jueves, 23 de febrero de 2017

APUESTA: CAPITULO 11




Cuando llegó el fin de semana siguiente, Paula estaba al borde de un ataque de nervios. Todo el pueblo estaba hablando del «maravilloso romance entre Pedro Alfonso y esa adorable chica de los Chaves», y. por si fuera poco, Nico Scallon había ido un par de veces a visitarla a la tienda. Y encima estaba Cata, que aprovechaba cualquier ocasión para someterla al tercer grado. y ese sábado no fue una excepción.


—Bueno, y entonces, ¿cómo va? —inquirió. 


Paula suspiró y meneó la cabeza.


—Cata, me preguntas eso cada día, y cada día te digo lo mismo: bien.


Su amiga se sentó junto a ella y escrutó su rostro.


—Si todo estuviera bien no tendrías puesta esa cara. 
Pareces exhausta, Paula, a mí no me engañas. ¿No van bien las cosas entre Pedro y tú?


—No es eso. Es solo que… —la joven se esforzó por encontrar una excusa, pero no se le ocurría ninguna—. Supongo que estoy algo confundida, eso es todo.


—¿Sobre lo tuyo con Pedro, o es por Scallon? —preguntó Cata. Paula dejó escapar una risa amarga.


—¿Sabes?, tiene gracia porque al principio creía que Nico Scallon me gustaba, pero cuanto más lo veo más me molesta… me parece que no es más que un adulador.


—Sí, bueno, yo diría que es un lobo con piel de cordero —sonrió Cata frotando el brazo de su amiga en un gesto comprensivo—. ¿Y qué me dices de Pedro?


—Eso es otra historia completamente distinta —murmuró masajeándose las sienes—. No sé ni por dónde podría empezar a explicarte.


—¿Te ha besado otra vez? —inquirió Cata.


¡Vaya que si lo había hecho…! Paula asintió con la cabeza.


—¡Cielos! —exclamó Catalina con una amplia sonrisa—. Y tú no sabes qué hacer ahora, ¿verdad?


Aun sin saber toda la historia, su amiga había dado en el clavo, como de costumbre.


—Es que… las cosas ya no son lo que eran, y odio eso. Echo de menos lo bien que lo pasábamos juntos, y quisiera que todo volviera a ser como antes.


—¿Y cómo fue? En una escala del uno al diez, quiero decir.


—¿Qué? —inquirió Paula, mirándola confusa.


—Que qué tal fue el beso, en una escala del uno al diez.


—Cata, si vas a reírte de mí, me voy —le dijo. Su amiga sacudió la cabeza.


—Te lo estoy preguntando completamente en serio. Necesito saberlo para darme una idea de la magnitud del problema. Además, no puedes irte, porque esta tienda también es tuya.


Paula parpadeó incrédula, pero finalmente se encogió de hombros y se mordió el labio inferior, considerando la pregunta. Había pensado tanto en ese beso durante toda la semana que no le llevó mucho dar una respuesta:
—Un quince —contestó en un tono tan abstraído como la expresión en su rostro.


—¡Ja, lo sabía! Siempre pensé que sería más de un diez.


—¡Cata! No me estás ayudando nada.


—Lo siento. ¿Te habían besado alguna vez por encima de un ocho? —murmuró su amiga poniéndose seria. La expresión abstraída volvió al rostro de Paula.


—No —musitó.


—Um… Estás ante el típico dilema. Puedes arriesgarte a perder una gran amistad por un amante increíble, o aferrarte a esa amistad y pasarte el resto de tu vida preguntándote cómo habría sido si os hubierais hecho amantes.


—Genial, corrígeme si me equivoco, pero me parece que con las dos opciones salgo perdiendo. Creía que querías ayudarme.


—Lo intento —contestó Cata—, solo estaba pensando en voz alta. Dime, ¿lo amas?


Paula se quedó con la boca abierta y dejó escapar una risa temblorosa.


—Cata, ¿estás preguntándome si lo amo? Estamos hablando de Pedro, por amor de Dios, no de un tío con el que haya tenido una cita a ciegas.


Paula levantó las manos en un gesto aplacador.


—De acuerdo, de acuerdo, cálmate. Las dos sabemos muy bien que te importa, pero, ¿crees que podrías sentir algo más por él?


—No seas ridícula. Me ha besado un par de veces… ¿y esperas que caiga rendida ante él? Estamos hablando de Pedro. No puedo enamorarme de Pedro. Sería como… Dios, no sé, sería como enamorarme de un hermano mayor.


