viernes, 13 de enero de 2017

PELIGRO: CAPITULO 24





Unas horas más tarde, estaban esperando su turno en los juzgados de Dallas para casarse. Paula miró a las otras parejas, a las que se les veía excitadas y felices. Al pensar en los cambios que se habían producido en su vida últimamente, nunca se hubiera imaginado que tendría que añadir un matrimonio a la lista.


Pedro había mantenido su palabra durante el desayuno, pero no había comido demasiado. Entonces, ella se había dado cuenta de que no tenía sentido seguir discutiendo con él. Le había dado buenas razones y ella tenía que olvidarse de sus sueños infantiles.


Cuando les llegó el turno, la funcionaria les tomó los datos.


—Podemos casarnos ahora? —preguntó Pedro.


La funcionaria los miró por encima de las gafas.


—¿Tiene prisa, eh? Lo siento, hay una lista de espera de setenta y dos horas, a menos que esté en activo en el servicio militar.


Pedro sacó su identificación y se la mostró a la funcionaria. 


Ella anotó los datos necesarios, adjuntó la nota al certificado de matrimonio y se lo entregó a Pedro. A continuación les indicó dónde debían dirigirse y se marcharon.


—Te apuesto a que piensa que estoy embarazada —dijo ella sin poder ocultar su descontento.


—¿Te importa lo que piense esa funcionaria?


—Ya no sé ni lo que yo pienso.


Él la atrajo hacia sí.


—Todo va a salir bien, Paula.


La ceremonia fue fría. El juez firmó el certificado matrimonial y lo llevaron al Registro. Pedro dio la dirección del rancho para que les mandaran su copia en unos días.


Tomó a Paula de la mano y fueron al aparcamiento donde habían dejado el coche. Ella se ofreció para conducir, pero él negó con la cabeza. Necesitaba hacer algo y concentrarse en conducir lo ayudaría.


Sin preguntar, entró en el aparcamiento de un restaurante y se detuvo.


—Bueno, ahora estás a salvo. Ya eres ,oficialmente una Alfonso de Texas y nadie va a molestarte nunca más —dijo él saliendo del coche—. El habernos casado me ha abierto el apetito. Necesito comer algo.



*****


Mientras conducían por Hill Country, Paula contempló con atención el paisaje sin querer reparar en el hecho de que Pedro no había dicho nada en las tres últimas horas. Habían dejado la interestatal hacía una hora y ahora continuaban por una carretera de dos carriles.


Para cuando llegaron a la entrada del rancho, apenas había luz. La verja de entrada estaba abierta y la atravesaron.


—¿Estás bien? Hace un rato que no dices nada —dijo ella mirándolo. Estaba pálido—. ¿Te duele, verdad?


—Es evidente, ¿no?


—Una vez lleguemos, vas a tomarte una de tus pastillas —dijo ella con rotundidad.


—Apenas hace unas horas que me he casado contigo y ya me estás dando órdenes.


Fue a decir algo, pero vio un gesto divertido en sus ojos. 


Estaba bromeando. Iba a tener que acostumbrarse a su sentido del humor.


—Si te tomas tus medicinas, te daré un masaje.


—Eso está hecho.


El camino del rancho subía y bajaba colinas. Paula distinguió los rebaños de vacas y ovejas.


—¡Mira! ¡Un ciervo! —exclamó.


—Querida, tenemos casi más ciervos que ganado. Son una plaga.


—Pero son muy bonitos y elegantes.


—Y hambrientos. Las mujeres del rancho tienen que poner vallas a los jardines. Si no, los ciervos acabarían con todo.


Paula perdió el hilo de la conversación cuando llegaron a lo alto de una colina desde la que se divisaba una vasta extensión del valle. La casa parecía sacada de una película. Era grande, con el tejado rojo y las paredes blancas.


—¡Qué bonita!


