lunes, 7 de noviembre de 2016

SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 14





Paula estaba sentada a la sombra en la tumbona, escuchando el chapoteo rítmico de la piscina. Pedro llevaba nadando la última media hora, haciendo largos sin parar.


¿Qué se le había pasado por la cabeza para acceder a acompañarlo a aquella boda?


Había sido como aparecer en mitad de una mala telenovela. 


Daniela se había sentido tan intimidada por Pedro que apenas había abierto la boca y él se lo había tomado como que no tenía nada interesante que contar. La comida había sido tensa y, en el momento en que su padre había aparecido con la pequeña medio hermana de Pedro, la situación había pasado de civilizada a fría e intimidatoria. Se había esforzado tanto por llenar su gélido silencio, que solo le había faltado ponerse a hacer piruetas en mitad de la terraza.


Era demasiado mayor como para que le afectara compartir el cariño de su padre y demasiado rico como para que le preocupara el impacto en su herencia. La pequeña era adorable y Daniela y su padre estaban encantados con el nuevo miembro de la familia, por lo que Paula no entendía cuál era el problema. Durante el paseo de regreso de la comida, había intentado sacar el tema, pero Pedro la había cortado y se había marchado directamente a su despacho en donde se había puesto a trabajar sin interrupción.


Para aliviar su dolor de cabeza, Paula había bebido mucha agua y luego se había puesto a leer un libro, pero no había podido concentrarse en las palabras. Sabía que no era asunto suyo, pero no podía quedarse callada, y cuando vio que Pedro salía de la piscina, se levantó de la tumbona y le bloqueó el paso.


–Has sido muy descortés con Daniela durante la comida y, si quieres acortar el distanciamiento con tu padre, esa no es la manera. No es una cazafortunas.


–¿Y conociéndola de un rato ya lo sabes? –preguntó con rostro impasible.


–Tengo buen ojo.


–Lo dice una mujer que no sabía que su anterior novio estaba casado.


–Me equivoqué con él –replicó sonrojándose–, pero no me equivoco con Daniela y tienes que dejar de mirarla con tanto odio.


–No es cierto, theé mou. Es ella la que se ha comportado como una mujer que tuviera conciencia de culpabilidad.


–¡Se ha comportado como una mujer aterrorizada por ti! ¿Cómo puedes estar tan ciego?


De repente se dio cuenta de que la ciega era ella. No estaba siendo intolerante ni se estaba comportando así por perjuicios; estaba preocupado por su padre. Su único deseo era protegerlo. A su manera, estaba demostrando la lealtad que ella valoraba tanto.


–Creo que tu perspectiva está algo afectada por lo que le ha pasado a tu padre en relaciones anteriores. ¿Quieres que hablemos de ello?


–A diferencia de ti, no necesito decir en voz alta todo pensamiento que pasa por mi cabeza.


–Eso es muy cruel teniendo en cuenta que estoy intentando ayudar, pero voy a perdonarte porque me doy cuenta de que estás molesto. Creo que sé por qué.


–No me perdones. Si estás enfadada, dilo.


–Me has dicho que no diga en voz alta todos los pensamientos que se me pasan por la cabeza.


Pedro se secó la cara con la toalla y le dirigió una mirada gélida.


–No necesito ayuda.


–La situación resulta complicada por muchos aspectos, empezando porque Daniela acaba de enterarse a pocos días de su boda de que va a tener que encargarse de criar a la hija de otra mujer. Pero se la ve encantada y a tu padre también. Son felices, Pedro.


–Pero ¿durante cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo pasará hasta que vuelvan a romperle el corazón? ¿Y si esta vez no se recupera?


Las palabras de Pedro confirmaron sus sospechas y Paula sintió lástima.


–Esto no tiene que ver con Daniela, sino contigo. Quieres mucho a tu padre y estás intentando protegerlo.


Paula pensó que resultaba irónico que Pedro Alfonso, supuestamente frío y distante, tuviera unos valores familiares más fuertes que David Ashurst, que desde fuera parecía la pareja perfecta.


–Me gusta que te preocupes tanto por él, pero ¿se te ha ocurrido que quizá estés impidiendo que disfrute de lo mejor que le ha pasado en la vida?


–¿Por qué esta vez iba a ser diferente de las anteriores?


–Porque se quieren. Desde luego que incluir a una niña desde el principio de la relación será un reto, pero… –dijo y frunció el ceño, pensativa–. ¿Por qué Carla decidió
hacerlo ahora? Un niño es una persona, no un regalo de boda. ¿Crees que pretende estropear la relación de tu padre con Daniela?


