martes, 8 de noviembre de 2016

SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 16





El vestido era precioso. Se trataba de una larga capa de seda turquesa con delicados apliques cosidos a mano alrededor del cuello, que le sentaba a la perfección.


Tomó el teléfono, se hizo una foto y se la mandó a Belen con un mensaje de texto que decía: Me encanta el sexo por diversión.


La gente se equivocaba cuando pensaba que el sexo por diversión no implicaba ningún sentimiento. Sí, el sexo podía ser espectacular, pero aunque no estuviera enamorada, eso no significaba que dos personas no pudieran estar pendientes la una de la otra. Ella quería ayudarlo a aceptar lo mejor posible aquella boda y él se había preocupado de no dejarla sola cuando se había puesto triste.


En el fondo, se preguntaba si quizá no fuera así como debía sentirse, pero no le dio más vueltas, tomó su bolso y se dirigió al salón.


–Debería estar asustada por lo bien que se te da adivinar mi talla.


Pedro se dio la vuelta, muy guapo con su esmoquin. A pesar de su indiscutible elegancia y sofisticación, aquel atuendo formal no disimulaba el poder letal del hombre que lo portaba.


«Testosterona vestida de esmoquin», pensó mientras él le ofrecía algo que acababa de sacar de un bolsillo.


–¿Qué es esto?


Paula tomó el elegante estuche y lo abrió. Dentro, sobre terciopelo azul, había un collar de plata y zafiros, que enseguida reconoció.


–Es de Skylar. Lo había visto en fotos.


–Pues ahora puedes verlo al natural. Pensé que se vería más bonito en tu cuello que en un catálogo –dijo ayudándola a ponérselo.


–¿Cuándo lo has comprado?


–Pedí que me lo enviaran desde Londres después de que vieras su jarrón.


–Increíble, ¡qué extravagante!


–Entonces, ¿por qué estás sonriendo?


–Porque me gustan las cosas bonitas y Skylar hace cosas preciosas –dijo y volvió a sacar el teléfono del bolso–. Necesito capturar este momento para recordarlo cuando esté en un diminuto apartamento en Londres. Es un préstamo, evidentemente, porque no podría aceptar un regalo tan generoso –añadió y se hizo un par de fotos, antes de hacerle posar junto a ella–. ¿Puedo mandársela a Sky? Quiero que vea lo que llevo puesto.


–Es tu foto. Puedes hacer con ella lo que quieras.


–Skylar estará encantada. Esta noche voy a enseñarle este collar a todo el mundo. Pero, antes, dime cómo te sientes.


–¿Que cómo me siento? –repitió y la expresión de su rostro cambió.


–Es una fiesta para celebrar la inminente boda de tu padre, a la que no querías asistir. ¿Te resulta difícil estar aquí pensando en tu madre y viendo cómo se casa tu padre otra vez?


–Te agradezco la preocupación, pero estoy bien.


Pedro, sé que no estás bien, pero si prefieres que no hablemos de ello…


–Prefiero no hablar de ello.


–Entonces, vamos –dijo tomándolo de la mano y dirigiéndose a la puerta–. Supongo que todo el mundo estará pendiente de si estás contento, así que, por Daniela, sonríe.


–Gracias por el consejo.


–Supongo que es tu manera de decirme que me calle.


–Si quisiera que te callaras, usaría métodos más efectivos.


–Si quieres probar alguno de esos métodos…


–No me tientes.


Paula consideró volver dentro, pero había un coche esperándolos fuera de la casa.


–No me había dado cuenta de que había coches en la isla. Podíamos haber ido andando.


–No creo que puedas caminar tanto con esos zapatos, y menos aún bailar.


–¿Quién dice que voy a bailar?


–Yo.


Al llegar, Paula sintió un escalofrío de emoción al llegar ante la imponente entrada.


–Esto es una mansión, no una casa. La gente normal no vive así.


–¿Crees que soy una persona normal?


–Sé que no lo eres –dijo tomándolo del brazo mientras pasaban junto a una fuente–. La gente normal no tiene cinco casas y un avión privado.


–El avión es de la compañía.


–Y la compañía es tuya.


Fue difícil no sentirse sobrecogida al atravesar la puerta de la entrada palaciega de la casa de su padre. Los altos techos daban una sensación de amplitud y claridad.


–Cuéntame otra vez a qué se dedica tu padre.


Pedro sonrió.


–Dirigía una empresa muy exitosa que vendió por un buen importe.


No pudo decir más porque Diandra apareció y Paula advirtió que se ponía nerviosa al ver a Pedro.


Para romper el hielo, alabó el vestido y el peinado de la otra mujer y preguntó por Chloe.


–Está durmiendo. Mi sobrina la está cuidando mientras recibimos a los invitados. Luego iré a ver cómo está. Es una situación algo difícil. Quería posponer la boda, pero Carlos no quiere oír hablar de ello.


–Tienes razón, no quiero oír hablar de ello –dijo Carlos tomando de la mano a Daniela–. Nada va a impedir que me case contigo. Te preocupas demasiado. Enseguida se acostumbrará. De momento, tenemos un ejército de empleados que se ocupará de su bienestar.


–No necesita un ejército –murmuró Daniela–. Tan solo unas cuantas personas en las que confíe y que le aporten seguridad.


–Ya hablaremos de eso más tarde. Nuestros invitados están llegando. Paula, estás muy guapa. Te quedarás a nuestro lado para dar la bienvenida a todos.


–Pero yo…


–Insisto.


