martes, 24 de enero de 2017

UN SECRETO: CAPITULO 27





—No hay ninguna fotografía que pueda hacerle justicia a Miramare —anunció Pedro el lunes por la mañana al llegar con su BMW M6 a la glamurosa mansión de estilo italiano—. O Pemberley, como a veces mi madre solía llamar a este lugar. A modo de broma, creo.


Paula salió del coche y miró a su alrededor.


Pedro había llegado a la joyería hacía una hora, tras haberse reunido con el coordinador de la exposición de joyas, y se la había llevado a hacer una visita a Miramare… todo por el comentario que había hecho ella el viernes mientras comían de que no había visto Miramare antes del funeral.


Él la había telefoneado durante el fin de semana para ofrecerle una visita a la mansión. Ella se había negado y Pedro, en vez de darse por vencido, la había invitado a ir el lunes con el tasador. Movida por la curiosidad de ver la casa donde había crecido él, Paula había aceptado.


Sin la multitud de personas que habían asistido al funeral, la mansión le pareció mucho más grande. Detrás de la casa había un impresionante mirador desde el que se divisaba la bahía de Sidney. Los jardines que rodeaban la casa estaban impecablemente cuidados…


—Ya era hora de que vinieras a visitar, Pedro —dijo la mujer que les abrió la puerta.


—Paula, ésta es Marcie, la persona más indispensable de toda la casa —la presentó él.


—Encantada de conocerte, Paula. Soy el ama de llaves —dijo Marcie.


El hall de entrada de la casa tenía unos grandes ventanales que dejaban pasar mucha luz. Paula parpadeó y vio la impresionante escalera que llevaba al piso de arriba.


—¿Está Sonya en casa? —preguntó Pedro.


—Había quedado con una amiga para comer —contestó Marcie, dándose la vuelta.


—No te preocupes, nosotros tenemos una cita —dijo él, sonriendo a la mujer—. No necesitamos una anfitriona. Pero… ¿puedo pedirte que prepares té y que lo lleves a la galería?


—Haré algo mejor —contestó Marcie—. También llevaré esos bollitos calientes untados en mantequilla que tanto te gustan.


—Ven —le dijo entonces Pedro a Paula—. Te enseñaré la casa rápidamente y después iremos a sentarnos fuera para tomar el té y comernos los bollitos. Las vistas son maravillosas desde la galería y así podremos aprovechar el sol hasta que llegue el tasador.


Entonces le enseñó la casa; todo sobre Miramare era impresionante, precioso.


—Creo que el té ya está preparado —dijo finalmente Pedro, guiándola hacia el salón.


Al salir a la galería por las puertas francesas del salón, Paula se quedó sin aliento ante las maravillosas vistas que tenían delante.


—¡Caramba! Desde aquí incluso puedes ver el puente de la bahía de Sidney. ¿Quién dijiste que había heredado este lugar?


—Dario, como hijo mayor —contestó Pedro con cierta burla.


—Pero Dario está muerto y eso te convierte a ti en el hijo mayor —comentó ella, sintiendo compasión por Pedro.


Se acercaron a una mesa blanca con varias sillas a juego y él separó una para que Paula se sentara.


—Quizá yo todavía herede Miramare como hijo mayor cuando Dario no aparezca antes de agosto.


—Pero tú eres el que has estado todos estos años trabajando para tu padre —comentó ella, sentándose en la silla.


—Él nunca me perdonó por haberme marchado a Sudáfrica cuando metió a Raul en la empresa —contestó Pedro, sentándose en una silla al lado de ella.


—Tu padre fue demasiado duro con sus hijos. Por lo menos tú no repetirás los mismos errores con los tuyos —comentó Paula, esbozando una irónica sonrisa.


—Oh, no —dijo él, levantando las manos—. Yo no quiero hijos.


—Ya lo sé… me lo dijiste. Ni gatos, ni hijos, ni prensa. Ni anillos de compromiso.


—Lo recuerdas.


—¿Cómo iba a olvidarlo? Pero si heredas Miramare, tendrás que replanteártelo —le aseguró ella—. Necesitarás una esposa.


