miércoles, 22 de febrero de 2017

APUESTA: CAPITULO 8




El decimoctavo cumpleaños de Paula


Finalmente Pedro no tuvo que besar a Paula cuando cumplió los dieciocho años. Desde que le hiciera aquella promesa, los dos habían crecido, y sus mundos habían cambiado mucho. Se había unido a ellos Kieran Rafferty. un compañero de universidad de Pedro, convirtiéndose en «los tres mosqueteros», inseparables, y al poco tiempo ella y Kieran habían empezado a salir juntos.


—No puedo creer que me ocultaras durante tanto tiempo que tenías un amigo así —acusó Paula a Pedro con una sonrisa durante la fiesta—. ¿Lo hiciste para torturarme, o estabas esperando a que me quitaran el aparato de los dientes? —inquirió enarcando una ceja.


—Es que me parecía cruel exponer a mis amigos a la terrible Chaves —la picó Pedro sonriendo también.


Paula lo sorprendió, besándolo de repente en la mejilla y dándole un abrazo.


—Gracias por presentarme a Kieran, Alfonso, eres encantador.


Pedro meneó las cejas de un modo ridículo.


—Ya lo sé, es lo que piensan la mitad de las mujeres de por aquí —dijo. 


Paula se echó a reír.


—Pero yo te conocí antes que ninguna, no lo olvides —le dijo, dándole un toque en la punta de la nariz con el índice, y tambaleándose ligeramente. Pedro la sostuvo.


—Me parece, mi pelirroja amiga, que ha tomado usted alguna copa de más.


—Bueno, es mi cumpleaños —replicó ella rodeándole la cintura y echándose a reír otra vez.


Pedro la llevó hasta un asiento libre, abriéndose paso con dificultad entre la gente, y la ayudó a sentarse.


—Ahora vas a quedarte aquí, e iré a buscarte un poco de café, ¿de acuerdo?


Paula sacudió la cabeza y, frunciendo los labios, dio unas palmaditas en la silla junto a la suya.


—No, ven, siéntate. Quiero hablar contigo, Alfonso.


—Bien, pero primero iré a por ese café —dijo él dándose la vuelta.


—¡No! —exclamó ella agarrándolo de la manga—. Siéntate… ahora.


Pedro se giró, y la encontró mirándolo entre las espesas pestañas con aire de niña caprichosa. Diablos, sí que había crecido. Y desde luego no era la ausencia del aparato dental lo que había hecho que Kieran se fijara en ella. Era como si hubiera florecido de la noche a la mañana. Se sentó a su lado sin poder despegar sus ojos de los de ella.


—¿De qué querías hablar? —inquirió. Paula sonrió satisfecha, y luego se puso muy seria.


—Dime, ¿te parezco bonita?


La pregunta lo pilló con la guardia baja, sobre todo teniendo en cuenta que en ese mismo momento había estado diciéndose lo guapa que se había vuelto.


—No puedo creerlo, he logrado que Pedro Alfonso se quede sin palabras —dijo Paula prorrumpiendo en risitas.


Por primera vez Pedro se sentía incómodo con su mejor amiga.


—Em… será mejor que vaya a por ese café —hizo ademán de levantarse, pero Paula se lo impidió, poniendo una mano en su muslo y haciendo que volviera a sentarse.


—¿Estás evitando la pregunta, Alfonso? —inquirió con una sonrisa peligrosa.


Pedro estaba demasiado ocupado tratando de evitar los incómodos pensamientos que estaban acudiendo en tropel a su mente como para recordar siquiera la pregunta. Sentía como si la piel lo quemase donde ella tenía puesta la mano. 


¿No le había dicho nadie lo que le pasaba a los chicos de veintiún años cuando una chica guapa los tocaba tan cerca de…?


Apartó con cuidado la mano de Paula, colocándola sobre su regazo.


—Qué… qué tontería —balbució—. ¿Por qué iba a evitar esa pregunta? Por supuesto que eres bonita. Has ganado mucho desde que te quitaron el aparato.


