jueves, 16 de febrero de 2017

FUTURO: CAPITULO 15






CUANDO Pau bajó con Hernan a la mañana siguiente no había ni rastro de Pedro. No estaba fuera trabajando. Se sintió tentada de seguir de largo, pero no lo hizo porque no quería que la acusaran de salir corriendo, así que llamó a la puerta de atrás alrededor de las nueve y media de la mañana. Todavía estaba nublado y la mañana de marzo parecía mucho más fría de lo que marcaban los termómetros. Pau se estremeció un poco mientras esperaba a que él abriera. Y se estremeció más al ver que él no salía. 


Volvió a llamar.


—¿Pa…? —dijo Hernan, esperanzado.


No podía ser «papá». Hernan no había conocido al suyo. No obstante, resultó un poco desconcertante oírlo.


—No lo es —le dijo Pau, por si acaso.


Pedro abrió la puerta de par en par en ese momento, sin camisa, sin afeitar, y con cara de pocos amigos. Tenía el pelo de punta, despeinado.


—Oh, vaya, lo siento. Te he despertado —Pau se preguntó si estaría solo en la cama y su cara debió de delatarla.


Él pareció enfadarse aún más, pero no dijo nada.


—No debería haber venido. Solo quería que supieras que voy a llevar a Hernan a la casa de Clara esta mañana —le dijo con firmeza. Esa vez no iba a convencerla para que no lo hiciera.


—Haz lo que quieras —le dijo Pedro en un tono cortante.


—Lo haré. Vuelve a la cama —le dijo.


Dio media vuelta y salió de la casa. Metió a Hernan en el coche y se puso en camino.


«Lo has conseguido…», se dijo, mientras conducía.


Tenía fuerza de voluntad, poder de decisión… Sentido común. A lo mejor no había hecho lo que quería hacer, pero sí lo que necesitaba hacer. A lo mejor por fin estaba superando esa necesidad que siempre había sentido por los finales felices.


—Está evolucionando muy bien —le dijo el doctor Singh.


Había ido a ver a su abuela y después se había reunido con ella en el área de espera.


—Es una persona con mucha fuerza de voluntad. Está deseando volver a su casa. La señora Newell es una mujer extraordinaria.


—Lo es.


—Probablemente pueda empezar con la terapia dentro de una semana. Podemos buscarle un sitio, ya que vive en un primer piso.


—Sí, aunque también estaba pensando que podría llevármela conmigo a San Francisco. Allí podríamos buscar un lugar que fuera apropiado para ella. Mi casa no lo es. Pero la casa de mi prometido sí. O también puedo buscarle un sitio cercano a mi casa —no mencionó la oferta de Pedro. No era su primera opción, en absoluto.


—Es una posibilidad —dijo el médico—. Habría que buscarle otro médico y otro terapeuta. Pero podemos hacerlo. 


Debería hablar con su abuela. Lo que sea más cómodo para ella es lo mejor. Se esforzará más para mejorar si está contenta y ve que puede conseguirlo.


Pau estuvo de acuerdo.


—Hablaré con ella.


De camino a la habitación de su abuela, ensayó la conversación una y otra vez.


—Buenas noticias —le dijo con alegría—. En una semana estarás fuera de aquí.


—¿Una semana? —la abuela parecía consternada.


—Están muy contentos con tu evolución. El doctor Singh dice que puedo hacer preparativos en cuanto salgas.


—Me voy a casa.


—Eso sería estupendo —dijo Pau—. Pero todavía no vas a poder subir las escaleras. He pensado que podrías venirte a San Francisco conmigo durante una temporada.


—Tú también vives en alto.


—Puedo buscarte un sitio donde te puedan hacer la rehabilitación durante un tiempo —Pau puso su mejor cara—. Sería algo temporal.


Maggie se vino abajo.


—O quizá… —dijo Pau—. Podrías quedarte con Adrian.


Maggie apretó los labios.


—No creo que a Adrian le guste la idea.


—Claro que sí —dijo Pau con más confianza de la que sentía.


Adrian era una persona difícil de convencer, como buen banquero que era. La flexibilidad no era uno de sus puntos fuertes. Pero sí que era razonable.


No le mencionó la oferta de Pedro, no obstante. Su ofrecimiento había sido demasiado precipitado. Él hacía cosas así, pero seguramente tampoco querría un cambio tan grande en su vida. No quería que nadie limitara su libertad.


—Ya pensaremos en algo —dijo Pau.


—Practicaré lo de subir escaleras —dijo la abuela.


—Cuando la terapeuta diga que puedes.