—¿Por qué necesitaría una esposa? —quiso saber Pedro, dirigiéndole una extraña mirada.


—Bueno, tendrías una mansión, no un ático, y estarías en posesión de una fortuna. Así que querrías una esposa.


—Yo no soy ningún héroe como los de Jane Austen —contestó él, levantando una ceja.


—No, no eres de los tipos que se casan.


—Tú siempre supiste lo que había, Pau.


—Cierto. Y después de ver esta casa, si sospechara que es parte de un acuerdo de matrimonio, seguramente lo que conseguiría sería asustarme.


—Hace algún tiempo habría preferido que el investigador encargado del caso hubiera encontrado a Dario antes de tener que contemplar la idea del matrimonio.


Paula apartó la mirada, dolida al percatarse de que la idea de casarse con ella lo repugnaba tanto. Afortunadamente, en ese momento apareció Marcie con el té y los bollitos.


—¿Lo sirves tú? —preguntó Pedro una vez el ama de llaves se hubo marchado.


—Claro —contestó Paula, sirviendo dos tazas con té y leche. Entonces le acercó una a Pedro.


Él agarró un bollito y le dio un mordisco.


—Me puedo imaginar el dolor que le causó a tu familia las llamadas telefónicas de impostores que decían saber algo sobre tu hermano.


—Mi padre seguía cada pista. Incluso las que le daban aquellos falsos parapsicólogos diciendo que habían hablado con Dario y que les había dado mensajes para mi madre. En todos los demás aspectos de su vida mi padre mantenía el control… salvo cuando se trataba de Dario.


La obsesión de Enrique debía de haber hecho difícil la vida de Pedro y Karen. No le extrañaba que Pedro pensara que nunca podría estar al nivel de su hermano.


—Debió de haber sido terrible para tu madre que le dieran esperanzas con cada llamada telefónica y que luego se llevara una decepción.


—Mi madre quería dejar zanjado el asunto. Fue ella quien quiso poner una placa en el cementerio, cerca de la tumba de mi abuelo, en recuerdo de Dario. Pero mi padre sólo le permitió poner la fecha de nacimiento, no la de defunción. Por si Dario todavía estaba vivo —explicó Pedro, esbozando una mueca—. Pero por lo menos mi padre tenía algo que conseguir: crear Alfonso Diamonds… y encontrar a Dario. Mi madre no tenía nada… aparte de la visita que hacía todos los domingos por la tarde al cementerio para cuidar de los rosales que había plantado alrededor de la placa. Al final dejó de tener esperanza.


—Pero tenía dos hijos más —señaló Paula con delicadeza.


—Ella se ahogó a propósito.


Paula no pudo evitar mirar la piscina que había bajo la galería.


—No, no ocurrió aquí, sino en la casa de la playa de Byron Bay.


—¿Estabais de vacaciones cuando tu madre se ahogó?


—Teníamos tres semanas de vacaciones… Karen, nuestra madre y yo. La tía Sonya también estaba allí… creo que embarazada de Dani.


—¿Dónde estaba Enrique? —quiso saber Paula, dándole un sorbo a su té.


—Trabajando.


—Oh —contestó ella, pensando que era muy típico de él.


—Tenía planeado llegar el día antes del cumpleaños de mi madre.


—¿Tu madre se ahogó el día de su cumpleaños? —no pudo evitar preguntar Paula, que nunca antes había oído a Pedro hablar de su progenitora.


—No, dos semanas antes. Así que papá tuvo que venir antes de todas maneras.


—¿Cómo…?


—¿Cómo? Mi madre solía ir a nadar al mar todos los días por la mañana. Un amanecer anduvo hacia el agua y jamás regresó. Al principio pensamos que había ido a nadar y que se había ahogado por error, pero la tía Sonya encontró la nota. Aunque a mi padre le gustaba fingir que había sido un horrible accidente.Pero los periódicos no le habían permitido a Enrique seguir con aquella fantasía.


—No, no —dijo Paula, horrorizada al pensar que él pudiera creer que ella quería saber todos los detalles morbosos—. Lo que te iba a preguntar era cómo lo habías superado.


