jueves, 19 de enero de 2017

UN SECRETO: CAPITULO 11





—Oye —dijo Pedro, agarrando a Paula por el brazo al llegar a su ático—. No te quedes callada. Tenemos que hablar sobre esto.


Dentro de sí mantenía la esperanza de que ella no lo hubiera engañado. Paula era suya. Sus dedos habían comenzado a moverse inconscientemente y a acariciarle la suave piel del brazo. Se vio invadido por la fragancia de rosas de su perfume, que era embriagador e intensamente femenino. 


Sintió cómo se ponía tenso, consciente de cada movimiento que hacía ella. En cuanto Paula le explicara todo, se besarían y arreglarían las cosas.


La sangre le latía con fuerza en las venas debido a la lujuria que despertaba en él. Se preguntó si tendrían tiempo de llegar al dormitorio o si la tomaría allí mismo, sobre la escalera enmoquetada que llevaba al piso superior de su ático.


Pero primero ella le debía una explicación.


—Quiero la verdad, Paula. Después…


—¿Después? —repitió ella con una fría expresión reflejada en la cara—. ¿Qué quieres decir con «después»? Después de haberme acusado de tener una aventura con tu padre, ¿crees que quiero…?


—Oye, cálmate —dijo Pedro, que nunca había visto a Paula de aquella manera.


La agarró con menos fuerza del brazo y le acarició la piel. 


Vio cómo a ella le brillaban los ojos por las lágrimas que le habían brotado.


Pero entonces Pau parpadeó y la humedad desapareció de sus ojos.


—¡No me toques! —espetó, apartando el brazo y dándose la vuelta.


—¿Adónde vas?


—A hacer las maletas.


—¿A hacer las maletas? —repitió él, incrédulo—. ¿Qué quieres decir con eso?


Paula se dio la vuelta y comenzó a subir la escalera. Se detuvo al llegar a lo alto y lo miró.


—Se ha acabado, Pedro. Se terminó hace mucho tiempo, pero yo fui demasiado estúpida como para darme cuenta.


—¿A qué te refieres con que se ha acabado? No puedes…


—Obsérvame. Voy a marcharme del ático, de tu vida y…


—¿Marcharte de mi vida? —preguntó él, sintiendo cómo todas las alarmas sonaban en su cabeza. Se preguntó qué demonios le estaba pasando a Paula—. ¿Y Alfonso Diamonds? ¿Y tu trabajo?


—Todo versa sobre Alfonso Diamonds, ¿verdad? No tienes corazón, Pedro, lo que tienes dentro de ti es un trozo de carbón. No te preocupes, me quedaré. Ayudaré a Karen a organizar el lanzamiento de las joyas en la exposición de finales de mes. No os dejaré colgados. Pero en un par de meses me marcharé. Así que comienza a buscar a alguien que me sustituya.


¿Qué la sustituyera? Aterrado, Pedro se quedó mirándola y se preguntó cómo iba a poder sustituirla.


—Espera —le pidió, pensando que ella no se podía simplemente marchar. Él la necesitaba—. No puedes hacer esto.


—Obsérvame —contestó Paula, levantando la barbilla.


—Han enterrado hoy a mi padre, ¿eso no significa nada para ti? —dijo Pedro con la intención de conmoverla.


—¿Por qué se supone que era mi amante?


—No… —contestó Pedro, tratando de encontrar las palabras acertadas.


—Siento mucho lo de tu padre —se sinceró ella—. Aunque te parezca difícil de creer, nunca encontré mucho que admirar en él. Era una persona arrogante, engreída y que tenía una opinión atroz de las mujeres.


—Parece que lo odiaras —comentó él.


—No lo odiaba.


—¿Entonces qué?


Paula vaciló.


—Lo despreciaba. Me convertí en tu amante a pesar de tu padre. ¿Por qué crees que nunca discutí el que no me llevaras a tus reuniones familiares? No quería pasar tiempo con un malnacido como Enrique Alfonso —confesó con el enfado reflejado en los ojos—. ¿Sabes lo que es realmente gracioso?


