jueves, 12 de enero de 2017

PELIGRO: CAPITULO 23





Un ligero ruido despertó a Paula. Era Pedro, vestido, que estaba preparando dos grandes tazas de café. Nunca lo oía levantarse, ni vestirse, ni marcharse. Últimamente, había descubierto que era diferente a cómo creía que era.


Paula se incorporó y sonrió.


—Mmm, huele muy bien. Gracias.


Él no sonrió. Le entregó una taza y se sentó en su lado de la cama.


—¿Pasa algo? —preguntó ella.


—No, si me dices que tomas píldoras anticonceptivas.


Lo miró asustada.


—Oh, Pedro. No. Nunca pensé que...


—Yo tampoco, a pesar de todo lo que dije. Ni siquiera traigo protección conmigo, puesto que no pensé que fuera a necesitarla en la cabaña.


—Bueno —empezó ella, tratando de ser realista—. Dudo que hayamos...


—¿Cuándo tuviste la última regla?


Ella sintió que le ardía la cara. No se le había ocurrido pensar en eso, puesto que nunca había tenido ninguna razón para hacerlo. Ahora que reparaba en ello, comenzó a sentir un nudo en el estómago.


—Hace un par de semanas.


El se quedó observándola detenidamente.


—¿Sabes lo que vamos a hacer ahora?


Después de unos segundos, ella agitó la cabeza.


—Bueno, tendremos que esperar a ver si...


—Respuesta errónea —dijo él—. Vamos a tomar un pequeño desvío esta mañana e iremos a casarnos.


—¿Estás de broma, verdad?


—No.


—Deja de hacerte el mártir. Si hay alguna consecuencia, me las arreglaré sin tu ayuda.


Paula apartó las sábanas y se levantó, entró en el cuarto de baño y cerró la puerta antes de sentarse en el suelo.


No era ingenua ni estúpida, pero esa mañana lo parecía. Así era como las adolescentes se quedaban embarazadas y ella ya no era ninguna adolescente. Ahora, don Perfecto salía con aquella ridícula idea.


No estaba dispuesta a formar parte de la vida de un soldado o cualquiera que fuera su rango. Ya le había dicho que no volvería a entrar en combate nunca más, puesto que no podía decidir dónde le mandarían.


No. Se puso de pie y se fue a la ducha. La camisa de su pijama era la única prenda que llevaba puesta, lo que le recordaba lo que había hecho.


Puesto que no había llevado ropa al baño, Paula salió con toda la dignidad que pudo envuelta en una toalla.


El la esperaba sentado en una silla y al verla pasar, la desnudó con la mirada.


Ella no dijo palabra. En su lugar, recogió su ropa y volvió al baño, donde se tomó su tiempo para vestirse y prepararse para una batalla que no podía perder. Le daban igual sus argumentos: no estaba dispuesta a casarse con él.


—¿Vamos a desayunar?


—No —contestó él sin moverse de la silla.


—¿Por qué no?


—No vamos a ir a ningún sitio hasta que resolvamos este asunto.


Ella levantó la barbilla.


—Está arreglado.


—Bien. Entonces vas a casarte conmigo.


—¡No! Olvídate. No voy a casarme contigo.


—Escúchame bien, aunque si rechazas mi oferta, no voy a obligarte. Pero primero, hay algo que tienes que saber de mí. Nunca en mi vida he olvidado usar protección, hasta ahora —dijo él. Ella intentó decir algo, pero él levantó la mano para que se detuviera—. No hay nada entre nosotros y ambos lo sabemos. Nunca he deseado a nadie como ahora y si descubres que estás embarazada no quiero que tengas que enfrentarte a ello sola. Sé que nos conocemos desde hace poco tiempo. Soy consciente de ello y entiendo tus reservas. Lo que te estoy proponiendo es que celebremos una rápida boda y si luego resulta que no estás embarazada, podemos anularla.


—Un matrimonio así sería un insulto a la institución —dijo ella—. No quiero casarme. Cuando decida casarme, será con un hombre normal, que tenga un trabajo normal y que se conforme con una esposa normal.


—No hay nada normal en ti.


—No quiero casarme con alguien que sea militar.


—¿Por tu padre?


—Así es —contestó ella asintiendo con la cabeza.


—Nuestro caso es diferente. Quizá no permanezca en el ejército mucho más, aunque todavía no lo he decidido.


