viernes, 24 de febrero de 2017

APUESTA: CAPITULO 15





Dos años y medio después


Tras la muerte de sus padres en aquel accidente de tráfico, Pedro pasó una temporada desorientado. Vendió la constructora de su padre y su casa, y comenzó a probar deportes de riesgo en busca de emociones fuertes que anularan la desazón que lo inundaba; a viajar. en un intento de huir de los recuerdos; y a embarcarse en causas humanistas y ecologistas, con tal de encontrar algo que diera sentido a su vida. Paula estaba inquieta por él, pero se decía que era algo natural… hasta que de puro milagro no se rompió la crisma escalando, casi se ahogó en unos rápidos, y la policía de Canadá lo tuvo un fin de semana en prisión por obstaculizar el trabajo de un barco ballenero con otros voluntarios de Greenpeace.


Sin embargo, la gota que colmó el vaso fue el día que Kieran y ella habían quedado con él en un pub, a su regreso de un viaje a África, y lo vieron aparecer con la pierna vendada y un bastón. Había ido allí con un grupo de voluntarios para intentar detener la caza ilegal de leopardos, y uno de los furtivos le había disparado.


—¿Qué es lo que intentas demostrar? —le dijo exasperada—. ¿O es que quieres matarte?


Pedro contrajo el rostro. Los sermones de Paula podían ser realmente terribles.


—¿Es eso? ¿No vas a parar hasta que te maten y tengamos que ir a Indochina o a Perú a identificar tu cadáver? —bramó irritada—. Pues, ¿sabes qué te digo? ¡Que adelante! ¡Hazlo y acaba con esto! —le gritó clavándole repetidamente el índice en el pecho—. Yo ya no lo aguanto más.


Y, dejando a Pedro con la palabra en la boca, se giró sobre los talones y salió del pub.


—Me parece que está realmente enfadada conmigo, ¿verdad? —le preguntó Pedro a su amigo, contrayendo el rostro y enarcando una ceja.


—Yo diría que sí —asintió Kieran, bebiendo un trago de su cerveza.


Pedro suspiró. Estar allí juntos era como volver a los viejos tiempos, pero había algo en Kieran que había cambiado. Ya no era el tipo abierto y despreocupado de los años de universidad. Era como si hubiese perdido algo por el camino, en la transición al mundo de los adultos. «En fin, las cosas son así», se dijo Pedro, «la gente cambia; la vida nos cambia». ¿Quién hubiera dicho que Paula y Kieran acabarían siendo pareja? Y ya llevaban nada menos que seis meses viviendo juntos… ¿Quién lo hubiera dicho?


—¿Tú también crees que tengo deseos de morir?


Los ojos grises de su amigo lo miraron pensativos un instante antes de contestar.


—Lo que creo es que te arriesgas demasiado por cosas que no está en tu mano cambiar —le dijo con una sonrisa.


—Claro que pueden cambiarse —protestó Pedro, tomando un par de cacahuetes de la bandejita que les habían puesto.


—Puede, pero no puedes salvar el planeta tú solo, ¿sabes?


—Bueno, al menos puedo intentarlo —replicó Pedro con una sonrisa socarrona.


—Eres incorregible —respondió Kieran riéndose—. No me extraña que Paula te haya dado por perdido.


Se quedaron los dos callados un buen rato, hasta que finalmente Kieran volvió a romper el silencio:
—¿Realmente te ayuda en algo, Pedro?


—¿El qué? —inquirió su amigo mirándolo confuso.


—Esta huida sin fin.


Pedro se rascó el mentón, cubierto por la barba de unos días, otro indicador de lo poco que se preocupaba por su apariencia, por sí mismo, desde la muerte de sus padres. 


Bajó la vista pensativo a la jarra de cerveza casi vacía que tenía ante sí, rodeándola con ambas manos. Aquello era lo mismo que él se había estado preguntando durante los últimos meses después de haber dado tantos tumbos. ¿Se sentía menos solo o vacío? ¿Le dolía menos el corazón que hacía dos años y medio?


—No, la verdad es que no —admitió—. Lo cierto es… que quería volver. He pensado en irme a vivir durante un tiempo a la casita de verano que teníamos en Boyle, hasta que encuentre algo en el pueblo.


—¿Y no hay demasiados recuerdos allí?.


—Puede, pero son los mejores de mi vida. En esa casa fui muy feliz.



****


El día después de la partida de dardos en el pub amaneció cálido y soleado. Paula se quedó durmiendo hasta tarde, y desayunó leyendo el periódico tras poner de comer a Houdini; una perfecta mañana de domingo en la que holgazanear.


La noche anterior Pedro y ella habían vuelto a casa charlando y bromeando, como si volvieran a ser dos adolescentes sin preocupaciones, y la joven se había despertado de muy buen humor.


Cuando bajó las escaleras Pedro ya se había marchado. En aquella época empezaba la temporada de camping, y el personal del parque tenía un horario de trabajo más irregular, pero estuvo de regreso a la hora del almuerzo.


—Vaya, al fin se despertó su majestad —la saludó burlón. Se acercó por detrás y le revolvió el cabello, aprovechando las protestas de Paula para robar un pepinillo de la tabla de cortar que tenía frente a sí.


