martes, 8 de noviembre de 2016

SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 16





El vestido era precioso. Se trataba de una larga capa de seda turquesa con delicados apliques cosidos a mano alrededor del cuello, que le sentaba a la perfección.


Tomó el teléfono, se hizo una foto y se la mandó a Belen con un mensaje de texto que decía: Me encanta el sexo por diversión.


La gente se equivocaba cuando pensaba que el sexo por diversión no implicaba ningún sentimiento. Sí, el sexo podía ser espectacular, pero aunque no estuviera enamorada, eso no significaba que dos personas no pudieran estar pendientes la una de la otra. Ella quería ayudarlo a aceptar lo mejor posible aquella boda y él se había preocupado de no dejarla sola cuando se había puesto triste.


En el fondo, se preguntaba si quizá no fuera así como debía sentirse, pero no le dio más vueltas, tomó su bolso y se dirigió al salón.


–Debería estar asustada por lo bien que se te da adivinar mi talla.


Pedro se dio la vuelta, muy guapo con su esmoquin. A pesar de su indiscutible elegancia y sofisticación, aquel atuendo formal no disimulaba el poder letal del hombre que lo portaba.


«Testosterona vestida de esmoquin», pensó mientras él le ofrecía algo que acababa de sacar de un bolsillo.


–¿Qué es esto?


Paula tomó el elegante estuche y lo abrió. Dentro, sobre terciopelo azul, había un collar de plata y zafiros, que enseguida reconoció.


–Es de Skylar. Lo había visto en fotos.


–Pues ahora puedes verlo al natural. Pensé que se vería más bonito en tu cuello que en un catálogo –dijo ayudándola a ponérselo.


–¿Cuándo lo has comprado?


–Pedí que me lo enviaran desde Londres después de que vieras su jarrón.


–Increíble, ¡qué extravagante!


–Entonces, ¿por qué estás sonriendo?


–Porque me gustan las cosas bonitas y Skylar hace cosas preciosas –dijo y volvió a sacar el teléfono del bolso–. Necesito capturar este momento para recordarlo cuando esté en un diminuto apartamento en Londres. Es un préstamo, evidentemente, porque no podría aceptar un regalo tan generoso –añadió y se hizo un par de fotos, antes de hacerle posar junto a ella–. ¿Puedo mandársela a Sky? Quiero que vea lo que llevo puesto.


–Es tu foto. Puedes hacer con ella lo que quieras.


–Skylar estará encantada. Esta noche voy a enseñarle este collar a todo el mundo. Pero, antes, dime cómo te sientes.


–¿Que cómo me siento? –repitió y la expresión de su rostro cambió.


–Es una fiesta para celebrar la inminente boda de tu padre, a la que no querías asistir. ¿Te resulta difícil estar aquí pensando en tu madre y viendo cómo se casa tu padre otra vez?


–Te agradezco la preocupación, pero estoy bien.


Pedro, sé que no estás bien, pero si prefieres que no hablemos de ello…


–Prefiero no hablar de ello.


–Entonces, vamos –dijo tomándolo de la mano y dirigiéndose a la puerta–. Supongo que todo el mundo estará pendiente de si estás contento, así que, por Daniela, sonríe.


–Gracias por el consejo.


–Supongo que es tu manera de decirme que me calle.


–Si quisiera que te callaras, usaría métodos más efectivos.


–Si quieres probar alguno de esos métodos…


–No me tientes.


Paula consideró volver dentro, pero había un coche esperándolos fuera de la casa.


–No me había dado cuenta de que había coches en la isla. Podíamos haber ido andando.


–No creo que puedas caminar tanto con esos zapatos, y menos aún bailar.


–¿Quién dice que voy a bailar?


–Yo.


Al llegar, Paula sintió un escalofrío de emoción al llegar ante la imponente entrada.


–Esto es una mansión, no una casa. La gente normal no vive así.


–¿Crees que soy una persona normal?


–Sé que no lo eres –dijo tomándolo del brazo mientras pasaban junto a una fuente–. La gente normal no tiene cinco casas y un avión privado.


–El avión es de la compañía.


–Y la compañía es tuya.