—¿El qué? —preguntó Pedro con cautela, consciente de que no iba a gustarle la respuesta.


—Me convertí en tu amante a pesar de la terrible reputación de tu padre de acostarse con secretarias. Me dije a mí misma que tú eras diferente, que no te parecías a tu padre…


—Él trató de aceptar la muerte de mi madre, la amaba. Mi padre era un hombre estupendo.


—¿Ah, sí? —se burló ella, levantando una ceja.


—Enrique Alfonso construyó un imperio muy exitoso. Era conocido por ser muy humanitario.


—Fue un padre terrible y se creó más enemigos que amigos. Créeme, no hay otra mujer a la que le conviniera menos ser tu amante que a mí. Durante más de un año he vivido aquí contigo, he sido tu mujer a escondidas. Pero se ha acabado. Jamás volveré a ser la amante de nadie.


Pedro se quedó mirándola. Se preguntó si Paula había esperado que se casara con ella. Pero le había dejado claro desde un principio que él no tenía ninguna intención de casarse con nadie. Había disfrutado mucho de su compañía, había vivido para hacerle el amor, pero comprometerse…


—Si lo que quieres es que te haga una propuesta de matrimonio, entonces sí, se ha acabado —espetó—. Porque yo no quiero, ni necesito, una esposa. Te lo dejé claro desde el principio.


Paula se dio entonces la vuelta y entró en la habitación que habían compartido. Él decidió esperar abajo. Agarró un periódico y se sentó a esperarla. Se dijo a sí mismo que ella se calmaría.


Pero diez minutos después Paula apareció delante de él… con una maleta en la mano.


—Mandaré a alguien para que venga a por el resto de mis cosas —dijo por encima de su hombro al pasar por su lado.


—Paula… —Pedro se levantó, dejando caer el periódico—. Tienes que pensar sobre esto.


—No he pensado en otra cosa durante meses —respondió ella, saliendo al pasillo y llamando al ascensor.


—Si te montas en ese ascensor se ha acabado. No iré detrás de ti.


—No espero que lo hagas —contestó ella al abrirse las puertas del ascensor. Sin mirar atrás, se montó en él.


Pedro sintió su corazón invadido por algo que sólo podía identificar como arrepentimiento.






UN SECRETO: CAPITULO 10






—¿Qué?


Impresionada, Paula se quedó mirándolo. Aquella fea acusación estaba pesando entre ambos y tuvo la sensación de estar mirando a un extraño.


—¿Sinceramente crees que me estaba acostando con tu padre? —preguntó, casi riéndose—. Estás de broma, ¿verdad?


—No, estoy hablando muy en serio —contestó él, deteniéndose en un semáforo. Le dirigió una fría mirada que reflejaba sospecha y enfado. Estaba muy alterado.


Paula sintió cómo le daba un vuelco el corazón. Pedro realmente lo creía.


Se preguntó cómo debía reaccionar ante aquel bombazo. 


Deseó gritarle y salir corriendo del coche, pero el estilo melodramático no iba nada con ella. Tratando de contener su enfado, a duras penas logró mantener una compostura que en realidad no sentía.


—¿Tienes alguna base para creer eso?


—¿Eso es todo lo que puedes decir? ¿Preguntarme si tengo pruebas?


Paula permaneció callada, ya que se negaba a verse arrastrada por aquella absurda situación. Se negó a defenderse ante una acusación tan espantosa. El silencio se volvió insoportable.


Cuando el semáforo se puso en verde, el coche comenzó a moverse de nuevo. Maldiciendo, Pedro aparcó el vehículo en el arcén y se dio la vuelta en el asiento para mirarla.


—Estoy tratando de concederte el beneficio de la duda —dijo.


—¡Qué amable por tu parte! —espetó Paula sin poder evitar el sarcasmo. Las sospechas de Pedro la estaban haciendo sentir enferma.