—Yo tenía tres años, así que no me acuerdo de ello en absoluto. Es algo más parecido a una sensación de vacío. A veces huelo u oigo algo que me trae a la memoria cosas de las que apenas puedo acordarme.


—¡Qué triste!


—Karen tenía cuatro años cuando murió nuestra madre y recuerda más cosas de ella.


—Pedro —lo interrumpió el ama de llaves—. Las personas que vienen a verte acaban de llegar.


—¿Personas? Pensaba que sólo iba a venir un tasador —contestó él, levantándose. Entonces se dirigió a Paula—. Quédate aquí y disfruta del sol. No has tocado tu bollito y Marcie te va a regañar si no te lo comes. No tardaré mucho.


Allí sentada bajo el sol, Paula se sintió muy culpable al pensar en el niño que crecía en su vientre. Pero no podía decirle a Pedro que iba a ser padre.


Cuando él regresó, ella se sentía adormilada debido al sol. 


Se había comido no uno, sino dos de los deliciosos bollitos de Marcie y temía el momento en el que se tuviera que subir a la báscula al día siguiente. Estaba subiendo mucho de peso.


—El tasador ha traído consigo a un banquero que piensa que quizá el banco no concederá el préstamo a no ser que Dario vuelva a la vida y lo consienta —explicó él, frunciendo el ceño—. O podemos esperar hasta agosto, cuando expira la cláusula testamentaria.


—¿Qué importancia tiene conseguir el préstamo? —preguntó Paula.


—Raul y yo simplemente estamos teniendo cuidado en caso de que necesitemos fondos para luchar contra Mateo si éste intenta una toma de poder. Tenemos la seguridad de la propiedad de Byron Bay, así como mi ático y la nueva casa de Karen y Raul.


—¿Cuándo irás a Byron Bay? —quiso saber Pau, preocupada al pensar que él regresara a aquella casa que seguramente guardaba recuerdos tan dolorosos de su madre.


—Creo que el miércoles. Lo más probable es que vaya y vuelva en el mismo día.


Iba a estar solo. A Paula se le derritió el corazón al pensar en él enfrentándose a los fantasmales recuerdos que merodearían en la casa de la playa.


—Yo podría tomarme un día libre —dijo—. Si mi jefe me lo permite, claro está. ¿Te gustaría que fuera contigo y que te hiciera compañía?


—Por supuesto. Y no te preocupes por tomarte ningún día libre. Trabajas muy duro. Pasaré a buscarte a media mañana.



lunes, 23 de enero de 2017

UN SECRETO: CAPITULO 26





Flavio's era un restaurante elegante y moderno. Cuando el camarero se acercó a la mesa donde estaban sentados, Paula pidió linguine Alfredo. Los mareos matutinos ya habían pasado y ella había desarrollado el apetito de un luchador de sumo.


Mientras Pedro analizaba la carta de vinos, Paula pidió un refresco y le dio gracias al cielo por no beber alcohol con frecuencia, ya que él no sospecharía de su abstinencia.


—Y una botella de Saxon sauvignon blanco, por favor —dijo Pedro. Una vez que el camarero se hubo retirado, se dirigió a su hermana—. Me han dicho que ese vino sabe a pomelo con un leve toque de melón… y a verano.


—Parece que te lo dijo un experto en relaciones públicas —comentó Karen, riéndose—. ¿Te lo dijo Megan?


Pedro asintió con la cabeza.


—Es prima nuestra —le explicó a Paula—. Pero los Saxon nunca se inclinaron por el negocio de las gemas. Producen vino.


—La pobre Megan es la hermana pequeña de tres hermanos —terció Karen.


Paula recordó que había oído que Karen nunca podría tener hijos. Era muy triste. Se tocó el vientre y pensó que quizá no tuviera el amor de Pedro, pero que había sido muy afortunada al ser bendecida con un bebé. Entonces se percató de que él la estaba mirando.


Se apresuró a sacar la lista de cosas sobre las que quería discutir y comenzó a hablar. La siguiente media hora transcurrió muy rápido. Trataron el tema de las modelos, de los estilistas y de las joyas. Los interrumpió el teléfono móvil de Pedro.