Fue difícil no sentirse sobrecogida al atravesar la puerta de la entrada palaciega de la casa de su padre. Los altos techos daban una sensación de amplitud y claridad.


–Cuéntame otra vez a qué se dedica tu padre.


Pedro sonrió.


–Dirigía una empresa muy exitosa que vendió por un buen importe.


No pudo decir más porque Diandra apareció y Paula advirtió que se ponía nerviosa al ver a Pedro.


Para romper el hielo, alabó el vestido y el peinado de la otra mujer y preguntó por Chloe.


–Está durmiendo. Mi sobrina la está cuidando mientras recibimos a los invitados. Luego iré a ver cómo está. Es una situación algo difícil. Quería posponer la boda, pero Carlos no quiere oír hablar de ello.


–Tienes razón, no quiero oír hablar de ello –dijo Carlos tomando de la mano a Daniela–. Nada va a impedir que me case contigo. Te preocupas demasiado. Enseguida se acostumbrará. De momento, tenemos un ejército de empleados que se ocupará de su bienestar.


–No necesita un ejército –murmuró Daniela–. Tan solo unas cuantas personas en las que confíe y que le aporten seguridad.


–Ya hablaremos de eso más tarde. Nuestros invitados están llegando. Paula, estás muy guapa. Te quedarás a nuestro lado para dar la bienvenida a todos.


–Pero yo…


–Insisto.


Ante la imposibilidad de escabullirse, se quedó allí dando la bienvenida a los invitados sintiéndose como si estuviera en una película.


–Esto es tan diferente a mi vida –le susurró a Pedro.


Pedro se limitaba a sonreír y a intercambiar unas cuantas palabras con cada invitado. Paula se dio cuenta enseguida de que todo el mundo en aquel grupo de personas influyentes quería charlar con él, especialmente las mujeres.


Aunque limitada, tuvo una percepción de lo que debía de ser su vida, rodeado de personas cuyos motivos para estar a su lado eran oscuros e interesados. Empezaba a entender sus recelos y su insolencia.


A la luz de las velas, se respiraba un intenso aroma a perfumes caros y flores frescas. La cena, un homenaje a la cocina griega, fue servida en la terraza para que los invitados pudieran disfrutar de la magnífica puesta de sol sobre el Egeo.


Para cuando Pedro la sacó a la pista de baile, Paula se sentía mareada.


–He charlado con algunas personas mientras estabas conversando con esos hombres trajeados. No he mencionado el hecho de que soy una arqueóloga sin un céntimo.


–¿Lo estás pasando bien?


–¿Tú qué crees?


–Creo que estás impresionante con ese vestido –respondió, acercándose a ella–. Y también creo que se te da mejor que a mí charlar con la gente.


–¿Sabías que ese hombre tan guapo que está ahí, junto a su encantadora esposa, es dueño de lujosos hoteles repartidos por todo el mundo? Es siciliano.


Pedro giró la cabeza.


–¿Cristiano Ferrara? ¿Te parece guapo?


–Sí, y Laura, su mujer, adorable. Me ha parecido una mujer muy sencilla. Le ha gustado mi collar y su marido me ha pedido detalles. Va a darle una sorpresa por su cumpleaños.


–Si Skylar vende una pieza de joyería a los Ferrara, triunfará. Se mueven en ambientes muy selectos.


–Laura quiere una invitación para la exposición de Londres. Espero que no te importe que haya hecho publicidad del trabajo de Skylar entre esta gente tan rica.


–Puedes ser todo lo atrevida que quieras –dijo atrayéndola hacia él de un modo posesivo–. De hecho, estoy deseando aprovecharme de ese comportamiento tan atrevido.


–¿Puedo decirte una cosa?


–Depende. ¿Vas a hacerme una confesión que hará que salga corriendo de aquí?


–No puedes salir corriendo porque tu padre está a punto de pronunciar unas palabras y… Vaya, Daniela parece agobiada.


Paula tiró de su mano y cruzaron la pista de baile en dirección a Daniela, que parecía estar discutiendo con Carlos.


–Espera cinco minutos –estaba diciendo Carlos–. No puedes dejar a nuestros invitados.


