jueves, 12 de enero de 2017

PELIGRO: CAPITULO 22




Paula se metió en el agua y suspiró. Era una sensación tan placentera como había imaginado. Apoyó la cabeza en el borde de la bañera y cerró los ojos. Inmediatamente, apareció en su mente Pedro Alfonso. Había aprendido mucho de sí misma desde que su plácida vida cambiara por culpa de aquellos disparos.


Nunca había pasado tanto miedo. Nunca había corrido tanto en su vida. Nunca había estado tan cerca de morir congelada en la nieve. Nunca había conocido a nadie como Pedro.


Cuando no era la persona más desagradable del mundo, Pedro tenía un encanto innato que se dejaba entrever a pesar de su mal humor. Además era un hombre honrado y no ocultaba el hecho de que quisiera hacerle el amor. El problema era que ella también quería hacer el amor con él y estaba dispuesta a ignorar todas las reglas que se había impuesto.


Durante el tiempo que había pasado con él en los últimos días, no había dejado de observarlo. El modo en que sus ojos brillaban cuando la miraban, el sonido de su respiración, su sonrisa... Todo eso hacía que no dejara de pensar en él.


Todavía tenía que pasar una noche más en la misma habitación con él y confiaba en poder controlarse más de lo que lo había hecho la noche anterior. Después de todo, habría una buena distancia entre ellos, así que sería como dormir sola.


Paula se quedó en la bañera hasta que el agua se enfrió. Se sentía más relajada y sabía que dormiría bien.


Cuando regresó a la habitación, Pedro parecía dormido. 


Tenía la cabeza hundida en la almohada y su espalda brillaba a la luz de la lámpara. Sentía un gran deseo de acariciar su espalda.


Decidida, apagó la luz para no verlo y se metió en la cama. A los pocos minutos, se quedó dormida.




***


En algún momento de la noche, ella debió de sentir frío y él la abrazó. Cuando Paula se despertó de lo que pensaba que era un sueño delicioso, se dio cuenta de que no era así. 


Pedro y ella estaban besándose apasionadamente, sus brazos y piernas entrelazados, y se dejó llevar por aquellas maravillosas sensaciones.



El sueño de Pedro se volvió demasiado real para serlo. 


Estaba haciéndole el amor a Paula, mientras ella lo alentaba con aquellos gemidos que incrementaban su ya ardiente deseo.


Apartó su boca de la de ella y dejó de acariciarla.


—Paula —comenzó, sin saber qué decir a aquellas alturas. 


Un caballero nunca hubiera dejado que aquello ocurriera.


Ella lo miró con una sonrisa somnolienta.


—Está bien, Pedro. Aceptemos el hecho de que vamos a hacer esto.


Tenía razón. Habían pasado de suaves caricias a un punto sin retorno.


Pedro no confiaba en que su pierna pudiera sujetar su peso, así que la hizo rodar hasta que la colocó sobre él. Paula ya no llevaba los pantalones del pijama, lo que le permitía acceder a ella. Ella apretó sus caderas y él empezó a agitarse, haciéndola gemir. Empujó y sintió su húmeda bienvenida. Se apartó ligeramente y volvió a empujar otra vez, penetrándola cada vez más hasta que estuvo completamente dentro.


Pedro no podía contener por más tiempo su deseo y comenzó a acariciarle el clítoris con el pulgar hasta que ambos gimieron de placer. Él continuó moviéndose y abrazándola con fuerza. Al rato, ella dejó caer la cabeza sobre su hombro.


—Estás soportando mucho peso.


—¡Quién lo ha dicho?


—No quiero hacerte daño.


Pedro abrió los ojos. Ella estaba sentada a horcajadas sobre él.


—¿Estás bien? —preguntó él cuando pudo recuperar el aliento.


—Sí.


Tenía que admitir que parecía muy satisfecha. Seguía dentro de ella, con el miembro erecto, lo que le sorprendió. Nunca antes le había pasado.


Comenzó a moverse lenta y rítmicamente. El tiempo se detuvo mientras continuaron acariciándose y besándose, hasta que ambos alcanzaron de nuevo el orgasmo.


Esa vez, Pedro supo que sería incapaz de seguir moviéndose. Abrazados, se dejaron caer en un profundo sueño





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