miércoles, 18 de enero de 2017

UN SECRETO: CAPITULO 8





—Paula es muy agradable y sería una estupenda pareja para ti —dijo Karen.


Pedro se quedó paralizado. No sabía cómo iba a explicarle su relación con ella ni el hecho de que habían acabado en la cama juntos por primera vez tras uno de sus viajes mensuales a Adelaida. La atracción sexual que sentían el uno por el otro había destruido sus intenciones de mantener a la increíble gerente alejada de él. Tras un año de encuentros ilícitos, el puesto de gerente en la tienda de Sidney había quedado vacante y él mismo había convencido a Paula, a pesar de la negativa de ella, de que aceptara el puesto en la tienda principal.


—¿Qué quieres decir?


—Oh, venga ya —dijo su hermana—. Soy yo, Karen. La fachada que mantenéis no es efectiva conmigo. Y ya eres lo suficiente mayor como para pensar en tener una esposa… una familia.


—¿Qué te hace pensar que yo querría una esposa como Paula?


—Sé que hay algo entre los dos. Pero no te preocupes; no voy a entrometerme, aunque debo decir que ella es inteligente y bella… y está haciendo un trabajo estupendo en la tienda de Sidney. Cuídala para que no decida rendirse y alejarse de ti.


Al ver cómo su hermano fruncía el ceño, Karen esbozó una mueca.


—Sólo quiero verte feliz.


—No soy de los que se comprometen, ni tampoco quiero una familia.


—¡Oh! —exclamó su hermana—. ¿Lo sabe Paula?


—Sí —espetó Pedro.


—¡Así que sí hay algo entre ambos!


—¡Te crees muy inteligente! —dijo él, dirigiéndole una tensa mirada—. ¿Por qué no le buscas… —entonces miró a su alrededor— un marido a Briana, a Danielle o incluso a la tía Sonya?


—Está bien. Capto la indirecta. Me ocuparé de mis asuntos y te dejaré en paz.


Pero una vez que Karen se hubo alejado de él, Pedro pensó en lo que le había dicho; que cuidara a Paula para que no se alejara de él.


Se preguntó si Pau estaría insatisfecha con su relación. En Navidades se habían peleado, ya que ella había querido que pasaran juntos las fiestas, pero finalmente habían estado separados porque él había decidido pasarlas con Enrique para continuar discutiendo sobre el papel que iba a desempeñar en la empresa. Y después había ocurrido el accidente y toda la incertidumbre que había seguido al no encontrarse los cuerpos.


Pero ella siempre había sido muy comprensiva y ambos estaban muy centrados en sus carreras. Y eso era una de las cosas que lo habían atraído de ella, que no exigía ni pedía nada. Estaba contenta con lo que tenía… ¿o no?


Lleno de incertidumbre, se preguntó si Paula querría más de él y si, si ése era el caso, él podría darle más. Agitó la cabeza. No. Nunca había querido una familia.


Pero si Paula no estaba contenta…


Se planteó que quizá hubiera sido injusto al exigirle que mantuvieran su relación en secreto. Quizá ella fuera más feliz si todos supieran lo que había entre ambos.


Reconoció que si Paula no trabajara para él sería mucho más fácil, ya que se ahorrarían los comentarios de la gente que lo acusaría de estar acostándose con una empleada.


Vio cómo un camarero le ofrecía a ella una copa de champán y cómo Paula la rechazaba con una sonrisa.


Pensó que si su hermana había intuido que había algo entre ellos, antes o después otras personas también lo harían. 


Paula se había mudado a vivir con él y había alquilado su apartamento… después de mucha persuasión por su parte. 


Y seguro que alguien terminaría enterándose.


Volvió a mirar a Paula, que continuaba hablando con Briana. Comenzó a acercarse a ellas cuando una mano lo detuvo al agarrarlo del brazo.


Pedro, siento mucho lo de tu padre —le dijo Kitty Lang, una guapa rubia de pelo rizado—. He oído que le dejó una fortuna a esa Marise Davenport. Enrique siempre fue un poco mujeriego. Ella trabajó para él hace un par de años, ¿verdad?