–Pero me necesita –afirmó Daniela con rotundidad.


–¿Es por Chloe? –intervino Paula.


–Se ha despertado. No me gusta la idea de que esté con alguien que apenas conoce. Bastante duro está siendo para ella que su madre la haya dejado.


Pedro y yo iremos a verla.


Sin soltar la mano de Pedro, Paula se dirigió escaleras arriba.


–Supongo que encontraremos su habitación.


–No creo que debamos…


–Deja las excusas, Alfonso. Tu hermana pequeña te necesita.


–No me conoce. No creo que mi repentina aparición en su vida sea de ayuda.


–A los niños les tranquilizan las personas con fuerte presencia –replicó Paula y se detuvo al llegar al descansillo–. ¿Por dónde?


Pedro suspiró y subieron un tramo más de escalera hasta una suite en la que encontraron a una joven meciendo en brazos a un bebé que no paraba de llorar.


–Lleva veinte minutos llorando y no consigo hacer que pare.


Pedro miró la cara de Chloe y la tomó en brazos, pero, en vez de calmarse, su llanto se intensificó. Al instante, se la pasó a Paula.


–Quizá lo hagas tú mejor que yo.


Estaba a punto de decir que la respuesta de Chloe no tenía nada que ver con él, cuando la pequeña se acomodó en su hombro, exhausta.


–Pobrecita. ¿Te has despertado y no sabías dónde estabas? ¿Ha sido el ruido de abajo? –dijo Paula acariciándole la espalda, sin dejar de susurrar palabras amables hasta que el bebé volvió a cerrar los ojos–. Así, así, estás cansada. ¿Tienes sed? ¿Quieres beber algo? –preguntó y miró a Pedro, que la observaba con expresión inescrutable–. Di algo.


–¿Qué quieres que diga?


–Algo, lo que sea.


Había tensión en sus hombros y Paula se preguntó si sus sentimientos hacia la niña estarían influenciados por su animadversión hacia Carla.


De repente se dio cuenta de que no estaba mirando a Chloe, sino a ella.


–A ti te gustan los niños –dijo soltándose la pajarita.


–Bueno, no todos los niños, pero a su edad, es fácil encariñarse con ellos.


Pensaba que atravesaría la habitación y que se llevaría a su hermana lejos de ella, pero no se movió. Permaneció apoyado en el marco de la puerta, observándola, y por fin se apartó.


–Parece que tienes esto bajo control. Te veré abajo cuando estés lista.


–No, Pedro, espera…


Paula se acercó a él con intención de entregarle a la pequeña para que tuviera contacto con ella, pero Pedro se apartó con una expresión fría en su rostro.


–Le diré a Daniela que suba tan pronto como acaben los discursos.


Y con esas, salió a toda prisa de la habitación, dejándola con el bebé.





SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 15




Pedro regresó a la terraza y se sentó a la sombra a hacer unas llamadas, sin quitar ojo a las puertas abiertas del dormitorio de Paula.


¿Qué se le había pasado por la cabeza para hablarle de su madre? Era algo en lo que no solía pensar y mucho menos hablar de ello. Estando allí de nuevo, los recuerdos largamente olvidados volvían a perseguirle.


Para distraerse, estuvo trabajando hasta que el sol empezó a perder fuerza y oyó ruido en el dormitorio. Unos minutos más tarde, Paula apareció en la terraza, con ojos somnolientos y ligeramente desorientada.


–¿Has estado aquí fuera todo el tiempo?


–Sí.


–¿No estás cansado?


–No.


–Porque estás intranquilo por tu padre –dijo y se sirvió un vaso de agua antes de sentarse al lado de Pedro–. Por si sirve de algo, te diré que me gusta Daniela.


Pedro se quedó observando la curva de sus labios y la candidez de su mirada.


–¿Hay alguien que no te caiga bien?


–Sí –contestó y bebió agua antes de continuar–. No soporto al profesor Ashurst y también tengo que confesar que no me cayó bien tu amiga de la otra noche porque me llamó gorda. Hace unas horas, tampoco tú me caías bien, pero lo has resarcido en el dormitorio, así que estoy dispuesta a olvidar todas esas cosas ofensivas que me dijiste durante el viaje.