—¡Alfonso! —exclamó la joven en tono de reproche. Se giró hacia él, y dio un ligero respingo al encontrarlo más cerca de ella de lo que pensaba.


—¿Qué ha sido de «Pedro»? —inquirió, acortando los escasos centímetros que había entre ellos.


Paula frunció los labios.


—Para mí siempre serás Alfonso. Solo te llamo así cuando flirteo contigo para fastidiar a alguna otra mujer.


—Mmm… ¿Así que anoche no estabas intentando seducirme, sino solo flirteando conmigo?


Paula se río.


—Sigue soñando, Alfonso. El que te dijera que besas bien no significa que haya caído rendida a tus pies.


—Tal vez si te besara otra vez… —murmuró  Pedro mirándola fijamente a los ojos.


—Ni hablar —lo interrumpió ella riéndose y poniendo las manos en alto para detenerlo. De hecho, trató de dar un paso atrás, pero su espalda chocó con la encimera de la cocina—. Lo de los besos se suponía que solo teníamos que hacerlo en público.


—¿Y qué me dices de aquel día en el lago, cuando nos besamos en aquella arboleda? Allí no nos veía nadie.


—Sí, pero la idea era que la gente pensara que nos habíamos estado reconciliando, y fue idea tuya, además.


—De acuerdo, pero eso fue antes de que me dijeras que beso tan bien.


Paula frunció el entrecejo contrariada.


—Ah, no… no puedes cambiar las reglas cuando te venga en gana. Además, esto es solo ficción, no realidad.


Pedro extendió el brazo por detrás de ella para robar otro pepinillo, y su brazo rozó el costado de Paula, haciendo que diera un respingo.


—Aja… —murmuró con una sonrisa maliciosa—. Conque ficción, ¿eh? Entonces… ¿por qué te pones tan nerviosa cada vez que me acerco a ti? ¿Eso también es parte de la ficción?


A Paula aquello no le parecía nada divertido.


—No tiene gracia, Alfonso. Esto no tiene nada que ver con la apuesta, así que no juegues con eso. Esto es serio.


—Lo sé —contestó él bajando la vista a sus labios. En ese momento, sonó el teléfono.


Pedro alzó los ojos hacia Paula. Parecía azorada, y de hecho él mismo podía notar que su corazón palpitaba a un ritmo algo acelerado de repente. El teléfono continuaba sonando, insistentemente.


—El teléfono… —balbució la joven.


—Ya lo oigo —contestó él muy tranquilo, sin moverse un ápice. Paula esbozó una sonrisa forzada.


—Pues cuando el teléfono suena… lo normal es contestar.


—Cierto —asintió Pedro cortésmente, con otra sonrisa.


Paula lo miró de hito en hito, esperando una reacción, y al ver que él enarcaba una ceja, como preguntándole «¿qué?», resopló exasperada.


—Iría a contestar yo misma, pero tengo delante cierto obstáculo que…


—¿De veras?


Sin poder aguantar más, Paula se echó a reír, y lo empujó para apartarlo.


—¡Muévete de una vez, pedazo de alcornoque, y déjame contestar el teléfono!


Pedro se rió también, accediendo finalmente.


—¿Lo ves? No puedes quitarme las manos de encima.


Paula todavía estaba riéndose cuando descolgó el aparato.


—¿Dígame?


—¡Eh, hola, preciosa!


Paula se quedó muda por un instante, pero se sobrepuso rápidamente.


—¿Kieran? ¡Eh!, ¿cómo estás? —dijo con una pequeña sonrisa—. Estábamos empezando a pensar que habías desaparecido de la faz de la Tierra.


Se oyeron risas al otro lado de la línea.


—No, todavía no. ¿Y tú qué?, ¿estás manteniendo a raya a ese rebelde con causa?


—Créeme —contestó Paula girándose hacia Pedro y sonriendo divertida—: lo intento.


—Bien, no desesperes. Pronto vas a tener refuerzos: finalmente he decidido aceptar la invitación de Pedro de pasar con vosotros unos días… y vamos a ir a haceros una visita.


—¿«Vamos»?


—Verás, después de que los dos me hayáis dado tanto la lata con eso de sentar la cabeza, pues…


Paula abrió mucho los ojos y se quedó boquiabierta.


—¿No me digas que…? —balbució. Pudo notar que Kieran sonreía cuando respondió.


—Bueno, aún no he pisado el altar, pero estoy en camino. Parece que Nieves ya no quiere mantenerme a raya solo en la oficina, sino también fuera de ella.


Paula esbozó una media sonrisa. Nieves llevaba años siendo su asistente, y no solo era una chica encantadora, sino también eficiente, que había logrado poner en orden la caótica oficina de Kieran. Paula siempre se había preguntado cuánto tardaría Kieran en darse cuenta de la adoración con que lo miraba aquella chica morena. Ella lo había comprendido enseguida, porque a Nieves se le ponía la misma sonrisa soñadora al tenerlo delante que a ella, años atrás.


—Bueno, ya era hora.


—Escucha, Paula, estoy en una cabina y se me está acabando el dinero. Llegaremos mañana, sobre las once, ¿de acuerdo? Díselo a Pedro.


—Em… bien —asintió la joven, mirando otra vez a su amigo y frunciendo el entrecejo—. Se lo diré.