Pedro no es tu hermano, Paula —le dijo Cata ladeando la cabeza—. ¿Quieres mi consejo? Deja que las cosas fluyan, que ocurran con naturalidad si tienen que ocurrir. Si estáis hechos el uno para el otro no hay nada que puedas hacer para evitarlo excepto mentirte a ti misma. Es un tipo estupendo, Paula, y creo que se merece que le des una oportunidad. Nada es estático, ni siquiera la amistad, todo está sujeto a constantes cambios. Espera un poco para ver cómo se desarrollan los acontecimientos y deja de atormentarte.


Paula se mordió el labio inferior. ¿Qué pensaría Cata si se enterase de toda la historia? Era un poco difícil dejar que las cosas fluyesen por sí mismas cuando, para empezar, lo que estaban haciendo era parte de una apuesta. Solo en ese momento se dio cuenta de lo mal que podía acabar aquel juego. Estaba arriesgándose a perder para siempre a su mejor amigo.




APUESTA: CAPITULO 10




Paula y Nico alzaron las cabezas al unísono. Fue solo un instante, pero durante ese breve momento, la joven no reconoció a Pedro, del mismo modo que no había reconocido el tono áspero y amenazador en su voz. Sus facciones estaban rígidas, y parecían haberse oscurecido por los celos.


—Ah, Alfonso… Lo siento, no lo había visto —farfulló Nico quitando la mano del hombro de Paula y levantándose—. Simplemente estaba saludando a Paula y diciéndole lo bien que le sienta ese traje de baño.


Pedro dio un paso hacia él, con el agua chorreándole por todo el cuerpo.


—Pues la próxima vez que se le ocurra decírselo con las manos, tendrá que vérselas conmigo, ¿me ha entendido? —masculló.


Paula se puso de pie como un resorte. ¿A qué venía aquel numerito?


—¡Pedro! Eso ha sido una grosería.


Nico se había quedado mirando a Pedro con una sonrisa burlona en los labios, pero cuando Paula intervino en su defensa, se volvió hacia ella y la sonrisa se tornó empalagosa.


—Está bien, Paula, no pasa nada, lo comprendo —se giró otra vez hacia Pedro—. Obviamente él siente la necesidad de defender su territorio: he captado el mensaje.


—Más le vale —masculló Pedro mirándolo con frialdad.


—¡Pedro! —volvió a reprenderlo Paula.


—¿Qué? —le espetó él irritado—. ¿Este tipo se pone a sobarte y me dices que no te importa? Pues a mí sí que me importa.


Paula estaba poniéndose roja como un tomate y, olvidándose de Scallon, agarró a Pedro de la mano y lo arrastró hasta una arboleda alejada de la orilla, donde no podrían oírlos ni verlos.


—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —le gritó a Pedro. Estaba furiosa, y no había pasado tanta vergüenza en toda su vida.


—Todo el mundo cree que somos pareja, ¿no? Bueno, pues no creo que esperen que me quede mirando mientras un pervertido toquetea a mi novia.


Paulaquería estrangularlo.


—Idiota —masculló—. Si fueras mi novio de verdad te mataría por comportarte como un Neandertal.


—Bueno, no te pongas así, lo siento. La verdad es que me hizo saltar. No me gusta que te manoseen así, aunque sea solo tu amigo —Paula aún no le había soltado la mano, y Pedro se la apretó suavemente.


La joven al fin sonrió un poco.


—Están todos esperando que salgamos, ¿verdad? —inquirió sin atreverse a asomarse fuera de la arboleda.


—Me temo que sí.


—¿Qué hacemos? ¿Esperamos un poco?


—Probablemente lo más acertado sería un beso de reconciliación antes de volver a nuestro sitio.


Pedro… —protestó ella frunciendo los labios.


—¿Qué? Es lo que estarán esperando, que cuando salgamos parezca que hemos hecho las paces. Además, necesitamos practicar un poco antes de hacerlo en público. Y para que realmente parezca que nos hemos estado besando, tendremos que…


—Me hago una idea, Alfonso —lo interrumpió ella azorada. Por alguna razón de repente se había vuelto muy consciente del hecho de que Pedro solo llevaba puesto un bañador, y se notaba la boca seca—, así que cierra el pico y bésame antes de que me arrepienta.


—Y dicen que el romanticismo ha muerto… —murmuró él sarcástico.


