viernes, 24 de febrero de 2017

APUESTA: CAPITULO 13




Pedro, Paula, Cata y su marido Paul habían ido aquella noche a un pub que solían frecuentar y, como siempre, Pedro había desafiado a Paula a una partida de dardos, perdiendo miserablemente.


—No puedo creerlo —dijo enfurruñado, sacudiendo la cabeza—. ¿Seguro que no los has trucado?


Paula no podía dejar de reír.


—Eres muy mal perdedor, Alfonso. Acepta la derrota como un caballero y convídame a esa copa. 


Regresaron a la mesa donde estaban Cata y Paul. La socia de Paula sonrió al verlos llegar discutiendo sobre la partida.


—Nunca descansáis, ¿eh?


—Es él quien empieza, no yo —se defendió Paula.


—Bueno, ¿quién se apunta a otro trago? —dijo Pedro.


Paul lo acompañó para pedir lo que iban a tomar, y mientras Cata aprovechó para volver a la carga.


—Parece que las cosas van bien entre vosotros esta noche. Has podido hablar con él, ¿eh?


—La verdad es que no —murmuró Paula torciendo el gesto—. Pero sí, la verdad es que esta noche está encantador, y muy divertido. Me recuerda a los viejos tiempos.


—No sabes lo que nos alegra ver a Pedro tan animado.  Durante los años que estuviste fuera parecía tan… distante.


Paula estaba segura de que era otra de las exageraciones de Cata.


—Ya.


—Te hablo en serio. Vamos, pregúntame. ¿O es que no te pica la curiosidad? ¿No te gustaría saber cómo pasó él esos seis años? ¿Hasta qué punto te echó de menos?


—No creo que se pasara el día llorando, ni que se recluyera como un monje.


—Bueno, eso no, claro. Al fin y al cabo es un hombre. Pero no hubo nada serio. Recuerdo que salió un tiempo con esa chica… Maria Donnelly.


—¿Maria Donnelly? —repitió Paula con una mueca de disgusto.


—Sí. ya sé… Oh, cielos, ahí esta de nuevo esa odiosa Maura… —gimió Cata, señalando hacia la barra con un movimiento de la cabeza.


Paula se giró, y se encontró con la desagradable visión de la mujer lapa empujando su escote hacia Pedro e insinuándose de todas las maneras posibles. Apurando de un trago el gin—tonic que quedaba en su vaso, Paula miró a Cata y esbozó una sonrisa perversa.


—Perdóname, creo que me necesitan en la barra.


Cata se echó a reír mientras la veía alejarse.


—¡Acaba con ella, chica!


Cuando llegó a la barra, Paula le rodeó a Pedro la cintura con el brazo y se apretó contra él, sonriéndole con dulzura, para después tomar de su mano el whisky con hielo que había pedido.


—Tardabais demasiado en volver y tenía mucha sed.


Maura dio un paso atrás, entornando los ojos ante la escena.


—Vaya, Paula, no te había visto —le dijo en un tono poco agradable, como si acabara de ver una cucaracha.


—Pues ya ves, estoy aquí —contestó la joven con una sonrisa sarcástica.


—Paula acaba de ganarme a una partida de dardos —intervino Pedro, rodeándole también la cintura y atrayéndola hacia sí—. Le he dicho que podría empezar a apuntarse a torneos. ¿Quién sabe?, quizá gane lo suficiente como para retirarme y mantenerme en mi vejez.


Paula dejó escapar unas risitas que sonaron de lo más falsas.


—Oh, vamos, Pedro, un hombre en la flor de la vida como tú no debería pensar en la vejez, sino en pasarlo bien.


Paula parpadeó irritada, conteniendo el deseo de echarle el whisky a Maura por el escote.


—Por eso no tienes que preocuparte —le aseguró—. Creo que conozco alguna que otra manera de hacérselo pasar mejor que bien.


Paul carraspeó y se escabulló, excusándose en que Cata también debía de estar sedienta. A Pedro lo había pillado desprevenido aquella descarada intervención de su amiga, y tardó unos segundos en reaccionar, sobre todo porque Paula se había abrazado más a él y sentía la suave presión de sus senos contra su costado. Diablos, cuando quería jugar sucio, jugaba sucio.


—¿Tienes algo en mente, Pau? —inquirió tragando saliva.


La joven alzó la barbilla y lo miró a los ojos, sonriendo de un modo seductor.


—¿Por qué no discutimos eso más tarde… en casa?


Pedro sintió que la boca se le ponía seca de repente. 