—Incluso pensé que los comentarios de Kitty estaban motivados porque es una alborotadora…


—¡Kitty! —exclamó Paula, a quien no le sorprendía que hubiera sido ella, ya que era una persona muy maliciosa.


—¿Fue una pelea de amantes lo que presenció Kitty? ¿Estaba mi padre rompiendo contigo para irse con Marise? ¿O estaba teniendo una aventura a la vez con ella, tú te enteraste y le exigiste explicaciones?


—No voy a responder a eso —contestó Paula, que no tenía ninguna intención de contarle a Pedro el motivo de su pelea con Enrique.


—¿No tienes nada más que decir?


—Tú ya has decidido que Kitty decía la verdad, así que… ¿qué más puedo decir yo? —dijo ella.


—Dime que no es verdad


Paula se sintió invadida por un profundo malestar, por un oscuro vacío.


—¿Para qué? Está claro que no confías en mí, no lo has hecho desde hace ya algún tiempo —contestó, sintiendo cómo el dolor le traspasaba el alma. El simple hecho de que él sintiera la necesidad de preguntarle si era cierto la destruía por dentro y a la vez la enfurecía.


—Por lo menos dime que no eras tú la que estabas hablando con mi padre aquel día en el aeropuerto.


Ella sintió cómo le latía la sangre en la cabeza ante la insistencia de Pedro.


Tras un momento, él suspiró.


—Se suponía que debías haber ido a Auckland la tarde antes del accidente en un vuelo comercial para la apertura de la nueva tienda. No fuiste. Y todo lo que me dijiste fue que habías cambiado de idea. Aparté de mi mente el hecho de que tu nombre aparecía en la lista de pasajeros del vuelo de mi padre. Lo tomé como un error administrativo ya que varios de los empleados iban a viajar a Auckland. Cuando mi padre murió, me alivió mucho que no hubieras ido en aquel vuelo. Pero creo que sí que cambiaste tu billete. Decidiste viajar con mi padre… y entonces, por alguna razón, no subiste al avión.


Paula se quedó mirándolo y no dijo absolutamente nada. 


Había perdido el vuelo comercial y todos los demás billetes ya estaban reservados. Incluso había esperado en el aeropuerto durante bastante tiempo por si había alguna cancelación. Pasar varias horas en la horrible compañía de Enrique Alfonso durante el vuelo a Auckland había sido el último recurso… hasta que había visto a Enrique mientras embarcaban y había oído lo que había dicho él. De ninguna manera había estado preparada para pasar tiempo en compañía del señor Alfonso tras aquel altercado.


Pero Pedro no merecía una explicación. Podía creer lo que quisiera… a ella ya no le importaba.


—¿Eso es todo? ¿Eso fue lo que te hizo sospechar? ¿Un cambio de vuelo?


—Más el hecho de que nunca te molestaste en hacerme saber tu cambio de planes —contestó él.


Paula recordó que Pedro y ella habían discutido ya que a él no le había venido bien que pasaran juntos las Navidades. 


Mientras habían estado separados no habían hablado y ella había estado disgustada. Había pasado las vacaciones con sus padres y allí había descubierto que se había quedado embarazada.


Pedro le había dejado claro desde el principio que no quería niños ni anillos de compromiso. Ni siquiera quería mascotas. 


Aquéllos eran los términos de su relación. Cuando terminaron las vacaciones, ella ya sabía que sólo tenía una opción: romper con él.


Había planeado tomarse un par de días libres tras la apertura de la tienda en Auckland para reunir el coraje necesario y romper su relación con él al regresar a Sidney. 


Pero nunca fue a Auckland.


Y entonces el avión de Enrique había desaparecido y todo había sido muy caótico. Pedro había estado tan angustiado que ella no había sido capaz de abandonarlo en caso de que la necesitara. Consciente de lo que sentía él sobre los compromisos, de ninguna manera podía hablarle del bebé.


