lunes, 3 de octubre de 2016

LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 4





Durante todo el trayecto hacia Savannah, Paula se dijo que era una tonta y que Pedro no aparecería.


El era un hombre atractivo, que tenía una profesión que lo ponía en contacto con mujeres mucho más hermosas y sofisticadas que ella. Había transcurrido todo un año, y el hecho de que ella no pudiese apartarlo de su mente no significaba que él recordara las pocas horas que habían pasado juntos, o la promesa que se habían hecho.


De todas formas, el deseo de volver a verlo era muy fuerte. 


Durante el último año, ella había tenido muchas experiencias; no obstante, en ninguna había sentido ese entusiasmo. Recordaba haberlo sentido cuando Mateo empezó a cortejarla, quince años atrás, en su época universitaria, cuando él estaba en la Facultad de Medicina. 


Ese recuerdo la hizo comprender que ese tipo de sentimientos no se daba con frecuencia.


Seis horas después, se estaba poniendo un vestido rojo sencillo, que le quedaba muy bien, escogió joyería de oro y se aplicó un poco de su perfume favorito, una esencia de flores francesa que Mateo siempre había odiado, quizá por lo caro que era. Escogió unas sandalias negras de tacón muy alto, y salió hacia el restaurante, que quedaba a poca distancia del malecón.


Era una noche tranquila, solamente soplaba una ligera brisa que apenas inquietaba las aguas del río. Mientras paseaba, recordó la expresión de deseo que había visto en los ojos de Pedro antes de besarla y despedirse. Su pulso se aceleró con ese pensamiento, al recordar sus labios sobre los suyos... tibios, sensuales, exigentes. Una sensación en el bajo abdomen le recordó una vez más lo cautivada que había estado por él, y lo mucho que deseaba que la estuviera esperando aquella noche.


Al llegar a la puerta del restaurante, vaciló, casi arrepintiéndose de haber ido. Se preguntó si se estaría arriesgando demasiado.


—No te eches para atrás ahora, Pau —murmuró para sí y entró, antes que pudiera cambiar de opinión.


Rápidamente recorrió con la mirada la amplia sala del restaurante. Todavía era temprano y había pocos clientes Su mirada encontró la mesa que había ocupado cuando se conocieron, que en ese momento estaba desocupada. 


Preguntó a un camarero si podía sentarse en aquella mesa.


Una vez sentada, se dio cuenta de que le temblaban las manos. No había estado tan nerviosa ni en su primera cita, ni nunca había tenido tanto miedo a que la dejaran plantada.


Pidió una copa de vino blanco y marisco, lo mismo que había pedido hacía un año.


—¿Más café? —preguntó una seductora voz masculina detrás de su espalda, que la hizo estremecerse.


—No bebo café —respondió Paula casi sin aliento. Levantó la mirada y se encontró con unos ojos castaños que la miraban con gran intensidad—. Has venido —murmuró con suavidad. Luchó por ocultar un suspiro de alivio. La sonrisa de Pedro parecía revelar cierta satisfacción.


—También tú —dijo Pedro.


—Creía que no te acordarías —dijeron los dos al unísono y rieron. La risa rompió la tensión e hizo que Paula comprendiera que en ese momento no deseaba estar en ningún otro lugar, que no fuera allí, con ese hombre atractivo y amable, que la miraba afectuoso.


—Estás maravillosa —comentó Pedro sentándose. La joven sintió la mirada de sus ojos apreciando cada detalle de su cuerpo como una caricia. Le parecía que su piel ardía bajo aquella intensa mirada—. Siento llegar tarde —se disculpó Pedro.


—No has llegado tarde porque en realidad, no fijamos ninguna hora con exactitud —manifestó Paula—. No estaba muy segura de que te molestaras en venir hasta aquí por una cena. ¿O acaso conseguiste aquel cliente del que me hablaste aquí? ¿Ahora vienes a menudo? —tuvo que morderse la lengua para evitar hacerle más preguntas.


—Sí —respondió Pedro—, conseguí aquel cliente, y vengo ocasionalmente. Me aseguré de estar aquí esta noche. Tenía la esperanza de que te acordaras de que deseabas verme de nuevo. No puedes imaginar cuántas veces, durante el último año, me arrepentí de no haberte preguntado tu apellido, para de esa manera poder llamarte y saber como estabas.


Paula lo observó con curiosidad.


—Yo he pensado lo mismo —confesó ella, con un atrevimiento que no era habitual en ella—. ¿Por qué no me pediste mi número de teléfono?


El pareció meditar antes de responder...