Aquella vez Paula estaba preparada para el beso. Incluso se humedeció los labios automáticamente antes de que él inclinara la cabeza. «Es solo Pedro, es solo PedroPedro…», se repetía mentalmente una y otra vez. Sin embargo, muy pronto le resultó imposible seguir concentrándose en aquellas palabras.


Pedro lo pilló desprevenido el que Paula empezara a responderle. Era increíble hasta qué punto lo excitaba, y la facilidad con que sus labios encajaban, como las piezas de un puzzle. Cada vez que había besado a una mujer, había tardado un rato en encontrar el «ajuste» correcto, pero no en esa ocasión. Aquel beso fue perfecto desde el primer momento.


Sin darse cuenta siquiera de lo que hacía, Paula le soltó la mano y rodeó el cuello de Pedro con sus brazos, poniéndose de puntillas para pegarse contra su cuerpo húmedo. El a su vez la tomó por la cintura, maravillándose al sentir hasta qué punto parecían ser dos partes de un todo que se habían encontrado al fin.


En cuanto la lengua de Pedro tocó la suya, Paula se perdió en las sensaciones que la inundaban y se dejó llevar, apartando todo pensamiento de su mente. No recordaba que en toda su vida la hubiese besado nadie tan apasionadamente. Y pensar que era Pedro quien… ¡Pedro


Oh, no… Aquello no podía estar pasando. No podía estar disfrutando con un beso de Pedro… ¡por amor de Dios, era su mejor amigo! Se suponía que no debería sentirse así con un amigo.


Pedro se apartó despacio de ella, esperando un momento antes de alzar la vista para mirarla a la cara. Paula tenía los ojos muy abiertos y no pestañeaba, como si fuera la primera vez que lo veía. Sus labios estaban hinchados y enrojecidos por el beso, y las mejillas estaban teñidas de rubor. Estaba preciosa. ¿Cuándo se había vuelto tan bonita? De pronto se había dado cuenta de que aquello era lo que había cambiado, lo que le había parecido distinto desde que ella volviera de Estados Unidos. Había crecido y madurado, convirtiéndose en una mujer muy hermosa.


—Con eso bastará. No creo que les quede duda de qué hemos estado haciendo. Vamos —y la tomó de la mano, dándose la vuelta para salir de la arboleda.


Paula tardó aún unos segundos en volver a reaccionar, mientras lo seguía como una autómata.


«Al menos uno de los dos no se ha olvidado dé por qué estamos haciendo esto».






miércoles, 22 de febrero de 2017

APUESTA: CAPITULO 9





Pedro había estado en lo cierto. Aquella tarde, cuando fueron a la orilla del lago, el tiempo no podía ser mejor. La orilla en la que estaban era la más alejada del complejo turístico, por lo que solía estar más tranquila, aunque ese día había allí bastante gente, sobre todo del pueblo. Paula pensó que debían de ser imaginaciones suyas, pero le dio la impresión de que los vecinos con los que se encontraban los saludaban con más efusividad que de costumbre, dedicándoles amplias sonrisas.


Pusieron las toallas sobre el césped, y se sentaron, seguidos por varios pares de ojos. Paula se puso las gafas a modo de diadema y se giró para mirar a Pedro, pero él se había tumbado y había cerrado los ojos.


—Ese chisme sobre nosotros parece que se está extendiendo rápidamente —le dijo—. Nunca antes habíamos despertado tanto interés.


—No lo creas. Es que tú llevas fuera mucho tiempo. Desde que yo regresé he tenido esta clase de atención. Son los gajes de ser soltero en un pequeño pueblo como este. No puedes saludar a una mujer bonita sin que empiecen a murmurar. En fin, no tienen nada más que hacer, es normal —concluyó encogiéndose de hombros.


Paula se quedó pensativa, y Pedro, que intuyó algo en su silencio, le dijo:
—Sé que quieres preguntarme algo, así que hazlo.


La joven lo miró sorprendida.


—Bueno, iba a preguntarte si… ¿has salido con alguien desde que me marché?


Pedro abrió los ojos y la miró con una sonrisa maliciosa.


—¿Por qué? ¿No estarás celosa?


—Jajaja. Quiero decir que… bueno, desde que he vuelto que yo sepa no te has citado con ninguna mujer. En fin, me preguntaba si… ¿no te estaré entorpeciendo viviendo contigo?


Pedro la miró sorprendido.