Pero en aquel momento el final había llegado. Porque Pedro Alfonso no necesitaba a nadie… y menos aún a ella.







miércoles, 18 de enero de 2017

UN SECRETO: CAPITULO 9






Sentada en el asiento del acompañante del BMW, Paula apoyó la cabeza en el reposa cabezas y miró a Pedro.


El funeral había terminado.


—¿Estás cansada? —preguntó él.


—Un poco —contestó ella.


En realidad estaba agotada. Tenía dolor de cabeza y los pies la estaban matando debido a haber estado tanto tiempo de pie con tacones. Había vuelto a sentir náuseas y pensó que debía comenzar a comer mejor, tanto por el bebé como por ella misma.


Iba a utilizar el hecho de estar tan cansada para dormir en la habitación de invitados, como a veces hacía Pedro para no despertarla. Tenía que encontrar la fortaleza de terminar su relación.


No volverían a hacer el amor nunca más. Jamás.


—¿Sobre qué discutías con mi padre el día del accidente?


Aquellas palabras golpearon el cerebro de Paula como si fueran un mazo.


—¿Perdón? —dijo, sintiendo que el corazón le latía rápidamente. Había deseado que Pedro nunca supiera nada sobre aquel horrible enfrentamiento.


—Discutiste con mi padre en el aeropuerto. Quiero saber por qué.


Había sido por él, por Pedro. Pero Paula no se lo iba a decir. 


De todas maneras, seguramente no la creería. Por mucho que ella detestara a Enrique Alfonso, Pedro lo idolatraba y quería seguir sus pasos, aunque sospechaba que en realidad lo que había querido era su respeto.


—No fue precisamente una discusión —contestó—. Sólo estábamos hablando.


—La persona que os vio me dijo que parecía algo muy personal… muy emotivo. Como si os conocierais muy bien.


Paula pensó que aquella conversación era lo último que necesitaban en aquel momento, ya que lo que Pedro tenía que tener eran buenos recuerdos de su padre.


—¿Quién te dijo que estábamos discutiendo? —preguntó, andándose con rodeos.


—Eso no importa —contestó él, dirigiéndole una fugaz mirada mientras conducía.


Ella apartó la vista y miró por la ventanilla. Durante los anteriores dos años había vivido en un sueño. Aunque no había esperado una propuesta de matrimonio cuando se había mudado al ático de Pedro hacía un año, sí que había soñado con que él llegara a amarla. La pasión entre ambos había sido tan intensa desde el principio que había estado segura de que el amor no tardaría en llegar.


Ella lo amaba, por eso había aceptado solicitar el puesto de gerente en la tienda de Sidney ante la insistencia de él… aunque había sospechado que sólo había conseguido el puesto porque se estaba acostando con el jefe. Sidney era la última ciudad en el mundo en la que había querido vivir, pero se había mudado para poder pasar más tiempo con él. 


Aunque nunca habría sospechado la insistencia de Pedro de mantener su relación en secreto.


Él nunca invitaba a nadie a la casa… ni siquiera a su hermana. Tenía su propia vida social, sus propios amigos con los que se reunía para comer en lujosos restaurantes… una vida que no compartía con ella.


Pero en aquel momento había un bebé en el que pensar, un niño que se merecía algo mejor que una vida al margen de la de su propio padre.


—Estabas teniendo una aventura con él —sentenció Pedro, interrumpiendo los pensamientos de Paula.


Ella frunció el ceño y trató de comprender lo que había oído.


—¿Quién estaba teniendo una aventura?


—¡Tú! —espetó él, enfadado—. Tú estabas teniendo una aventura con mi padre.





UN SECRETO: CAPITULO 8





—Paula es muy agradable y sería una estupenda pareja para ti —dijo Karen.


