viernes, 27 de enero de 2017

LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 2





—¿Qué demonios quieres, Alfonso?


«Llevaros a ti y a tu hija al infierno conmigo», pensó Pedro Alfonso, pero en lugar de contestar a la pregunta de Roberto Chaves se inclinó sobre el escritorio.


Allí, en el inmenso estudio de la mansión de Chaves, sin prestar atención al esplendor que lo rodeaba, Pedro puso lentamente sus puños sobre la mesa y miró al hombre que estaba al otro lado.


Tenía que reconocerle su mérito a Chaves. El viejo no se dejaba impresionar ante dos metros de puro músculo. 


Tampoco se estremeció al ver que el descendiente de italianos se inclinaba hacia delante.


De pronto, Chaves parpadeó. Así que su viejo mentor estaba nervioso. Pedro entrecerró los ojos mientras Chaves comprobaba que sus secuaces estuvieran en su sitio. A Pedro no le preocupaba la presencia de David Matthews, el asesor legal de Chavesco, ni del joven musculoso junto a él, que portaba una pistola y que parecía estar preparado para entrar en acción. Pero el hombre siniestro que estaba al otro lado de la habitación, era otra historia. Arturo Pascal era un hombre al que no se debía de perder de vista.


El sudor en la frente de Chaves produjo enorme satisfacción a Pedro. Iba a tener que sudar mucho más antes de que todo aquello terminara.


—Te dije ayer por teléfono que te compensaría —dijo Roberto Chaves señalando la pila de documentos que había en un extremo de la mesa—. Firma el contrato que David Matthews ha preparado y me aseguraré de que todo el dinero se transfiera a la cuenta bancaria que me indiques.


Pedro tensó la mandíbula.


—Ninguna cantidad podrá compensar todo lo que he perdido.


Roberto Chaves frunció el ceño.


—¿Qué es lo que quieres?


—¡Todo!


—¿Todo? ¿Qué quieres decir con todo?


Por primera vez, se le veía desconcertado. Chaves era bueno, muy bueno. Dos días después de recibir la llamada del abogado, Pedro había volado al pie de la cama de su padre enfermo, quien le había hecho prometer que le daría un nieto.


Tiempo atrás, en un cementerio a las afueras de Milán, con el corazón lleno de dolor y pena, Pedro había prometido venganza sobre la tumba de Lucia. Ahora, después de cuatro años tenía una misión: regresar a Nueva Zelanda y hacer pagar a Roberto Chaves y a su hija. Pero no podría cumplir uno de sus objetivos, puesto que Catalina se había casado.


Pedro sonrió lentamente, mientras comprobaba cómo los ojos grises del viejo se llenaban de miedo.


—¿No entiendes la palabra todo? —preguntó Pedro con tono burlón—. Quizá necesites un diccionario para buscar su significado —y arqueando una ceja, añadió—. ¿O acaso no entiendes mi acento?


—Tu inglés es impecable, Alfonso, como no podía ser de otra manera después de una década en Nueva Zelanda.


Pedro sintió deseos de dar un puñetazo al otro hombre, pero se contuvo. No quería ser arrestado, aunque tampoco le importaba nada ya. La frente de Chaves continuó llenándose de perlas de sudor.


—¿Qué quieres?


—Quiero que me devuelvas mis acciones de Chavesco Security y me compenses por todo lo que he perdido.


—Hecho —dijo Chaves con voz de alivio.


—Aún hay algo más que quiero.


—¿Cuánto? —preguntó Chaves mirando con desprecio a Pedro.


Pedro cerró los puños, luchando contra la furia y el dolor que amenazaban con hacerle salir corriendo. Era evidente que Chaves todavía pensaba que podía comprarle. Hubo un tiempo en que la riqueza de Roberto Chaves le había impresionado, pero ahora, ya no necesitaba a Roberto Chaves ni a Sinco Security. Su fortuna era inmensa y por ella había tenido que pagar un alto precio.


Pero Chaves no lo sabía. Él pensaba que estaba tratando con un nómada sin raíces al que había llevado al exilio.


—No quiero tu sucio dinero —dijo Pedro entre dientes.


