara a una de las mesas más alejadas de todo el café.


Paula se sentó frente a Pedro. Él aprovechó la oportunidad para estudiarla. Era una verdadera belleza.


El cabello le caía liso sobre los hombros. Tenía los ojos verdes. La expresión de su rostro era tan abierta e ingenua como la de una niña. Tenía la nariz recta y delgada. Los pómulos altos y ligeramente prominentes, lo que añadía enteros a la elegancia de su rostro. En cuando a la boca… 


Allí era donde la mirada de Pedro se detenía. Era el único rasgo de su rostro que la apartaba de la belleza clásica, de labios gruesos y rosados. Por alguna extraña razón, su forma y su color hacía que él deseara morderlos…


Se aclaró la garganta.


—Bueno, ¿me vas a dar una pista?


—Supongo que te refieres a una pista sobre el lugar en el que nos conocimos —respondió Paula con una seductora sonrisa—. Dale tiempo. Ya lo recordarás.


—Podría ser que no. Tuve un accidente hace seis meses. Algunas veces, me cuesta recordar nombres y ciertos hechos de mi pasado.


Ella lo miró fijamente muy sorprendida.


—Oh, Pedro. Lo siento mucho. No tenía ni idea.


—No veo la razón por la que deberías saberlo dado que me he esforzado mucho para evitar que el público en general se enterara —dijo.


Paula le tomó la mano y se la apretó con fuerza.


Pedrose dio cuenta de que ella era la clase de mujer sensible que goza con el contacto físico. Poco usual en un ingeniero, pero podría vivir con ello. ¿Vivir con ello? Se acostumbraría muy rápido.


Se encogió de hombros.


—Es una de esas cosas que uno aprende a aceptar. Como las cicatrices.


Le sorprendió ver que los ojos de Paula se habían llenado de lágrimas.


—¿Cicatrices? Esas tampoco importan. Lo único que significan es que eres un superviviente.


—Tenemos la opción de hacer el amor en la oscuridad si crees que las cicatrices podrían tener un impacto adverso en tu libido.


Para su sorpresa, ella se echó a reír.


—Oh, gracias a Dios. Me temía que hubieras cambiado. Aún tienes ese maravilloso sentido del humor.


¿Acaso ella había creído que estaba bromeando? Había estado hablando completamente en serio.


—¿Significa eso que no te interesa hacer el amor? —le preguntó. Tal vez debería haber abordado el asunto gradualmente, pero le parecía la progresión lógica, lo que tocaba entre invitarle a tomar un café y pedirle que fuera su ayudante/esposa—. No hay prisa. Tenemos sesenta y una horas y treinta y cuatro minutos.


Paula se echó a reír de nuevo. El sonido de su risa fue algo ligero, libre, que llegó directamente al gélido centro de su ser y se lo desheló ligeramente. Por primera vez en años, sintió esperanza. Tal vez no era un caso perdido. Tal vez Paula podría llevarle a los cálidos brazos de la primavera.


—Me interesa mucho hacer el amor contigo —le informó ella—. Hace tanto tiempo, Pedro. Ojalá se me hubiera ocurrido buscarte mucho antes.


—No me habrías encontrado. Pascual nos tiene muy bien ocultos.


—¿Pascual?


—Mi tío. Es experto en informática, lo que me viene bien dado que me ayuda a mantener el anonimato.


—Ah… —dijo ella mirándolo con sus encantadores ojos. Pedro descubrió que le gustaba ser el centro de su universo. Le gustaba mucho—. No sabía que tenías familia. Al menos, jamás me lo mencionaste.


La manera en la que ella hablaba sugería que habían compartido cierta intimidad. Entornó la mirada y maldijo el accidente. ¿Cómo era posible que se hubiera olvidado de alguien como ella?


—¿Cómo te conocí?


Paula sonrió.


—Te daré una pista. Mi aspecto ha cambiado bastante desde la última vez que nos vimos.


—¿En qué, por ejemplo?


—Mi cabello.


—¿Más largo? ¿Más corto?


Ella negó con la cabeza.


—Más claro. Era mucho más oscuro antes.


Un profundo alivio se apoderó de él. Eso lo explicaba todo. 


