jueves, 16 de febrero de 2017

FUTURO: CAPITULO 16





Tenía intención de dejar a Hernan en casa de Clara durante una hora el sábado por la mañana, pero el teléfono la despertó a eso de las siete.


—Déjame a Hernan aquí cuando te vayas al hospital —le dijo Pedro.


—Puedo llevarle a casa de Clara —dijo Pau, intentando despertarse.


Hernan también se había despertado.


—¿Estabas dormida?


—No, eh, bueno, sí. ¿Qué más da?


Él murmuró algo.


—Lo siento. Pensaba que Hernan ya te habría despertado.


—Hernan me ha dejado dormir un rato —Pau miró al niño y sonrió.


El pequeño se había incorporado del todo y la observaba con atención. De pronto extendió los brazos para que ella le pudiera recoger.


—Tenemos un acuerdo —le dijo.


—Suerte que tienes —dijo Pedro en un tono seco, pero parecía que lo decía de verdad.


Y era cierto. Se sentía afortunada de haber pasado esos días con Hernan. Hacían un buen equipo. Y no le gustaba la idea de que Mariana regresara tan pronto y se lo llevara. 


Suspiró.


—Mariana vuelve a casa.


—¿Qué? ¿Cuándo? —Pedro parecía tan sorprendido como ella.


Hernan dejó escapar un grito al ver que ella no le tomaba en brazos como esperaba.


—Mañana. Tengo que irme.


—Tráele —le dijo Pedro antes de que colgara.


—Pero…


—Hazlo. Ya me contarás lo de Mariana.


Viendo que no le quedaba elección, vistió a Hernan, le dio el desayuno, se dio una ducha y le llevó abajo. Pedro abrió la puerta del patio al mismo tiempo que ella, así que no tuvo oportunidad de cambiar de idea. Él tenía el pelo alborotado y una barba de medio día, pero por lo menos estaba vestido.


 Iba descalzo, no obstante. Le quitó a Hernan de los brazos.


—Pensaba que Maggie había dicho dos semanas.


Pau se encogió de hombros.


—Sí, bueno, por lo que se ve tiene un instinto muy maternal en el cuerpo. O a lo mejor es que no se fía mucho de mí.


—¿Te dijo eso? —le preguntó Pedro, claramente ofendido.


—Lo insinuó —dijo Pau, encogiéndose de hombros—. Pero no me sorprende. Siempre ha sido así conmigo. Pero esta vez creo que realmente estaba preocupada por Hernan. Se ha casado con su marine y vienen los dos. Dario también, para conocer a Hernan.


Pedro sacudió la cabeza y entonces esbozó una sonrisa.


—¿Qué te parece eso, Hernan? Vas a conocer a tu padre.


Hernan le devolvió la sonrisa y dio palmas.


—Pap… —dijo, agarrándole de las mejillas—. ¡Pap…!


Pau se sorprendió al ver que Pedro se sonrojaba.


—Yo no —le dijo al niño, como si Hernan tuviera idea de lo que estaba diciendo.


Pero a Hernan ya no le podían parar.


—Pap —volvió a decir, golpeando las mejillas de Pedro con ambas manitas—. Pap, pap, pap…


Era la primera vez que veía ponerse nervioso a Pedro.


—Creo que no está insistiendo en lo de la paternidad. Creo que solo está practicando con las consonantes.


Pedro la miró con ojos escépticos y entonces se enco gió de hombros.


—No quiero que se le meta ninguna idea rara en la cabeza.


—No.


Pau tampoco quería que se le metieran ideas raras en la cabeza, pero verle con ese bebé en los brazos resultaba una visión difícil de ignorar.


«Piensa en Adrian…», se dijo.


Y lo intentó. Pero fue un gran alivio que llegara el sábado por la tarde y que Adrian se presentara por fin.


—Paula —una sonrisa iluminó el rostro de Adrian cuando la vio junto a la cinta transportadora del equipaje.


—Por fin —Pau respiró hondo. Prácticamente se lanzó a sus brazos y le devolvió el beso con frenesí.


Fue Adrian quien rompió el beso y retrocedió. Arqueó las cejas, sorprendido.


—Vaya. A lo mejor deberías irte más a menudo —sonrió.


—No —Pau sacudió la cabeza—. ¿Has traído algo de equipaje?


—Solo voy a quedarme una noche.


Era cierto, pero una parte de ella esperaba que él decidiera quedarse algo más de tiempo.