—Entonces, ¿qué quieres, Alfonso?


Si Chaves supiera...


Pedro se quedó pensativo por unos instantes, buscando las palabras que le habría dicho cuatro años atrás, cuando perdió todo el respeto por el hombre que tenía frente a él. La respuesta llegó al cabo de unos segundos, al encontrarse con la gélida mirada de Chaves.


—Quiero volver a formar parte del consejo de Sinco.


Se había dejado la piel trabajando para que Chavesco Security fuera lo que era hoy en día. Había sido idea suya proveer de seguridad a los ricos, haciendo que Chavesco se convirtiera en una compañía de prestigio en Australia y gran parte de Asia.


—Y no quiero cualquier cargo, quiero ser el consejero.


—Imposible, ese cargo ya está ocupado —dijo Chaves y su frente se arrugó—. Venga, Alfonso. Soy un hombre razonable y estoy tratando de hacer todo lo posible por contentarte.


Bruscamente, Pedro se puso de pie y se dirigió a la puerta.


—¿Adónde vas? —preguntó Chaves alarmado.


Pedro se dio media vuelta y se pasó la mano por el pelo.


—A que me hagan unas fotos. Los periódicos van a necesitarlas. Ah, y quizá también llame a algún canal de televisión. A ver quién me hace la mejor oferta—dijo mostrando una sonrisa despreocupada—. Ciao.


Lo cierto es que no tenía ninguna intención de vender su historia a los tabloides, pero eso no lo sabía su interlocutor. 


Al girarse hacia la puerta, Pedro oyó el rechinar de los dientes de Chaves.



—No tan deprisa, Alfonso—dijo Chaves por fin, haciendo que Pedro sonriera para sus adentros.


Pedro se detuvo y se giró sobre sus talones. No había ninguna duda de que era la primera vez que Chaves pedía algo en su vida.







LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 1





Ya estaba hecho.


Paula Chaves dejó escapar el aire que llevaba conteniendo todo el día y colocó el ramo de flores en un jarrón. Por fin, Cata se había casado.


Después de años cuidando de su hermana, sacándola de aprietos, Catalina había dejado de ser un problema. Ahora tenía un marido y Paula podía relajarse.


La boda del año había sido fastuosa, llena de arreglos florales y champán francés. No exactamente lo que había imaginado para su rebelde hermana, pero aun así, Cata había brillado con un impresionante vestido y el cabello enmarcando su rostro, inesperadamente pálido.


Al terminar la fiesta, Cata se había girado, había escrutado a la multitud y había lanzado el ramo, que había ido a parar a las manos de Paula. Sujetándolo y embriagada por el olor de las flores, Paula se había quedado de piedra. Aquel ramo no iba a proporcionarle un marido y mucho menos, al hombre de sus sueños.


Paula confiaba que Manuel Lester, consejero de la compañía de su padre y recién convertido en su cuñado, supiera en lo que se estaba metiendo. Catalina se merecía un poco de felicidad, después del dolor y humillación que Pedro Alfonso le había hecho pasar cuatro años atrás.


No, no estaba dispuesta a pensar en aquel hombre el día de la boda de Cata. Por lo que a ella incumbía, podía arder en el infierno. Paula miró su reloj de oro. A esa hora, Cata y Manuel debían de estar en la suite real del Hilton, con vistas a los lujosos yates del puerto de Auckland. Al día siguiente, volarían a Fiji.


Paula se soltó el pelo y sacudió la cabeza. Se quitó el vestido magenta que había llevado durante todo el día y lo colgó en una percha, aunque nunca más volvería a ponérselo. Aquel color tan intenso no era de su gusto, pero no lo había elegido ella. Hubiera preferido un tono azul, pero ¿cómo discutir con una novia?


Se daría una rápida ducha e iría al encuentro de su padre para ver de qué quería hablarle. Quizá incluso tuviera oportunidad de echar un vistazo al informe que había preparado el día anterior antes de irse a la cama. El trabajo era algo que se le daba mucho mejor que las bodas.





LA VENGANZA DE UN HOMBRE: SINOPSIS






La venganza había sido su única compañera de cama...