Sin duda, el programa de ordenador la había descartado por aquel detalle.


—Yo podría vivir con una mujer de cabello oscuro —dijo. En especial si Paula accedía a ser su ayudante-esposa.


—¿De verdad? —preguntó ella. Le había asombrado aquella respuesta.


Tal vez aquella frase había sonado algo extraña. ¿Acaso no le había advertido Pascual sobre el hecho de invitar a una mujer a tomar una taza de café para luego pedirle en matrimonio? Había llegado el momento de tomarse las cosas con más calma.


—¿Nos conocimos en alguna otra conferencia de ingeniería? —le preguntó.


—Oh, yo no…


En aquel momento, la camarera regresó y les ofreció una amplia sonrisa.


—Buenas tardes. Me llamo Anita y voy a ser su camarera —dijo afirmando lo evidente—. ¿Qué les apetece tomar?


—Yo tomaré un té helado con mucho limón, por favor —dijo Paula.


Pedro experimentó una sensación de familiaridad. Se le pasó enseguida. Aquella sensación le había ocurrido demasiado frecuentemente y en ocasiones no podía recordar de qué se trataba por mucho que se esforzara. Se sentía como si estuviera en medio de un monumental atasco mental, incapaz de maniobrar las coordenadas que contenían aquel recuerdo en particular.


Aceptó el fracaso con su habitual estoicismo y miró a la camarera.


—Café. Solo.


—Volveré enseguida —anunció Anita.


En el momento en el que la camarera se marchó, Pedro se centró de nuevo en Paula.


—¿Me vas a dar otra pista?


—Se me ocurre algo mejor. ¿Por qué no me dices qué es lo que has estado haciendo en estos últimos años? Después de todo, tú eres el mejor en lo que se refiere a sensores robóticos.


—Así es.


—Veo que no necesitas abuela.


—¿Y por qué iba a necesitarla? —preguntó él. 


Evidentemente, no había comprendido el doble sentido.


—Me dejas muerta —comentó ella, riendo—. Sigues siendo tan lógico como siempre.


—No, por supuesto que no. Mientras sigas recordando cómo sentir.


¿Sentir? Pedro no sabía cómo responder a aquello. Buscó a Rumi, pero se dio cuenta de que se había dejado la esfera en la suite. Comprendió en aquel momento lo mucho que dependía de su creación cuando se encontraba en una situación que no sabía cómo resolver.


Con la mayoría de los ingenieros, sabía exactamente lo que esperar y cómo hablarles, pero con aquella mujer… Paula le despertaba sentimientos que creía muertos hacía ya mucho tiempo, un deseo que eclipsaba todo lo demás. En aquellos momentos, sentado frente a ella, le importaba un comino la conferencia o el trabajo que no había podido completar durante el año anterior o incluso hacer las preguntas necesarias para asegurase de que había encontrado la perfecta ayudante/esposa. Lo único que le importaba era permitir que la primavera deshiciera el hielo que rodeaba su corazón. Que le calentara la sangre que le fluía por las venas. Que le ayudara a encontrar al hombre perdido en aquel interminable invierno para que pudiera respirar plenamente en su nueva vida.


Aquella mujer era la respuesta a su problema.


Paula esperó pacientemente a que él volviera a hablar. 


Estaba cómoda con el silencio. A Pedro le parecía un atributo poco usual en una persona, fuera cual fuera su género. Mientras esperaba, ella sonreía y se agarraba la barbilla con la mano. Pedro se dio cuenta de que tenía unas manos muy bonitas, con dedos largos.


Evocó una imagen de las manos de Paula sobre su cuerpo… Dios Santo, ¿de dónde había salido aquello? Normalmente, él no era una persona muy imaginativa y, sin embargo, aquella asombrosa imagen le había provocado una inconfundible reacción fisiológica que le resultaba imposible controlar. Sin duda, llevaba demasiado tiempo sin estar con una mujer.


Algo debió delatarle. Paula se irguió inmediatamente en la silla.


—Pedro, ¿qué te ocurre?