—Tampoco me agrada casarme con alguien que puede entrar en un concesionario y comprar un coche al instante.


—Venga, hombre —dijo Pedro levantando la voz—. Ésa es la razón más absurda que he oído para no casarse con alguien. Al menos, sé que no te estás casando conmigo por mi dinero.


—Así es.


—Creo que no te das cuenta de lo mal que me siento por tener que enfrentarme a mi familia en unas horas y al hecho de que les ocultara lo que me pasó. Quizá lo que le ocurrió a mi brigada se escapaba a mi control. Aun así... —comenzó agitando la mano hacia la cama—, esto pude controlarlo. Quiero asegurarme de que no corres riesgos y de que estás a salvo. Va a ser muy difícil enfrentarme a mi familia, después de que prometí que no me aprovecharía de nuestra situación.


Se terminó el café y esperó. Al ver que ella no decía nada, continuó.


—Está bien. ¿Estás preparada para explicarle a nuestro hijo que no quisiste casarte con su padre porque no era lo que esperabas de un marido?


El silencio se volvió tenso.


—No estás siendo justo —dijo ella por fin.


—Y por lo que veo, tú tampoco.


Paula no podía creer que estuvieran hablando de aquello.


—Está bien, Pedro. Hagamos un trato. Si decidimos continuar con esta farsa, será hasta que sepamos si estoy embarazada o no.


En algún momento de su discurso, Paula se sentó en el borde de la cama. Ahora, al mirarlo a los ojos, podía ver dolor y desconcierto. Quizá tuviera razón y lo único que quería era protegerla. ¿Cómo podía enfadarse por eso?


Desde luego que no la había obligado a nada. Ya se sentía atraída hacia él antes incluso de que llegaran al hotel. Quizá fuera ella la que tuviera que enfrentarse a las posibles consecuencias de su propio comportamiento. No sería la boda de sus sueños. Debería habérselo pensado antes de que su mente se quedara en blanco.


—Cómo pretendes explicarle la boda a tu familia?


Su rostro se iluminó.


—¿Quiere eso decir que vas a aceptar?


—Los dos estamos exagerando y tú lo sabes tan bien como yo. Prefiero casarme que enfrentarme sola a un embarazo. Pero creo que sería más razonable esperar antes de que nos precipitemos.


—O sea, que lo que quieres decir es que estás dispuesta a casarte conmigo sólo si es necesario.


—¿Pedro?


—¿Sí?


—Esto es cruel e inhumano.


El se levantó de la silla y se quedó mirándola asombrado.


—¿El qué? ¿El que te haya pedido que te cases conmigo?


—No. Tener esta discusión con el estómago vacío. Estoy muerta de hambre.


—Está bien, vayamos a comer.


—Estupendo. Y nada de hablar de bodas mientras comemos. ¿De acuerdo?


—Eres una buena negociadora —dijo él esbozando una media sonrisa.


—No lo olvides







PELIGRO: CAPITULO 22




Paula se metió en el agua y suspiró. Era una sensación tan placentera como había imaginado. Apoyó la cabeza en el borde de la bañera y cerró los ojos. Inmediatamente, apareció en su mente Pedro Alfonso. Había aprendido mucho de sí misma desde que su plácida vida cambiara por culpa de aquellos disparos.


Nunca había pasado tanto miedo. Nunca había corrido tanto en su vida. Nunca había estado tan cerca de morir congelada en la nieve. Nunca había conocido a nadie como Pedro.


Cuando no era la persona más desagradable del mundo, Pedro tenía un encanto innato que se dejaba entrever a pesar de su mal humor. Además era un hombre honrado y no ocultaba el hecho de que quisiera hacerle el amor. El problema era que ella también quería hacer el amor con él y estaba dispuesta a ignorar todas las reglas que se había impuesto.


Durante el tiempo que había pasado con él en los últimos días, no había dejado de observarlo. El modo en que sus ojos brillaban cuando la miraban, el sonido de su respiración, su sonrisa... Todo eso hacía que no dejara de pensar en él.


Todavía tenía que pasar una noche más en la misma habitación con él y confiaba en poder controlarse más de lo que lo había hecho la noche anterior. Después de todo, habría una buena distancia entre ellos, así que sería como dormir sola.


Paula se quedó en la bañera hasta que el agua se enfrió. Se sentía más relajada y sabía que dormiría bien.