—Chao, Paula.


—Chao.


Paula colgó el teléfono y se volvió muy despacio, llevándose las manos a las sienes.


—Genial —masculló—, sencillamente genial.


Pedro se quedó mirándola un momento sin comprender.


—¿Qué?, ¿qué ha pasado?


—Kieran y Nieves se han comprometido.


—¡Pero eso estupendo! —exclamó Pedro sonriendo—¿o no lo es? —finalizó inseguro al ver la expresión de ella.


—No me has dejado acabar: se han comprometido, y van a venir de visita… mañana, y van a quedarse varios días —replicó Paula, lanzando los brazos al aire y saliendo de la cocina como un torbellino.


Pedro le dio alcance en el porche.


—¿Y qué tiene eso de malo? —inquirió entornando los ojos. Tenía un mal presentimiento. ¿Y si Paula todavía estaba enamorada de él?


—¿Que qué tiene de malo? —exclamó ella incrédula, volviéndose hacia él y poniendo los brazos en jarras—. Pues, no sé, déjame pensar… La mitad del pueblo piensa que somos amantes, esto de los besos se nos está yendo de las manos… ¡y ahora Kieran viene con su prometida a hacernos una visita! —se quedó mirándolo furibunda—. Dime, ¿cómo diablos vamos a explicárselo?



—Em… —murmuró Pedro, pasándose los dedos por el oscuro cabello y revolviéndolo.


Estuvo a punto de decir: «¿Y qué más da que se entere?», pero las palabras no llegaron a cruzar sus labios. Kieran era su amigo, y no estaba seguro de cómo reaccionaría ante la idea de que él y ella pudieran estar en el comienzo de una relación. No, no podía hacerle daño.


—¿«Em»? —repitió ella—. ¿Es eso todo lo que tienes que decir? Genial, sencillamente genial.


—Bueno, bastará con que actuemos como si no hubiéramos hecho esa apuesta mientras él esté aquí.


—¿Y qué hacemos con los vecinos? ¿Sobornarlos para que no mencionen lo maravilloso que es vernos juntos? Buen plan —le espetó irritada. 


Pedro frunció el entrecejo contrariado.


—Bueno, bueno, cálmate. Le diremos a Kieran que los rumores sobre nosotros están llegando a cotas insospechadas, y no pasará nada. Nos comportaremos con normalidad. Además, Kieran ni se fijará en nosotros. Solo tendrá ojos para Nieves.


—¿Cómo puedes decir que nos comportaremos con normalidad, cuando tú no te has comportado de un modo normal desde que regresé de Estados Unidos? —le espetó Paula incrédula, sacudiendo la cabeza—. Además, esta ridícula apuesta nos está afectando. Las cosas están cambiando, ya nada es como era antes…


—¿Y a qué crees que se debe eso, Chaves? —inquirió él avanzando hacia ella y mirándola muy serio.


Paula resopló.


—¡Pues a que nos sentimos atraídos físicamente el uno por el otro, pedazo de alcornoque! —le gritó exasperada.


Al darse cuenta de lo que le había dicho, la pobre Paula se tapó la boca con las manos, poniéndose como la grana. 


Claro que era la verdad, porque en esas últimas semanas había empezado a ver realmente a Pedro, como un hombre, no solo como a un amigo, y era tan extraño…


—¿Paula? ¿Me estás oyendo? —dijo Pedro agitando una mano delante de su cara para hacerla volver a la Tierra.


—¿Eh?


Pedro sonrió malicioso ante la expresión confundida de su amiga.


—Vaya, vaya… Es la primera vez que veo a Paula Chaves quedarse sin palabras —le dijo acercándose un paso más hacia ella—. ¿Estás bien?


Los grandes ojos verdes de la joven pestañearon, como tratando de enfocar la visión. El corazón le latía apresuradamente, y tuvo que aclararse la garganta antes de hablar.


—Creo que sí —respondió. Pedro se quedó mirándola pensativo un instante.


—Sé que no te doy la razón muy a menudo —dijo esbozando una sonrisa—, pero me temo que ahora no me queda más remedio que hacerlo.


—¿En serio? —inquirió ella enarcando una ceja. El asintió.


—Sí. yo también me siento atraído por ti —confesó. Probablemente había sido así desde hacía años, pero era algo que aún se sentía reacio a admitir. No estaba seguro de que ninguno de los dos estuviese preparado para una revelación semejante—. La verdad es que he estado pensando bastante en ello, y, bueno, para ser honestos, no creo que lo que siento al besarte sea lo que creía que sentiría al besar a mi mejor amiga.


—A mí me pasa igual —dijo ella esbozando una sonrisa tímida—. Pero lo que te dije es verdad, besas muy bien —añadió. 


Entonces le tocó a Pedro ruborizarse.


—Ya, bueno, supongo que todos tenemos algún talento oculto —murmuró riéndose.


Paula no pudo resistir la tentación de picarlo.


—Y además estás adorable cuando te sonrojas —le dijo. 


Su amigo frunció los labios.


—Pues yo lo odio. Los hombres hechos y derechos no se sonrojan… igual que se supone que no deben permitirse la clase de pensamientos de su mejor amiga que yo he estado teniendo últimamente.