Un hoyuelo apareció en la comisura de su boca. Al instante, Pedro sintió la respuesta de su cuerpo y se preguntó cómo iba a soportar una velada charlando con gente que no le interesaba. Solo ella le interesaba. De hecho, no había dejado de pensar en tener sexo con Paula desde que la encontrara una semana antes en su ducha, empapada. El sexo siempre había sido importante para él, pero, desde que la había conocido, se había convertido en una obsesión.


–Deberíamos arreglarnos para la fiesta. Los invitados llegarán pronto y mi padre quiere que lleguemos a tiempo para recibirlos.


–¿Los dos? Tú sí, yo no.


–Quiere que vengas tú también. Le has caído muy bien.


–Él a mí también, pero no creo que me corresponda recibir a sus invitados. No formo parte de la familia. Ni siquiera estamos juntos.


–Significaría mucho para él que estuvieras allí.


–Está bien, si es que estás seguro de que es lo que quiere.


El ruido de un helicóptero los interrumpió.


Pedro se puso de pie a regañadientes.


–Tenemos que ponernos en marcha. Los invitados están llegando.


–¿En helicóptero? ¿Cuántos invitados habrá?


–Es una fiesta muy selectiva, no más de doscientos. Vendrán de todas partes de Europa y Estados Unidos.


–¿Doscientos? ¿Y eso es una fiesta selectiva? Soy una intrusa.


–No, eres mi invitada.


–Empiezo a temer que lo que he traído para ponerme no es lo suficientemente formal.


–Estás muy guapa con cualquier cosa, pero tengo algo que quiero que veas.


–Te dije que no quería nada. ¿Tenías miedo de que te avergonzara?


–No, por si acaso temías que lo que habías traído no fuera lo suficientemente formal.


–Debería enfadarme por considerarme predecible, pero como no tenemos tiempo de enfadarnos, voy a echarle un vistazo.


Al levantarse, Paula chocó contra él.


–Paula… –susurró, sujetándola entre sus brazos.


–No, Pedro. Si volvemos a hacerlo, me quedaré dormida y no podré despertarme. Se supone que el príncipe tiene que despertar a la Bella Durmiente, no dejarla agotada de tanto sexo.


Pedro le acarició la mejilla e hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para no empujarla contra la pared.


–Podemos olvidarnos de la fiesta. Mejor aún, podemos tomar un par de botellas de champán y montarnos nuestra propia fiesta en la piscina.


–¡De ninguna manera! Tu padre y Daniela se molestarían y yo me perdería la oportunidad de ver gente famosa. Belen me freirá a preguntas, así que necesito detalles. ¿Puedo hacer fotos?


–Por supuesto –contestó e hizo un gran esfuerzo por apartar su mano–. Será mejor que te pruebes el vestido.


lunes, 7 de noviembre de 2016

SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 14





Paula estaba sentada a la sombra en la tumbona, escuchando el chapoteo rítmico de la piscina. Pedro llevaba nadando la última media hora, haciendo largos sin parar.


¿Qué se le había pasado por la cabeza para acceder a acompañarlo a aquella boda?


Había sido como aparecer en mitad de una mala telenovela. 


Daniela se había sentido tan intimidada por Pedro que apenas había abierto la boca y él se lo había tomado como que no tenía nada interesante que contar. La comida había sido tensa y, en el momento en que su padre había aparecido con la pequeña medio hermana de Pedro, la situación había pasado de civilizada a fría e intimidatoria. Se había esforzado tanto por llenar su gélido silencio, que solo le había faltado ponerse a hacer piruetas en mitad de la terraza.


Era demasiado mayor como para que le afectara compartir el cariño de su padre y demasiado rico como para que le preocupara el impacto en su herencia. La pequeña era adorable y Daniela y su padre estaban encantados con el nuevo miembro de la familia, por lo que Paula no entendía cuál era el problema. Durante el paseo de regreso de la comida, había intentado sacar el tema, pero Pedro la había cortado y se había marchado directamente a su despacho en donde se había puesto a trabajar sin interrupción.