—Estamos en casa —dijo Pedro, deteniendo el coche—. Bienvenida a la ancestral casa de los Alfonso.



jueves, 12 de enero de 2017

PELIGRO: CAPITULO 23





Un ligero ruido despertó a Paula. Era Pedro, vestido, que estaba preparando dos grandes tazas de café. Nunca lo oía levantarse, ni vestirse, ni marcharse. Últimamente, había descubierto que era diferente a cómo creía que era.


Paula se incorporó y sonrió.


—Mmm, huele muy bien. Gracias.


Él no sonrió. Le entregó una taza y se sentó en su lado de la cama.


—¿Pasa algo? —preguntó ella.


—No, si me dices que tomas píldoras anticonceptivas.


Lo miró asustada.


—Oh, Pedro. No. Nunca pensé que...


—Yo tampoco, a pesar de todo lo que dije. Ni siquiera traigo protección conmigo, puesto que no pensé que fuera a necesitarla en la cabaña.


—Bueno —empezó ella, tratando de ser realista—. Dudo que hayamos...


—¿Cuándo tuviste la última regla?


Ella sintió que le ardía la cara. No se le había ocurrido pensar en eso, puesto que nunca había tenido ninguna razón para hacerlo. Ahora que reparaba en ello, comenzó a sentir un nudo en el estómago.


—Hace un par de semanas.


El se quedó observándola detenidamente.


—¿Sabes lo que vamos a hacer ahora?


Después de unos segundos, ella agitó la cabeza.


—Bueno, tendremos que esperar a ver si...


—Respuesta errónea —dijo él—. Vamos a tomar un pequeño desvío esta mañana e iremos a casarnos.


—¿Estás de broma, verdad?


—No.


—Deja de hacerte el mártir. Si hay alguna consecuencia, me las arreglaré sin tu ayuda.


Paula apartó las sábanas y se levantó, entró en el cuarto de baño y cerró la puerta antes de sentarse en el suelo.


No era ingenua ni estúpida, pero esa mañana lo parecía. Así era como las adolescentes se quedaban embarazadas y ella ya no era ninguna adolescente. Ahora, don Perfecto salía con aquella ridícula idea.


No estaba dispuesta a formar parte de la vida de un soldado o cualquiera que fuera su rango. Ya le había dicho que no volvería a entrar en combate nunca más, puesto que no podía decidir dónde le mandarían.


No. Se puso de pie y se fue a la ducha. La camisa de su pijama era la única prenda que llevaba puesta, lo que le recordaba lo que había hecho.


Puesto que no había llevado ropa al baño, Paula salió con toda la dignidad que pudo envuelta en una toalla.


El la esperaba sentado en una silla y al verla pasar, la desnudó con la mirada.


Ella no dijo palabra. En su lugar, recogió su ropa y volvió al baño, donde se tomó su tiempo para vestirse y prepararse para una batalla que no podía perder. Le daban igual sus argumentos: no estaba dispuesta a casarse con él.


—¿Vamos a desayunar?


—No —contestó él sin moverse de la silla.


—¿Por qué no?


—No vamos a ir a ningún sitio hasta que resolvamos este asunto.


Ella levantó la barbilla.


—Está arreglado.


—Bien. Entonces vas a casarte conmigo.


—¡No! Olvídate. No voy a casarme contigo.


—Escúchame bien, aunque si rechazas mi oferta, no voy a obligarte. Pero primero, hay algo que tienes que saber de mí. Nunca en mi vida he olvidado usar protección, hasta ahora —dijo él. Ella intentó decir algo, pero él levantó la mano para que se detuviera—. No hay nada entre nosotros y ambos lo sabemos. Nunca he deseado a nadie como ahora y si descubres que estás embarazada no quiero que tengas que enfrentarte a ello sola. Sé que nos conocemos desde hace poco tiempo. Soy consciente de ello y entiendo tus reservas. Lo que te estoy proponiendo es que celebremos una rápida boda y si luego resulta que no estás embarazada, podemos anularla.


—Un matrimonio así sería un insulto a la institución —dijo ella—. No quiero casarme. Cuando decida casarme, será con un hombre normal, que tenga un trabajo normal y que se conforme con una esposa normal.


—No hay nada normal en ti.