—¿Qué clase de pensamientos son esos?


Estaban pisando arenas movedizas. Pedro no estaba seguro de que debiera hablarle de esos pensamientos, pensamientos oscuros y ardientes en los que ambos hacían cosas que dos amigos jamás harían. Y lo peor era que aquellos pensamientos resultaban aún más excitantes precisamente por el hecho de que eran en cierto modo algo prohibido.


—Pensamientos adultos, Chaves. La clase de pensamientos que un hombre tiene cuando encuentra atractiva a una mujer.


La joven bajó la vista al ancho tórax de Pedro, para después volver a mirarlo a los ojos. Y, como una polilla atraída por la luz, se acercó más a él.


—¿Y en qué consisten exactamente esos pensamientos?


—Bueno, pues, ya que lo preguntas… —murmuró él acercándose también a ella hasta que sus cuerpos casi se tocaron—, supongo que comienzan con mirarte a los ojos para ver si tú sientes el mismo calor que siento yo dentro de mí —y lo hizo. 


Paula se notaba la garganta seca.


—¿Y qué ves?


Parecían estar saltando chispas entre ellos, como si al no llegar a tocarse, el calor del que hablaba él se hubiese incrementado diez veces. Pedro sabía que estaban llegando a un punto sin retorno. Si seguían, no habría vuelta atrás, su relación cambiaría irremediablemente.


—Veo algo en ellos que nunca había visto antes —susurró en un tono seductor.


—¿Y qué es? —inquirió ella con voz ronca por la excitación. 


El cuerpo de Pedro se puso tenso al instante.


—Es deseo, Paula, el deseo te ha atrapado, igual que a mí, ¿no es cierto?


Una sonrisa tímida se dibujó lentamente en los labios de la joven, y asintió con la cabeza.


—Me temo que sí.


Pedro apartó el cabello del rostro de Paula, y la joven cerró los ojos, disfrutando del tacto de sus dedos.


—Nunca lo hubiera imaginado —murmuró.


—¿El qué? —inquirió Pedro.


Movió la otra mano hacia el hueco de su espalda y la atrajo hacia sí, hasta que sintió sus curvas apretadas contra su cuerpo.


—Que pudieras resultar tan seductor —dijo ella alzando la barbilla y abriendo los ojos. Y, sin darse cuenta, se encontró de nuevo mirando sus labios, como hipnotizada. Se notaba la garganta tan seca que tuvo que tragar saliva.


—Pues aún no has visto ni la mitad de lo seductor que puedo llegar a ser —le susurró Pedro, inclinando la cabeza hacia ella—. Tal vez debería mostrártelo.


Paula sentía el cálido aliento de Pedro contra sus párpados.


—Sí, deberías…


En los labios de Pedro se dibujó lentamente la sonrisa más sexy que Paula había visto en su vida.


—¿Sabes qué? —dijo él de pronto—. Esos pensamientos ilícitos que he estado teniendo… no hacían justicia a la realidad —murmuró rozando sus labios.


Aquel beso fue distinto, tal vez porque finalmente estaban siendo honestos consigo mismos y con el otro, porque no sentían la presión de comportarse de un modo distinto de como se sentían. Paula quería que Pedro la besara, lenta y apasionadamente, y él estaba más que dispuesto a complacerla.


Se tomó su tiempo, explorando la forma y textura de sus labios… tan dulces, tan suaves…


Cuando la punta de la lengua de la joven rozó la suya, Pedro sintió que su cuerpo se tensaba, y se sorprendió a sí mismo por la vehemencia con que respondió.


No hacía ni cinco minutos que habían admitido que se sentían atraídos el uno por el otro, y de pronto la pasión estaba haciendo mella en ambos con la fuerza de un titán.


Era demasiado pronto, demasiado pronto… Aunque su cuerpo le exigía que satisficiera la necesidad que Paula había despertado en él, Pedro sabía que tenían que ir poco a poco. Aquellas emociones eran demasiado nuevas, demasiado frágiles. Despegó sus labios de los de la joven y, con la respiración jadeante, apoyó su frente contra la de ella.


—Dios… —murmuró maravillado.


Paula también respiraba entrecortadamente, pero logró esbozar una sonrisa y murmurar:
—Lo mismo digo. No se nos da mal esto de los besos, ¿eh?


—No, nada mal.


Se quedaron un instante en silencio, abrazados, hasta que Paula se apartó lentamente de él.


—Respecto a Kieran… —comenzó insegura.


Pero Pedro la miró a los ojos, invitándola a continuar.


—¿Qué quieres que hagamos?


Paula inspiró profundamente, se dio la vuelta, puso las manos en la barandilla del porche, y observó los árboles en la distancia.


—No sé qué pensarás tú —dijo finalmente—, pero para mí esta atracción es algo nuevo y difícil de afrontar, y no creo que pueda hacerlo con Kieran aquí, después de lo que hubo entre nosotros. Además, no sé cómo reaccionaría él, sobre todo si tuviéramos que explicarle cómo empezó esto.


Pedro no dijo nada durante un buen rato.


—No voy a pretender que no me molesta tener que ocultarlo, Chaves, pero si es lo que quieres, respetaré tu decisión —le respondió al fin. 