Él lo agarró y miró quién lo llamaba.


—Número oculto. Me dan ganas de no contestar.


—¡Vamos, ya sabes que no te puedes resistir! —se burló Karen—. Contesta, nosotras te perdonamos.


Pedro se disculpó con ellas y contestó a la llamada. Las respuestas que dio fueron cortas y poco comunicativas.


—No estoy dispuesto a comentar nada hasta que nos veamos —dijo.


Entonces terminó la llamada. La expresión de sus ojos reflejaba preocupación.


—Nunca termina —comentó, sentándose de nuevo a la mesa—. Era un tal Tom Macnamara.


—Si era un periodista, deberías habérmelo pasado a mí y no haber quedado tú directamente con él —lo reprendió Karen.


—No es periodista. Es investigador privado… de Investigaciones Macnamara.


—¿Qué es lo que quiere? —preguntó Karen, impresionada.


—Dinero, ¿qué si no? —contestó Pedro.


—Oh, no. ¡Otro escándalo no! —exclamó Karen, palideciendo—. No sé cuánto más vamos a poder soportar, la repercusión que tendrá sobre las acciones…


—Espera —dijo Pedro, levantando una mano—. Debería haber aclarado que no nos está sobornando ni amenazando con ir a los periódicos con ninguna información. Lo que quiere es que se le pague una factura que dice que le debemos.


—¿Qué factura? —preguntó Karen—. ¿Y quién le ha retenido el pago?


Paula sintió un nudo en el estómago ante el silencio que se creó.


—Parece ser que fue nuestro padre —contestó Pedro—. Lo contrató para encontrar a Dario…


—No es el primero —dijo Karen, agitando una mano.


—Pero dice que tiene una pista —Pedro dejó de hablar cuando el camarero les llevó sus cafés—. Quiere verse con nosotros, pero primero tenemos que pagarle lo que dice que se le debe. Aparentemente le mandó la factura a Ian Van Dyke, el abogado que falleció en el accidente.


—Oh —murmuró Karen—. Desde luego. Le pagaremos. Pero primero queremos oír lo que tenga que decir.


—¡Exactamente! —concedió Pedro—. Me he ofrecido para verme con él mañana. Ha dicho que no está en la ciudad, pero que regresará en un par de semanas. Si es un fraude, lo desenmascararemos.


—Pero ¿y si dice la verdad? —dijo su hermana—. ¿Y si Dario está vivo?


Paula miró a ambos hermanos.


—Nos ocuparemos de ese asunto si ocurre —contestó Pedro, tenso.


—Debes saber que Raul me dijo esta mañana que se rumorea que Mateo Hammond ha ido a Alice Springs.


—¡Demonios! —Pedro dio un puñetazo a la mesa—. Eso es lo último que necesitamos.


—¿Qué quieres decir? —terció entonces Paula, sobresaltada.


Ambos hermanos se quedaron mirándola con la impresión reflejada en la cara.


—Lo siento —se disculpó Pedro—. Me olvido de que no todo el mundo conoce la dinámica de la bastante complicada familia Alfonso. Vincent vive en Coober Pedy, pero ahora mismo está en Alice Springs. Si Mateo ha viajado a Alice, ello significa que está detrás de las acciones de Vincent.


—¡Oh! —exclamó Paula—. ¿Vendería sus acciones tu tío?


—Ésa es la pregunta del millón. Bajo circunstancias normales, probablemente no —contestó Pedro, encogiéndose de hombros—. Pero han ocurrido ciertos problemas y mi tío ya no es tan joven, por lo que quizá esté dispuesto a vender.


—Los primos no se lo permitirán —aseguró Karen con firmeza.


—Ésa es la única esperanza que tenemos —contestó Pedro.


—¿Qué ocurrirá si Mateo compra esas acciones? —preguntó Paula.


—Mateo ya tiene el diez por ciento de las acciones que le compró al tío William… —respondió Karen.


—Pero con las acciones de Vincent, Mateo tendría una posición peligrosa. Con sólo unas pocas acciones más estaría en una posición tan fuerte que podría intentar una toma de poder sobre Alfonso Diamonds. Tenemos que hacerle una oferta a Vincent.