Ante la imposibilidad de escabullirse, se quedó allí dando la bienvenida a los invitados sintiéndose como si estuviera en una película.


–Esto es tan diferente a mi vida –le susurró a Pedro.


Pedro se limitaba a sonreír y a intercambiar unas cuantas palabras con cada invitado. Paula se dio cuenta enseguida de que todo el mundo en aquel grupo de personas influyentes quería charlar con él, especialmente las mujeres.


Aunque limitada, tuvo una percepción de lo que debía de ser su vida, rodeado de personas cuyos motivos para estar a su lado eran oscuros e interesados. Empezaba a entender sus recelos y su insolencia.


A la luz de las velas, se respiraba un intenso aroma a perfumes caros y flores frescas. La cena, un homenaje a la cocina griega, fue servida en la terraza para que los invitados pudieran disfrutar de la magnífica puesta de sol sobre el Egeo.


Para cuando Pedro la sacó a la pista de baile, Paula se sentía mareada.


–He charlado con algunas personas mientras estabas conversando con esos hombres trajeados. No he mencionado el hecho de que soy una arqueóloga sin un céntimo.


–¿Lo estás pasando bien?


–¿Tú qué crees?


–Creo que estás impresionante con ese vestido –respondió, acercándose a ella–. Y también creo que se te da mejor que a mí charlar con la gente.


–¿Sabías que ese hombre tan guapo que está ahí, junto a su encantadora esposa, es dueño de lujosos hoteles repartidos por todo el mundo? Es siciliano.


Pedro giró la cabeza.


–¿Cristiano Ferrara? ¿Te parece guapo?


–Sí, y Laura, su mujer, adorable. Me ha parecido una mujer muy sencilla. Le ha gustado mi collar y su marido me ha pedido detalles. Va a darle una sorpresa por su cumpleaños.


–Si Skylar vende una pieza de joyería a los Ferrara, triunfará. Se mueven en ambientes muy selectos.


–Laura quiere una invitación para la exposición de Londres. Espero que no te importe que haya hecho publicidad del trabajo de Skylar entre esta gente tan rica.


–Puedes ser todo lo atrevida que quieras –dijo atrayéndola hacia él de un modo posesivo–. De hecho, estoy deseando aprovecharme de ese comportamiento tan atrevido.


–¿Puedo decirte una cosa?


–Depende. ¿Vas a hacerme una confesión que hará que salga corriendo de aquí?


–No puedes salir corriendo porque tu padre está a punto de pronunciar unas palabras y… Vaya, Daniela parece agobiada.


Paula tiró de su mano y cruzaron la pista de baile en dirección a Daniela, que parecía estar discutiendo con Carlos.


–Espera cinco minutos –estaba diciendo Carlos–. No puedes dejar a nuestros invitados.


–Pero me necesita –afirmó Daniela con rotundidad.


–¿Es por Chloe? –intervino Paula.


–Se ha despertado. No me gusta la idea de que esté con alguien que apenas conoce. Bastante duro está siendo para ella que su madre la haya dejado.


Pedro y yo iremos a verla.


Sin soltar la mano de Pedro, Paula se dirigió escaleras arriba.


–Supongo que encontraremos su habitación.


–No creo que debamos…


–Deja las excusas, Alfonso. Tu hermana pequeña te necesita.


–No me conoce. No creo que mi repentina aparición en su vida sea de ayuda.


–A los niños les tranquilizan las personas con fuerte presencia –replicó Paula y se detuvo al llegar al descansillo–. ¿Por dónde?


Pedro suspiró y subieron un tramo más de escalera hasta una suite en la que encontraron a una joven meciendo en brazos a un bebé que no paraba de llorar.


–Lleva veinte minutos llorando y no consigo hacer que pare.


Pedro miró la cara de Chloe y la tomó en brazos, pero, en vez de calmarse, su llanto se intensificó. Al instante, se la pasó a Paula.


–Quizá lo hagas tú mejor que yo.


Estaba a punto de decir que la respuesta de Chloe no tenía nada que ver con él, cuando la pequeña se acomodó en su hombro, exhausta.


–Pobrecita. ¿Te has despertado y no sabías dónde estabas? ¿Ha sido el ruido de abajo? –dijo Paula acariciándole la espalda, sin dejar de susurrar palabras amables hasta que el bebé volvió a cerrar los ojos–. Así, así, estás cansada. ¿Tienes sed? ¿Quieres beber algo? –preguntó y miró a Pedro, que la observaba con expresión inescrutable–. Di algo.


–¿Qué quieres que diga?


–Algo, lo que sea.


Había tensión en sus hombros y Paula se preguntó si sus sentimientos hacia la niña estarían influenciados por su animadversión hacia Carla.


De repente se dio cuenta de que no estaba mirando a Chloe, sino a ella.


–A ti te gustan los niños –dijo soltándose la pajarita.


–Bueno, no todos los niños, pero a su edad, es fácil encariñarse con ellos.


Pensaba que atravesaría la habitación y que se llevaría a su hermana lejos de ella, pero no se movió. Permaneció apoyado en el marco de la puerta, observándola, y por fin se apartó.


–Parece que tienes esto bajo control. Te veré abajo cuando estés lista.


–No, Pedro, espera…


Paula se acercó a él con intención de entregarle a la pequeña para que tuviera contacto con ella, pero Pedro se apartó con una expresión fría en su rostro.


–Le diré a Daniela que suba tan pronto como acaben los discursos.


Y con esas, salió a toda prisa de la habitación, dejándola con el bebé.





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