jueves, 16 de febrero de 2017

FUTURO: CAPITULO 16





Tenía intención de dejar a Hernan en casa de Clara durante una hora el sábado por la mañana, pero el teléfono la despertó a eso de las siete.


—Déjame a Hernan aquí cuando te vayas al hospital —le dijo Pedro.


—Puedo llevarle a casa de Clara —dijo Pau, intentando despertarse.


Hernan también se había despertado.


—¿Estabas dormida?


—No, eh, bueno, sí. ¿Qué más da?


Él murmuró algo.


—Lo siento. Pensaba que Hernan ya te habría despertado.


—Hernan me ha dejado dormir un rato —Pau miró al niño y sonrió.


El pequeño se había incorporado del todo y la observaba con atención. De pronto extendió los brazos para que ella le pudiera recoger.


—Tenemos un acuerdo —le dijo.


—Suerte que tienes —dijo Pedro en un tono seco, pero parecía que lo decía de verdad.


Y era cierto. Se sentía afortunada de haber pasado esos días con Hernan. Hacían un buen equipo. Y no le gustaba la idea de que Mariana regresara tan pronto y se lo llevara. 


Suspiró.


—Mariana vuelve a casa.


—¿Qué? ¿Cuándo? —Pedro parecía tan sorprendido como ella.


Hernan dejó escapar un grito al ver que ella no le tomaba en brazos como esperaba.


—Mañana. Tengo que irme.


—Tráele —le dijo Pedro antes de que colgara.


—Pero…


—Hazlo. Ya me contarás lo de Mariana.


Viendo que no le quedaba elección, vistió a Hernan, le dio el desayuno, se dio una ducha y le llevó abajo. Pedro abrió la puerta del patio al mismo tiempo que ella, así que no tuvo oportunidad de cambiar de idea. Él tenía el pelo alborotado y una barba de medio día, pero por lo menos estaba vestido.


 Iba descalzo, no obstante. Le quitó a Hernan de los brazos.


—Pensaba que Maggie había dicho dos semanas.


Pau se encogió de hombros.


—Sí, bueno, por lo que se ve tiene un instinto muy maternal en el cuerpo. O a lo mejor es que no se fía mucho de mí.


—¿Te dijo eso? —le preguntó Pedro, claramente ofendido.


—Lo insinuó —dijo Pau, encogiéndose de hombros—. Pero no me sorprende. Siempre ha sido así conmigo. Pero esta vez creo que realmente estaba preocupada por Hernan. Se ha casado con su marine y vienen los dos. Dario también, para conocer a Hernan.


Pedro sacudió la cabeza y entonces esbozó una sonrisa.


—¿Qué te parece eso, Hernan? Vas a conocer a tu padre.


Hernan le devolvió la sonrisa y dio palmas.


—Pap… —dijo, agarrándole de las mejillas—. ¡Pap…!


Pau se sorprendió al ver que Pedro se sonrojaba.


—Yo no —le dijo al niño, como si Hernan tuviera idea de lo que estaba diciendo.


Pero a Hernan ya no le podían parar.


—Pap —volvió a decir, golpeando las mejillas de Pedro con ambas manitas—. Pap, pap, pap…


Era la primera vez que veía ponerse nervioso a Pedro.


—Creo que no está insistiendo en lo de la paternidad. Creo que solo está practicando con las consonantes.


Pedro la miró con ojos escépticos y entonces se enco gió de hombros.


—No quiero que se le meta ninguna idea rara en la cabeza.


—No.


Pau tampoco quería que se le metieran ideas raras en la cabeza, pero verle con ese bebé en los brazos resultaba una visión difícil de ignorar.


«Piensa en Adrian…», se dijo.


Y lo intentó. Pero fue un gran alivio que llegara el sábado por la tarde y que Adrian se presentara por fin.


—Paula —una sonrisa iluminó el rostro de Adrian cuando la vio junto a la cinta transportadora del equipaje.


—Por fin —Pau respiró hondo. Prácticamente se lanzó a sus brazos y le devolvió el beso con frenesí.


Fue Adrian quien rompió el beso y retrocedió. Arqueó las cejas, sorprendido.