—Con la fortuna de papá congelada hasta que se legalice el testamento será difícil detener a Mateo —dijo Karen, que parecía preocupada—. Conllevaría una gran cantidad de dinero… más de lo que podemos gastar ahora mismo para comprar acciones. Tenemos que mantener reservas para dirigir el negocio.


—Tú podrías pedir un préstamo —sugirió Paula cautelosamente.


—¿No supondría eso una contravención?


—No —interrumpió Pedro a su hermana—. Es una idea estupenda, Pau —añadió, sonriendo—. Pero tendría que ser un préstamo que pidiéramos a un banco, no a la propia compañía. Tenemos suficientes activos para asegurar los fondos. Yo tengo acciones, mi ático… y está la casa que poseéis Raul y tú.


—Tendré que discutirlo con Raul. La casa es… —comenzó a decir Karen.


—Tenemos que detener a Mateo antes de que destruya Alfonso Diamonds —la interrumpió Pedro—. Incluso podríamos pedir un préstamo por Miramare.


—¿Miramare? —repitió Karen con los ojos como platos.


—La primera vez que vi la mansión fue tras el funeral. Antes sólo la había visto en fotografías —terció Paula.


—Vale millones —explicó Karen.


—Siempre y cuando el albacea testamentario esté preparado a autorizar el préstamo, no será muy difícil —Pedro puso su taza de café sobre la mesa y se echó hacia atrás—. Garth no tendrá ningún problema. Con todos los demás activos que tenemos, no tendríamos que utilizar los fondos. Sólo queremos asegurarnos de tener ese crédito extra… por si lo necesitamos para pelear contra Mateo Hammond. Hablaré con el banco.





UN SECRETO: CAPITULO 25






Pedro no pudo evitar darse cuenta de la meditabunda expresión que esbozó Paula al observar cómo se marchaba la pareja.


A pesar de la aparente felicidad ante el acuerdo que ellos dos habían hecho en el pasado y de que había negado querer casarse con él, se preguntó si ella deseaba llevar un anillo de compromiso en la mano izquierda… al igual que Petra en aquel momento.


—¿Qué estás pensando? —le preguntó.


—Momentos como éste son los mejores de mi trabajo. Dos personas lo suficientemente valientes como para intentar vivir juntos que vienen a Alfonso Diamonds en busca de un símbolo permanente de su amor.


—Paula…


Ella le sonrió, pero sus ojos reflejaban cautela.


—¿Sí?


—Acerca de anoche…


—Anoche fue una excepción. Sólo una noche, Pedro. Eso fue lo que decidimos —contestó Paula, dándose la vuelta y cerrando con llave el mostrador.


Estaba claro que no quería hablar de la experiencia que habían compartido la noche anterior, experiencia que para él había sido increíble. Contuvo la decepción que se apoderó de él.


—Lo sé. Pero he estado pensando…


Pedro, ¿qué estás haciendo aquí?


El silenció la maldición que le vino a la mente al oír la sorprendida voz de su hermana.


—Pensaba que Garth, el tío Vincent y tú ibais a ir a Janderra hoy mismo, ¿no es así? —dijo Karen.


—Hemos pospuesto el viaje porque falta muy poco para la exposición —contestó Pedro.


Karen miró a su hermano. Entonces miró a Paula.


—Entiendo —comentó.


Pedro frunció el ceño con la intención de que su hermana no tomara conclusiones equivocadas.


—Me temo que Holly no puede reunirse con nosotros para comer —le dijo Karen a Paula—. Pero tomaré notas de todo lo que necesite saber.


—¿Vais a tener una comida de negocios? —preguntó Pedro.


Karen asintió con la cabeza.


—En Flavio's, que está al otro lado de la calle. Tenemos que repasar los detalles finales de la exposición de joyas antes de vernos el lunes por la mañana con el coordinador del evento.


—He oído hablar de esa reunión —dijo Pedro—. Yo tengo que asistir.