Paula seguía de espaldas a él.


—Bueno, es solo que… quiero decir… nosotros mismos no sabemos adonde nos llevará esto. ¿Quién sabe? Tal vez acabemos no queriendo volver a vernos el uno al otro.


Pedro frunció el ceño, y su voz sonó muy seria.


—Paula, yo nunca dejaré de ser tu amigo, nunca.


La joven se volvió hacia él con una sonrisa triste.


—Alfonso, ya nunca seremos los mismos después de esto, y eso es lo que más me asusta de todo.


—Pase lo que pase yo siempre estaré aquí para ti. Paula, igual que lo he estado hasta ahora. No pienso irme a ninguna parte.


—Ojalá tengas razón —murmuró ella. Se quedó mirándolo un momento con la misma sonrisa melancólica. Pedro siempre había sido su «roca»—. Para ti nada es complicado, ¿verdad?


—Solo el tratar de comprender a las mujeres —confesó Pedro riéndose suavemente.


Paula le acarició la mejilla y sonrió.


—Bueno, supongo que ya no hay vuelta atrás, así que no tenemos otro remedio que seguir adelante y ver qué ocurre. Pero no lo hagamos más difícil metiendo a Kieran en esto, ¿de acuerdo?


Pedro asintió con la cabeza y le apretó la mano.


—De acuerdo, pero no pienso ocultarme en las sombras para siempre —le advirtió—. No tenemos que avergonzarnos de nada, Paula.




APUESTA: CAPITULO 14




Diez años atrás


A Paula le partía el corazón verlo así. Sentía el pecho tirante, y un nudo tan grande en la garganta que casi no podía hablar.


—Lo siento tanto… —balbució con la voz entrecortada por la emoción.


Pedro estaba inmóvil como una estatua, los ojos enrojecidos fijos en la lluvia deslizándose en regueros por el cristal de la ventana.


Paula extendió una mano temblorosa y lo tocó en el brazo, apretándoselo ligeramente, pero no obtuvo ninguna reacción.


—Alfonso… —musitó. Muy despacio, Pedro se volvió hacia ella.


—Vete, Paula… Márchate… No puedo soportar verte sufrir a ti también por mi dolor.


Un sollozo escapó de la garganta de su amiga cuando lo abrazó con fuerza.


—No pienso dejarte.


—Chaves… márchate.


Paula lo sintió temblar por las emociones que lo sacudían por dentro, y apoyó la mejilla contra su pecho.


—No, no me iré. Me necesitas a tu lado —le dijo. 


Pedro la abrazó también, y cerró los ojos.


—¿No ves que si dejo que te quedes, tal vez no sea nunca capaz de dejarte ir? Eres todo lo que me queda, Pau.


Las lágrimas que había tratado de contener por el bien de él rodaban ya por sus mejillas.


—Para eso es para lo que están los amigos, para los buenos tiempos y para los malos —le dijo sonriendo con tristeza—. Nunca te dejaré.


Pedro se derrumbó, abrazándose a ella y llorando sin consuelo.


—Quiero que vuelvan, Paula… quiero que vuelvan mis padres… No pude decirles todo lo que quería decirles…


—Ellos lo sabían, Pedro —murmuró ella acariciándole el cabello—, sabían cuánto los querías.





APUESTA: CAPITULO 13




Pedro, Paula, Cata y su marido Paul habían ido aquella noche a un pub que solían frecuentar y, como siempre, Pedro había desafiado a Paula a una partida de dardos, perdiendo miserablemente.


—No puedo creerlo —dijo enfurruñado, sacudiendo la cabeza—. ¿Seguro que no los has trucado?


Paula no podía dejar de reír.


—Eres muy mal perdedor, Alfonso. Acepta la derrota como un caballero y convídame a esa copa. 


Regresaron a la mesa donde estaban Cata y Paul. La socia de Paula sonrió al verlos llegar discutiendo sobre la partida.


—Nunca descansáis, ¿eh?


—Es él quien empieza, no yo —se defendió Paula.


—Bueno, ¿quién se apunta a otro trago? —dijo Pedro.


Paul lo acompañó para pedir lo que iban a tomar, y mientras Cata aprovechó para volver a la carga.


—Parece que las cosas van bien entre vosotros esta noche. Has podido hablar con él, ¿eh?


—La verdad es que no —murmuró Paula torciendo el gesto—. Pero sí, la verdad es que esta noche está encantador, y muy divertido. Me recuerda a los viejos tiempos.


—No sabes lo que nos alegra ver a Pedro tan animado.  Durante los años que estuviste fuera parecía tan… distante.


Paula estaba segura de que era otra de las exageraciones de Cata.


—Ya.


—Te hablo en serio. Vamos, pregúntame. ¿O es que no te pica la curiosidad? ¿No te gustaría saber cómo pasó él esos seis años? ¿Hasta qué punto te echó de menos?


—No creo que se pasara el día llorando, ni que se recluyera como un monje.


—Bueno, eso no, claro. Al fin y al cabo es un hombre. Pero no hubo nada serio. Recuerdo que salió un tiempo con esa chica… Maria Donnelly.


—¿Maria Donnelly? —repitió Paula con una mueca de disgusto.