—Vaya. A lo mejor deberías irte más a menudo —sonrió.


—No —Pau sacudió la cabeza—. ¿Has traído algo de equipaje?


—Solo voy a quedarme una noche.


Era cierto, pero una parte de ella esperaba que él decidiera quedarse algo más de tiempo.


—Regreso mañana por la tarde.


Pau trató de esconder su decepción y le agarró del brazo.


—No importa. Lo pasaremos muy bien mientras estés aquí.


Adrian esbozó su mejor sonrisa.


—¿Dónde está ese niño del que me has hablado? —le preguntó mientras caminaban hacia el coche. Miró a su alrededor, como si esperara encontrarse al niño escondido en algún sitio.


—Está con el vecino de la abuela —dijo Pau.


No había sido idea suya. Hubiera llevado a Hernan a conocer a Adrian, pero al volver del hospital se había encontrado con Milos en la puerta.


Pedro se lo llevó a la playa.


—¿Ahora? Hernan tiene que dormir su siesta.


—Y puede dormir mientras estés en el aeropuerto. No tardarán mucho. Pensó que te gustaría —le había dicho Milos—. Así tendrás más tiempo para estar con tu chico —Milos había arqueado una ceja de forma sugerente.


—¿Pedro te dijo eso?


—Bueno, en realidad dijo que iba a enseñarle a ligar con chicas.


Pau sí se creía esa parte.


—Ya sabe hacerlo —le había dicho ella—. Volveremos a recogerle tan pronto como podamos —le había dicho, dirigiéndose hacia el garaje.


Desde el momento en que Adrian subió al coche, se dedicó a mirarle, tratando de memorizar cada rasgo, recordando todo lo que le gustaba de él… Todas aquellas cosas en las que le ganaba a Pedro. Y no era difícil.


—Vamos a un centro comercial lujoso —le dijo al tiempo que ella salía del aeropuerto y se dirigía hacia el oeste—. ¿Hay alguno en el sur de California?


Ese era su único fallo. Como buen norteño que era, no se encontraba muy a gusto en el sur del estado.


—Sorprendentemente, sí que tenemos.


Él pareció dudarlo.


Le llevó a Neiman Marcus. No se podía ir a un sitio más chic que ese, ni siquiera en San Francisco. Adrian suspiró aliviado cuando atravesaron las puertas.


—Sí. Podemos encontrar algo aquí.


Pau encontró algo en un par de minutos. Adrian quería que se probara varias cosas, comparar vestidos, evaluar los pros y los contras. Pero Pau no necesitaba desfilar con vestidos que la envolvían en volantes y la hacían parecer una tarta.


El traje que había escogido bien podría haber sido una copia de un despampanante vestido que había llevado una dama de honor en la última boda de la realeza británica, pero el azul era más oscuro. Se lo probó. Le quedaba muy bien y se ceñía a sus curvas lo suficiente como para permitirle enseñar que sí las tenía. El escote era discreto, pero insinuante. Y sobre todo, el modelo no chocaba con su pelo rojo. ¿Por qué iba a mirar más?


—A lo mejor ves algo que te gusta más.


—No —le aseguró Pau.


Debió de ser muy firme con su respuesta porque Adrian pareció rendirse. Miró el reloj.


—Te ha llevado menos de una hora. Debes de ser la única mujer en el mundo capaz de hacer eso.


Pau lo dudaba, pero no iba a discutir.


Adrian también quería comprarle zapatos, pero Pau se negó.


—Tengo zapatos. Quiero llevar zapatos cómodos.


—No irás a llevar esas viejas sandalias.


—No, no —le aseguró ella.


Sabía a cuáles se refería. Solía llevarlas al trabajo. Eran las sandalias más cómodas del mundo.


—Tengo otro par más elegante —le dijo, sabiendo que esa palabra aplacaría sus miedos—. Será mejor que nos demos prisa. Quiero pasar por el hospital antes de ir a recoger a Hernan.


Llevar a Adrian al hospital entrañaba cierto riesgo. No sabía muy bien qué haría o diría la abuela, pero por lo menos así sabría si era buena idea proponerle lo de San Francisco.


Cuando entraron en la habitación, Pau contuvo el aliento. 