Maggie puso una cara que no dejaba lugar a dudas. Para cuando se marchó de la habitación, Pau ya sabía que su abuela estaba decidida…


Hernan se había acostumbrado muy bien a Clara y a sus hijos. Eran dos, un niño de un año llamado Andrew y una niña de cuatro llamada Izzy. Según su madre, a Izzy le encantaban los bebés y era evidente que estaba encantada con Hernan. Este también la adoraba y la seguía a todas partes a gatas.


—Necesita una hermana mayor —dijo Clara, riendo.


—Bueno, no creo que vaya a tener una —contestó Pau—. Pero a lo mejor tendrá una más pequeña algún día… Gracias por cuidar de él —le dijo a Clara.


—De nada. Cuando quieras, me lo dejas. Ojalá vivieras más cerca. Ya no te vemos como antes. Podrías volver.


—No lo creo —dijo Pau.


—Oh, bueno. Me ha gustado verte esta vez, aunque sea —Clara le dio un abrazo y la acompañó a la puerta—. ¿Has visto a Pedro?


Pau no esperaba esa pregunta y oír su nombre fue como una bofetada en la cara. No debería haberse sorprendido, no obstante. Clara había conocido a Pedro cuando estaban juntos y Pau se lo había contado todo cuando habían cortado.


—Eso no tiene futuro. Pedro no quiere sentirse atado —le había dicho entonces.


—Egoísta —le había dicho Clara.


De vuelta al presente, Pau asintió con la cabeza.


—Es el casero de mi abuela —le recordó a Clara—. ¿Por qué?


—Me lo encontré hace unos meses en una carnicería de Newport, y me sorprendió ver que se acordaba de mí. Me preguntó por ti.


—¿Pedro te preguntó por mí?


—Pensé que quizá habría cambiado de opinión.


—No —dijo Pau—. Eso no.



****

Debería haberle dicho que se llevaba a Hernan, pero… 


Quería su vida, tal y como era antes. Desde que Maggie se había roto la cadera y Pau había vuelto a aparecer en su vida, nada había vuelto a ser igual. Ella se había marchado tres años antes. Él se había enfadado mucho; estaba convencido de que volvería en cuanto se diera cuenta de lo que tenían… Pero ella no había vuelto. Y él había pasado página. Su vida no había vuelto a ser la misma sin ella, no obstante. Nadie podía hacerle reír como ella. Los recuerdos… Por ellos la había convencido para que no se llevara a Hernan a casa de Clara el día anterior. Por ellos había pasado el día a su lado, fabricando más recuerdos. En algún momento esperaba darse cuenta de que ella era una más, igual que el resto de mujeres, reemplazable,  olvidable… Pero no había funcionado. Y tenerla en su taller la noche anterior había empeorado mucho las cosas. Estaba contento de tenerla allí; había disfrutado de su presencia, de sus comentarios, de su conversación… Pero con Pau nunca tenía bastante, nunca era suficiente. Había intentado refugiarse en el trabajo. Se había dedicado a reparar esa pata rota del mueble, tratando de perderse en la madera, como siempre había hecho. Pero esa vez había sido imposible. Los recuerdos de ella le asaltaban sin tregua; el sonido de su risa le atormentaba… En su cabeza podía verla apartándose el pelo de la cara, mirándole con esos ojos cálidos y seductores… Ni siquiera había podido terminar de atornillar la pata al mueble… Los dedos le temblaban tanto… 


Había dejado el trabajo a medio hacer y había salido por la puerta como si lo persiguieran cien demonios, rumbo a DeSoto’s, el bar al que Milos y él no habían ido la noche anterior y en el que, según le decía su primo, las chicas eran incluso más guapas… Se había quedado hasta la hora del cierre y había ahogado sus penas en cerveza… y en los recuerdos de Pau.



****

El teléfono estaba sonando cuando Pau y Hernan volvieron de la casa de Clara. Hernan se estaba mordiendo el puño y dando patadas, dejándole claro que estaba hambriento, así que Pau lo puso sobre una manta, en el suelo, y puso un puñado de Cheerios en un bol a su lado, sabiendo que las chucherías terminarían por todo el suelo antes de que pudiera llevárselas a la boca.


Pero no importaba. Ya sabía que no. Ya conocía a Hernan. De repente sintió un gran amor por el pequeño y le alborotó el cabello al tiempo que respondía al teléfono.


—¿Hola?


Se oyó un sonido hueco y después una pausa.


—¿Con quién hablo? —preguntó una voz femenina en un tono de sospecha.


—¿Mariana?


—Sí. ¿Con quién hablo?


—Con Pau.