Pedro se quedó paralizado. No sabía cómo iba a explicarle su relación con ella ni el hecho de que habían acabado en la cama juntos por primera vez tras uno de sus viajes mensuales a Adelaida. La atracción sexual que sentían el uno por el otro había destruido sus intenciones de mantener a la increíble gerente alejada de él. Tras un año de encuentros ilícitos, el puesto de gerente en la tienda de Sidney había quedado vacante y él mismo había convencido a Paula, a pesar de la negativa de ella, de que aceptara el puesto en la tienda principal.


—¿Qué quieres decir?


—Oh, venga ya —dijo su hermana—. Soy yo, Karen. La fachada que mantenéis no es efectiva conmigo. Y ya eres lo suficiente mayor como para pensar en tener una esposa… una familia.


—¿Qué te hace pensar que yo querría una esposa como Paula?


—Sé que hay algo entre los dos. Pero no te preocupes; no voy a entrometerme, aunque debo decir que ella es inteligente y bella… y está haciendo un trabajo estupendo en la tienda de Sidney. Cuídala para que no decida rendirse y alejarse de ti.


Al ver cómo su hermano fruncía el ceño, Karen esbozó una mueca.


—Sólo quiero verte feliz.


—No soy de los que se comprometen, ni tampoco quiero una familia.


—¡Oh! —exclamó su hermana—. ¿Lo sabe Paula?


—Sí —espetó Pedro.


—¡Así que sí hay algo entre ambos!


—¡Te crees muy inteligente! —dijo él, dirigiéndole una tensa mirada—. ¿Por qué no le buscas… —entonces miró a su alrededor— un marido a Briana, a Danielle o incluso a la tía Sonya?


—Está bien. Capto la indirecta. Me ocuparé de mis asuntos y te dejaré en paz.


Pero una vez que Karen se hubo alejado de él, Pedro pensó en lo que le había dicho; que cuidara a Paula para que no se alejara de él.


Se preguntó si Pau estaría insatisfecha con su relación. En Navidades se habían peleado, ya que ella había querido que pasaran juntos las fiestas, pero finalmente habían estado separados porque él había decidido pasarlas con Enrique para continuar discutiendo sobre el papel que iba a desempeñar en la empresa. Y después había ocurrido el accidente y toda la incertidumbre que había seguido al no encontrarse los cuerpos.


Pero ella siempre había sido muy comprensiva y ambos estaban muy centrados en sus carreras. Y eso era una de las cosas que lo habían atraído de ella, que no exigía ni pedía nada. Estaba contenta con lo que tenía… ¿o no?


Lleno de incertidumbre, se preguntó si Paula querría más de él y si, si ése era el caso, él podría darle más. Agitó la cabeza. No. Nunca había querido una familia.


Pero si Paula no estaba contenta…


Se planteó que quizá hubiera sido injusto al exigirle que mantuvieran su relación en secreto. Quizá ella fuera más feliz si todos supieran lo que había entre ambos.


Reconoció que si Paula no trabajara para él sería mucho más fácil, ya que se ahorrarían los comentarios de la gente que lo acusaría de estar acostándose con una empleada.


Vio cómo un camarero le ofrecía a ella una copa de champán y cómo Paula la rechazaba con una sonrisa.


Pensó que si su hermana había intuido que había algo entre ellos, antes o después otras personas también lo harían. 


Paula se había mudado a vivir con él y había alquilado su apartamento… después de mucha persuasión por su parte. 


Y seguro que alguien terminaría enterándose.


Volvió a mirar a Paula, que continuaba hablando con Briana. Comenzó a acercarse a ellas cuando una mano lo detuvo al agarrarlo del brazo.


Pedro, siento mucho lo de tu padre —le dijo Kitty Lang, una guapa rubia de pelo rizado—. He oído que le dejó una fortuna a esa Marise Davenport. Enrique siempre fue un poco mujeriego. Ella trabajó para él hace un par de años, ¿verdad?


Pedro se detuvo y examinó a Kitty con cautela.