—Supongo que se debió a que ambos nos encontrábamos deprimidos aquella noche. Era un momento peligroso para comenzar algo. Por primera vez en mi vida, le hice caso a mi conciencia, en lugar de apresurarme a hacer algo. En el fondo sabía que necesitábamos tiempo para arreglar nuestras vidas. Me arriesgué y dejé las cosas en manos del destino.


—¿Y arreglaste tu vida? —preguntó Paula.


—Lo mejor que pude—explicó él—. El divorcio es definitivo. Estoy intentando construir una mejor relación con mis hijos. Resulta irónico, ya que ahora paso más tiempo con ellos que cuando estaba casado. Quizá se deba a que ahora me preocupo más por buscar ese tiempo. Ya he dejado de pensar en ellos como algo seguro.


—Ah, sí, uno de los grandes pecados de la vida es pensar que siempre disfrutaremos de los seres que queremos —comentó Paula.


—¿Qué hay acerca de ti? —preguntó Pedro—. ¿Solucionaste las cosas?


—He sobrevivido. Estoy aprendiendo a confiar en mí misma. Me estoy construyendo una identidad diferente a la de la mujer del doctor Mateo Devlin. Todavía no lo he reconstruido todo, pero lo intento.


—¿Hay algún hombre que te esté ayudando a encontrar tu camino? —quiso saber Pedro. A Paula le pareció detectar en su voz cierto tono de precaución.


—No —contestó ella y sonrió—. Esta vez pensé que sería mejor encontrar sola mi camino, descubrir quién soy en realidad, y después, ver si un hombre podrá encajar en ese esquema, en lugar de al contrario.


—Comprendo. Es posible aprender de nuestros errores —aseguró él.


Paula sonrió. Poco a poco se iba relajando. De nuevo bajo su mágico hechizo, deseaba compartir cosas con él, cosas que nunca había compartido con nadie, ni siquiera con Elisabeth.


—Creo que ambos hemos pagado un buen precio por aprender esa lección —indicó Paula.


—Ah, pero ahora somos mucho mejores. Piensa en lo buenos que seremos el uno con el otro —señaló Pedro.


Sus palabras seductoras la excitaron. Intentó desviar la mirada, pero él parecía impedírselo, parecía exigir que ella reconociera el deseo que con tanta rapidez estaba creciendo en ellos. Era un anhelo tan intenso que la hacía sentirse débil. Pedro le tomó la mano y le acarició el dorso con el pulgar.


Después de un momento, él añadió:
—No puedo creer lo mucho que te he echado de menos —habló con voz suave—. ¿Cómo es posible que dos personas puedan conectar con tanta facilidad, después de un encuentro tan breve?


—¿Estás seguro de que no se trata tan sólo de ilusiones? —le preguntó Paula con voz temblorosa.


—No estoy seguro de nada, pero sí sé que, si no hubieras acudido esta noche, habría movido cielo y tierra para encontrarte —aseguró Pedro—. Mucho antes habría intentado buscarte; sin embargo, me obligué a cumplir mi palabra y esperar un año. A pesar de todo, no hubo viaje que hiciera a Savannah en que no me estuviera aquí con la esperanza de volverte a ver. Había muchas cosas de las que quería hablar contigo. Muchas veces me pregunté lo que pensarías acerca de muchas cosas: una campaña publicitaria que estuviera diseñando, o un libro que estuviese leyendo.


—¿Por qué? —preguntó Paula, estupefacta ante aquella apasionada declaración—. ¿Por qué deseabas la opinión de alguien que apenas conocías?


—A mí también me gustaría saberlo —respondió Pedro, encogiéndose de hombros—. Lo sé todo acerca de la psicología de la publicidad, y sobre entusiasmar al público; sin embargo, no comprendo lo que está sucediendo entre nosotros. Hubo algo aquella noche, una especie de intuición. De inmediato supe que tú y yo estábamos en la misma longitud de onda, que lo que teníamos era demasiado especial como para perderlo. Tú también debiste sentirlo, o no estarías aquí. Paula estaba demasiado impresionada por aquella coincidencia de sentimientos.


—Supongo que así fue —respondió ella—. Eli... una vecina con la que he intimado mucho durante este último año, dice que después de todo este tiempo, todavía sigo comentando lo que me dijiste —sé ruborizó—. Quizá no debería habértelo dicho.


—¿Por qué no? Yo te he dicho lo que sentí —indicó Pedro.


—No obstante, se supone que las mujeres deben ser reservadas. Al menos en el sur, eso es algo que nos enseñan desde la infancia. Mi madre se horrorizaría si supiera que confieso mis sentimientos de esa manera. Sinceramente, estoy un poco sorprendida por haberlo hecho.