–Esa idea se me ha pasado por la cabeza, pero no, esa no es su intención. Carla va a casarse de nuevo y no quiere a la niña.


Paula se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. De repente, no podía respirar.


–¿Así que la deja como si fuera un vestido pasado de moda? No me sorprende que no te cayera bien. Parece una persona despreciable. Si estás seguro de que no quieres hablar, voy a descansar antes de la cena –dijo pasando a su lado–. Este calor me da sueño.


–Paula…


–¿La cena es a las ocho, verdad? Estaré lista para entonces.


Se fue a su habitación y cerró la puerta. ¿Qué le pasaba? 


Aquella no era su familia ni su vida. ¿Por qué tenía que tomárselo tan a pecho? ¿Por qué le preocupaba tanto la pequeña Chloe cuando ese no era asunto suyo?


La puerta se abrió tras ella y se sobresaltó, pero se mantuvo de espaldas.


–Estoy a punto de echarme a dormir.


–Te he molestado y no era mi intención. Has sido muy generosa al venir aquí conmigo y lo menos que puedo hacer es contestar tus preguntas en un tono civilizado. Lo siento.


–No estoy molesta por que no quieras hablar.


–Entonces, ¿qué te pasa? –preguntó él y, al ver que no respondía, maldijo entre dientes–. Cuéntamelo, Paula.


–No. No acabo de entender lo que siento y odias hablar de sentimientos. Además, seguro que interpretas mis emociones de manera equivocada, algo para lo que pareces tener un don especial. Todo lo tergiversas hasta convertirlo en algo feo y oscuro. Deberías irte ahora mismo. Necesito tranquilizarme.


Esperaba oír sus pasos y la puerta cerrarse, pero en vez de eso sintió sus manos tomándola de los hombros.


–No tergiverso las cosas.


–Sí, lo haces. Pero eso es problema tuyo.


–No quiero que te tranquilices, quiero que me cuentes lo que te pasa. Durante la comida, mi padre te ha hecho un montón de preguntas personales.


–Eso no me importa.


–Entonces, ¿qué? ¿Todo esto es por Chloe?


–Es triste cuando los adultos no tienen en cuenta lo que siente un niño. Es maravilloso que tenga un padre cariñoso, pero algún día esa niña querrá saber por qué su madre la dejó, si fue porque lloraba mucho o porque hizo algo malo. No sé si lo entiendes.


Se hizo un largo silencio y la fuerza de las manos de Pedro aumentó.


–Lo entiendo –dijo él en voz baja–. Tenía nueve años cuando mi madre se fue y me hice esas preguntas y muchas más.


Paula se quedó inmóvil, asimilando aquella revelación.


–No lo sabía.


–No es algo de lo que suela hablar.


–¿Acaso conocer a Chloe te ha hecho remover el pasado?


–Todo este sitio hace que se remueva el pasado –comentó él–. Esperemos que Chloe no se haga las mismas preguntas cuando crezca.


–Yo era un bebé y todavía me las hago. Te agradezco que me escuches –continuó ella–, pero sé que no quieres hablar de esto, así que preferiría que te marcharas.


–Teniendo en cuenta que es culpa mía que estés tan triste por haberte traído aquí, no tengo intención de marcharme.


–Deberías hacerlo –afirmó ella con voz ronca–. Es por la situación, no por ti. Tu padre está muy contento, pero está a punto de casarse y una niña da mucho trabajo. ¿Qué pasa si decide que tampoco quiere a Chloe?


–No lo hará –dijo, obligándola a girarse para que lo mirara–. La ha querido desde el primer día, pero Carla ha hecho todo lo posible por alejar a la niña de él. No tengo ni idea de lo que dirá mi padre cuando Chloe sea mayor y pregunte, pero es un hombre sensato y estoy seguro de que dirá lo correcto.


Pedro acarició sus brazos desnudos, provocándole un escalofrío.


Paula reparó en las gotas de agua que le caían del pelo al pecho. Alzó la mano para acariciarlo, pero se contuvo.


–Lo siento… –dijo ella y se apartó.


Él murmuró algo en griego y tiró de ella para atraerla a su lado. Paula sintió que la mente se le nublaba junto al calor y la fuerza de su cuerpo, mientras la rodeaba con su brazo. 


Con su otra mano, Pedro la hizo ladear la cabeza y la besó. 


Luego, solo sintió la desesperación de su boca y los eróticos movimientos de su lengua. Le gustó tanto como la primera vez y se olvidó de todo menos de sus latidos desbocados y del calor que se extendía desde su pelvis. Se sentía tan bien, que dejó de lado todas las razones por las que aquello no era una buena idea.