—Regreso mañana por la tarde.


Pau trató de esconder su decepción y le agarró del brazo.


—No importa. Lo pasaremos muy bien mientras estés aquí.


Adrian esbozó su mejor sonrisa.


—¿Dónde está ese niño del que me has hablado? —le preguntó mientras caminaban hacia el coche. Miró a su alrededor, como si esperara encontrarse al niño escondido en algún sitio.


—Está con el vecino de la abuela —dijo Pau.


No había sido idea suya. Hubiera llevado a Hernan a conocer a Adrian, pero al volver del hospital se había encontrado con Milos en la puerta.


Pedro se lo llevó a la playa.


—¿Ahora? Hernan tiene que dormir su siesta.


—Y puede dormir mientras estés en el aeropuerto. No tardarán mucho. Pensó que te gustaría —le había dicho Milos—. Así tendrás más tiempo para estar con tu chico —Milos había arqueado una ceja de forma sugerente.


—¿Pedro te dijo eso?


—Bueno, en realidad dijo que iba a enseñarle a ligar con chicas.


Pau sí se creía esa parte.


—Ya sabe hacerlo —le había dicho ella—. Volveremos a recogerle tan pronto como podamos —le había dicho, dirigiéndose hacia el garaje.


Desde el momento en que Adrian subió al coche, se dedicó a mirarle, tratando de memorizar cada rasgo, recordando todo lo que le gustaba de él… Todas aquellas cosas en las que le ganaba a Pedro. Y no era difícil.


—Vamos a un centro comercial lujoso —le dijo al tiempo que ella salía del aeropuerto y se dirigía hacia el oeste—. ¿Hay alguno en el sur de California?


Ese era su único fallo. Como buen norteño que era, no se encontraba muy a gusto en el sur del estado.


—Sorprendentemente, sí que tenemos.


Él pareció dudarlo.


Le llevó a Neiman Marcus. No se podía ir a un sitio más chic que ese, ni siquiera en San Francisco. Adrian suspiró aliviado cuando atravesaron las puertas.


—Sí. Podemos encontrar algo aquí.


Pau encontró algo en un par de minutos. Adrian quería que se probara varias cosas, comparar vestidos, evaluar los pros y los contras. Pero Pau no necesitaba desfilar con vestidos que la envolvían en volantes y la hacían parecer una tarta.


El traje que había escogido bien podría haber sido una copia de un despampanante vestido que había llevado una dama de honor en la última boda de la realeza británica, pero el azul era más oscuro. Se lo probó. Le quedaba muy bien y se ceñía a sus curvas lo suficiente como para permitirle enseñar que sí las tenía. El escote era discreto, pero insinuante. Y sobre todo, el modelo no chocaba con su pelo rojo. ¿Por qué iba a mirar más?


—A lo mejor ves algo que te gusta más.


—No —le aseguró Pau.


Debió de ser muy firme con su respuesta porque Adrian pareció rendirse. Miró el reloj.


—Te ha llevado menos de una hora. Debes de ser la única mujer en el mundo capaz de hacer eso.


Pau lo dudaba, pero no iba a discutir.


Adrian también quería comprarle zapatos, pero Pau se negó.


—Tengo zapatos. Quiero llevar zapatos cómodos.


—No irás a llevar esas viejas sandalias.


—No, no —le aseguró ella.


Sabía a cuáles se refería. Solía llevarlas al trabajo. Eran las sandalias más cómodas del mundo.


—Tengo otro par más elegante —le dijo, sabiendo que esa palabra aplacaría sus miedos—. Será mejor que nos demos prisa. Quiero pasar por el hospital antes de ir a recoger a Hernan.


Llevar a Adrian al hospital entrañaba cierto riesgo. No sabía muy bien qué haría o diría la abuela, pero por lo menos así sabría si era buena idea proponerle lo de San Francisco.


Cuando entraron en la habitación, Pau contuvo el aliento. 


Pero Adrian siempre se mostraba educado y agradable y, al parecer, la abuela estaba de muy buen humor. Estaba mucho más animada que cuando Pau había hablado con ella el día anterior. Debía de haberse dado cuenta de que ir a San Francisco no era una mala idea. Adrian le puso el brazo
sobre los hombros.


—¿Y cómo iba a resistirme cuando me dijo que me necesitaba? —exclamó, dirigiéndose a Maggie.


La abuela levantó las cejas. Le miró y después miró a Pau.