Para aliviar su dolor de cabeza, Paula había bebido mucha agua y luego se había puesto a leer un libro, pero no había podido concentrarse en las palabras. Sabía que no era asunto suyo, pero no podía quedarse callada, y cuando vio que Pedro salía de la piscina, se levantó de la tumbona y le bloqueó el paso.


–Has sido muy descortés con Daniela durante la comida y, si quieres acortar el distanciamiento con tu padre, esa no es la manera. No es una cazafortunas.


–¿Y conociéndola de un rato ya lo sabes? –preguntó con rostro impasible.


–Tengo buen ojo.


–Lo dice una mujer que no sabía que su anterior novio estaba casado.


–Me equivoqué con él –replicó sonrojándose–, pero no me equivoco con Daniela y tienes que dejar de mirarla con tanto odio.


–No es cierto, theé mou. Es ella la que se ha comportado como una mujer que tuviera conciencia de culpabilidad.


–¡Se ha comportado como una mujer aterrorizada por ti! ¿Cómo puedes estar tan ciego?


De repente se dio cuenta de que la ciega era ella. No estaba siendo intolerante ni se estaba comportando así por perjuicios; estaba preocupado por su padre. Su único deseo era protegerlo. A su manera, estaba demostrando la lealtad que ella valoraba tanto.


–Creo que tu perspectiva está algo afectada por lo que le ha pasado a tu padre en relaciones anteriores. ¿Quieres que hablemos de ello?


–A diferencia de ti, no necesito decir en voz alta todo pensamiento que pasa por mi cabeza.


–Eso es muy cruel teniendo en cuenta que estoy intentando ayudar, pero voy a perdonarte porque me doy cuenta de que estás molesto. Creo que sé por qué.


–No me perdones. Si estás enfadada, dilo.


–Me has dicho que no diga en voz alta todos los pensamientos que se me pasan por la cabeza.


Pedro se secó la cara con la toalla y le dirigió una mirada gélida.


–No necesito ayuda.


–La situación resulta complicada por muchos aspectos, empezando porque Daniela acaba de enterarse a pocos días de su boda de que va a tener que encargarse de criar a la hija de otra mujer. Pero se la ve encantada y a tu padre también. Son felices, Pedro.


–Pero ¿durante cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo pasará hasta que vuelvan a romperle el corazón? ¿Y si esta vez no se recupera?


Las palabras de Pedro confirmaron sus sospechas y Paula sintió lástima.


–Esto no tiene que ver con Daniela, sino contigo. Quieres mucho a tu padre y estás intentando protegerlo.


Paula pensó que resultaba irónico que Pedro Alfonso, supuestamente frío y distante, tuviera unos valores familiares más fuertes que David Ashurst, que desde fuera parecía la pareja perfecta.


–Me gusta que te preocupes tanto por él, pero ¿se te ha ocurrido que quizá estés impidiendo que disfrute de lo mejor que le ha pasado en la vida?


–¿Por qué esta vez iba a ser diferente de las anteriores?


–Porque se quieren. Desde luego que incluir a una niña desde el principio de la relación será un reto, pero… –dijo y frunció el ceño, pensativa–. ¿Por qué Carla decidió
hacerlo ahora? Un niño es una persona, no un regalo de boda. ¿Crees que pretende estropear la relación de tu padre con Daniela?


–Esa idea se me ha pasado por la cabeza, pero no, esa no es su intención. Carla va a casarse de nuevo y no quiere a la niña.


Paula se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. De repente, no podía respirar.


–¿Así que la deja como si fuera un vestido pasado de moda? No me sorprende que no te cayera bien. Parece una persona despreciable. Si estás seguro de que no quieres hablar, voy a descansar antes de la cena –dijo pasando a su lado–. Este calor me da sueño.


–Paula…


–¿La cena es a las ocho, verdad? Estaré lista para entonces.


Se fue a su habitación y cerró la puerta. ¿Qué le pasaba? 


Aquella no era su familia ni su vida. ¿Por qué tenía que tomárselo tan a pecho? ¿Por qué le preocupaba tanto la pequeña Chloe cuando ese no era asunto suyo?