–Sí, sí –musitó Paula rodeándolo por el cuello.


La estrechó contra él aún más y, al tomarla por las nalgas, sintió la fuerza de su erección.


–Me había prometido no volver a hacerlo, pero te deseo –dijo él con voz ronca.


–Yo también te deseo y no sabes cuánto. Me he pasado la comida deseando arrancarte la ropa y quitarte esa expresión seria de la cara.


Pedro separó las labios de los suyos. Su respiración era entrecortada y, por el brillo de sus ojos, Paula adivinó todo lo que necesitaba saber de sus sentimientos.


–¿Estoy serio ahora?


–No, estás increíble. Esta ha sido la semana más larga de mi vida –dijo tirando de él hacia la cama–. No te lo pienses. Esto es solo sexo y nada más. No te quiero, pero me encantaron todas esas cosas que me hiciste la otra noche.


–¿Todas? –preguntó quitándole el vestido.


–Sí –respondió y jadeó al sentir sus labios en el cuello–. Por favor, quiero todo el repertorio, no te dejes nada.


–Eres tímida y todavía es de día. Además, no tengo vendas.


–No soy tímida.


Paula recorrió con las manos su pecho hasta llegar al borde de su bañador mojado. Le costó quitárselo por la imponente erección y, cuando lo consiguió, tomó su miembro en la mano.


Pedro jadeó y la hizo tumbarse sobre la cama, cubriéndola con su cuerpo. Ella le arrancó la camisa con desesperación.


–Despacio, no hay ninguna prisa, theé mou.


–Sí, sí la hay. Vas a matarme –dijo deslizando las manos por los músculos de su espalda.


Era difícil determinar cuál de los dos estaba más excitado. Pedro le desabrochó el sujetador con dedos temblorosos y se tomó su tiempo para dejar al descubierto sus pechos desnudos. Todo lo hacía lentamente, como para torturarla, y Paula se preguntó cómo podía mantener el control con tanta disciplina ya que, si por ella hubiera sido, ya habría acabado todo.


Sintió el aire fresco del ventilador sobre su piel caliente y dejó escapar un gemido cuando la atrajo hacia su boca. La sensación era dulce a la vez que salvaje, y se arqueó. Pedro continuó bajando por su cuerpo, haciéndola estremecerse con el roce de sus labios y los movimientos de su lengua. Su boca se detuvo entre los pliegues de su entrepierna, saboreándola hasta llevarla al límite.


Pedro… Necesito… –balbuceó desesperada.


–Sé lo que necesitas.


Tras una breve pausa, se colocó sobre ella y la penetró. Con cada embestida, se fue hundiendo más hasta que Paula no supo dónde acababa ella y dónde empezaba él. De repente se detuvo, con los labios junto a los suyos y, con los ojos medio cerrados, se quedó mirándola. Sintió su peso sobre ella, la invasión masculina, la fuerza de sus músculos y la incipiente barba de su mentón al besarla y murmurar lo que iba a hacerle. Tenía el control sobre ella, pero no le importaba porque sabía cosas que ni ella conocía de sí misma. Lo único que quería era disfrutar de aquel placer. Pedro empezó a moverse lentamente y poco a poco fue aumentando el ritmo de sus embestidas hasta que Paula solo fue consciente de él y explotó. Su cuerpo se aferró al de Pedro y sus músculos se contrajeron alrededor de su miembro, provocándole un orgasmo.


Lo oyó jadear su nombre y sintió que le acariciaba el pelo y volvía a tomar su boca, besándose mientras compartían cada sacudida de la manera más íntima posible.


Permanecieron tumbados unos minutos y luego él la tomó en brazos y la llevó a la ducha. Bajo el chorro de agua caliente, Pedro continuó transmitiéndole su infinita sabiduría sexual hasta que dejó de sentir el cuerpo.


–¿Pedro? –preguntó Paula, tumbada de nuevo entre las sábanas, incapaz de mantener los ojos abiertos–. ¿Por eso no te gusta venir aquí, porque te recuerda a tu infancia?


Pedro se quedó mirándola con sus ojos negros. Su expresión era inescrutable.


–Duérmete. Te despertaré a tiempo para la cena.


–¿Adónde vamos?


–Tengo trabajo que hacer.


En otras palabras, se había metido en territorio prohibido. En alguna parte de su cabeza había otra pregunta que quería hacerle, pero su mente estaba cayendo en una dulce inconsciencia y se hundió en un sueño reparador.






1 comentario:

  1. Ayyyyyyyyyyyy, que se abra un poco más Pedro y le responda todo lo que quiere Pau jajaja.

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