—Bueno —continuó Paula—, siempre hemos sido honestos el uno con el otro, y lo cierto es que ahora mismo parece que la mitad de la gente del pueblo piense que yo soy tu vida sexual. Era solo curiosidad —dijo encogiéndose de hombros.


Pedro se puso de lado, incorporándose sobre el codo para ponerse al nivel de sus ojos. Vio que en la mirada de Paula había una sincera preocupación y, sin pensar lo que hacía, extendió la mano y apartó un mechón de su rostro.


—Aunque estuviera viendo a una mujer, cosa que los dos sabemos que no está ocurriendo, nunca la llevaría a casa mientras tú estés allí.


Paula advirtió una clara nota de afecto en su voz, y sonrió. 


Verdaderamente era una buena persona. Sin embargo, no pudo resistir la tentación de pincharlo.


—¿Por qué? ¿Tanto ruido haces?


Pedro abrió los ojos como platos, pero al instante reconoció por la mirada de sus ojos que estaba tratando de azorarlo, y le pagó con la misma moneda.


—Cariño, no sería yo precisamente el que haría ruido —le dijo, echándose vaho en las uñas y haciendo que les daba brillo con la camiseta. Paula se echó a reír.


—¡Serás arrogante! —le espetó. Pedro se rio también.


—¿Y tú?, si la situación fuera al revés…


—Ni hablar, nunca haría el amor contigo en la casa —se rió Paula, sonrojándose profusamente.


—Por que tú sí haces mucho ruido, ¿eh? —la pinchó Pedro


Sin embargo, a pesar de que no era más que una broma, el solo pensarlo hizo que su imaginación se disparase.


Paula se había echado boca abajo en la toalla para ahogar sus risas, y Pedro tuvo que inclinarse para escuchar su respuesta:
—Dudo que pudiera concentrarme sabiendo que tú podías oír algo.


Los celos, ese monstruo de ojos verdes, atenazaron de repente las entrañas de Pedro. No tenía derecho a tener celos; Paula era libre y, sin embargo, la sola idea de pensar que había estado con otros hombres o que pudiera estarlo… 


Se puso de pie y se quitó la camiseta.


—Mejor, porque, fuera quien fuera el tipo, creo que lo machacaría —le dijo sin mirarla—. Voy a nadar un poco.


Paula había alzado la cabeza anonadada, pero no pudo ver la expresión de su rostro, y observó con el ceño fruncido cómo se alejaba en dirección al agua. ¿A qué había venido aquel arranque? Siempre se había mostrado muy protector con ella, pero…


Su relación estaba cambiando, se dijo la joven con un suspiro. De hecho, nada había sido igual desde que volviera a Irlanda. Últimamente Pedro no hacía más que mirarla de un modo extraño, como si nunca antes la hubiera visto. ¿Por qué estaría actuando así?


—Una chica tan bonita como tú no debería fruncir el ceño de esa manera.


Paula se volvió sobresaltada y se encontró con Nico Scallon, de pie junto a ella. Llevaba puesta una prístina camisa blanca abierta y remangada y unos pantalones cortos de color caqui, y sonreía mostrando sus brillantes y perfectos dientes. Parecía uno de esos modelos de los catálogos de verano.


—Trataré de recordarlo —contestó ella, devolviéndole la sonrisa.


—Deberías ir siempre en traje de baño, Paula —le dijo Nico en un tono seductor, devorando con los ojos su esbelta figura.


La joven se sentó más derecha, sonrojándose ligeramente, y, sin darse cuenta, miró en dirección al lago.


—Sigue en el agua —dijo él.


—¿Quién? —inquirió ella mirándolo y pestañeando. Nico sonrió.


—Tu «amigo», el señor Guardabosques.


—Oh, te refieres a Pedro… Sí, es como un pez —respondió ella vagamente, girando la cabeza otra vez hacia el agua—. Cuando éramos niños hacíamos carreras en el lago, y él siempre ganaba.


—Parece que tenéis una larga historia en común —dijo Nico, acuclillándose a su lado.


Paula lo miró, dando un ligero respingo al encontrar su rostro tan cerca del suyo.


—Sí, bueno, como te decía el otro día nos conocemos desde hace años, y estamos muy unidos. Y, la verdad —añadió al ver la mirada desaprobadora de la señora Collins—, es que creo que el que estés aquí ahora va a hacer que la gente empiece a murmurar.


A Scallon no parecía importarle demasiado.