La puerta se abrió tras ella y se sobresaltó, pero se mantuvo de espaldas.


–Estoy a punto de echarme a dormir.


–Te he molestado y no era mi intención. Has sido muy generosa al venir aquí conmigo y lo menos que puedo hacer es contestar tus preguntas en un tono civilizado. Lo siento.


–No estoy molesta por que no quieras hablar.


–Entonces, ¿qué te pasa? –preguntó él y, al ver que no respondía, maldijo entre dientes–. Cuéntamelo, Paula.


–No. No acabo de entender lo que siento y odias hablar de sentimientos. Además, seguro que interpretas mis emociones de manera equivocada, algo para lo que pareces tener un don especial. Todo lo tergiversas hasta convertirlo en algo feo y oscuro. Deberías irte ahora mismo. Necesito tranquilizarme.


Esperaba oír sus pasos y la puerta cerrarse, pero en vez de eso sintió sus manos tomándola de los hombros.


–No tergiverso las cosas.


–Sí, lo haces. Pero eso es problema tuyo.


–No quiero que te tranquilices, quiero que me cuentes lo que te pasa. Durante la comida, mi padre te ha hecho un montón de preguntas personales.


–Eso no me importa.


–Entonces, ¿qué? ¿Todo esto es por Chloe?


–Es triste cuando los adultos no tienen en cuenta lo que siente un niño. Es maravilloso que tenga un padre cariñoso, pero algún día esa niña querrá saber por qué su madre la dejó, si fue porque lloraba mucho o porque hizo algo malo. No sé si lo entiendes.


Se hizo un largo silencio y la fuerza de las manos de Pedro aumentó.


–Lo entiendo –dijo él en voz baja–. Tenía nueve años cuando mi madre se fue y me hice esas preguntas y muchas más.


Paula se quedó inmóvil, asimilando aquella revelación.


–No lo sabía.


–No es algo de lo que suela hablar.


–¿Acaso conocer a Chloe te ha hecho remover el pasado?


–Todo este sitio hace que se remueva el pasado –comentó él–. Esperemos que Chloe no se haga las mismas preguntas cuando crezca.


–Yo era un bebé y todavía me las hago. Te agradezco que me escuches –continuó ella–, pero sé que no quieres hablar de esto, así que preferiría que te marcharas.


–Teniendo en cuenta que es culpa mía que estés tan triste por haberte traído aquí, no tengo intención de marcharme.


–Deberías hacerlo –afirmó ella con voz ronca–. Es por la situación, no por ti. Tu padre está muy contento, pero está a punto de casarse y una niña da mucho trabajo. ¿Qué pasa si decide que tampoco quiere a Chloe?


–No lo hará –dijo, obligándola a girarse para que lo mirara–. La ha querido desde el primer día, pero Carla ha hecho todo lo posible por alejar a la niña de él. No tengo ni idea de lo que dirá mi padre cuando Chloe sea mayor y pregunte, pero es un hombre sensato y estoy seguro de que dirá lo correcto.


Pedro acarició sus brazos desnudos, provocándole un escalofrío.


Paula reparó en las gotas de agua que le caían del pelo al pecho. Alzó la mano para acariciarlo, pero se contuvo.


–Lo siento… –dijo ella y se apartó.


Él murmuró algo en griego y tiró de ella para atraerla a su lado. Paula sintió que la mente se le nublaba junto al calor y la fuerza de su cuerpo, mientras la rodeaba con su brazo. 


Con su otra mano, Pedro la hizo ladear la cabeza y la besó. 


Luego, solo sintió la desesperación de su boca y los eróticos movimientos de su lengua. Le gustó tanto como la primera vez y se olvidó de todo menos de sus latidos desbocados y del calor que se extendía desde su pelvis. Se sentía tan bien, que dejó de lado todas las razones por las que aquello no era una buena idea.


–Sí, sí –musitó Paula rodeándolo por el cuello.


La estrechó contra él aún más y, al tomarla por las nalgas, sintió la fuerza de su erección.


–Me había prometido no volver a hacerlo, pero te deseo –dijo él con voz ronca.