El ejecutivo italiano Pedro Alfonso no se detendría ante nada hasta haber llevado a cabo su venganza y haber destruido por completo a la familia Chaves. Convertir en su esposa a Paula Chaves, la hija mayor, no era más que el comienzo. 


Dejarla embarazada para que trajera al mundo a su heredero sería la prueba definitiva de su triunfo. ¿Pero enamorarse de la mujer con la que se había casado por venganza? Eso era algo que jamás habría imaginado que podría suceder... como tampoco había imaginado los secretos que saldrían a la luz con su unión...






jueves, 26 de enero de 2017

UN SECRETO: CAPITULO FINAL





—¿Quién es ése? —le preguntó Paula a Pedro. Tal y como había prometido, él había estado a su lado, abrazándola posesivamente por la cintura y dejando claro a todos los allí presentes que ella estaba con él.


—¿Quién?


—Ese hombre alto y guapo que ha estado mirando a Briana como si se hubiera quedado embelesado. Ha despertado interés en varios periodistas.


—Ése es Javier Hammond —contestó Pedro—. Y los periodistas están fascinados con el hecho de que haya venido un Hammond. Están esperando por si hay algún nuevo escándalo esta noche.


—¿Ése es Javier Hammond? Es gracioso, pero no se parece en nada a como yo me lo había imaginado. Es muy diferente de Mateo.


—No son hermanos de sangre. Mi tía Catherine y mi tío Oliver no podían tener hijos.


—¿Así que Javier es adoptado? —supuso Paula.


—Sí. Pero ha sido criado como un Hammond, por lo que debes advertirle a Briana que tenga cuidado con él —masculló Pedro.


Las modelos estaban desfilando en el escenario con las espectaculares joyas Alfonso y el público aplaudía entusiasmado.


—A juzgar por la apreciación del público, se diría que la exposición está siendo todo un éxito —comentó entonces Pedro.


—Creo que tienes razón —concedió Paula, asintiendo con la cabeza.


—Gran parte de este éxito se debe a ti —dijo él, que se sentía orgulloso de ella.


Cuando la música comenzó a sonar más alta, Paula se dirigió de nuevo a él.


—El final se está acercando.


Entonces apareció Briana. Bajó las escaleras del escenario vestida con un exquisito y simple vestido de novia. La seguían tres modelos vestidas de damas de honor que llevaban rosas blancas y unos espectaculares diamantes. 


Briana llevaba colgado del cuello un solo diamante…


—¡La Estrella del desierto! —gritó alguien al lado de ellos.


Entonces los aplausos inundaron la sala.


—Mira la expresión de Javier Hammond —le susurró Paula a Pedro—. Está destrozado.


—No debe de ser nada fácil para Javier. No olvides quién es su hermano y quién era la hermana de Briana.


—Oh… Mateo y Marise.


—No creo que Javier pueda superar esos obstáculos.


—Silencio —dijo entonces ella—. Es el gran momento.


Pedro miró el escenario y vio que Briana y sus damas de honor estaban lanzándole las rosas blancas al público. Le llegó una a él y se la entregó a Paula.


—Para ti.


Ruborizada, ella la aceptó.


Cuando la novia y sus damas de honor se retiraron del escenario, el desfile llegó a su fin. Raul Perrini dio un breve discurso de despedida y el público se levantó y guardó un minuto de silencio en memoria de Enrique Alfonso y de todos los demás que murieron junto a él.


Al cerrar los ojos, Pedro sintió un terrible sentimiento de pérdida. Su padre se había marchado. Para siempre.


Pero Paula estaba viva.


Su amor estaba vivo. La abrazó estrechamente, completamente ajeno a las miradas que estaban captando.


—¿Sabes una cosa? Las peores horas de mi vida fueron cuando pensé que habías muerto en el accidente —le dijo a ella al oído. Entonces le dio un beso en la sien—. He cambiado. Jamás seré como mi padre.


A continuación le puso un dedo debajo de la barbilla y le levantó la cara para poder mirarla.


—Te amo, Pau. Por favor, cásate conmigo.