Pedro se detuvo y examinó a Kitty con cautela.


—Marise trabajó para Alfonso Diamonds en el departamento de marketing, no personalmente para mi padre —espetó, recordando que los rumores habían dicho que la propia Kitty también había sido amante de su padre—. A él siempre le gustaron las chicas guapas y era mucho más fácil cuando trabajaban para la compañía.


Con desagrado, apartó el brazo. Justo aquella clase de conversación era la razón por la que no había querido hacer pública su relación con Paula. El jefe que se acostaba con su empleada. Era demasiado sórdido.


—A mí no me extrañaría si Enrique ya se hubiera cansado de Marise y esa guapa rubita fuera la que hubiera estado calentándole la cama. A él siempre le gustaron las rubias —comentó Kitty, acariciándose sus rubios rizos—. Ella trabaja para Alfonso Diamonds, ¿no es así?


—¿De quién estás hablando? —preguntó Pedro, sintiendo un nudo en el estómago.


—De esa chica.


—¿De quién? —insistió él, siguiendo entonces con la mirada lo que señalaba Kitty.


Paula.


—Paula no ha trabajado nunca para mi padre.


—Yo los vi —explicó Kitty, esbozando una expresión de satisfacción.


—¿Dónde? —quiso saber Pedro, rezando para que ella le dijera alguna tontería.


—Yo iba a viajar con un cliente a Fiji para ver un inmueble —contestó Kitty, que era una importante agente inmobiliaria—. Fue en el aeropuerto. Estaban discutiendo.


—¿Eso es todo? ¿Por eso decidiste que estaban teniendo una aventura?


—Deberías haberlos visto juntos. Era el lenguaje de sus cuerpos, la manera en la que ella le hablaba… Había mucha emoción. Ella estaba enfadada, pero era la clase de enfado que sólo muestras ante alguien a quien conoces muy bien.
Como un amante.


Pedro recordó las ocasiones en las que había visto juntos a Paula y a su padre. Ella se volvía muy callada y no hablaban entre ellos. Estaba claro que le tenía un respeto reverencial a su poderoso progenitor.


Aunque tuvo que reconocer que, cuando había descubierto que Paula estaba en la lista de pasajeros del avión siniestrado, se había sentido un poco inseguro y había sospechado… aunque sólo durante poco tiempo. Se había odiado a sí mismo por haberlo hecho. Pero Kitty le había hecho recordarlo.


—Eso no significa na…


—Fue la tarde de la desaparición de Enrique. La agarró del codo y ella se resistió. Entonces ambos embarcaron.


—Pero Paula no estaba en el avión cuando éste se estrelló —contestó Pedro, pensando que Kitty debía de haber cometido un error.


Aunque no podía dejar de pensar que cuando había visto la lista de pasajeros casi se murió y que, cuando había telefoneado a Paula y ésta no había contestado, había supuesto lo peor.


Pero al regresar a casa tras haber pasado el peor día de su vida, la había encontrado sentada en el salón viendo la televisión.


Se alejó de Kitty y se acercó a Paula, que estaba sirviéndose una taza de té.


—¿Te sirvo una taza a ti también? —le preguntó ella.


Pedro se percató de que no lo miró, ni esbozó ninguna sonrisa secreta. Nada.


—Voy a tomar un poco de café —contestó, dirigiéndose a la mesa contigua donde un camarero estaba sirviendo café.


Entonces se dio cuenta de que ella comenzaba a hablar con alguien.


—¡No digas eso! —exclamó Paula, irritada.


A Pedro le sorprendió que hubiera levantado la voz. Se dio la vuelta y vio a Paula con las manos en las caderas, obviamente enfadada.


—Eso no es otra cosa que un cotilleo malintencionado. Deberías tener cuidado con lo que dices.


La persona con la que estaba hablando se había puesto completamente roja y Pedro se preguntó qué sería lo que había disgustado tanto a Paula. Briana ya no estaba con ella y Kitty la estaba observando desde la distancia.


Pedro volvió a sentir un nudo en el estómago y se preguntó si Kitty habría supuesto la verdad… si su amante también había sido la amante de su padre.





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