—Te advierto una cosa —Karen le dirigió a su hermano una perversa sonrisa—: si asistes a la reunión del lunes, yo pasaré más tiempo hablándole al coordinador de la ceremonia que Raul y yo vamos a celebrar para renovar nuestros votos.


Pedro suspiró exageradamente.


—Lo mejor que he podido hacer ha sido mudarme aquí abajo. Las oficinas centrales estaban comenzando a parecer una despedida de soltera. Ahora, permitidme que tome mi chaqueta y que os acompañe a comer. Creo que debería estar allí ya que vais a hablar de la exposición.


Karen frunció el ceño y miró a su hermano  taimadamente. Pero Pedro se dio cuenta enseguida de que Paula no parecía tan divertida.


UN SECRETO: CAPITULO 24





Cuando Pedro entró en la sala de exposiciones de la primera planta de Alfonso Diamonds era casi mediodía y deseó que Paula no intuyera el torbellino de emociones que se había apoderado de él y que escondía bajo su apariencia de seguridad en sí mismo.


Estaba deseando verla de nuevo, aunque no sabía cuál sería la reacción de ella. Se preguntó si querría que se repitiera la noche que habían vivido o si se arrepentiría de lo que habían hecho.


La encontró ayudando a una pareja de jóvenes al otro lado de la sala de exposiciones. Al acercarse a ellos, vio que estaban mirando algunos anillos. Anillos de diamantes.


—¿Y si elige cuatro o cinco que le gusten? —estaba diciendo Paula.


—Eso sería difícil —aseguró la joven—. Son todos tan bonitos… ¿Cómo elegiría usted?


—Elegiría algo que sea acorde con mi estilo —contestó Paula, que sacó de debajo del mostrador una bandeja con algunas de las piezas más valiosas que poseían—. ¿Ve este anillo? Lleva una piedra estupenda, pero no es ostentoso. Veo muchos diamantes maravillosos, pero para mí éste es especial. Me encanta su color rosa pálido y la simplicidad con la que lo han pulido. Me gustan las cosas sencillas, ya que combinan con mi estilo.


—Es una idea —concedió la joven con entusiasmo. Entonces miró al hombre que tenía al lado—. Colin, elijamos cada uno el anillo que más nos guste y veamos si podemos encontrar alguno que nos guste a los dos.


—Queremos una piedra que sea una inversión, por eso vinimos aquí —dijo Colin, mirando el anillo que había señalado Paula.


—Me gusta ése —declaró la mujer, señalando un diamante con un inusual y bonito color dorado.


—Una buena elección —concedió Paula—. Está diseñado por Dani Hammond, una nueva diseñadora. La gente matará para conseguir sus diseños después de la exposición que se celebrará a finales de mes.


—¿Quiere eso decir que su precio aumentará?


—¡Oh, Colin! —exclamó la joven, dándole un golpe en el brazo a su pareja y riéndose—. Perdónelo, es el típico contable. Pero yo no voy a vender el anillo, así que eso no importa.


—Petra, el diamante no es tan grande y el tamaño de las piedras preciosas sí que importa.


—Los quilates no son lo único a tener en cuenta —terció Pedro—. Hay otros aspectos importantes.


—¿Cómo qué? —preguntó Colin, obviamente satisfecho de tener otra perspectiva masculina.


—Como la forma en la que lo hayan pulido. Dani Hammond es una diseñadora excepcional. Esta gema tiene un diseño único: está pulida de dos formas diferentes y refleja la luz intensamente.


—Es diferente —dijo Petra—. Eso es lo que me encanta del anillo.


—¿Y qué más? —le preguntó entonces Colin a Pedro, claramente no convencido.


—La claridad. Y el color. Esa piedra es de Janderra, una mina que está en una zona del interior y que es famosa por los tenues colores de sus piedras. La intensidad del color de ese diamante es extraña y siempre será muy preciado.


El contable comenzó a parecer un poco más interesado.


—¿Es ése el que realmente quieres, cariño?


Petra asintió con la cabeza enérgicamente.


—Es precioso.


—Lo vas a llevar puesto cada día de tu vida, así que es importante que te encante.


—Lo que es importante es que yo te amo y que tú me amas a mí —contestó ella.