—No quiero casarme con alguien que sea militar.


—¿Por tu padre?


—Así es —contestó ella asintiendo con la cabeza.


—Nuestro caso es diferente. Quizá no permanezca en el ejército mucho más, aunque todavía no lo he decidido.


—Tampoco me agrada casarme con alguien que puede entrar en un concesionario y comprar un coche al instante.


—Venga, hombre —dijo Pedro levantando la voz—. Ésa es la razón más absurda que he oído para no casarse con alguien. Al menos, sé que no te estás casando conmigo por mi dinero.


—Así es.


—Creo que no te das cuenta de lo mal que me siento por tener que enfrentarme a mi familia en unas horas y al hecho de que les ocultara lo que me pasó. Quizá lo que le ocurrió a mi brigada se escapaba a mi control. Aun así... —comenzó agitando la mano hacia la cama—, esto pude controlarlo. Quiero asegurarme de que no corres riesgos y de que estás a salvo. Va a ser muy difícil enfrentarme a mi familia, después de que prometí que no me aprovecharía de nuestra situación.


Se terminó el café y esperó. Al ver que ella no decía nada, continuó.


—Está bien. ¿Estás preparada para explicarle a nuestro hijo que no quisiste casarte con su padre porque no era lo que esperabas de un marido?


El silencio se volvió tenso.


—No estás siendo justo —dijo ella por fin.


—Y por lo que veo, tú tampoco.


Paula no podía creer que estuvieran hablando de aquello.


—Está bien, Pedro. Hagamos un trato. Si decidimos continuar con esta farsa, será hasta que sepamos si estoy embarazada o no.


En algún momento de su discurso, Paula se sentó en el borde de la cama. Ahora, al mirarlo a los ojos, podía ver dolor y desconcierto. Quizá tuviera razón y lo único que quería era protegerla. ¿Cómo podía enfadarse por eso?


Desde luego que no la había obligado a nada. Ya se sentía atraída hacia él antes incluso de que llegaran al hotel. Quizá fuera ella la que tuviera que enfrentarse a las posibles consecuencias de su propio comportamiento. No sería la boda de sus sueños. Debería habérselo pensado antes de que su mente se quedara en blanco.


—Cómo pretendes explicarle la boda a tu familia?


Su rostro se iluminó.


—¿Quiere eso decir que vas a aceptar?


—Los dos estamos exagerando y tú lo sabes tan bien como yo. Prefiero casarme que enfrentarme sola a un embarazo. Pero creo que sería más razonable esperar antes de que nos precipitemos.


—O sea, que lo que quieres decir es que estás dispuesta a casarte conmigo sólo si es necesario.


—¿Pedro?


—¿Sí?


—Esto es cruel e inhumano.


El se levantó de la silla y se quedó mirándola asombrado.


—¿El qué? ¿El que te haya pedido que te cases conmigo?


—No. Tener esta discusión con el estómago vacío. Estoy muerta de hambre.


—Está bien, vayamos a comer.


—Estupendo. Y nada de hablar de bodas mientras comemos. ¿De acuerdo?


—Eres una buena negociadora —dijo él esbozando una media sonrisa.


—No lo olvides







PELIGRO: CAPITULO 22




Paula se metió en el agua y suspiró. Era una sensación tan placentera como había imaginado. Apoyó la cabeza en el borde de la bañera y cerró los ojos. Inmediatamente, apareció en su mente Pedro Alfonso. Había aprendido mucho de sí misma desde que su plácida vida cambiara por culpa de aquellos disparos.


Nunca había pasado tanto miedo. Nunca había corrido tanto en su vida. Nunca había estado tan cerca de morir congelada en la nieve. Nunca había conocido a nadie como Pedro.


Cuando no era la persona más desagradable del mundo, Pedro tenía un encanto innato que se dejaba entrever a pesar de su mal humor. Además era un hombre honrado y no ocultaba el hecho de que quisiera hacerle el amor. El problema era que ella también quería hacer el amor con él y estaba dispuesta a ignorar todas las reglas que se había impuesto.