—No creo que pudiera competir con tu Pedro. Por lo que he oído parece que es muy querido en la comunidad.


—Pues por lo que yo he oído, parece que tú no eres de los que se intimidan ante la idea de tener que competir por una mujer —le espetó Paula. Las palabras habían salido de su boca antes de que pudiera detenerlas. Nico estaba mirándola boquiabierto, y como dolido. Paula quería que se la tragara la tierra.


—Lo… lo siento. No debería haber dicho eso. La verdad es que creo firmemente en eso de «inocente hasta que se demuestre lo contrario».


—Paula, yo… —murmuró Nico inclinándose hacia ella y mirándola a los ojos. Con el índice, le acarició el brazo, subiendo hacia el hombro, y…


—Está usted ocupando mi sitio, señor.







APUESTA: CAPITULO 8




El decimoctavo cumpleaños de Paula


Finalmente Pedro no tuvo que besar a Paula cuando cumplió los dieciocho años. Desde que le hiciera aquella promesa, los dos habían crecido, y sus mundos habían cambiado mucho. Se había unido a ellos Kieran Rafferty. un compañero de universidad de Pedro, convirtiéndose en «los tres mosqueteros», inseparables, y al poco tiempo ella y Kieran habían empezado a salir juntos.


—No puedo creer que me ocultaras durante tanto tiempo que tenías un amigo así —acusó Paula a Pedro con una sonrisa durante la fiesta—. ¿Lo hiciste para torturarme, o estabas esperando a que me quitaran el aparato de los dientes? —inquirió enarcando una ceja.


—Es que me parecía cruel exponer a mis amigos a la terrible Chaves —la picó Pedro sonriendo también.


Paula lo sorprendió, besándolo de repente en la mejilla y dándole un abrazo.


—Gracias por presentarme a Kieran, Alfonso, eres encantador.


Pedro meneó las cejas de un modo ridículo.


—Ya lo sé, es lo que piensan la mitad de las mujeres de por aquí —dijo. 


Paula se echó a reír.


—Pero yo te conocí antes que ninguna, no lo olvides —le dijo, dándole un toque en la punta de la nariz con el índice, y tambaleándose ligeramente. Pedro la sostuvo.


—Me parece, mi pelirroja amiga, que ha tomado usted alguna copa de más.


—Bueno, es mi cumpleaños —replicó ella rodeándole la cintura y echándose a reír otra vez.


Pedro la llevó hasta un asiento libre, abriéndose paso con dificultad entre la gente, y la ayudó a sentarse.


—Ahora vas a quedarte aquí, e iré a buscarte un poco de café, ¿de acuerdo?


Paula sacudió la cabeza y, frunciendo los labios, dio unas palmaditas en la silla junto a la suya.


—No, ven, siéntate. Quiero hablar contigo, Alfonso.


—Bien, pero primero iré a por ese café —dijo él dándose la vuelta.


—¡No! —exclamó ella agarrándolo de la manga—. Siéntate… ahora.


Pedro se giró, y la encontró mirándolo entre las espesas pestañas con aire de niña caprichosa. Diablos, sí que había crecido. Y desde luego no era la ausencia del aparato dental lo que había hecho que Kieran se fijara en ella. Era como si hubiera florecido de la noche a la mañana. Se sentó a su lado sin poder despegar sus ojos de los de ella.


—¿De qué querías hablar? —inquirió. Paula sonrió satisfecha, y luego se puso muy seria.


—Dime, ¿te parezco bonita?


La pregunta lo pilló con la guardia baja, sobre todo teniendo en cuenta que en ese mismo momento había estado diciéndose lo guapa que se había vuelto.


—No puedo creerlo, he logrado que Pedro Alfonso se quede sin palabras —dijo Paula prorrumpiendo en risitas.


Por primera vez Pedro se sentía incómodo con su mejor amiga.


—Em… será mejor que vaya a por ese café —hizo ademán de levantarse, pero Paula se lo impidió, poniendo una mano en su muslo y haciendo que volviera a sentarse.


—¿Estás evitando la pregunta, Alfonso? —inquirió con una sonrisa peligrosa.


Pedro estaba demasiado ocupado tratando de evitar los incómodos pensamientos que estaban acudiendo en tropel a su mente como para recordar siquiera la pregunta. Sentía como si la piel lo quemase donde ella tenía puesta la mano. 