—¿Por qué? —quiso saber Pedro.


—Porque siempre he sido fría y reservada, demasiado reservada. Por algún motivo, he sido abierta contigo —confesó Paula.


—Eso ha ocurrido porque sabes que yo nunca te haría daño —observó él.


Paula lo miró y pensó durante un momento en lo que él había dicho. Podía haberse tratado solamente de bellas palabras, pero ella creía que decía la verdad. En su corazón sabía que Pedro haría cualquier cosa que estuviera en su poder para no hacerle daño. Y ella respondía ante su solicitud y amabilidad como una flor abriéndose al sol.


—¿Cómo lo sabes? —preguntó Paula.


—Tienes una magnífica intuición —sugirió él.


—Pero escogí a Mateo —le recordó Paula.


—Tal vez te induzca a ello mi apariencia —comentó Pedro.


—Tienes la apariencia de un rompecorazones —aseguró Paula.


—Entonces, tal vez sea magia —indicó él.


—O ilusión.


—Cínica —señaló él.


—Realista —comentó ella y rió al ver su expresión.


—Lo vamos a pasar maravillosamente bien averiguándolo, ¿no es así, Paula?


—Sí—asintió ella—. Sí, creo que sí.


domingo, 2 de octubre de 2016

LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 3






Dieciséis de mayo... un año después.


—Paula Chaves. ¿Qué quieres decir con eso de que no vas a ir? —le preguntó Elisabeth Markham, sorprendida—. Durante los últimos doce meses, has estado continuamente hablando de Pedro.


—Exageras. Llevo mucho tiempo sin hablar de él —replicó Paula y se volvió para disimular su vergüenza. Intentó concentrarse en amontonar sobre el mostrador las últimas donaciones para la tienda de St. Christopher. Examinó la ropa con ojo crítico, le fijó un precio y colocó etiquetas en todas las piezas, con la esperanza de que Eli se marchara o, por lo menos, cambiara de tema. Hablar de Pedro la ponía nerviosa, y también recordarlo. Para ser un hombre con el que había hablado tan poco, un año antes, y a quien había besado apenas un par de veces, le había dejado una impresión asombrosamente duradera.


—Anoche... —empezó a decir Elisabeth.


—¿Qué? —preguntó Paula. Aunque odiaba reconocerlo, sospechaba que Eli sabía lo que decía, como siempre. En cuestiones de amor, Elisabeth tenía el instinto de una hábil casamentera, y Paula era uno de sus pocos fracasos. 


Ante el presentimiento de que otro encuentro con Pedro pudiese ayudar a sus propósitos, Eli no estaba dispuesta a permitir que Paula no mordiera el anzuelo.


—Estábamos sentadas a la mesa en tu cocina —le recordó Eli—. Recuerdo con exactitud lo que pasó. Te quitaste tu anillo de boda. A propósito, ya era hora de que lo hicieras. Voy a repetirte lo que dijiste: "Pedro me dijo que yo podría trabajar de modelo para la industria de los diamantes". Y después suspiraste.


—No es verdad —volvió a decir Paula—. Yo nunca suspiro.


—Es cierto—insistió Elisabeth—. Además, suspiras cada vez que hablas de él.


Paula dejó de poner etiquetas en la ropa y, lentamente, se volvió hacia la mujer que durante los últimos meses se había convertido en su mejor amiga, cuando ella intentaba recuperarse, después de su divorcio. Elisabeth era una deliciosa atolondrada, con un corazón lo suficiente grande como para acoger al mundo entero. Aunque habían sido vecinas durante años, Paula no descubrió aquella combinación de sabiduría, buen humor y honestidad hasta que Mateo la dejó.


—¿Lo hice? —preguntó Paula—. ¿Realmente suspiré?


Eli asintió y sonrió victoriosa.


—Y tenías una mirada misteriosa y lejana. Estás afectada, Paula Chaves, y no tengo la intención de oírte hablar de ese hombre durante el resto de tu vida. Hoy es el día en que se supone tienes que encontrarte con él en Savannah. Así que... ¡Fuera de aquí! Es un viaje largo, y será mejor que te vayas ahora, si quieres estar allí para la hora de la cena.


—No voy a conducir hasta Savannah, para luego encontrarme con un perfecto desconocido—le aseguró Paula.


—Ya no es precisamente un desconocido —insistió Elisabeth—. Es como si ya lo conocieras.


—No he estado tan mal —comentó Paula y la miró.


—Lo has estado —le aseguró Eli—, pero no te preocupes. Mi opinión es que es algo maravillosamente romántico.


