jueves, 23 de febrero de 2017

APUESTA: CAPITULO 12





Después de la fiesta de cumpleaños, doce años atrás
Pedro estaba harto de salir con Barbies, pero eran las únicas chicas que no buscaban nada serio y, desde el cumpleaños de Paula, era el único modo que se le había ocurrido para ocultar el hecho de que estaba obsesionado por su relación con Kieran. Aquello no era natural, haber empezado a fijarse en su mejor amiga, haberse dado cuenta, de repente, de lo sexy y atractiva que era. ¿Por qué sus malditas hormonas tenían que alborotarlo cada vez que Paula pasaba por su lado?


Además, últimamente apenas pasaban tiempo juntos, ni hablaban por teléfono. «Ahora es con Kieran con quien habla por teléfono, y a quien le manda notas». Claro que era lo normal, después de todo, porque estaban saliendo. 


Entonces, ¿por qué diablos se sentía tan celoso?


—¡Eh, Alfonso! —lo llamó una voz familiar detrás de él.


Dio un respingo y se volvió, encontrándose con el rostro sonriente de Paula, y recibiendo un cálido abrazo que lo hizo sentir como un miserable.


—Paula… ¿Qué estás haciendo aquí?


—Vaya, qué recibimiento tan agradable —murmuró ella torciendo la sonrisa, y sentándose junto a él en el borde de la mesa del estudio de su padre—. Recuérdame que venga a visitarte más a menudo.


Pedro se sintió mal. No era culpa de Paula que él fuera un inmaduro. Tenía que intentar controlarse. Después de todo, ella no era de su propiedad, ni él era su guardián. ¿Quién era él para negarle la felicidad que pudiera hallar al lado de Kieran? Además, prefería que fuera él antes que cualquier otra persona quien le robase a su mejor amiga. Sí, comportarse con el estoicismo de un mártir siempre sería mejor que verse como una víctima.


—Lo siento. Es solo que… bueno, últimamente no sueles venir mucho por aquí, Chaves —le dijo. Se fijó en que llevaba puesta una faldita de tenis, zapatillas de deporte, y que tenía una raqueta en la mano derecha—. ¿Vas a apuntarte al torneo de Wimbledon?


—Ja, ja —dijo ella frunciendo los labios ante su tono burlón—. No, he quedado con Kieran para jugar un partido. Y pienso darle una paliza.


—Oh, ya veo —murmuró él, sintiendo una punzada al escuchar el nombre de su amigo. Se levantó y le dio la espalda, colocándose frente a un fichero para que ella no pudiera ver la expresión de su rostro, y abrió un cajón, poniéndose a ordenar las carpetas que contenía.


Paula lo miró extrañada. Tal vez estuviese paranoica, pero le había parecido que el tono de Pedro había sonado frío. De hecho, desde la semana pasada no parecía él.


—¿Qué te ocurre, Alfonso? ¿He hecho algo que te haya molestado?


Pedro intentó por segunda vez poner una carpeta en su sitio, y no fue capaz de contestar.


Paula se quedó callada, preguntándose qué podía pasarle. 


Quizá fuera el hecho de que últimamente estaba pasando menos tiempo con él y más con Kieran.


—Alfonso, ¿crees que he estado ignorándote o…?


Pedro inspiró profundamente y se dio la vuelta. Observó la preocupación en los ojos de Paula, y volvió a sentirse la criatura más vil del universo.


—No pasa nada. Estás loca por ese idiota amigo mío, y él cuenta con mi simpatía, así que… —le dijo esbozando una sonrisa con dificultad—. Es solo que… Bueno, no recuerdo cuándo fue la última vez que hablamos.


—Hablamos ayer.


—Sí, claro, yo te dije «hola» antes de poner a Kieran al aparato —dijo él con cierto sarcasmo.


Paula bajó la cabeza.


—Bueno, ahora podemos hablar —murmuró. Alzó el rostro hacia él—. ¿Cómo te va? ¿Sigues saliendo con la encantadora Susie? —inquirió pestañeando de un modo burlón.


Pedro no pudo evitar reírse.


—Tiene algunas cosas buenas —la defendió Pedro frotándose la nuca.