—¿Dijo eso?


Adrian asintió, sonriente, y le dio un apretón de hombros a su prometida.


Maggie la miró fijamente, aguzando la mirada. Pau se puso nerviosa.


—Le echaba de menos —dijo, a la defensiva.


—Claro —dijo Maggie, pero no parecía muy convencida.


Adrian, por el contrario, parecía pensar que la anciana estaba totalmente de acuerdo.


—Yo pensaba que estabas demasiado ocupada —dijo Maggie.


Pau no contestó a eso. Cambió de tema. Abrió la bolsa del vestido y se lo enseñó a su abuela mientras le contaba lo de la fiesta.


—¿Es el próximo fin de semana? —le preguntó, después de admirar el vestido durante unos segundos.


—El sábado —dijo Pau.


—¿Te vas? —una luz se apagó en su mirada—. ¿Y si te necesito?


Pau abrió los ojos, sorprendida, y entonces arrugó los párpados, haciendo un gesto de sospecha. Sin embargo, la abuela se limitó a devolverle la mirada sin artificio alguno, con las cejas arqueadas como si albergara una gran esperanza.


—No me iré para siempre —le dijo Pau—. Y tú puedes venir en cuanto te den el alta.


Todavía no estaba segura de si debía sugerirle que se quedara con Adrian durante esas semanas.


—Adrian me puede ayudar a buscar un sitio para ti —le dijo finalmente.


—Oh, no —dijo Maggie de inmediato—. Eso no es necesario. Me quedo con Pedro.


—¿Qué?


—Ya hablamos de eso ayer. Me dijo que te lo había comentado —le lanzó una mirada acusadora a Pau.


—Me lo comentó de pasada, cuando estabas en el quirófano. No hemos hablado de ello desde entonces. No sabía si él seguía pensando en ello.


—Bueno, pues sí que lo tiene en mente. Me lo dijo.


—No sé —dijo Pau.


No parecía que Maggie fuera a ser fácil de convencer.


—Es muy amable de su parte —dijo Adrian—. Y mucho menos estresante para tu abuela que venir a la ciudad. No creo que eso sea fácil para ella.


De repente Adrian y la abuela se confabularon en su contra.


 Pau sabía que era inútil ponerse a discutir.


—Ya veremos —dijo.


—Es un chico entrañable —dijo la abuela, satisfecha.


¿Pedro? ¿Un chico entrañable? En absoluto. ¿Y por qué no le había dicho que había hablado con la abuela?


—Vino a verme anoche —dijo Maggie—. Me trajo unas flores —le dijo a Adrian con orgullo, señalando el bouquet de margaritas que estaba junto a la ventana.


Pau había reparado en las flores que estaba en la mesa, pero en ese momento las miró mejor.


—¡Son tus flores!


Estaban en un tarro de mermelada. Y podía reconocerlas muy bien. Crecían en el jardín que estaba al lado de la casa.


—Ahora también son las flores de Pedro —dijo la abuela—. Es su casa. Además, aunque yo fui quien las plantó, fue él quien pensó en traerlas. Es el pensamiento lo que cuenta.


Pau sabía que no iba a conseguir decir la última palabra, así que fue hasta la cama y besó a su abuela en la mejilla.


—Te veo mañana —le prometió.


Su abuela le tocó la mejilla y la miró a los ojos un instante. 


Después miró a Adrian, que estaba parado junto a la ventana. Pau creyó verla fruncir el ceño, pero no quiso darle demasiadas vueltas. Se incorporó, esbozó una gran sonrisa para su abuela, se despidió con un gesto y agarró la mano de Adrian con firmeza.


—Vámonos, Adrian.










FUTURO: CAPITULO 15






CUANDO Pau bajó con Hernan a la mañana siguiente no había ni rastro de Pedro. No estaba fuera trabajando. Se sintió tentada de seguir de largo, pero no lo hizo porque no quería que la acusaran de salir corriendo, así que llamó a la puerta de atrás alrededor de las nueve y media de la mañana. Todavía estaba nublado y la mañana de marzo parecía mucho más fría de lo que marcaban los termómetros. Pau se estremeció un poco mientras esperaba a que él abriera. Y se estremeció más al ver que él no salía. 


Volvió a llamar.


—¿Pa…? —dijo Hernan, esperanzado.


No podía ser «papá». Hernan no había conocido al suyo. No obstante, resultó un poco desconcertante oírlo.