—No, es ridículo —manifestó Paula, sacudiendo la cabeza—. Fue uno de esos encuentros que tienen lugar una vez en la vida. No es algo que merezca la pena prolongar —a pesar de sus protestas, la tentación de ir, de arriesgarse por una vez era cada vez más fuerte. Con seguridad, Elisabeth advirtió su debilidad, pues insistió.


—Hiciste una promesa solemne, ¿no es cierto? —le preguntó Eli—. ¿No vas a cumplir con tu palabra? ¿Qué diría tu madre? —con deliberación, imitó el acento sureño de la madre de Paula.


—No la metas a ella en esto —pidió Paula—. Si mi madre supiera siquiera que he considerado la posibilidad de ir a Savannah para encontrarme con un desconocido, un hombre del norte, al que apenas conozco, me diría muchas cosas que seguro que a ti no te gustarían. Nunca ha aprobado nada de lo que he hecho. A duras penas toleraba a Mateo.


—En el caso de tu ex marido, ella tenía razón al desaprobarlo —indicó Eli—. Aquel hombre era un aburrido santurrón.


—No es cierto —lo defendió Paula de manera automática, pero de inmediato comprendió que, en el fondo, estaba de acuerdo con Eli. Mateo era un poco anticuado, lo que había hecho su aventura con la residente de pediatría aún más excitante. Quizá eso lo había cambiado, pero el antiguo Mateo, nunca, ni en un millón de años, habría aprobado entablar una conversación con un completo desconocido, y mucho menos viajar hasta Savannah para encontrarse con un hombre con el que solamente había estado unas horas—. Sin embargo... tal vez...


—¡Lo sabía! —exclamó Eli con entusiasmo—. Irás, ¿no es así? Apresúrate.


—Estamos a mediados de semana —indicó Paula—. Pedro trabaja, es probable que ni siquiera esté allí.


—Si no está, podrás ir de nuevo al Savannah College of Art & Design, y pedir información acerca de las clases. No será un viaje perdido —aseguró Eli.


—No empieces con eso otra vez. Tengo treinta y tres años. Es demasiado tarde para empezar una nueva carrera. Lo comprendí la última vez que estuve allí.


—¡Tonterías! —exclamó Elisabeth—. Sólo es demasiado tarde cuando uno está muerto. Piensa en eso, Pau. Estás desperdiciando tu tiempo trabajando aquí, y no es que no me encante contar con tu ayuda. En realidad, he disfrutado por primera vez de tiempo libre desde que empezaste a ayudarme; sin embargo, tú eres capaz de hacer mucho más.


—Soy feliz tal como estoy ahora —manifestó Paula—. Tengo suficiente dinero para vivir de las inversiones que hice con el dinero que recibí por el divorcio y del fondo fiduciario de mi padre. ¿Qué hay de malo en que intente ser útil, aportando algo a la comunidad?


—Nada, si eso te hace feliz—comentó Eli—, pero no es así. No me importa lo que digas. Lo único que haces es matar el tiempo. Tu año de duelo terminó, cariño, ya es hora de que corras algún riesgo.


—Buscar a Pedro es un riesgo que no me atrevo a correr —le aseguró Paula.


—Entonces, mañana irás a esa escuela —insistió Elisabeth tercamente.


Paula rió.


—De acuerdo, tú ganas —respondió Paula—. Te prometo que lo pensaré.


—Cuando vuelvas, te exigiré que me presentes programas y horarios de clases —le advirtió Eli. Paula gimió.


—¡Con razón a tus hijos les gusta esconderse en mi casa! —exclamó Paula—. Eres muy terca.


—Si el suelo de tu casa estuviera lleno de papas fritas y calcetines, también te quejarías —le aseguró Eli.


—Es probable —admitió Paula.


No pudo ocultar cierto sentimiento de tristeza. Ella había querido tener hijos, pero Mateo se había opuesto. A él le gustaba viajar, y al mismo tiempo tenerla a su disposición. 


Aunque Paula podía haberlo desafiado, sabía que un embarazo accidental no era la solución, ya que eso habría creado un ambiente horrible para educar a un niño. Por ironías de la vida, poco después de divorciarse, Mateo se había casado con la residente de pediatría, con la que había tenido una aventura, debido a que estaba encinta.


—No mires hacia atrás, Pau—indicó Eli, adivinándole el pensamiento—. No puedes cambiar el pasado. Ahora, sal y atrapa el futuro. 