—Marise trabajó para Alfonso Diamonds en el departamento de marketing, no personalmente para mi padre —espetó, recordando que los rumores habían dicho que la propia Kitty también había sido amante de su padre—. A él siempre le gustaron las chicas guapas y era mucho más fácil cuando trabajaban para la compañía.


Con desagrado, apartó el brazo. Justo aquella clase de conversación era la razón por la que no había querido hacer pública su relación con Paula. El jefe que se acostaba con su empleada. Era demasiado sórdido.


—A mí no me extrañaría si Enrique ya se hubiera cansado de Marise y esa guapa rubita fuera la que hubiera estado calentándole la cama. A él siempre le gustaron las rubias —comentó Kitty, acariciándose sus rubios rizos—. Ella trabaja para Alfonso Diamonds, ¿no es así?


—¿De quién estás hablando? —preguntó Pedro, sintiendo un nudo en el estómago.


—De esa chica.


—¿De quién? —insistió él, siguiendo entonces con la mirada lo que señalaba Kitty.


Paula.


—Paula no ha trabajado nunca para mi padre.


—Yo los vi —explicó Kitty, esbozando una expresión de satisfacción.


—¿Dónde? —quiso saber Pedro, rezando para que ella le dijera alguna tontería.


—Yo iba a viajar con un cliente a Fiji para ver un inmueble —contestó Kitty, que era una importante agente inmobiliaria—. Fue en el aeropuerto. Estaban discutiendo.


—¿Eso es todo? ¿Por eso decidiste que estaban teniendo una aventura?


—Deberías haberlos visto juntos. Era el lenguaje de sus cuerpos, la manera en la que ella le hablaba… Había mucha emoción. Ella estaba enfadada, pero era la clase de enfado que sólo muestras ante alguien a quien conoces muy bien.
Como un amante.


Pedro recordó las ocasiones en las que había visto juntos a Paula y a su padre. Ella se volvía muy callada y no hablaban entre ellos. Estaba claro que le tenía un respeto reverencial a su poderoso progenitor.


Aunque tuvo que reconocer que, cuando había descubierto que Paula estaba en la lista de pasajeros del avión siniestrado, se había sentido un poco inseguro y había sospechado… aunque sólo durante poco tiempo. Se había odiado a sí mismo por haberlo hecho. Pero Kitty le había hecho recordarlo.


—Eso no significa na…


—Fue la tarde de la desaparición de Enrique. La agarró del codo y ella se resistió. Entonces ambos embarcaron.


—Pero Paula no estaba en el avión cuando éste se estrelló —contestó Pedro, pensando que Kitty debía de haber cometido un error.


Aunque no podía dejar de pensar que cuando había visto la lista de pasajeros casi se murió y que, cuando había telefoneado a Paula y ésta no había contestado, había supuesto lo peor.


Pero al regresar a casa tras haber pasado el peor día de su vida, la había encontrado sentada en el salón viendo la televisión.


Se alejó de Kitty y se acercó a Paula, que estaba sirviéndose una taza de té.


—¿Te sirvo una taza a ti también? —le preguntó ella.


Pedro se percató de que no lo miró, ni esbozó ninguna sonrisa secreta. Nada.


—Voy a tomar un poco de café —contestó, dirigiéndose a la mesa contigua donde un camarero estaba sirviendo café.


Entonces se dio cuenta de que ella comenzaba a hablar con alguien.


—¡No digas eso! —exclamó Paula, irritada.


A Pedro le sorprendió que hubiera levantado la voz. Se dio la vuelta y vio a Paula con las manos en las caderas, obviamente enfadada.


—Eso no es otra cosa que un cotilleo malintencionado. Deberías tener cuidado con lo que dices.


La persona con la que estaba hablando se había puesto completamente roja y Pedro se preguntó qué sería lo que había disgustado tanto a Paula. Briana ya no estaba con ella y Kitty la estaba observando desde la distancia.


Pedro volvió a sentir un nudo en el estómago y se preguntó si Kitty habría supuesto la verdad… si su amante también había sido la amante de su padre.