—Sí. ya sé… Oh, cielos, ahí esta de nuevo esa odiosa Maura… —gimió Cata, señalando hacia la barra con un movimiento de la cabeza.


Paula se giró, y se encontró con la desagradable visión de la mujer lapa empujando su escote hacia Pedro e insinuándose de todas las maneras posibles. Apurando de un trago el gin—tonic que quedaba en su vaso, Paula miró a Cata y esbozó una sonrisa perversa.


—Perdóname, creo que me necesitan en la barra.


Cata se echó a reír mientras la veía alejarse.


—¡Acaba con ella, chica!


Cuando llegó a la barra, Paula le rodeó a Pedro la cintura con el brazo y se apretó contra él, sonriéndole con dulzura, para después tomar de su mano el whisky con hielo que había pedido.


—Tardabais demasiado en volver y tenía mucha sed.


Maura dio un paso atrás, entornando los ojos ante la escena.


—Vaya, Paula, no te había visto —le dijo en un tono poco agradable, como si acabara de ver una cucaracha.


—Pues ya ves, estoy aquí —contestó la joven con una sonrisa sarcástica.


—Paula acaba de ganarme a una partida de dardos —intervino Pedro, rodeándole también la cintura y atrayéndola hacia sí—. Le he dicho que podría empezar a apuntarse a torneos. ¿Quién sabe?, quizá gane lo suficiente como para retirarme y mantenerme en mi vejez.


Paula dejó escapar unas risitas que sonaron de lo más falsas.


—Oh, vamos, Pedro, un hombre en la flor de la vida como tú no debería pensar en la vejez, sino en pasarlo bien.


Paula parpadeó irritada, conteniendo el deseo de echarle el whisky a Maura por el escote.


—Por eso no tienes que preocuparte —le aseguró—. Creo que conozco alguna que otra manera de hacérselo pasar mejor que bien.


Paul carraspeó y se escabulló, excusándose en que Cata también debía de estar sedienta. A Pedro lo había pillado desprevenido aquella descarada intervención de su amiga, y tardó unos segundos en reaccionar, sobre todo porque Paula se había abrazado más a él y sentía la suave presión de sus senos contra su costado. Diablos, cuando quería jugar sucio, jugaba sucio.


—¿Tienes algo en mente, Pau? —inquirió tragando saliva.


La joven alzó la barbilla y lo miró a los ojos, sonriendo de un modo seductor.


—¿Por qué no discutimos eso más tarde… en casa?


Pedro sintió que la boca se le ponía seca de repente. 


¿Cuándo había aprendido a interpretar tan bien el papel de vampiresa? Carraspeó y sonrió débilmente a Maura, no porque quisiera hacerlo, sino porque mirarla le pareció el único modo de controlar su libido, que estaba disparándose por momentos.


—Ya lo ves, Maura. Uno nunca puede aburrirse con Paula —le dijo riéndose un poco y agarrando su pinta de cerveza, desesperado—. Siempre me mantiene ocupado.


Maura miró a su rival con frialdad, para sonreír después con fingida dulzura a Pedro.


—Menos mal que os conozco, porque si no yo también empezaría a creer esos rumores que corren sobre vosotros. En fin, supongo que será uno de vuestros jueguecitos. Pero no importa, soy una mujer paciente, Pedro, y sabré esperar —le dijo levantando la mano en señal de despedida.


—Yo que tú no esperaría demasiado, Maura —le espetó Paula con insolencia—. Lo que es mío es mío, y, créeme, después de haber estado conmigo, a Pedro el resto de las mujeres le parecerán… —miró a Maura de arriba abajo—, bueno, digamos que… incompletas.


El rostro de la mujer se contrajo de ira, pero le dirigió otra sonrisa a Pedro antes de alejarse. Paula dejó la copa sobre la barra y se puso frente a su amigo, enganchando los pulgares en las trabillas de su cinturón y acercándose peligrosamente a él.


—¿Qué? —le susurró con una sonrisa maliciosa—, ¿qué tal lo he hecho?


—Por un momento me has dado miedo —dijo él echándose a reír—. Esto se te da mejor de lo que creía.


—Bueno, soy tu «novia», ¿recuerdas? Tenía que defender mi territorio —replicó ella.


—No sé qué esperaba, pero desde luego no esperaba que fueras tan… —contestó él buscando la palabra apropiada— contundente, ni que me… em… afectaras del modo en que me has afectado —confesó algo azorado. ¿Qué sentido tenía ocultárselo? Además, se le daba fatal mentir.


Paula se sonrojó, pero sonrió ante su honestidad. Había temido que perdieran eso con aquella apuesta.


—Pues, ya que estamos hablando con sinceridad, me gustaría saber dónde diablos has aprendido a besar como besas.


—¿Y cómo beso?


Paula creyó que quería que le regalara los oídos, pero entonces se percató de la expresión de perplejidad en su rostro. ¿No se lo habría dicho ninguna mujer antes que ella?


—Pues besas… bueno, besas bien —dijo sonrojándose.


Pedro esbozó una sonrisa de sorpresa y satisfacción, y se le hinchó el pecho como a un pichón.


—Vaya, gracias.


—No debería habértelo dicho. Ahora se te subirá a la cabeza —masculló Paula torciendo el gesto—. Dios, esta es la mayor locura que hemos hecho nunca —dijo prorrumpiendo en risas.