Pero Adrian siempre se mostraba educado y agradable y, al parecer, la abuela estaba de muy buen humor. Estaba mucho más animada que cuando Pau había hablado con ella el día anterior. Debía de haberse dado cuenta de que ir a San Francisco no era una mala idea. Adrian le puso el brazo
sobre los hombros.


—¿Y cómo iba a resistirme cuando me dijo que me necesitaba? —exclamó, dirigiéndose a Maggie.


La abuela levantó las cejas. Le miró y después miró a Pau.


—¿Dijo eso?


Adrian asintió, sonriente, y le dio un apretón de hombros a su prometida.


Maggie la miró fijamente, aguzando la mirada. Pau se puso nerviosa.


—Le echaba de menos —dijo, a la defensiva.


—Claro —dijo Maggie, pero no parecía muy convencida.


Adrian, por el contrario, parecía pensar que la anciana estaba totalmente de acuerdo.


—Yo pensaba que estabas demasiado ocupada —dijo Maggie.


Pau no contestó a eso. Cambió de tema. Abrió la bolsa del vestido y se lo enseñó a su abuela mientras le contaba lo de la fiesta.


—¿Es el próximo fin de semana? —le preguntó, después de admirar el vestido durante unos segundos.


—El sábado —dijo Pau.


—¿Te vas? —una luz se apagó en su mirada—. ¿Y si te necesito?


Pau abrió los ojos, sorprendida, y entonces arrugó los párpados, haciendo un gesto de sospecha. Sin embargo, la abuela se limitó a devolverle la mirada sin artificio alguno, con las cejas arqueadas como si albergara una gran esperanza.


—No me iré para siempre —le dijo Pau—. Y tú puedes venir en cuanto te den el alta.


Todavía no estaba segura de si debía sugerirle que se quedara con Adrian durante esas semanas.


—Adrian me puede ayudar a buscar un sitio para ti —le dijo finalmente.


—Oh, no —dijo Maggie de inmediato—. Eso no es necesario. Me quedo con Pedro.


—¿Qué?


—Ya hablamos de eso ayer. Me dijo que te lo había comentado —le lanzó una mirada acusadora a Pau.


—Me lo comentó de pasada, cuando estabas en el quirófano. No hemos hablado de ello desde entonces. No sabía si él seguía pensando en ello.


—Bueno, pues sí que lo tiene en mente. Me lo dijo.


—No sé —dijo Pau.


No parecía que Maggie fuera a ser fácil de convencer.


—Es muy amable de su parte —dijo Adrian—. Y mucho menos estresante para tu abuela que venir a la ciudad. No creo que eso sea fácil para ella.


De repente Adrian y la abuela se confabularon en su contra.


 Pau sabía que era inútil ponerse a discutir.


—Ya veremos —dijo.


—Es un chico entrañable —dijo la abuela, satisfecha.


¿Pedro? ¿Un chico entrañable? En absoluto. ¿Y por qué no le había dicho que había hablado con la abuela?


—Vino a verme anoche —dijo Maggie—. Me trajo unas flores —le dijo a Adrian con orgullo, señalando el bouquet de margaritas que estaba junto a la ventana.


Pau había reparado en las flores que estaba en la mesa, pero en ese momento las miró mejor.


—¡Son tus flores!


Estaban en un tarro de mermelada. Y podía reconocerlas muy bien. Crecían en el jardín que estaba al lado de la casa.


—Ahora también son las flores de Pedro —dijo la abuela—. Es su casa. Además, aunque yo fui quien las plantó, fue él quien pensó en traerlas. Es el pensamiento lo que cuenta.


Pau sabía que no iba a conseguir decir la última palabra, así que fue hasta la cama y besó a su abuela en la mejilla.


—Te veo mañana —le prometió.


Su abuela le tocó la mejilla y la miró a los ojos un instante. 


Después miró a Adrian, que estaba parado junto a la ventana. Pau creyó verla fruncir el ceño, pero no quiso darle demasiadas vueltas. Se incorporó, esbozó una gran sonrisa para su abuela, se despidió con un gesto y agarró la mano de Adrian con firmeza.


—Vámonos, Adrian.










No hay comentarios.:

Publicar un comentario