–Yo también te deseo y no sabes cuánto. Me he pasado la comida deseando arrancarte la ropa y quitarte esa expresión seria de la cara.


Pedro separó las labios de los suyos. Su respiración era entrecortada y, por el brillo de sus ojos, Paula adivinó todo lo que necesitaba saber de sus sentimientos.


–¿Estoy serio ahora?


–No, estás increíble. Esta ha sido la semana más larga de mi vida –dijo tirando de él hacia la cama–. No te lo pienses. Esto es solo sexo y nada más. No te quiero, pero me encantaron todas esas cosas que me hiciste la otra noche.


–¿Todas? –preguntó quitándole el vestido.


–Sí –respondió y jadeó al sentir sus labios en el cuello–. Por favor, quiero todo el repertorio, no te dejes nada.


–Eres tímida y todavía es de día. Además, no tengo vendas.


–No soy tímida.


Paula recorrió con las manos su pecho hasta llegar al borde de su bañador mojado. Le costó quitárselo por la imponente erección y, cuando lo consiguió, tomó su miembro en la mano.


Pedro jadeó y la hizo tumbarse sobre la cama, cubriéndola con su cuerpo. Ella le arrancó la camisa con desesperación.


–Despacio, no hay ninguna prisa, theé mou.


–Sí, sí la hay. Vas a matarme –dijo deslizando las manos por los músculos de su espalda.


Era difícil determinar cuál de los dos estaba más excitado. Pedro le desabrochó el sujetador con dedos temblorosos y se tomó su tiempo para dejar al descubierto sus pechos desnudos. Todo lo hacía lentamente, como para torturarla, y Paula se preguntó cómo podía mantener el control con tanta disciplina ya que, si por ella hubiera sido, ya habría acabado todo.


Sintió el aire fresco del ventilador sobre su piel caliente y dejó escapar un gemido cuando la atrajo hacia su boca. La sensación era dulce a la vez que salvaje, y se arqueó. Pedro continuó bajando por su cuerpo, haciéndola estremecerse con el roce de sus labios y los movimientos de su lengua. Su boca se detuvo entre los pliegues de su entrepierna, saboreándola hasta llevarla al límite.


Pedro… Necesito… –balbuceó desesperada.


–Sé lo que necesitas.


Tras una breve pausa, se colocó sobre ella y la penetró. Con cada embestida, se fue hundiendo más hasta que Paula no supo dónde acababa ella y dónde empezaba él. De repente se detuvo, con los labios junto a los suyos y, con los ojos medio cerrados, se quedó mirándola. Sintió su peso sobre ella, la invasión masculina, la fuerza de sus músculos y la incipiente barba de su mentón al besarla y murmurar lo que iba a hacerle. Tenía el control sobre ella, pero no le importaba porque sabía cosas que ni ella conocía de sí misma. Lo único que quería era disfrutar de aquel placer. Pedro empezó a moverse lentamente y poco a poco fue aumentando el ritmo de sus embestidas hasta que Paula solo fue consciente de él y explotó. Su cuerpo se aferró al de Pedro y sus músculos se contrajeron alrededor de su miembro, provocándole un orgasmo.


Lo oyó jadear su nombre y sintió que le acariciaba el pelo y volvía a tomar su boca, besándose mientras compartían cada sacudida de la manera más íntima posible.


Permanecieron tumbados unos minutos y luego él la tomó en brazos y la llevó a la ducha. Bajo el chorro de agua caliente, Pedro continuó transmitiéndole su infinita sabiduría sexual hasta que dejó de sentir el cuerpo.


–¿Pedro? –preguntó Paula, tumbada de nuevo entre las sábanas, incapaz de mantener los ojos abiertos–. ¿Por eso no te gusta venir aquí, porque te recuerda a tu infancia?


Pedro se quedó mirándola con sus ojos negros. Su expresión era inescrutable.


–Duérmete. Te despertaré a tiempo para la cena.


–¿Adónde vamos?


–Tengo trabajo que hacer.


En otras palabras, se había metido en territorio prohibido. En alguna parte de su cabeza había otra pregunta que quería hacerle, pero su mente estaba cayendo en una dulce inconsciencia y se hundió en un sueño reparador.