Cuando regresó a la habitación, Pedro parecía dormido. 


Tenía la cabeza hundida en la almohada y su espalda brillaba a la luz de la lámpara. Sentía un gran deseo de acariciar su espalda.


Decidida, apagó la luz para no verlo y se metió en la cama. A los pocos minutos, se quedó dormida.




***


En algún momento de la noche, ella debió de sentir frío y él la abrazó. Cuando Paula se despertó de lo que pensaba que era un sueño delicioso, se dio cuenta de que no era así. 


Pedro y ella estaban besándose apasionadamente, sus brazos y piernas entrelazados, y se dejó llevar por aquellas maravillosas sensaciones.



El sueño de Pedro se volvió demasiado real para serlo. 


Estaba haciéndole el amor a Paula, mientras ella lo alentaba con aquellos gemidos que incrementaban su ya ardiente deseo.


Apartó su boca de la de ella y dejó de acariciarla.


—Paula —comenzó, sin saber qué decir a aquellas alturas. 


Un caballero nunca hubiera dejado que aquello ocurriera.


Ella lo miró con una sonrisa somnolienta.


—Está bien, Pedro. Aceptemos el hecho de que vamos a hacer esto.


Tenía razón. Habían pasado de suaves caricias a un punto sin retorno.


Pedro no confiaba en que su pierna pudiera sujetar su peso, así que la hizo rodar hasta que la colocó sobre él. Paula ya no llevaba los pantalones del pijama, lo que le permitía acceder a ella. Ella apretó sus caderas y él empezó a agitarse, haciéndola gemir. Empujó y sintió su húmeda bienvenida. Se apartó ligeramente y volvió a empujar otra vez, penetrándola cada vez más hasta que estuvo completamente dentro.


Pedro no podía contener por más tiempo su deseo y comenzó a acariciarle el clítoris con el pulgar hasta que ambos gimieron de placer. Él continuó moviéndose y abrazándola con fuerza. Al rato, ella dejó caer la cabeza sobre su hombro.


—Estás soportando mucho peso.


—¡Quién lo ha dicho?


—No quiero hacerte daño.


Pedro abrió los ojos. Ella estaba sentada a horcajadas sobre él.


—¿Estás bien? —preguntó él cuando pudo recuperar el aliento.


—Sí.


Tenía que admitir que parecía muy satisfecha. Seguía dentro de ella, con el miembro erecto, lo que le sorprendió. Nunca antes le había pasado.


Comenzó a moverse lenta y rítmicamente. El tiempo se detuvo mientras continuaron acariciándose y besándose, hasta que ambos alcanzaron de nuevo el orgasmo.


Esa vez, Pedro supo que sería incapaz de seguir moviéndose. Abrazados, se dejaron caer en un profundo sueño





PELIGRO: CAPITULO 21





Pedro la miró atónito y a punto estuvo de pasarse la salida a la autopista. ¿Qué había querido decir?


—Lo siento, pero no te he entendido.


—Claro que sí. Llevamos varios días compartiendo alojamiento y siempre hemos estado solos, bien en la cabaña, en el coche o en la habitación de un hotel. Ambos somos adultos y estamos deseando hacer el amor.


—No hacía falta que mencionaras ese asunto.


—Tenemos que asumirlo.


—Buena idea. Sigamos adelante y hagamos el amor, así saldremos de esto.


—No creo que ésa sea la solución, Pedro.


—Si vamos a someter el asunto a votación, ya sabes cuál será mi voto —dijo mientras divisaba el hotel y ponía el intermitente—. Espero que todavía tengan disponible esa habitación.


—Estoy deseando salir del coche.


La habitación seguía disponible, pero el único problema, del que Pedro ni siquiera había reparado en preguntar, era que sólo tenía una cama. Tomó la habitación y confió en poder convencerla de que no lo sabía, especialmente después de las cosas que había dicho durante el camino. Una vez el botones recogió el equipaje del coche, Pedro se metió en el asiento del acompañante.


—Hay otra entrada más cerca de nuestra habitación, al otro lado del edificio.


Cuando aparcaron y llegaron a la puerta del hotel, él introdujo la llave magnética en la cerradura para abrir la puerta del edificio.


—Paula —dijo él mientras esperaban el ascensor.


—Dime —respondió ella, mirando ausente cómo las luces de las plantas se iban iluminando mientras el ascensor descendía.