—¿Aunque signifique el fin de tu exclusiva vida de soltero? —preguntó ella—. ¿Aunque implique que vayas a tener una esposa y dos hijos antes de finales de año?


—Eso no me va a asustar.


—¿Es éste el mismo hombre que juraba que no quería gatos, niños ni anillos de compromiso? No me lo puedo creer.


—Oye, eso comenzó a cambiar hace un tiempo. Ya te lo dije, con tal de que regreses a casa, puedes traer contigo a ese maldito gato que tienes.


—Se llama Picasso.


—Bien. Y te pedí que te casaras conmigo después de saber que estabas embarazada, así que lo de los niños tampoco se aplica.


—Pero eso era cuando pensabas que sólo había un bebé, pero ahora hay dos. No te culparé si te marchas corriendo.


—No me voy a marchar a ningún lado. Y ya he tratado de darte un anillo de compromiso, pero lo has rechazado.


Paula aguantó la respiración. Agarró la mano de Pedro y la puso sobre su vientre.


—Creo que en esta ocasión no voy a poder rechazarlo.


—¿Qué ha sido eso?


—Creo que uno de nuestros bebés ha decidido hacernos saber que está aquí.


—¡Vaya! —exclamó él.


Bajo las manos de ambos, uno de los bebés se movió de nuevo. A Pedro se le iluminaron los ojos.


En ese momento Paula se dio cuenta de que él los quería a todos, a sus hijos y a ella.


—Sí, me casaré contigo.


—¿Por los bebés? —preguntó Pedro, sonriendo irónicamente.


—No, porque te amo.


Entonces él sacó de su bolsillo la cajita con el anillo. Cuando la abrió, ella se quedó sin aliento.


—Te acordaste.


Paula se quedó mirando el anillo que había estado admirando durante meses.


—Candy me dijo que se había vendido y me quedé muy decepcionada. Pensé que era una señal de que el matrimonio y yo no nos compenetrábamos.


Pedro se rió. Antes de que ella pudiera decir nada más, le puso el anillo en el dedo y detuvo a un camarero que pasaba por su lado para tomar dos vasos de agua mineral de su bandeja.


—Por nosotros.


—Por nosotros.


Ensimismados, ambos se quedaron mirándose el uno al otro.


Detrás de ella, Dani gritó.


—¡Paula, levanta la mano! ¿Es eso un anillo de compromiso? ¡Pedro, taimado, nadie lo sabía!


Todos se acercaron a felicitarlos. Karen y Raul. Briana y Jake. Vincent y el resto de los primos Alfonso, así como Sonya y Garth, que no se mostraron tan entusiasmados como el resto. Entonces brindaron con champán.


—Por Pedro y Paula.


—¿Eres consciente de que tendremos que ponernos en contacto con un agente inmobiliario? Voy a tener que poner el ático a la venta —le murmuró Pedro a Paula al oído—. No es la clase de lugar en el que un par de gemelos puedan dejar marcas de sus pegajosos dedos.


Unos rizos rubios captaron la atención de Paula.


—Sé que Kitty Lang es una agente inmobiliaria magnífica, pero no la vamos a contratar.


—Me ha parecido que Kitty estaba tratando de atrapar a un hombre rico, por lo que de todas maneras tal vez no estaría disponible —comentó Pedro, sonriendo—. Todo lo que quiero es encontrar una casa en la que podamos ser felices junto a nuestros hijos.


—Y junto al gato. No te olvides de Picasso —le recordó Paula—. Y, desde luego, tú también tienes que ser feliz.


—Yo seré un hombre feliz y nuestra casa estará llena de risas… siempre y cuando te tenga a mi lado —le aseguró él, dándole un cariñoso beso en los labios.



Fin




UN SECRETO: CAPITULO 35





Los días previos a la exposición «Algo antiguo, algo nuevo» pasaron muy deprisa. El viernes por la tarde Paula se dio cuenta de que, milagrosamente, todo estaba preparado. 


Cada detalle estaba bajo control y ella ya no tenía nada más que hacer.