—No lo es —le dijo Pau, por si acaso.


Pedro abrió la puerta de par en par en ese momento, sin camisa, sin afeitar, y con cara de pocos amigos. Tenía el pelo de punta, despeinado.


—Oh, vaya, lo siento. Te he despertado —Pau se preguntó si estaría solo en la cama y su cara debió de delatarla.


Él pareció enfadarse aún más, pero no dijo nada.


—No debería haber venido. Solo quería que supieras que voy a llevar a Hernan a la casa de Clara esta mañana —le dijo con firmeza. Esa vez no iba a convencerla para que no lo hiciera.


—Haz lo que quieras —le dijo Pedro en un tono cortante.


—Lo haré. Vuelve a la cama —le dijo.


Dio media vuelta y salió de la casa. Metió a Hernan en el coche y se puso en camino.


«Lo has conseguido…», se dijo, mientras conducía.


Tenía fuerza de voluntad, poder de decisión… Sentido común. A lo mejor no había hecho lo que quería hacer, pero sí lo que necesitaba hacer. A lo mejor por fin estaba superando esa necesidad que siempre había sentido por los finales felices.


—Está evolucionando muy bien —le dijo el doctor Singh.


Había ido a ver a su abuela y después se había reunido con ella en el área de espera.


—Es una persona con mucha fuerza de voluntad. Está deseando volver a su casa. La señora Newell es una mujer extraordinaria.


—Lo es.


—Probablemente pueda empezar con la terapia dentro de una semana. Podemos buscarle un sitio, ya que vive en un primer piso.


—Sí, aunque también estaba pensando que podría llevármela conmigo a San Francisco. Allí podríamos buscar un lugar que fuera apropiado para ella. Mi casa no lo es. Pero la casa de mi prometido sí. O también puedo buscarle un sitio cercano a mi casa —no mencionó la oferta de Pedro. No era su primera opción, en absoluto.


—Es una posibilidad —dijo el médico—. Habría que buscarle otro médico y otro terapeuta. Pero podemos hacerlo. 


Debería hablar con su abuela. Lo que sea más cómodo para ella es lo mejor. Se esforzará más para mejorar si está contenta y ve que puede conseguirlo.


Pau estuvo de acuerdo.


—Hablaré con ella.


De camino a la habitación de su abuela, ensayó la conversación una y otra vez.


—Buenas noticias —le dijo con alegría—. En una semana estarás fuera de aquí.


—¿Una semana? —la abuela parecía consternada.


—Están muy contentos con tu evolución. El doctor Singh dice que puedo hacer preparativos en cuanto salgas.


—Me voy a casa.


—Eso sería estupendo —dijo Pau—. Pero todavía no vas a poder subir las escaleras. He pensado que podrías venirte a San Francisco conmigo durante una temporada.


—Tú también vives en alto.


—Puedo buscarte un sitio donde te puedan hacer la rehabilitación durante un tiempo —Pau puso su mejor cara—. Sería algo temporal.


Maggie se vino abajo.


—O quizá… —dijo Pau—. Podrías quedarte con Adrian.


Maggie apretó los labios.


—No creo que a Adrian le guste la idea.


—Claro que sí —dijo Pau con más confianza de la que sentía.


Adrian era una persona difícil de convencer, como buen banquero que era. La flexibilidad no era uno de sus puntos fuertes. Pero sí que era razonable.


No le mencionó la oferta de Pedro, no obstante. Su ofrecimiento había sido demasiado precipitado. Él hacía cosas así, pero seguramente tampoco querría un cambio tan grande en su vida. No quería que nadie limitara su libertad.


—Ya pensaremos en algo —dijo Pau.


—Practicaré lo de subir escaleras —dijo la abuela.


—Cuando la terapeuta diga que puedes.


Maggie puso una cara que no dejaba lugar a dudas. Para cuando se marchó de la habitación, Pau ya sabía que su abuela estaba decidida…


Hernan se había acostumbrado muy bien a Clara y a sus hijos. Eran dos, un niño de un año llamado Andrew y una niña de cuatro llamada Izzy. Según su madre, a Izzy le encantaban los bebés y era evidente que estaba encantada con Hernan. Este también la adoraba y la seguía a todas partes a gatas.


—Necesita una hermana mayor —dijo Clara, riendo.


—Bueno, no creo que vaya a tener una —contestó Pau—. Pero a lo mejor tendrá una más pequeña algún día… Gracias por cuidar de él —le dijo a Clara.