—Vas a tener que perdonarme. Esto no me ha ocurrido desde que era un adolescente, pero tal vez por mi reciente aislamiento, estoy recibiendo una inusual cantidad de estímulos visuales que están teniendo una reacción adversa en mi sistema nervioso central. Si pudieras tratar de ser menos estimulante visualmente, mi cuerpo soltaría una cantidad apropiada de óxido nítrico en los cuerpos cavernosos que debería hacer que mis músculos se relajaran…


Ella lo miró perpleja.


—¿Cómo has dicho?


—Me has provocado una erección.


La camarera eligió aquel instante para regresar con lo que habían pedido.


—¿Desean algo más? —les preguntó Anita tratando de mantener una expresión impasible en el rostro.


Pedro no lo dudó.


—No. La cuenta, por favor. ¿Nos vamos?


—Sí.


—Está bien.


Ella se puso de pie y se colgó la bolsa en el hombro pero, antes de que pudieran dar más de dos pasos, un caballero de cierta edad les cortó el paso.


—Excelente discurso, señor Alfonso. Me han gustado mucho sus predicciones sobre robótica futura y su interrelación con los humanos.


Pedro se detuvo y estrechó la mano del hombre.


—Gracias. Ahora, si nos perdona…


Pedro sabía lo que ocurriría si no se marchaba de allí pronto. Se pasarían la noche entera hablando. En cualquier otro momento, no le habría importado hacerlo, pero no en aquel instante. No aquella noche, cuando esperaba pasársela conociendo mejor a la mujer con la que tenía intención de casarse.


—Tengo una reunión dentro de tres minutos y cuarenta y dos segundos exactamente y me va a llevar precisamente ese tiempo llegar allí —respondió—. Ahora, si nos disculpa…


—Cómo no.


Pedro le colocó la mano en la espalda a Paula y la hizo avanzar entre las personas que se les habían ido acercando hacia la salida. En el momento en el que salieron del café, Paula se volvió para mirarlo. Le colocó una mano en el centro del pecho y le impidió seguir avanzando.


—¿Qué es lo que está pasando? —le preguntó.


—Pensaba que esa parte la entendías. ¿Acaso ha habido un error de comunicación?


—Podríamos decir que sí.


—¿Preferirías que fuera más directo?


—No, creo que ya lo has sido lo suficiente. Pensaba que me habías invitado a tomar café. ¿Qué es lo que ha cambiado?


Pedro suspiró.


—Supongo que debería haber permitido que te tomaras tu té helado antes de dar el siguiente paso.


—Por lo menos un sorbo —bromeó ella. Entonces, dejó de apretarle la mano contra el pecho y comenzó a volverlo loco al empezar a trazar pequeños círculos.


Pedro tenía la sensación de que, si ella no paraba, y pronto, su cuerpo terminaría rápidamente con los depósitos de óxido nítrico.


—Sé que nos sentimos atraídos el uno por el otro. Siempre lo hemos estado.


—¿Has cambiado de opinión?


—¿Sobre lo de hacer el amor contigo? —preguntó ella. Entonces, negó con la cabeza—. Solo creo que nos lo deberíamos tomar con más calma.


Vaya. El indicador de las reservas de óxido nítrico estaba empezando a indicar la V de vacío.


—No sé si voy a poder…. —confesó él.


Los ojos de Paula se oscurecieron.


—Yo puedo vivir sin té. ¿Cuánto tiempo dijiste que nos quedaba hasta tu próxima cita?


—Noventa y cuatro segundos, pero mentí sobre lo de esa cita.


—Sí, lo sé. Se llama «broma» —dijo ella—. Un sustantivo. Significa «algo que provoca risa o diversión con los actos o las palabras de una persona».


—A mí no me provoca risa o diversión.


—No. ¿Y qué es lo que sientes?


¿Sentir? Pedro cerró los ojos. Sentía que la adrenalina le recorría el cuerpo. Que Dios lo ayudara, ella tenía razón. 


Después de tanto tiempo, por fin estaba sintiendo. Trató de identificar aquella sensación en particular.


—Esperanza —susurró con voz ronca—. Significa «la anticipación, creencia o confianza en que algo que se desea mucho puede por fin estar a punto de ocurrir».





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