—Hay una cosa que no he mencionado —dijo.


El ascensor se detuvo. Esperó a que estuvieran dentro y apretó el botón de su planta.


—Sólo quiero decirte que no había planeado esto.


Ella apoyó la cabeza contra la pared y cerró los ojos.


—Déjame adivinarlo. Hay restricciones de agua. No se permiten los baños después de cierta hora.


—No.


—Bien, porque pretendo sumergirme en un baño caliente durante al menos una hora.


—La habitación sólo tiene una cama.


—Estás bromeando.


—No, es cierto. Es de tamaño grande y por lo general es la que piden las parejas.


—No somos pareja.


—¿Sabes? Creo que tienes razón


—Esto no es divertido.


—No me estoy riendo. No sería la primera vez que dormimos juntos, Paula, primero en una litera y luego en una cama. Así que no creo que en esta cama nos rocemos.


Las puertas del ascensor se abrieron y salieron. Le dolía la pierna. Lo último en lo que estaba interesado esa noche era en acercarse a ella.


«¿A quién pretendes engañar? No estás muerto y ése sería el único motivo por el que no estarías interesado y lo sabes».


El se apoyó con fuerza en el bastón mientras caminaban por el pasillo. Llegaron a la habitación asignada y él abrió la puerta. Paula pasó primero y echó un vistazo.


—Es una habitación muy bonita —dijo echando un vistazo al cuarto de baño.


—Tiene que serlo, teniendo en cuenta los precios.


Ella se giró y lo miró.


—¿Cómo no habré caído antes? —dijo tomando el bolso de donde lo había dejado—. Ahora mismo te extenderé un cheque por los gastos que hemos tenido durante el viaje, aunque tendrás que guardarlo hasta que dejen de intentar buscarme.


—No seas ridícula —dijo él—. Era sólo un comentario. Me hubiera gastado lo mismo de vuelta a casa.


—Oh.


Ella se dio media vuelta y él sacudió la cabeza.


—Me daré una ducha y así podrás después darte un largo baño. Créeme, estaré dormido para cuando te metas en la cama.


—De acuerdo.


Él se acercó a ella y le colocó un mechón de pelo tras la oreja.


—Todo saldrá bien, ya lo verás.


Sabía que estaba muy cerca de ella y que tenía que apartarse. Sin embargo, rozó sus labios con los de ella en una suave caricia.


—No puedo evitar querer hacer el amor contigo, Paula, pero puedo controlarme. Estás segura conmigo, te lo prometo.


Cuando él se apartó, advirtió que se le escapaba una lágrima.


—Sólo estoy cansada. Enseguida estaré bien.


Pedro se dio una ducha rápida y regresó a la habitación. Ella apagó todas las luces, excepto la que estaba junto a la cama.


Tan pronto como él salió del baño, se levantó de la silla en la que estaba sentada y se metió en el cuarto de baño, cerrando la puerta suavemente.


Él esperó hasta oír el sonido del agua en la bañera, antes de sentarse en la cama, al otro lado de la luz encendida. Se dio un masaje en el muslo en un intento por relajar sus músculos. Al rato, se metió en la cama y al poco, se quedó dormido.



miércoles, 11 de enero de 2017

PELIGRO: CAPITULO 20







El camino entre San Luis y Dallas fue largo y aburrido. Paula se concentró conduciendo, yendo a la máxima velocidad permitida. Pedro se sentía cada vez más deprimido, a medida que se acercaba a su casa.


Entraron en Texas, cruzando el Río Rojo, cerca de las ocho de la tarde.


—¿Por qué no me dejas conducir desde aquí? —preguntó él—. Tan sólo quedan un par de horas para Dallas.


Entraron en un aparcamiento y se detuvieron. La tensión entre ellos, además de las largas horas, había hecho mella en Paula. Lo único que deseaba era llegar a su propia habitación. ¿Por qué se sentía como una tonta por ser tan prudente con Pedro? Sólo porque no fuera partidaria de las relaciones esporádicas no significaba que había algo malo en ella. Si en alguna ocasión no le había importado tener una relación íntima, ésa había sido la noche anterior.


No había sentido reparos. Se había olvidado de su educación, de ser prudente y de su futuro sólo por la excitación que las caricias de Pedro le habían producido. Lo único que había deseado en aquel momento había sido hacer el amor con él.