—De nada. Cuando quieras, me lo dejas. Ojalá vivieras más cerca. Ya no te vemos como antes. Podrías volver.


—No lo creo —dijo Pau.


—Oh, bueno. Me ha gustado verte esta vez, aunque sea —Clara le dio un abrazo y la acompañó a la puerta—. ¿Has visto a Pedro?


Pau no esperaba esa pregunta y oír su nombre fue como una bofetada en la cara. No debería haberse sorprendido, no obstante. Clara había conocido a Pedro cuando estaban juntos y Pau se lo había contado todo cuando habían cortado.


—Eso no tiene futuro. Pedro no quiere sentirse atado —le había dicho entonces.


—Egoísta —le había dicho Clara.


De vuelta al presente, Pau asintió con la cabeza.


—Es el casero de mi abuela —le recordó a Clara—. ¿Por qué?


—Me lo encontré hace unos meses en una carnicería de Newport, y me sorprendió ver que se acordaba de mí. Me preguntó por ti.


—¿Pedro te preguntó por mí?


—Pensé que quizá habría cambiado de opinión.


—No —dijo Pau—. Eso no.



****

Debería haberle dicho que se llevaba a Hernan, pero… 


Quería su vida, tal y como era antes. Desde que Maggie se había roto la cadera y Pau había vuelto a aparecer en su vida, nada había vuelto a ser igual. Ella se había marchado tres años antes. Él se había enfadado mucho; estaba convencido de que volvería en cuanto se diera cuenta de lo que tenían… Pero ella no había vuelto. Y él había pasado página. Su vida no había vuelto a ser la misma sin ella, no obstante. Nadie podía hacerle reír como ella. Los recuerdos… Por ellos la había convencido para que no se llevara a Hernan a casa de Clara el día anterior. Por ellos había pasado el día a su lado, fabricando más recuerdos. En algún momento esperaba darse cuenta de que ella era una más, igual que el resto de mujeres, reemplazable,  olvidable… Pero no había funcionado. Y tenerla en su taller la noche anterior había empeorado mucho las cosas. Estaba contento de tenerla allí; había disfrutado de su presencia, de sus comentarios, de su conversación… Pero con Pau nunca tenía bastante, nunca era suficiente. Había intentado refugiarse en el trabajo. Se había dedicado a reparar esa pata rota del mueble, tratando de perderse en la madera, como siempre había hecho. Pero esa vez había sido imposible. Los recuerdos de ella le asaltaban sin tregua; el sonido de su risa le atormentaba… En su cabeza podía verla apartándose el pelo de la cara, mirándole con esos ojos cálidos y seductores… Ni siquiera había podido terminar de atornillar la pata al mueble… Los dedos le temblaban tanto… 


Había dejado el trabajo a medio hacer y había salido por la puerta como si lo persiguieran cien demonios, rumbo a DeSoto’s, el bar al que Milos y él no habían ido la noche anterior y en el que, según le decía su primo, las chicas eran incluso más guapas… Se había quedado hasta la hora del cierre y había ahogado sus penas en cerveza… y en los recuerdos de Pau.



****

El teléfono estaba sonando cuando Pau y Hernan volvieron de la casa de Clara. Hernan se estaba mordiendo el puño y dando patadas, dejándole claro que estaba hambriento, así que Pau lo puso sobre una manta, en el suelo, y puso un puñado de Cheerios en un bol a su lado, sabiendo que las chucherías terminarían por todo el suelo antes de que pudiera llevárselas a la boca.


Pero no importaba. Ya sabía que no. Ya conocía a Hernan. De repente sintió un gran amor por el pequeño y le alborotó el cabello al tiempo que respondía al teléfono.


—¿Hola?


Se oyó un sonido hueco y después una pausa.


—¿Con quién hablo? —preguntó una voz femenina en un tono de sospecha.


—¿Mariana?


—Sí. ¿Con quién hablo?


—Con Pau.


—¿Pau? —hubo una pausa—. ¿Qué estás haciendo ahí? —le preguntó Mariana. No había entusiasmo alguno en su voz.


—Tratando de localizarte —le dijo Pau, molesta, pero ecuánime—. Te he dejado mensajes.


—¿Por qué? ¿Qué pasó? Oh, Dios mío. ¡Es Hernan!


