jueves, 19 de enero de 2017
UN SECRETO: CAPITULO 10
—¿Qué?
Impresionada, Paula se quedó mirándolo. Aquella fea acusación estaba pesando entre ambos y tuvo la sensación de estar mirando a un extraño.
—¿Sinceramente crees que me estaba acostando con tu padre? —preguntó, casi riéndose—. Estás de broma, ¿verdad?
—No, estoy hablando muy en serio —contestó él, deteniéndose en un semáforo. Le dirigió una fría mirada que reflejaba sospecha y enfado. Estaba muy alterado.
Paula sintió cómo le daba un vuelco el corazón. Pedro realmente lo creía.
Se preguntó cómo debía reaccionar ante aquel bombazo.
Deseó gritarle y salir corriendo del coche, pero el estilo melodramático no iba nada con ella. Tratando de contener su enfado, a duras penas logró mantener una compostura que en realidad no sentía.
—¿Tienes alguna base para creer eso?
—¿Eso es todo lo que puedes decir? ¿Preguntarme si tengo pruebas?
Paula permaneció callada, ya que se negaba a verse arrastrada por aquella absurda situación. Se negó a defenderse ante una acusación tan espantosa. El silencio se volvió insoportable.
Cuando el semáforo se puso en verde, el coche comenzó a moverse de nuevo. Maldiciendo, Pedro aparcó el vehículo en el arcén y se dio la vuelta en el asiento para mirarla.
—Estoy tratando de concederte el beneficio de la duda —dijo.
—¡Qué amable por tu parte! —espetó Paula sin poder evitar el sarcasmo. Las sospechas de Pedro la estaban haciendo sentir enferma.
—Incluso pensé que los comentarios de Kitty estaban motivados porque es una alborotadora…
—¡Kitty! —exclamó Paula, a quien no le sorprendía que hubiera sido ella, ya que era una persona muy maliciosa.
—¿Fue una pelea de amantes lo que presenció Kitty? ¿Estaba mi padre rompiendo contigo para irse con Marise? ¿O estaba teniendo una aventura a la vez con ella, tú te enteraste y le exigiste explicaciones?
—No voy a responder a eso —contestó Paula, que no tenía ninguna intención de contarle a Pedro el motivo de su pelea con Enrique.
—¿No tienes nada más que decir?
—Tú ya has decidido que Kitty decía la verdad, así que… ¿qué más puedo decir yo? —dijo ella.
—Dime que no es verdad
Paula se sintió invadida por un profundo malestar, por un oscuro vacío.
—¿Para qué? Está claro que no confías en mí, no lo has hecho desde hace ya algún tiempo —contestó, sintiendo cómo el dolor le traspasaba el alma. El simple hecho de que él sintiera la necesidad de preguntarle si era cierto la destruía por dentro y a la vez la enfurecía.
—Por lo menos dime que no eras tú la que estabas hablando con mi padre aquel día en el aeropuerto.
Ella sintió cómo le latía la sangre en la cabeza ante la insistencia de Pedro.
Tras un momento, él suspiró.
—Se suponía que debías haber ido a Auckland la tarde antes del accidente en un vuelo comercial para la apertura de la nueva tienda. No fuiste. Y todo lo que me dijiste fue que habías cambiado de idea. Aparté de mi mente el hecho de que tu nombre aparecía en la lista de pasajeros del vuelo de mi padre. Lo tomé como un error administrativo ya que varios de los empleados iban a viajar a Auckland. Cuando mi padre murió, me alivió mucho que no hubieras ido en aquel vuelo. Pero creo que sí que cambiaste tu billete. Decidiste viajar con mi padre… y entonces, por alguna razón, no subiste al avión.
Paula se quedó mirándolo y no dijo absolutamente nada.
Había perdido el vuelo comercial y todos los demás billetes ya estaban reservados. Incluso había esperado en el aeropuerto durante bastante tiempo por si había alguna cancelación. Pasar varias horas en la horrible compañía de Enrique Alfonso durante el vuelo a Auckland había sido el último recurso… hasta que había visto a Enrique mientras embarcaban y había oído lo que había dicho él. De ninguna manera había estado preparada para pasar tiempo en compañía del señor Alfonso tras aquel altercado.
Pero Pedro no merecía una explicación. Podía creer lo que quisiera… a ella ya no le importaba.
—¿Eso es todo? ¿Eso fue lo que te hizo sospechar? ¿Un cambio de vuelo?
—Más el hecho de que nunca te molestaste en hacerme saber tu cambio de planes —contestó él.
Paula recordó que Pedro y ella habían discutido ya que a él no le había venido bien que pasaran juntos las Navidades.
Mientras habían estado separados no habían hablado y ella había estado disgustada. Había pasado las vacaciones con sus padres y allí había descubierto que se había quedado embarazada.
Pedro le había dejado claro desde el principio que no quería niños ni anillos de compromiso. Ni siquiera quería mascotas.
Aquéllos eran los términos de su relación. Cuando terminaron las vacaciones, ella ya sabía que sólo tenía una opción: romper con él.
Había planeado tomarse un par de días libres tras la apertura de la tienda en Auckland para reunir el coraje necesario y romper su relación con él al regresar a Sidney.
Pero nunca fue a Auckland.
Y entonces el avión de Enrique había desaparecido y todo había sido muy caótico. Pedro había estado tan angustiado que ella no había sido capaz de abandonarlo en caso de que la necesitara. Consciente de lo que sentía él sobre los compromisos, de ninguna manera podía hablarle del bebé.
Pero en aquel momento el final había llegado. Porque Pedro Alfonso no necesitaba a nadie… y menos aún a ella.
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