Su reacción hacia Pedro le había pillado con la guardia baja. 


Lo cierto del asunto era que ya no confiaba en estar a solas con él sin hacer alguna tontería de la que luego tuviera que arrepentirse.


El problema estaba en que se sentía muy atraída hacia él y no confiaba en sus propios sentimientos. Seguramente lo veía como su salvador, que para ella lo era, y le había atribuido toda clase de virtudes, que quizá no existieran.


Su actitud en la cabaña había sido un poco distante hasta la noche en que le había pedido que durmiera con él. En aquel momento, sabía que ambos necesitaban el consuelo de tener a alguien cerca.


La noche anterior había sido diferente. Ninguno de los dos buscaba ese consuelo, sino sexo. Ella necesitaba más que eso para mantener una relación. Por todo lo que le había contado, no le parecía un hombre familiar. Por no mencionar que estaba en el ejército.


—Dijiste que tenías dos hermanos, Facundo y Julio. ¿Tienes alguna hermana?


—No, no tengo ninguna hermana. No he mencionado a Julian, el segundo. Somos cuatro hermanos. De uno a otro nos llevamos dos años.


—Además de a Facundo, ¿conoceré a los demás?


—Quizá. Julian y Linda viven en Houston. Tuvieron un niño en septiembre del año pasado. Quizá vengan a visitarnos. Pero dudo que esté Julio. De Facundo ya te he hablado. Él se ocupa del rancho. Alma y él tienen dos niños. Me parece imposible que el pequeño Jose vaya a cumplir dos años en junio. Helena, su hija, cumplirá siete en septiembre. Todavía no conozco a Jose y apuesto a que no reconoceré a Helena.


—Tus padres viven cerca del rancho?


—Mis padres tienen su propia casa dentro del rancho. Ahora que papá se ha retirado, viajan mucho.


—¿Te gusta formar parte de una gran familia?


—Mucho. Siempre había alguna rivalidad entre hermanos por una cosa o por otra, pero nada serio. Quiero y admiro a mis hermanos.


—Tienes suerte.


—Estoy de acuerdo.


Cuando Pedro se detuvo en Dallas en uno de los hoteles de la autopista, la tensión entre ellos había desaparecido.


Se quedó esperándolo en el coche mientras él pedía habitación. Tardó más de lo habitual y cuando regresó al coche, estaba solo en vez de acompañado por un botones.


Paula bajó la ventanilla.


—¿Está todo bien?


—Están celebrando algún evento en la ciudad y como no tenemos reserva, nos va a costar trabajo encontrar habitación. El conserje ha llamado a varios hoteles de esta zona y sólo ha encontrado una habitación libre en uno de ellos. Puesto que dijiste que esta noche no querías compartir habitación, podemos seguir conduciendo un rato más, si quieres. Quizá encontremos algo en Arlington o en Forth Worth.


Paula ya se imaginaba en un baño espumoso, después de haber estado todo el día conduciendo. La idea de seguir conduciendo no le gustaba.


—Tomemos lo que esté disponible.


Él asintió y se metió en el coche.


—Prometo no acercarme a ti ni incomodarte —dijo saliendo del aparcamiento del hotel.


—No es tu comportamiento lo que me preocupa.



PELIGRO: CAPITULO 19





Pedro se despertó pronto, totalmente consciente de que Paula estaba dormida sobre su dolorido hombro y con una pierna sobre él.


Había dormido mejor de lo que lo había hecho en los últimos meses. El tener a Paula entre sus brazos le parecía algo natural y eso lo asustaba.


Retiró el brazo y lentamente se apartó. Salió de la cama y se fue a la ducha, con la esperanza de aclararse las ideas antes de enfrentarse a ella esa mañana.


Sonrió al recordar su recatado pijama. Paula no necesitaba ponerse ropa seductora para. estar sexy. ¿Cómo iba a ignorar aquella mirada de sus ojos, aquel anhelo que ni siquiera trataba de ocultar?


El problema era qué hacer con la nueva relación que había surgido entre ellos. Había perdido demasiado tiempo deseando haber podido salvar a sus hombres. Si no fuera por Paula, todavía estaría en la cabaña, convencido de que estaba donde debía y quería estar.


Sus discusiones con Julio le habían hecho darse cuenta del rumbo que estaba comenzando a tomar su vida. Estaba olvidándose de aquellos recuerdos tan dolorosos y empezando a preocuparse por sí mismo.