—No se trata de Hernan…


—El teléfono no me funciona aquí —dijo Mariana, interrumpiéndola—. ¡Sabía que pasaba algo! He llamado un montón de veces, cada vez que encontraba una cabina. ¡Pero nunca hay nadie en casa! ¿Qué pasa? ¿Dónde está la abuela? ¿Por qué me has dejado mensajes? ¿Dónde está Hernan?


Con cada pregunta Mariana parecía más y más nerviosa.


—Hernan está aquí mismo, comiéndose unos Cheerios.


—Oh —hubo una pausa—. Bueno, muy bien —añadió, algo más calmada—. ¿Pero entonces dónde está la abuela? ¿Por qué estás tú ahí? —la sospecha había vuelto a su voz—. ¿Qué pasa, Pau? ¿Por qué tienes a Hernan?


—Estoy tratando de decírtelo —dijo Pau con un poco menos de paciencia de la que hubiera querido tener—. La abuela se rompió la cadera. Está en el hospital.


—Oh, Dios mío. ¿Qué ha pasado?


Siendo tan escueta como le fue posible, Pau le contó todo lo que había pasado.


—Traté de comunicarme contigo desde el momento en que llegué. Llamé y dejé varios mensajes. Muchos.


—Bueno, yo también te hubiera dejado mensajes —le dijo Mariana, a la defensiva—. Pero la abuela no tiene contestador. Ya lo sabes. No es que me haya ido así como así y me haya desentendido de todo.


Eso era exactamente lo que parecía, pero Pau se dio cuenta de que Mariana probablemente decía la verdad. La casa había estado vacía todo el día y, debido a la diferencia de horarios, Mariana debía de estar ya en la cama, cuando ella llegaba del hospital.


—Lo sé —le dijo Pau, intentando apaciguar los ánimos—. Lo entiendo.


—Creo que no —dijo Mariana—. ¡Es mi hijo! Tú no tienes niños. ¿Cómo ibas a entenderlo?


Pau se sintió como si le acabaran de dar una bofetada en la cara. Las cosas siempre habían sido así con Mariana.


—No me hace falta tener niños propios para quererlos, Mariana.


—Ya.


—He cuidado bien de él. Hernan está bien.


—Bueno, gracias —dijo Mariana con reticencia unos segundos después—. ¿Le ha salido el diente? —le preguntó, repentinamente emocionada e impaciente—. Le estaba saliendo cuando me fui.


Pau oyó algo parecido a la preocupación de una madre en su voz.


—Sí que le han estado saliendo los dientes —no mencionó lo de los gritos, ni lo del extracto de vainilla.


—Llora y llora sin parar —le dijo Mariana—. Pobrecito. A veces no sé qué hacer. Quería traerle conmigo, pero… no debí marcharme… Tomaré el próximo vuelo.


Pau se sintió como si el aire huyera de sus pulmones.


—¿Vuelves a casa? No tienes por qué —le dijo—. Quiero decir que Hernan está en buenas manos. En serio. La abuela me dijo que tenías… cosas importantes que hacer.


—Te refieres a decirle a Dario que tiene un hijo, ¿no? —le dijo Mariana, tomándola por sorpresa.


Jamás hubiera esperado una admisión tan sincera por su parte.


—Sí, bueno, pero…


—A eso vine —le dijo Mariana con contundencia—. Él llamó y me pidió que viniera durante su permiso. Me llevé una gran sorpresa. Habíamos roto antes de enterarme de que estaba embarazada… Y después él me llamó… Fue toda una sorpresa. No fui capaz de decirle por teléfono lo de Hernan. Y no podía traerle conmigo, así que le pedí a la abuela que cuidara de él y me vine a Alemania.


—Y… ¿Ha ido todo bien?


—Sí —dijo Mariana con entusiasmo—. Nos hemos casado… Tiene tantas ganas de ver a Hernan. Le queda una semana más o menos. Ya verás cuando se lo diga. Estaremos ahí enseguida.


—Mariana, yo…


—Te llamo. Dale muchos besitos a mi niño de su mami.


Y así, sin más, Mariana colgó. Era tan típico de ella. Pau se quedó perpleja, con el auricular en la mano… De pronto Hernan dio un grito. Era evidente que los Cheerios no iban a ser suficiente.