¿Cuándo había aprendido a interpretar tan bien el papel de vampiresa? Carraspeó y sonrió débilmente a Maura, no porque quisiera hacerlo, sino porque mirarla le pareció el único modo de controlar su libido, que estaba disparándose por momentos.


—Ya lo ves, Maura. Uno nunca puede aburrirse con Paula —le dijo riéndose un poco y agarrando su pinta de cerveza, desesperado—. Siempre me mantiene ocupado.


Maura miró a su rival con frialdad, para sonreír después con fingida dulzura a Pedro.


—Menos mal que os conozco, porque si no yo también empezaría a creer esos rumores que corren sobre vosotros. En fin, supongo que será uno de vuestros jueguecitos. Pero no importa, soy una mujer paciente, Pedro, y sabré esperar —le dijo levantando la mano en señal de despedida.


—Yo que tú no esperaría demasiado, Maura —le espetó Paula con insolencia—. Lo que es mío es mío, y, créeme, después de haber estado conmigo, a Pedro el resto de las mujeres le parecerán… —miró a Maura de arriba abajo—, bueno, digamos que… incompletas.


El rostro de la mujer se contrajo de ira, pero le dirigió otra sonrisa a Pedro antes de alejarse. Paula dejó la copa sobre la barra y se puso frente a su amigo, enganchando los pulgares en las trabillas de su cinturón y acercándose peligrosamente a él.


—¿Qué? —le susurró con una sonrisa maliciosa—, ¿qué tal lo he hecho?


—Por un momento me has dado miedo —dijo él echándose a reír—. Esto se te da mejor de lo que creía.


—Bueno, soy tu «novia», ¿recuerdas? Tenía que defender mi territorio —replicó ella.


—No sé qué esperaba, pero desde luego no esperaba que fueras tan… —contestó él buscando la palabra apropiada— contundente, ni que me… em… afectaras del modo en que me has afectado —confesó algo azorado. ¿Qué sentido tenía ocultárselo? Además, se le daba fatal mentir.


Paula se sonrojó, pero sonrió ante su honestidad. Había temido que perdieran eso con aquella apuesta.


—Pues, ya que estamos hablando con sinceridad, me gustaría saber dónde diablos has aprendido a besar como besas.


—¿Y cómo beso?


Paula creyó que quería que le regalara los oídos, pero entonces se percató de la expresión de perplejidad en su rostro. ¿No se lo habría dicho ninguna mujer antes que ella?


—Pues besas… bueno, besas bien —dijo sonrojándose.


Pedro esbozó una sonrisa de sorpresa y satisfacción, y se le hinchó el pecho como a un pichón.


—Vaya, gracias.


—No debería habértelo dicho. Ahora se te subirá a la cabeza —masculló Paula torciendo el gesto—. Dios, esta es la mayor locura que hemos hecho nunca —dijo prorrumpiendo en risas.


—Es posible —murmuró él rodeándole otra vez la cintura y atrayéndola hacia sí—, pero creo que la semana pasada, gracias a nuestra apuesta, quedaron al descubierto las verdaderas intenciones del «señor Baboso». ¿Estás ya dispuesta a admitir que yo tenía razón?


Paula sabía que Pedro estaba enterado de que Nico Scallon había ido a verla a la tienda después del incidente junto al lago, y que la había llamado por teléfono.


—Si te digo que sí, entonces… ¿«rompemos» antes de lo previsto?


—¿Es eso lo que quieres? —inquirió Pedro escrutando su rostro.


—Creía que eso era lo que iba a ocurrir cuando uno de los dos hubiese ganado —respondió Paula con una risa nerviosa.


—¿Qué pasa, Chaves?, ¿te da miedo seguir con esto hasta el final? —inquirió Pedro desafiante, enarcando una ceja. Inclinándose hacia ella, le susurró en un tono seductor—: ¿Es demasiado para ti?


Paula esbozó lentamente una sonrisa, y se puso de puntillas para besarlo en la mejilla. Inhaló el aroma mentolado de su loción, tomándose su tiempo para elegir las palabras, y, cuando habló, lo hizo también en un susurro, cerca de su oído, haciéndole cosquillas con el aliento:
—Alfonso, no pienso rendirme ahora. Dijimos tres meses, y pienso torturarte hasta el último segundo de esos noventa días.


Una enorme sonrisa se dibujó en los labios de Pedro, con un alivio casi palpable, pero ella no la vio. Hasta ese momento no se había dado cuenta de hasta qué punto quería continuar con aquella pantomima.


Como para reforzar lo que acababa de decir sobre torturarlo, Paula lo sorprendió apoyando la cabeza en el hueco de su hombro y abrazándose a él, mientras murmuraba:
—A lo mejor eres tú el que acaba pidiendo la rendición.




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