En un par de días estaría con su familia por primera vez en dos años. No había ido a la boda de Julio ni había conocido a su esposa, Carina. Facundo tenía un hijo que en breve cumpliría dos años y todavía no lo había conocido.


Acabó de ducharse y cortó el agua. Cuando estuvo seco y afeitado, se dio cuenta de que tenía que ponerse una toalla para ir a la otra habitación para vestirse. Teniendo en cuenta lo que había pasado la noche anterior, Paula pensaría que pretendía volver a meterse en la cama con ella, lo que no iba a pasar.


Sólo tenía que mantener el control hasta que llegaran al rancho. Allí ya no estaría solo. Un poco de disciplina era lo que necesitaba.


Sus pensamientos se detuvieron al salir y verla de espaldas, con tan sólo las bragas puestas, abrochándose el sujetador.


—Lo siento —dijo volviendo sobre sus pasos.


Ella se dio la vuelta y se tapó con su bata, sin mirarlo a los ojos. Ese gesto hubiera sido suficiente para cubrirse, sino hubiera sido porque estaba frente al espejo. El contempló su esbelto cuerpo y la manera en que su cintura estrecha daba paso a un curvilíneo trasero.


—Pensé que estaría vestida para cuando salieras.


—Tomaré algo de ropa y te dejaré a tu aire —dijo él.


Una vez encontró lo que pensaba ponerse, regresó al baño sin mirarla y cuando estuvo vestido, abrió la puerta.


—¿Estás presentable? —preguntó.


—Sí.


Él volvió al dormitorio. Paula se había puesto unos pantalones marrones y una camisa color tierra que realzaba el color de sus ojos.


—Llamaré para que vengan a buscar nuestro equipaje —dijo sin mirarla.


Después de llamar, se quedaron a la espera de que fueran a recoger sus maletas.


—Mira, siento lo que pasó anoche.


Ella estaba junto a la ventana, mirando fuera.


—Lo sé —dijo ella sin girarse—. Te debo una disculpa. Nunca antes había dado un masaje a un hombre y... Debería haberme dado cuenta de que algunos hombres tienen una respuesta física a los masajes.


El frunció el ceño.


—¿Crees que eso fue lo que pasó? —dijo él sentado en una silla.


Finalmente, ella se giró y lo miró.


—¿Acaso tú no?


—No. Creo que ambos reaccionamos a la fuerte atracción que sentimos el uno por el otro, a pesar de que hayamos tratado de ignorarlo.


—Como quieras llamarlo, pero preferiría evitar estas situaciones íntimas en el futuro.


Ella levantó la barbilla y habló con firmeza. Sólo sus mejillas ruborizadas evidenciaban el apuro que estaba pasando.


—Entonces, te debo una disculpa. Pensé que lo que sentí anoche era mutuo. No pretendía aprovecharme de ti.


Ella se sentó al borde de la cama.


—Era mutuo, pero creo que de ahora en adelante, deberíamos mantener las distancias.


—Si eso hace que te sientas más cómoda...


—Sí —dijo ella asintiendo con la cabeza.


—Así que ¿qué sugieres? ¿Quieres que vaya en el asiento de atrás mientras tú conduces? —preguntó él, tratando de ocultar lo divertido que le resultaba verla tan seria.


Ella cerró los ojos y sacudió la cabeza.


—Claro que no. Será mejor que tomemos habitaciones separadas esta noche. Dijiste que llegaríamos a tu casa mañana —y antes de que pudiera interrumpirla, continuó—. Ya estoy a salvo. No creo que haya nadie que a estas alturas sepa dónde estoy.


—Si eso es lo que quieres —dijo él encogiéndose de hombros.


Unos golpes en la puerta evitaron que él dijera nada más. 


Paula fue a la puerta y abrió al botones.


—Tenemos que comer algo antes de ponernos en camino —dijo él una vez en el coche—. Allí enfrente sirven unos desayunos estupendos, si es que estás dispuesta a probarlo.


Ella entró en el aparcamiento. Una vez salieron del coche, Pedro reparó en que Paula se mantenía apartada de él, lo que le hacía sentirse como un hombre lascivo que se aprovechaba de mujeres vulnerables. Su sentimiento de culpabilidad volvía a devorarlo.