—¿Pau? —hubo una pausa—. ¿Qué estás haciendo ahí? —le preguntó Mariana. No había entusiasmo alguno en su voz.


—Tratando de localizarte —le dijo Pau, molesta, pero ecuánime—. Te he dejado mensajes.


—¿Por qué? ¿Qué pasó? Oh, Dios mío. ¡Es Hernan!


—No se trata de Hernan…


—El teléfono no me funciona aquí —dijo Mariana, interrumpiéndola—. ¡Sabía que pasaba algo! He llamado un montón de veces, cada vez que encontraba una cabina. ¡Pero nunca hay nadie en casa! ¿Qué pasa? ¿Dónde está la abuela? ¿Por qué me has dejado mensajes? ¿Dónde está Hernan?


Con cada pregunta Mariana parecía más y más nerviosa.


—Hernan está aquí mismo, comiéndose unos Cheerios.


—Oh —hubo una pausa—. Bueno, muy bien —añadió, algo más calmada—. ¿Pero entonces dónde está la abuela? ¿Por qué estás tú ahí? —la sospecha había vuelto a su voz—. ¿Qué pasa, Pau? ¿Por qué tienes a Hernan?


—Estoy tratando de decírtelo —dijo Pau con un poco menos de paciencia de la que hubiera querido tener—. La abuela se rompió la cadera. Está en el hospital.


—Oh, Dios mío. ¿Qué ha pasado?


Siendo tan escueta como le fue posible, Pau le contó todo lo que había pasado.


—Traté de comunicarme contigo desde el momento en que llegué. Llamé y dejé varios mensajes. Muchos.


—Bueno, yo también te hubiera dejado mensajes —le dijo Mariana, a la defensiva—. Pero la abuela no tiene contestador. Ya lo sabes. No es que me haya ido así como así y me haya desentendido de todo.


Eso era exactamente lo que parecía, pero Pau se dio cuenta de que Mariana probablemente decía la verdad. La casa había estado vacía todo el día y, debido a la diferencia de horarios, Mariana debía de estar ya en la cama, cuando ella llegaba del hospital.


—Lo sé —le dijo Pau, intentando apaciguar los ánimos—. Lo entiendo.


—Creo que no —dijo Mariana—. ¡Es mi hijo! Tú no tienes niños. ¿Cómo ibas a entenderlo?


Pau se sintió como si le acabaran de dar una bofetada en la cara. Las cosas siempre habían sido así con Mariana.


—No me hace falta tener niños propios para quererlos, Mariana.


—Ya.


—He cuidado bien de él. Hernan está bien.


—Bueno, gracias —dijo Mariana con reticencia unos segundos después—. ¿Le ha salido el diente? —le preguntó, repentinamente emocionada e impaciente—. Le estaba saliendo cuando me fui.


Pau oyó algo parecido a la preocupación de una madre en su voz.


—Sí que le han estado saliendo los dientes —no mencionó lo de los gritos, ni lo del extracto de vainilla.


—Llora y llora sin parar —le dijo Mariana—. Pobrecito. A veces no sé qué hacer. Quería traerle conmigo, pero… no debí marcharme… Tomaré el próximo vuelo.


Pau se sintió como si el aire huyera de sus pulmones.


—¿Vuelves a casa? No tienes por qué —le dijo—. Quiero decir que Hernan está en buenas manos. En serio. La abuela me dijo que tenías… cosas importantes que hacer.


—Te refieres a decirle a Dario que tiene un hijo, ¿no? —le dijo Mariana, tomándola por sorpresa.


Jamás hubiera esperado una admisión tan sincera por su parte.


—Sí, bueno, pero…


—A eso vine —le dijo Mariana con contundencia—. Él llamó y me pidió que viniera durante su permiso. Me llevé una gran sorpresa. Habíamos roto antes de enterarme de que estaba embarazada… Y después él me llamó… Fue toda una sorpresa. No fui capaz de decirle por teléfono lo de Hernan. Y no podía traerle conmigo, así que le pedí a la abuela que cuidara de él y me vine a Alemania.


—Y… ¿Ha ido todo bien?


—Sí —dijo Mariana con entusiasmo—. Nos hemos casado… Tiene tantas ganas de ver a Hernan. Le queda una semana más o menos. Ya verás cuando se lo diga. Estaremos ahí enseguida.


—Mariana, yo…


—Te llamo. Dale muchos besitos a mi niño de su mami.


Y así, sin más, Mariana colgó. Era tan típico de ella. Pau se quedó perpleja, con el auricular en la mano… De pronto Hernan dio un grito. Era evidente que los Cheerios no iban a ser suficiente.




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