Se marchó a la peluquería para que la peinaran y le hicieran la manicura. Después se dirigió a su apartamento para darse una ducha fría. Tras hacerlo se vistió con un veraniego vestido rojo. Se miró en el espejo y supo que todos iban a saber que estaba embarazada. Tenía los pechos muy hinchados y aquel vestido le marcaba la tripa, a diferencia de las amplias camisas que había llevado al trabajo.


Cuando el timbre de la puerta sonó, frunció el ceño y pensó en no contestar. Pero entonces el timbre volvió a sonar y se dirigió a abrir la puerta. Al hacerlo se le quedó la boca seca al ver a Pedro vestido con un esmoquin negro. Estaba completamente arrebatador.


—¿Qué haces aquí?


—He venido para llevarte al acontecimiento del año.


—Pensé que nos veríamos allí.


—Yo también, pero entonces me di cuenta de que tienes que venir conmigo.


—¿Por qué? —preguntó ella, curiosa.


—Para que mañana no haya nadie en Sidney que tenga ninguna duda de lo que siento por ti. Siempre has insinuado que te escondo y yo he jurado que jamás volverás a ser mi amante secreta. Después de esta noche todos sabrán que somos pareja y lo mucho que significas para mí. Ahora, termina de arreglarte y marchémonos.


Paula se apresuró a abrocharse la gargantilla de perlas que había elegido para aquel evento y se puso una pulsera de oro y unas sandalias plateadas. Tras aplicarse un poco de perfume, así como brillo de labios, estuvo preparada para salir.


Llegaron de los primeros. Ella subió a la planta de arriba para comprobar que todo estuviera en orden con las modelos, con los estilistas y con los diseñadores de joyas. 


Satisfecha con los resultados que encontró, volvió a bajar con Pedro.


La élite de Sidney estaba allí esperando para presenciar la exposición. Algunos estaban ya sentados y charlando entre ellos. Había camareros que llevaban bandejas con deliciosos manjares y champán.


—Se van a ocupar todas las localidades —le comentó a Pedro—. Todo tiene muy buen aspecto.


—Desde luego que sí —concedió él, sonriendo—. Hemos trabajado todos muy duro para conseguirlo.


—Paula… Pedro —dijo Briana, mirando con detenimiento lo cerca que estaban el uno del otro.


—¿Estás preparada? —le preguntó Paula a su amiga, dándole un abrazo.


—Tengo que ir a cambiarme de inmediato. En realidad no debería estar aquí abajo. Sólo quería asegurarme de que Jake no se sentía perdido.


—¿Jake Vanee? —Paula comenzó a sonreír—. ¿Ha venido contigo esta noche?


Briana negó con la cabeza.


—Ya te lo dije, Pau, no es nada serio —contestó antes de marcharse.


Pedro guió a Paula a la primera fila, donde había unos sitios reservados para ellos. Ella vio en la distancia a Dani Hammond, que llevaba puesto un elegante vestido negro. A su lado estaba su madre, Sonya. Paula saludó a ambas con la mano y pudo observar sus caras de asombro al ver lo cerca que estaba Pedro de ella.


Cuando por fin Pedro subió al pequeño escenario que habían montado, todo el mundo se quedó callado y escucharon con atención mientras él hablaba de Janderra, de los diamantes y de los diseñadores que iban a exponer sus colecciones aquella noche. Había una gran pantalla detrás del escenario en la que se proyectaban imágenes.


Presentó a Dani Hammond como la diseñadora estrella de aquel año. Paula la miró y vio cómo la muchacha se ruborizaba y cómo Sonya sonreía orgullosa.


Entonces Pau oyó su propio nombre y vio una fotografía suya reflejada en la gran pantalla. Pedro la presentó como la excelente gerente de la tienda de Sidney. Ella se ruborizó y se preguntó cómo iba a ser capaz de renunciar a su puesto de trabajo. Quizá pudieran acordar un horario que le permitiera trabajar menos horas una vez nacieran los gemelos.


Cuando él terminó de hablar, una de las cantantes de pop más famosas de Australia apareció en el escenario y cantó el exitoso tema de los setenta Diamonds Are Forever.


El espectáculo había comenzado. Se iban a presentar las nuevas colecciones de diamantes de la casa Alfonso.