miércoles, 11 de enero de 2017

PELIGRO: CAPITULO 19





Pedro se despertó pronto, totalmente consciente de que Paula estaba dormida sobre su dolorido hombro y con una pierna sobre él.


Había dormido mejor de lo que lo había hecho en los últimos meses. El tener a Paula entre sus brazos le parecía algo natural y eso lo asustaba.


Retiró el brazo y lentamente se apartó. Salió de la cama y se fue a la ducha, con la esperanza de aclararse las ideas antes de enfrentarse a ella esa mañana.


Sonrió al recordar su recatado pijama. Paula no necesitaba ponerse ropa seductora para. estar sexy. ¿Cómo iba a ignorar aquella mirada de sus ojos, aquel anhelo que ni siquiera trataba de ocultar?


El problema era qué hacer con la nueva relación que había surgido entre ellos. Había perdido demasiado tiempo deseando haber podido salvar a sus hombres. Si no fuera por Paula, todavía estaría en la cabaña, convencido de que estaba donde debía y quería estar.


Sus discusiones con Julio le habían hecho darse cuenta del rumbo que estaba comenzando a tomar su vida. Estaba olvidándose de aquellos recuerdos tan dolorosos y empezando a preocuparse por sí mismo.


En un par de días estaría con su familia por primera vez en dos años. No había ido a la boda de Julio ni había conocido a su esposa, Carina. Facundo tenía un hijo que en breve cumpliría dos años y todavía no lo había conocido.


Acabó de ducharse y cortó el agua. Cuando estuvo seco y afeitado, se dio cuenta de que tenía que ponerse una toalla para ir a la otra habitación para vestirse. Teniendo en cuenta lo que había pasado la noche anterior, Paula pensaría que pretendía volver a meterse en la cama con ella, lo que no iba a pasar.


Sólo tenía que mantener el control hasta que llegaran al rancho. Allí ya no estaría solo. Un poco de disciplina era lo que necesitaba.


Sus pensamientos se detuvieron al salir y verla de espaldas, con tan sólo las bragas puestas, abrochándose el sujetador.


—Lo siento —dijo volviendo sobre sus pasos.


Ella se dio la vuelta y se tapó con su bata, sin mirarlo a los ojos. Ese gesto hubiera sido suficiente para cubrirse, sino hubiera sido porque estaba frente al espejo. El contempló su esbelto cuerpo y la manera en que su cintura estrecha daba paso a un curvilíneo trasero.


—Pensé que estaría vestida para cuando salieras.


—Tomaré algo de ropa y te dejaré a tu aire —dijo él.


Una vez encontró lo que pensaba ponerse, regresó al baño sin mirarla y cuando estuvo vestido, abrió la puerta.


—¿Estás presentable? —preguntó.


—Sí.


Él volvió al dormitorio. Paula se había puesto unos pantalones marrones y una camisa color tierra que realzaba el color de sus ojos.


—Llamaré para que vengan a buscar nuestro equipaje —dijo sin mirarla.


Después de llamar, se quedaron a la espera de que fueran a recoger sus maletas.


—Mira, siento lo que pasó anoche.


Ella estaba junto a la ventana, mirando fuera.


—Lo sé —dijo ella sin girarse—. Te debo una disculpa. Nunca antes había dado un masaje a un hombre y... Debería haberme dado cuenta de que algunos hombres tienen una respuesta física a los masajes.


El frunció el ceño.


—¿Crees que eso fue lo que pasó? —dijo él sentado en una silla.


Finalmente, ella se giró y lo miró.


—¿Acaso tú no?


—No. Creo que ambos reaccionamos a la fuerte atracción que sentimos el uno por el otro, a pesar de que hayamos tratado de ignorarlo.


—Como quieras llamarlo, pero preferiría evitar estas situaciones íntimas en el futuro.


Ella levantó la barbilla y habló con firmeza. Sólo sus mejillas ruborizadas evidenciaban el apuro que estaba pasando.


—Entonces, te debo una disculpa. Pensé que lo que sentí anoche era mutuo. No pretendía aprovecharme de ti.


Ella se sentó al borde de la cama.


—Era mutuo, pero creo que de ahora en adelante, deberíamos mantener las distancias.


—Si eso hace que te sientas más cómoda...


—Sí —dijo ella asintiendo con la cabeza.


—Así que ¿qué sugieres? ¿Quieres que vaya en el asiento de atrás mientras tú conduces? —preguntó él, tratando de ocultar lo divertido que le resultaba verla tan seria.


Ella cerró los ojos y sacudió la cabeza.


—Claro que no. Será mejor que tomemos habitaciones separadas esta noche. Dijiste que llegaríamos a tu casa mañana —y antes de que pudiera interrumpirla, continuó—. Ya estoy a salvo. No creo que haya nadie que a estas alturas sepa dónde estoy.


—Si eso es lo que quieres —dijo él encogiéndose de hombros.


Unos golpes en la puerta evitaron que él dijera nada más. 


Paula fue a la puerta y abrió al botones.


—Tenemos que comer algo antes de ponernos en camino —dijo él una vez en el coche—. Allí enfrente sirven unos desayunos estupendos, si es que estás dispuesta a probarlo.


Ella entró en el aparcamiento. Una vez salieron del coche, Pedro reparó en que Paula se mantenía apartada de él, lo que le hacía sentirse como un hombre lascivo que se aprovechaba de mujeres vulnerables. Su sentimiento de culpabilidad volvía a devorarlo.




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