¿No le había dicho nadie lo que le pasaba a los chicos de veintiún años cuando una chica guapa los tocaba tan cerca de…?


Apartó con cuidado la mano de Paula, colocándola sobre su regazo.


—Qué… qué tontería —balbució—. ¿Por qué iba a evitar esa pregunta? Por supuesto que eres bonita. Has ganado mucho desde que te quitaron el aparato.


—¿Solo por el aparato? —murmuró ella, haciendo un mohín quejoso e inclinándose hacia él—. ¿No me ves cambiada en… nada más?


Pedro parpadeó, y volvió a parpadear, logrando que por fin su cerebro volviera a dar muestras de actividad.


—Um… ¿a qué te refieres? —inquirió haciéndose el inocente.


—Pues… ¿no has notado nada nuevo en mí desde la última vez que me viste? —insistió ella, acercándose aún más.


Pedro tragó saliva. Se notaba la garganta terriblemente seca. Paula olía tan bien… «¿Qué diablos estás pensando? 
Alerta hormonal, Alfonso, contrólate».


—¿En… en qué sentido?


Paula se puso de pie y giró sobre sí misma, tambaleándose un poco, y quedándose frente a él con los brazos en cruz.


—Vamos, mírame bien.


Pedro no tuvo que hacerse de rogar, y la observó largo rato, embelesado. Hasta entonces ni se había dado cuenta de que Paula tenía piernas. La había visto cientos de veces con pantalones cortos, y hasta en bañador, pero jamás se había fijado en ellas. Quizá la diferencia estaba en la ridícula minifalda que llevaba puesta ese día, y en los zapatos de tacón.


—¿Y bien? —inquirió ella poniendo los brazos en jarras.


—¿Eh?


—¿Qué ves?


—Espera un momento, aún no he acabado de mirarte.


Pedro se fijó en su cintura. Era la cintura más estrecha que había visto. Sus ojos ascendieron un poco. Otra diferencia era que… bueno, tenía pecho. Eran unos senos más bien pequeños, pero tenían una forma bonita, y se marcaban de un modo indiscutiblemente sensual bajo el ajustado top que llevaba. Después de todo tal vez le gustaban aún más que las piernas, se dijo, pero al bajar la vista meneó la cabeza mentalmente. No, seguía siendo un fetichista de las piernas.


Entonces alzó la vista hacia el rostro de su amiga. Las pecas habían desaparecido, dejando en su lugar una piel tersa y de textura cremosa. Y los labios… no recordaba que hubieran sido siempre tan carnosos. Sin embargo, sus ojos verdes siempre le habían parecido muy bonitos, eso no era nada nuevo, y la naricilla respingona, eso tampoco había cambiado.


Paula agitó la mano delante de su cara para llamar su atención.


—Alfonso… ¿lo ves o no?


—Diablos, Chaves, ¿ver qué? —inquirió él exasperado, sonrojándose ligeramente. Ya había visto más que suficiente, y lo que había visto lo hacía sentirse bastante incómodo—. No sé, a mí me parece que no estás… mal.


—¿Mal? ¿Que no estoy mal? —repitió ella frunciendo el entrecejo contrariada—. Vaya, muchas gracias.


—¿Qué quieres que te diga? —gruñó Pedro revolviéndose el cabello con la mano—, ¿qué se supone que tengo que ver?


Paula suspiró, como si le diese lástima, y tomó el rostro de su amigo entre sus manos, sonriéndole.


—¿No lo ves, Alfonso? ¡Estoy enamorada! Por primera vez en mi vida estoy enamorada. Y es del hombre más maravilloso del mundo. Al fin voy a averiguar lo que se siente al estar con ese alguien que una chica se pasa esperando toda su vida.


Por alguna razón, Pedro sintió que el estómago le daba un vuelco. Se alegraba por ella y por Kieran, ¿por qué entonces…? Tal vez era porque jamás había imaginado que sus dos amigos pudieran acabar juntos. Después de todo no era tan incomprensible. Kieran era un gran tipo; le había caído bien desde el día que lo conoció en la universidad, en Dublin, y era natural que a Paula le hubiese gustado, porque era guapo, y extrovertido. Además era capitán del equipo de rugby, el primero de la clase, pertenecía a una rica familia de Galway… Lo tenía todo, era la clase de hombre que cualquiera querría para su hermana, y así era como se había sentido él siempre hacia Paula, como un hermano protector. 


Entonces, ¿por qué de pronto deseaba que no se hubieran conocido?