jueves, 16 de febrero de 2017

FUTURO: CAPITULO 14





Era tan injusto. El hombre… el encanto… Esa sonrisa endiabladamente tentadora. Pero no eran solo los atributos físicos y la personalidad… También estaba la facilidad con la que se ocupaba de Hernan, su amor por la madera con la que trabajaba, la forma en que la escuchaba hablar de su trabajo… Incluso le preguntaba acerca de las marionetas… 


Debería haber dicho que no… Debería haber seguido de largo rumbo al apartamento de la abuela y haberle dejado llevarse a Hernan a su casa… Debería haberle dejado trabajar solo, mientras Hernan dormía.


Pero, en vez de hacer eso, como una tonta empedernida, o una fan enamorada, le había seguido hasta su taller, y había vuelto a caer bajo el influjo de Pedro Alfonso. El aparador iba a quedar impecable. Pau se lo podía imaginar con solo ver la parte que estaba restaurando. A lo largo de un siglo, había pasado por las manos de una serie de médicos de Nueva York, que lo habían usado para almacenar medicinas en sus consultas. Alguien había sustituido la parte superior a finales del siglo XIX, pero a Pau no le parecía que hubiera habido cambio alguno.


—¿Cómo lo sabes? —le preguntó ella. Y él le enseñó todos los cambios y reparaciones que le habían hecho a la pieza a lo largo de los años.


—Es igual que lo de tus muñecos de tela.


Pau deslizó una mano sobre el mueble, palpó la madera suave bajo las yemas de los dedos. Era suave al tacto, cálida, casi como la piel. Le recordaba aquellos tiempos en que había sido libre para tocar la piel de Pedro. Con solo pensar en ello, sintió que las mejillas se le encendían. Apartó la mano rápidamente.


—Debería irme, dejarte trabajar.


—Quédate —le dijo él—. Siéntate y habla conmigo. A veces es aburrido estar tan solo.


Ella parpadeó y después se le quedó mirando. Él nunca la había invitado a quedarse en su taller… Se había sentado en un taburete frente a su mesa de trabajo, y estaba desmontando uno de los pequeños cajones. Pau le observaba… Su interés estaba dividido entre el hombre y lo que sus dedos expertos hacían con la madera.


Se dijo a sí misma que se iría pronto. Pero todavía estaba ahí cuando Milos volvió de hacer surf. Y todavía seguía allí cuando Hernan se despertó y empezó a dar palmas. Le sacó de su cuna y lo llevó de vuelta al taller de Pedro.


Y todavía seguía allí cuando Milos anunció que iba a pedir una pizza y les preguntó cuál les apetecía.


—La de salchichas y champiñones —contestó Pedro—. Y una pequeña de vegetales con extra de aceitunas y corazones de alcachofas.


Pau, que llevaba un rato observando a Hernan mientras este intentaba subirse a la mesa, levantó la vista de repente. 


Pedro acababa de pedir su pizza favorita.


Él la miró fijamente a los ojos, y se encogió de hombros.


—¿Cómo iba a olvidar una pizza tan rara como esa?


Cuando por fin se llevó a Hernan al apartamento y lo acostó en la cama, no puedo evitar pararse a oscuras durante un rato en la cocina, y observarle a través de la ventana mientras trabajaba en su taller. Estaba sentado en su taburete, donde llevaba casi toda la tarde. El pelo le caía sobre la frente mientras trabajaba en unas de las patas dañadas del mueble. Ella le observaba con atención mientras trabajaba la madera y recordaba un tiempo en que esas manos se habían movido con la misma soltura sobre su cuerpo. De repente, él soltó la pata sobre su mesa de trabajo, bajó del taburete y desapareció. Sorprendida, Pau se quedó mirando el taburete vacío, la pata que había estado restaurando… Y entonces, la puerta trasera de la casa se abrió y Pedro salió. Ella retrocedió para que él no pudiera verla. Contuvo el aliento. Pero él no levantó la vista. 


Se puso una chaqueta y masculló algo por encima del hombro. Unos segundos más tarde, salió Milos, poniéndose una sudadera. El joven sonrió, dijo algo que Pau no pudo oír e hizo el típico gesto de una mujer con curvas… Pedro levantó las cejas, sonrió y asintió con la cabeza. No se dieron la vuelta ni volvieron hacia el garaje. Rodearon la casa y se dirigieron hacia la acera que daba al frente de la casa. Evidentemente, iban a ir andando adondequiera que fueran. Y a esa hora de la noche… Poco más de las nueve… 


Pau sabía muy bien qué establecimientos estaban abiertos… Restaurantes y bares… Ya habían cenado pizza con ella.


No. Nada había cambiado.


Pedro había salido a cazar. Otra vez.



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