—Oh, sí, he oído a muchos chicos hablar de un par de cosas suyas en particular —contestó ella enarcando las cejas—. Pero dime, ¿tiene madera de esposa o no? Porque si quieres tener esos doce hijos antes de los treinta, tendrás que darte prisa.


Pedro sonrió ante el recuerdo de aquella apuesta que habían hecho años atrás. Paula le había asegurado que cuando cumpliera los treinta estaría casado, con doce crios, y llevaría el negocio familiar, como sus padres siempre habían soñado. De pronto, sin embargo, su mirada se ensombreció y apartó el rostro, volviéndose de nuevo hacia el fichero.


—No lo creo.


—Pues entonces tendrás que buscar con más ahínco si quieres darle un heredero a la dinastía Alfonso.


El dejó escapar una risa amarga.


—No creo que se pueda decir que es una dinastía.


—Oh, venga, Pedro —insistió Paula sonriendo maliciosa—. Por donde quiera que pases ves una casa que está siendo construida por Alfonso e Hijo.


—El negocio va bien, eso es todo.


Paula advirtió de nuevo la frialdad en su voz.


—No sé por qué, pero me da la impresión de que a ti eso no parece que te haga muy feliz —murmuró.


—No lo quiero, Pau —contestó Pedro, exhalando otro suspiro.


Las palabras de su amigo la dejaron momentáneamente sin habla.


—¿Es una broma?


—Ojalá lo fuera —contestó él, aún sin volverse.


—Mírame, Pedro.


Despacio, muy despacio, su amigo se giró hacia ella. Se metió las manos en los bolsillos, cerrando los puños, y la miró a los ojos.


—Creía que tú ya lo habrías imaginado —murmuró. Ella negó con la cabeza.


—No tenía ni idea —contestó—. De hecho pensé que era lo que querías. Te matriculaste en Gestión Empresarial, estás estudiando los exámenes… ¿Por qué estás haciéndolo si no es para tomar las riendas del negocio de tu padre cuando llegue el momento?


—Supongo que quería hacerlo feliz —respondió él—. Deberías ver cómo le resplandece el rostro de satisfacción cuando habla de Alfonso e Hijo. Es toda su vida.


A Paula se le encogió el corazón.


—Debes decírselo, Pedro.


—¿Cómo? —inquirió él, mirándola angustiado. La joven se quedó callada.


—¿Lo ves? No hay salida. No puedo decírselo sin hacerle daño —murmuró Pedro—. Lo único que me queda es hacerme a la idea.


Paula sabía cuánto quería Pedro a sus padres, y cuánto se había esforzado por ellos. De hecho, a la joven sus padres con frecuencia la habían picado con que él era el hijo perfecto, y que tenía que tomar ejemplo.


En muchos sentidos era cierto que Pedro era el hijo perfecto. 


Sus padres habían esperado largo tiempo por él, y Pedro parecía sentir el deber de compensarlos por la ilusión y dedicación con que lo habían criado. Conociéndolo como lo conocía, Paula sabía que, a pesar de lo que desease para sí, su amigo sería incapaz de herir a sus padres o de decepcionarlos.


Se acercó a él y le puso una mano en el brazo.


Pedro, no creo que tus padres quieran que te pases el resto de tu vida haciendo algo con lo que te sientes desgraciado.


—¿Y sería mejor que les tirase a la cara el trabajo de años, como algo que no quieres?


—Ellos te quieren, Pedro —dijo Paula abrazándolo—. Lo superarán. Debes averiguar qué es lo que quieres tú para ti.


Su amigo se quedó dudando un momento antes de responder al abrazo.


—No puedo hacerlo, Pau, esto significa tanto para ellos…


La joven levantó la cabeza de su pecho y lo miró a los tristes ojos.


—Todo se arreglará, ya lo verás.


Pedro la miró también, hallando consuelo y comprensión en su mirada esmeralda. Paula era muy especial para él. Era la única persona a la que le había contado aquello, porque sabía que, decidiera lo que decidiera, ella siempre estaría a su lado. Eso era la amistad. Todas aquellas ideas ridículas que había estado teniendo no se debían más que a sus hormonas, se dijo. En esa etapa de la vida era difícil que un chico no se sintiera atraído por una chica bonita. Sí, era simplemente química. Lo que tenían en ese momento era lo único que importaba.





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