Durante el tiempo que había pasado con él en los últimos días, no había dejado de observarlo. El modo en que sus ojos brillaban cuando la miraban, el sonido de su respiración, su sonrisa... Todo eso hacía que no dejara de pensar en él.


Todavía tenía que pasar una noche más en la misma habitación con él y confiaba en poder controlarse más de lo que lo había hecho la noche anterior. Después de todo, habría una buena distancia entre ellos, así que sería como dormir sola.


Paula se quedó en la bañera hasta que el agua se enfrió. Se sentía más relajada y sabía que dormiría bien.


Cuando regresó a la habitación, Pedro parecía dormido. 


Tenía la cabeza hundida en la almohada y su espalda brillaba a la luz de la lámpara. Sentía un gran deseo de acariciar su espalda.


Decidida, apagó la luz para no verlo y se metió en la cama. A los pocos minutos, se quedó dormida.




***


En algún momento de la noche, ella debió de sentir frío y él la abrazó. Cuando Paula se despertó de lo que pensaba que era un sueño delicioso, se dio cuenta de que no era así. 


Pedro y ella estaban besándose apasionadamente, sus brazos y piernas entrelazados, y se dejó llevar por aquellas maravillosas sensaciones.



El sueño de Pedro se volvió demasiado real para serlo. 


Estaba haciéndole el amor a Paula, mientras ella lo alentaba con aquellos gemidos que incrementaban su ya ardiente deseo.


Apartó su boca de la de ella y dejó de acariciarla.


—Paula —comenzó, sin saber qué decir a aquellas alturas. 


Un caballero nunca hubiera dejado que aquello ocurriera.


Ella lo miró con una sonrisa somnolienta.


—Está bien, Pedro. Aceptemos el hecho de que vamos a hacer esto.


Tenía razón. Habían pasado de suaves caricias a un punto sin retorno.


Pedro no confiaba en que su pierna pudiera sujetar su peso, así que la hizo rodar hasta que la colocó sobre él. Paula ya no llevaba los pantalones del pijama, lo que le permitía acceder a ella. Ella apretó sus caderas y él empezó a agitarse, haciéndola gemir. Empujó y sintió su húmeda bienvenida. Se apartó ligeramente y volvió a empujar otra vez, penetrándola cada vez más hasta que estuvo completamente dentro.


Pedro no podía contener por más tiempo su deseo y comenzó a acariciarle el clítoris con el pulgar hasta que ambos gimieron de placer. Él continuó moviéndose y abrazándola con fuerza. Al rato, ella dejó caer la cabeza sobre su hombro.


—Estás soportando mucho peso.


—¡Quién lo ha dicho?


—No quiero hacerte daño.


Pedro abrió los ojos. Ella estaba sentada a horcajadas sobre él.


—¿Estás bien? —preguntó él cuando pudo recuperar el aliento.


—Sí.


Tenía que admitir que parecía muy satisfecha. Seguía dentro de ella, con el miembro erecto, lo que le sorprendió. Nunca antes le había pasado.


Comenzó a moverse lenta y rítmicamente. El tiempo se detuvo mientras continuaron acariciándose y besándose, hasta que ambos alcanzaron de nuevo el orgasmo.


Esa vez, Pedro supo que sería incapaz de seguir moviéndose. Abrazados, se dejaron caer en un profundo sueño





PELIGRO: CAPITULO 21





Pedro la miró atónito y a punto estuvo de pasarse la salida a la autopista. ¿Qué había querido decir?


—Lo siento, pero no te he entendido.


—Claro que sí. Llevamos varios días compartiendo alojamiento y siempre hemos estado solos, bien en la cabaña, en el coche o en la habitación de un hotel. Ambos somos adultos y estamos deseando hacer el amor.


—No hacía falta que mencionaras ese asunto.


—Tenemos que asumirlo.


—Buena idea. Sigamos adelante y hagamos el amor, así saldremos de esto.


—No creo que ésa sea la solución, Pedro.