—Es posible —murmuró él rodeándole otra vez la cintura y atrayéndola hacia sí—, pero creo que la semana pasada, gracias a nuestra apuesta, quedaron al descubierto las verdaderas intenciones del «señor Baboso». ¿Estás ya dispuesta a admitir que yo tenía razón?


Paula sabía que Pedro estaba enterado de que Nico Scallon había ido a verla a la tienda después del incidente junto al lago, y que la había llamado por teléfono.


—Si te digo que sí, entonces… ¿«rompemos» antes de lo previsto?


—¿Es eso lo que quieres? —inquirió Pedro escrutando su rostro.


—Creía que eso era lo que iba a ocurrir cuando uno de los dos hubiese ganado —respondió Paula con una risa nerviosa.


—¿Qué pasa, Chaves?, ¿te da miedo seguir con esto hasta el final? —inquirió Pedro desafiante, enarcando una ceja. Inclinándose hacia ella, le susurró en un tono seductor—: ¿Es demasiado para ti?


Paula esbozó lentamente una sonrisa, y se puso de puntillas para besarlo en la mejilla. Inhaló el aroma mentolado de su loción, tomándose su tiempo para elegir las palabras, y, cuando habló, lo hizo también en un susurro, cerca de su oído, haciéndole cosquillas con el aliento:
—Alfonso, no pienso rendirme ahora. Dijimos tres meses, y pienso torturarte hasta el último segundo de esos noventa días.


Una enorme sonrisa se dibujó en los labios de Pedro, con un alivio casi palpable, pero ella no la vio. Hasta ese momento no se había dado cuenta de hasta qué punto quería continuar con aquella pantomima.


Como para reforzar lo que acababa de decir sobre torturarlo, Paula lo sorprendió apoyando la cabeza en el hueco de su hombro y abrazándose a él, mientras murmuraba:
—A lo mejor eres tú el que acaba pidiendo la rendición.




jueves, 23 de febrero de 2017

APUESTA: CAPITULO 12





Después de la fiesta de cumpleaños, doce años atrás
Pedro estaba harto de salir con Barbies, pero eran las únicas chicas que no buscaban nada serio y, desde el cumpleaños de Paula, era el único modo que se le había ocurrido para ocultar el hecho de que estaba obsesionado por su relación con Kieran. Aquello no era natural, haber empezado a fijarse en su mejor amiga, haberse dado cuenta, de repente, de lo sexy y atractiva que era. ¿Por qué sus malditas hormonas tenían que alborotarlo cada vez que Paula pasaba por su lado?


Además, últimamente apenas pasaban tiempo juntos, ni hablaban por teléfono. «Ahora es con Kieran con quien habla por teléfono, y a quien le manda notas». Claro que era lo normal, después de todo, porque estaban saliendo. 


Entonces, ¿por qué diablos se sentía tan celoso?


—¡Eh, Alfonso! —lo llamó una voz familiar detrás de él.


Dio un respingo y se volvió, encontrándose con el rostro sonriente de Paula, y recibiendo un cálido abrazo que lo hizo sentir como un miserable.


—Paula… ¿Qué estás haciendo aquí?


—Vaya, qué recibimiento tan agradable —murmuró ella torciendo la sonrisa, y sentándose junto a él en el borde de la mesa del estudio de su padre—. Recuérdame que venga a visitarte más a menudo.


Pedro se sintió mal. No era culpa de Paula que él fuera un inmaduro. Tenía que intentar controlarse. Después de todo, ella no era de su propiedad, ni él era su guardián. ¿Quién era él para negarle la felicidad que pudiera hallar al lado de Kieran? Además, prefería que fuera él antes que cualquier otra persona quien le robase a su mejor amiga. Sí, comportarse con el estoicismo de un mártir siempre sería mejor que verse como una víctima.


—Lo siento. Es solo que… bueno, últimamente no sueles venir mucho por aquí, Chaves —le dijo. Se fijó en que llevaba puesta una faldita de tenis, zapatillas de deporte, y que tenía una raqueta en la mano derecha—. ¿Vas a apuntarte al torneo de Wimbledon?


—Ja, ja —dijo ella frunciendo los labios ante su tono burlón—. No, he quedado con Kieran para jugar un partido. Y pienso darle una paliza.


—Oh, ya veo —murmuró él, sintiendo una punzada al escuchar el nombre de su amigo. Se levantó y le dio la espalda, colocándose frente a un fichero para que ella no pudiera ver la expresión de su rostro, y abrió un cajón, poniéndose a ordenar las carpetas que contenía.


Paula lo miró extrañada. Tal vez estuviese paranoica, pero le había parecido que el tono de Pedro había sonado frío. De hecho, desde la semana pasada no parecía él.


—¿Qué te ocurre, Alfonso? ¿He hecho algo que te haya molestado?


Pedro intentó por segunda vez poner una carpeta en su sitio, y no fue capaz de contestar.


Paula se quedó callada, preguntándose qué podía pasarle. 


Quizá fuera el hecho de que últimamente estaba pasando menos tiempo con él y más con Kieran.


—Alfonso, ¿crees que he estado ignorándote o…?