—¿Solo por el aparato? —murmuró ella, haciendo un mohín quejoso e inclinándose hacia él—. ¿No me ves cambiada en… nada más?


Pedro parpadeó, y volvió a parpadear, logrando que por fin su cerebro volviera a dar muestras de actividad.


—Um… ¿a qué te refieres? —inquirió haciéndose el inocente.


—Pues… ¿no has notado nada nuevo en mí desde la última vez que me viste? —insistió ella, acercándose aún más.


Pedro tragó saliva. Se notaba la garganta terriblemente seca. Paula olía tan bien… «¿Qué diablos estás pensando? 
Alerta hormonal, Alfonso, contrólate».


—¿En… en qué sentido?


Paula se puso de pie y giró sobre sí misma, tambaleándose un poco, y quedándose frente a él con los brazos en cruz.


—Vamos, mírame bien.


Pedro no tuvo que hacerse de rogar, y la observó largo rato, embelesado. Hasta entonces ni se había dado cuenta de que Paula tenía piernas. La había visto cientos de veces con pantalones cortos, y hasta en bañador, pero jamás se había fijado en ellas. Quizá la diferencia estaba en la ridícula minifalda que llevaba puesta ese día, y en los zapatos de tacón.


—¿Y bien? —inquirió ella poniendo los brazos en jarras.


—¿Eh?


—¿Qué ves?


—Espera un momento, aún no he acabado de mirarte.


Pedro se fijó en su cintura. Era la cintura más estrecha que había visto. Sus ojos ascendieron un poco. Otra diferencia era que… bueno, tenía pecho. Eran unos senos más bien pequeños, pero tenían una forma bonita, y se marcaban de un modo indiscutiblemente sensual bajo el ajustado top que llevaba. Después de todo tal vez le gustaban aún más que las piernas, se dijo, pero al bajar la vista meneó la cabeza mentalmente. No, seguía siendo un fetichista de las piernas.


Entonces alzó la vista hacia el rostro de su amiga. Las pecas habían desaparecido, dejando en su lugar una piel tersa y de textura cremosa. Y los labios… no recordaba que hubieran sido siempre tan carnosos. Sin embargo, sus ojos verdes siempre le habían parecido muy bonitos, eso no era nada nuevo, y la naricilla respingona, eso tampoco había cambiado.


Paula agitó la mano delante de su cara para llamar su atención.


—Alfonso… ¿lo ves o no?


—Diablos, Chaves, ¿ver qué? —inquirió él exasperado, sonrojándose ligeramente. Ya había visto más que suficiente, y lo que había visto lo hacía sentirse bastante incómodo—. No sé, a mí me parece que no estás… mal.


—¿Mal? ¿Que no estoy mal? —repitió ella frunciendo el entrecejo contrariada—. Vaya, muchas gracias.


—¿Qué quieres que te diga? —gruñó Pedro revolviéndose el cabello con la mano—, ¿qué se supone que tengo que ver?


Paula suspiró, como si le diese lástima, y tomó el rostro de su amigo entre sus manos, sonriéndole.


—¿No lo ves, Alfonso? ¡Estoy enamorada! Por primera vez en mi vida estoy enamorada. Y es del hombre más maravilloso del mundo. Al fin voy a averiguar lo que se siente al estar con ese alguien que una chica se pasa esperando toda su vida.


Por alguna razón, Pedro sintió que el estómago le daba un vuelco. Se alegraba por ella y por Kieran, ¿por qué entonces…? Tal vez era porque jamás había imaginado que sus dos amigos pudieran acabar juntos. Después de todo no era tan incomprensible. Kieran era un gran tipo; le había caído bien desde el día que lo conoció en la universidad, en Dublin, y era natural que a Paula le hubiese gustado, porque era guapo, y extrovertido. Además era capitán del equipo de rugby, el primero de la clase, pertenecía a una rica familia de Galway… Lo tenía todo, era la clase de hombre que cualquiera querría para su hermana, y así era como se había sentido él siempre hacia Paula, como un hermano protector. 


Entonces, ¿por qué de pronto deseaba que no se hubieran conocido?


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