—Si vamos a someter el asunto a votación, ya sabes cuál será mi voto —dijo mientras divisaba el hotel y ponía el intermitente—. Espero que todavía tengan disponible esa habitación.


—Estoy deseando salir del coche.


La habitación seguía disponible, pero el único problema, del que Pedro ni siquiera había reparado en preguntar, era que sólo tenía una cama. Tomó la habitación y confió en poder convencerla de que no lo sabía, especialmente después de las cosas que había dicho durante el camino. Una vez el botones recogió el equipaje del coche, Pedro se metió en el asiento del acompañante.


—Hay otra entrada más cerca de nuestra habitación, al otro lado del edificio.


Cuando aparcaron y llegaron a la puerta del hotel, él introdujo la llave magnética en la cerradura para abrir la puerta del edificio.


—Paula —dijo él mientras esperaban el ascensor.


—Dime —respondió ella, mirando ausente cómo las luces de las plantas se iban iluminando mientras el ascensor descendía.


—Hay una cosa que no he mencionado —dijo.


El ascensor se detuvo. Esperó a que estuvieran dentro y apretó el botón de su planta.


—Sólo quiero decirte que no había planeado esto.


Ella apoyó la cabeza contra la pared y cerró los ojos.


—Déjame adivinarlo. Hay restricciones de agua. No se permiten los baños después de cierta hora.


—No.


—Bien, porque pretendo sumergirme en un baño caliente durante al menos una hora.


—La habitación sólo tiene una cama.


—Estás bromeando.


—No, es cierto. Es de tamaño grande y por lo general es la que piden las parejas.


—No somos pareja.


—¿Sabes? Creo que tienes razón


—Esto no es divertido.


—No me estoy riendo. No sería la primera vez que dormimos juntos, Paula, primero en una litera y luego en una cama. Así que no creo que en esta cama nos rocemos.


Las puertas del ascensor se abrieron y salieron. Le dolía la pierna. Lo último en lo que estaba interesado esa noche era en acercarse a ella.


«¿A quién pretendes engañar? No estás muerto y ése sería el único motivo por el que no estarías interesado y lo sabes».


El se apoyó con fuerza en el bastón mientras caminaban por el pasillo. Llegaron a la habitación asignada y él abrió la puerta. Paula pasó primero y echó un vistazo.


—Es una habitación muy bonita —dijo echando un vistazo al cuarto de baño.


—Tiene que serlo, teniendo en cuenta los precios.


Ella se giró y lo miró.


—¿Cómo no habré caído antes? —dijo tomando el bolso de donde lo había dejado—. Ahora mismo te extenderé un cheque por los gastos que hemos tenido durante el viaje, aunque tendrás que guardarlo hasta que dejen de intentar buscarme.


—No seas ridícula —dijo él—. Era sólo un comentario. Me hubiera gastado lo mismo de vuelta a casa.


—Oh.


Ella se dio media vuelta y él sacudió la cabeza.


—Me daré una ducha y así podrás después darte un largo baño. Créeme, estaré dormido para cuando te metas en la cama.


—De acuerdo.


Él se acercó a ella y le colocó un mechón de pelo tras la oreja.


—Todo saldrá bien, ya lo verás.


Sabía que estaba muy cerca de ella y que tenía que apartarse. Sin embargo, rozó sus labios con los de ella en una suave caricia.


—No puedo evitar querer hacer el amor contigo, Paula, pero puedo controlarme. Estás segura conmigo, te lo prometo.


Cuando él se apartó, advirtió que se le escapaba una lágrima.


—Sólo estoy cansada. Enseguida estaré bien.


Pedro se dio una ducha rápida y regresó a la habitación. Ella apagó todas las luces, excepto la que estaba junto a la cama.


Tan pronto como él salió del baño, se levantó de la silla en la que estaba sentada y se metió en el cuarto de baño, cerrando la puerta suavemente.


Él esperó hasta oír el sonido del agua en la bañera, antes de sentarse en la cama, al otro lado de la luz encendida. Se dio un masaje en el muslo en un intento por relajar sus músculos. Al rato, se metió en la cama y al poco, se quedó dormido.