Pedro inspiró profundamente y se dio la vuelta. Observó la preocupación en los ojos de Paula, y volvió a sentirse la criatura más vil del universo.


—No pasa nada. Estás loca por ese idiota amigo mío, y él cuenta con mi simpatía, así que… —le dijo esbozando una sonrisa con dificultad—. Es solo que… Bueno, no recuerdo cuándo fue la última vez que hablamos.


—Hablamos ayer.


—Sí, claro, yo te dije «hola» antes de poner a Kieran al aparato —dijo él con cierto sarcasmo.


Paula bajó la cabeza.


—Bueno, ahora podemos hablar —murmuró. Alzó el rostro hacia él—. ¿Cómo te va? ¿Sigues saliendo con la encantadora Susie? —inquirió pestañeando de un modo burlón.


Pedro no pudo evitar reírse.


—Tiene algunas cosas buenas —la defendió Pedro frotándose la nuca.


—Oh, sí, he oído a muchos chicos hablar de un par de cosas suyas en particular —contestó ella enarcando las cejas—. Pero dime, ¿tiene madera de esposa o no? Porque si quieres tener esos doce hijos antes de los treinta, tendrás que darte prisa.


Pedro sonrió ante el recuerdo de aquella apuesta que habían hecho años atrás. Paula le había asegurado que cuando cumpliera los treinta estaría casado, con doce crios, y llevaría el negocio familiar, como sus padres siempre habían soñado. De pronto, sin embargo, su mirada se ensombreció y apartó el rostro, volviéndose de nuevo hacia el fichero.


—No lo creo.


—Pues entonces tendrás que buscar con más ahínco si quieres darle un heredero a la dinastía Alfonso.


El dejó escapar una risa amarga.


—No creo que se pueda decir que es una dinastía.


—Oh, venga, Pedro —insistió Paula sonriendo maliciosa—. Por donde quiera que pases ves una casa que está siendo construida por Alfonso e Hijo.


—El negocio va bien, eso es todo.


Paula advirtió de nuevo la frialdad en su voz.


—No sé por qué, pero me da la impresión de que a ti eso no parece que te haga muy feliz —murmuró.


—No lo quiero, Pau —contestó Pedro, exhalando otro suspiro.


Las palabras de su amigo la dejaron momentáneamente sin habla.


—¿Es una broma?


—Ojalá lo fuera —contestó él, aún sin volverse.


—Mírame, Pedro.


Despacio, muy despacio, su amigo se giró hacia ella. Se metió las manos en los bolsillos, cerrando los puños, y la miró a los ojos.


—Creía que tú ya lo habrías imaginado —murmuró. Ella negó con la cabeza.


—No tenía ni idea —contestó—. De hecho pensé que era lo que querías. Te matriculaste en Gestión Empresarial, estás estudiando los exámenes… ¿Por qué estás haciéndolo si no es para tomar las riendas del negocio de tu padre cuando llegue el momento?


—Supongo que quería hacerlo feliz —respondió él—. Deberías ver cómo le resplandece el rostro de satisfacción cuando habla de Alfonso e Hijo. Es toda su vida.


A Paula se le encogió el corazón.


—Debes decírselo, Pedro.


—¿Cómo? —inquirió él, mirándola angustiado. La joven se quedó callada.


—¿Lo ves? No hay salida. No puedo decírselo sin hacerle daño —murmuró Pedro—. Lo único que me queda es hacerme a la idea.


Paula sabía cuánto quería Pedro a sus padres, y cuánto se había esforzado por ellos. De hecho, a la joven sus padres con frecuencia la habían picado con que él era el hijo perfecto, y que tenía que tomar ejemplo.


En muchos sentidos era cierto que Pedro era el hijo perfecto. 


Sus padres habían esperado largo tiempo por él, y Pedro parecía sentir el deber de compensarlos por la ilusión y dedicación con que lo habían criado. Conociéndolo como lo conocía, Paula sabía que, a pesar de lo que desease para sí, su amigo sería incapaz de herir a sus padres o de decepcionarlos.


Se acercó a él y le puso una mano en el brazo.


Pedro, no creo que tus padres quieran que te pases el resto de tu vida haciendo algo con lo que te sientes desgraciado.


—¿Y sería mejor que les tirase a la cara el trabajo de años, como algo que no quieres?


—Ellos te quieren, Pedro —dijo Paula abrazándolo—. Lo superarán. Debes averiguar qué es lo que quieres tú para ti.


Su amigo se quedó dudando un momento antes de responder al abrazo.


—No puedo hacerlo, Pau, esto significa tanto para ellos…


La joven levantó la cabeza de su pecho y lo miró a los tristes ojos.


—Todo se arreglará, ya lo verás.


Pedro la miró también, hallando consuelo y comprensión en su mirada esmeralda. Paula era muy especial para él. Era la única persona a la que le había contado aquello, porque sabía que, decidiera lo que decidiera, ella siempre estaría a su lado. Eso era la amistad. Todas aquellas ideas ridículas que había estado teniendo no se debían más que a sus hormonas, se dijo. En esa etapa de la vida era difícil que un chico no se sintiera atraído por una chica bonita. Sí, era simplemente química. Lo que tenían en ese momento era lo único que importaba.