FUTURO: CAPITULO 14





Era tan injusto. El hombre… el encanto… Esa sonrisa endiabladamente tentadora. Pero no eran solo los atributos físicos y la personalidad… También estaba la facilidad con la que se ocupaba de Hernan, su amor por la madera con la que trabajaba, la forma en que la escuchaba hablar de su trabajo… Incluso le preguntaba acerca de las marionetas… 


Debería haber dicho que no… Debería haber seguido de largo rumbo al apartamento de la abuela y haberle dejado llevarse a Hernan a su casa… Debería haberle dejado trabajar solo, mientras Hernan dormía.


Pero, en vez de hacer eso, como una tonta empedernida, o una fan enamorada, le había seguido hasta su taller, y había vuelto a caer bajo el influjo de Pedro Alfonso. El aparador iba a quedar impecable. Pau se lo podía imaginar con solo ver la parte que estaba restaurando. A lo largo de un siglo, había pasado por las manos de una serie de médicos de Nueva York, que lo habían usado para almacenar medicinas en sus consultas. Alguien había sustituido la parte superior a finales del siglo XIX, pero a Pau no le parecía que hubiera habido cambio alguno.


—¿Cómo lo sabes? —le preguntó ella. Y él le enseñó todos los cambios y reparaciones que le habían hecho a la pieza a lo largo de los años.


—Es igual que lo de tus muñecos de tela.


Pau deslizó una mano sobre el mueble, palpó la madera suave bajo las yemas de los dedos. Era suave al tacto, cálida, casi como la piel. Le recordaba aquellos tiempos en que había sido libre para tocar la piel de Pedro. Con solo pensar en ello, sintió que las mejillas se le encendían. Apartó la mano rápidamente.


—Debería irme, dejarte trabajar.


—Quédate —le dijo él—. Siéntate y habla conmigo. A veces es aburrido estar tan solo.


Ella parpadeó y después se le quedó mirando. Él nunca la había invitado a quedarse en su taller… Se había sentado en un taburete frente a su mesa de trabajo, y estaba desmontando uno de los pequeños cajones. Pau le observaba… Su interés estaba dividido entre el hombre y lo que sus dedos expertos hacían con la madera.


Se dijo a sí misma que se iría pronto. Pero todavía estaba ahí cuando Milos volvió de hacer surf. Y todavía seguía allí cuando Hernan se despertó y empezó a dar palmas. Le sacó de su cuna y lo llevó de vuelta al taller de Pedro.


Y todavía seguía allí cuando Milos anunció que iba a pedir una pizza y les preguntó cuál les apetecía.


—La de salchichas y champiñones —contestó Pedro—. Y una pequeña de vegetales con extra de aceitunas y corazones de alcachofas.


Pau, que llevaba un rato observando a Hernan mientras este intentaba subirse a la mesa, levantó la vista de repente. 


Pedro acababa de pedir su pizza favorita.


Él la miró fijamente a los ojos, y se encogió de hombros.


—¿Cómo iba a olvidar una pizza tan rara como esa?


Cuando por fin se llevó a Hernan al apartamento y lo acostó en la cama, no puedo evitar pararse a oscuras durante un rato en la cocina, y observarle a través de la ventana mientras trabajaba en su taller. Estaba sentado en su taburete, donde llevaba casi toda la tarde. El pelo le caía sobre la frente mientras trabajaba en unas de las patas dañadas del mueble. Ella le observaba con atención mientras trabajaba la madera y recordaba un tiempo en que esas manos se habían movido con la misma soltura sobre su cuerpo. De repente, él soltó la pata sobre su mesa de trabajo, bajó del taburete y desapareció. Sorprendida, Pau se quedó mirando el taburete vacío, la pata que había estado restaurando… Y entonces, la puerta trasera de la casa se abrió y Pedro salió. Ella retrocedió para que él no pudiera verla. Contuvo el aliento. Pero él no levantó la vista. 


Se puso una chaqueta y masculló algo por encima del hombro. Unos segundos más tarde, salió Milos, poniéndose una sudadera. El joven sonrió, dijo algo que Pau no pudo oír e hizo el típico gesto de una mujer con curvas… Pedro levantó las cejas, sonrió y asintió con la cabeza. No se dieron la vuelta ni volvieron hacia el garaje. Rodearon la casa y se dirigieron hacia la acera que daba al frente de la casa. Evidentemente, iban a ir andando adondequiera que fueran. Y a esa hora de la noche… Poco más de las nueve… 


Pau sabía muy bien qué establecimientos estaban abiertos… Restaurantes y bares… Ya habían cenado pizza con ella.


No. Nada había cambiado.


Pedro había salido a cazar. Otra vez.