El corazón le latía con más fuerza a Paula cuando la imagen de Pedro reapareció en su mente tal y como había sucedido en muchas ocasiones durante el último año. Recordó lo atento y afectuoso que había sido con ella, como si se conocieran desde siempre.


—¡Demonios, sólo se vive una vez! —se dijo Paula.


LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 2




Después de pagar la cuenta, salieron del restaurante y caminaron por la calle empedrada que corría paralela al río. 


Soplaba una brisa ligera, y algunas estrellas brillaban en el cielo. El silencio, mientras paseaban, era tan agradable como lo había sido con anterioridad su conversación. No obstante, con cada paso las expectativas crecían. Sin poder soportar por un momento más aquella tensión que iba en aumento, Paula hizo una pregunta inocente.


—¿No eres de aquí, verdad?


—¿Cómo lo has adivinado? —preguntó él.


—En primer lugar, el acento —explicó ella riendo.


—¿Y qué más?


—Estabas comiendo solo.


—Tal vez me guste estar solo —indicó él.


—Es probable, pero creo que un hombre como tú podría disfrutar de la compañía de muchas mujeres, si estuviera en su medio ambiente. ¿O tal vez de una sola mujer?


—¿Es esa una pregunta que exige una respuesta? —quiso saber él.


Paula levantó la cabeza y sonrió con coquetería.


—Lo sería, si estuviera interesada en ti. Como sólo somos un par de desconocidos en la noche, es simplemente una pregunta movida por la curiosidad.


—Ah, una buena distinción —señaló él—. Como conocedor del valor preciso de las palabras, lo apruebo.


—Todavía no me has respondido —le recordó Paula.


—Quizá, porque al igual que tú, me resulta demasiado penoso pensar en mi vida personal.


—¿Estás divorciado?


—Estoy en trámites —explicó él—. Mi mujer no soporta que tenga que viajar tanto, tampoco la gran cantidad de horas que tengo que dedicar al trabajo.


—¿Te ha dado un ultimátum? —quiso saber Paula.


—No, sólo se ha limitado a empezar a gestionar el divorcio. Al parecer, no piensa que tenga mucho sentido discutir sobre lo evidente.


—¿Lo evidente es que deberías escoger entre tu trabajo y ella? —preguntó Paula.


—Así es como ella lo ve.


—¿Y tiene razón? —preguntó ella.


El aminoró el paso, y transcurrió mucho tiempo antes que respondiera.


—Me gustaría decir que no —dijo él al fin—. Sinceramente, no lo sé. La quería, y echo de menos a nuestros hijos. Esa es la parte más difícil... convencerme de que no los voy a ver creer.


—Entonces, ¿no deberías luchar para intentar recuperarla? —sugirió Paula.


—¿Sería justo hacer eso, si no puedo cumplir la promesa de cambiar?


—Eso no lo sabes —aseguró Paula—. No lo has intentado.


—No, no lo he intentado —replicó suspirando—. Tal vez eso lo diga todo. Cuando tuve la oportunidad, no la quería lo suficiente como para intentarlo. Ella se merece mucho más que eso. Es una mujer excelente.


Bajo la tenue luz de la calle, Paula advirtió la profunda tristeza y el pesar que se reflejaban en sus ojos. Sintió el impulso de acariciarle la mejilla, pero se dominó.


—Por lo menos, no pareces sentirte orgulloso de no haberlo intentado —comentó ella.


—No lo estoy. Si pudiera retroceder diez o quince años, es probable que lo hubiera hecho todo de diferente manera, pero aquí es donde hoy estoy. Tengo que vivir con eso —explicó él.


—Pero eso no implica que no puedas dar un nuevo rumbo a tu vida —comentó Paula—. Eso es lo que yo intento hacer y lo que me ha traído a Savannah. Estoy buscando un nuevo rumbo.


—¿Por qué aquí? —quiso saber él.


—Aquí hay una escuela que imparte unos cursos que una vez quise tomar. No pude hacerlo mientras estudiaba en la universidad. En realidad, sólo hay una escuela en el país que imparte clases sobre restauración histórica y está aquí, en Savannah.


—¿Y? —preguntó él.


—Hoy fui a esa escuela. Ahora ya no estoy tan segura, pues todos los alumnos eran muy jóvenes —indicó ella. El abrió la boca para hablar, pero Paula rió y añadió—: No te atrevas a decirme que la edad es algo importante sólo desde el punto de vista psicológico.


—Pues, así es, Paula.


—Es posible, pero hay un tiempo para todo, y creo que ya se me pasó el tiempo para volver a estudiar.


—No te des por vencida con tanta facilidad —sugirió él—. Piensa que todo el conocimiento y la experiencia que tienes te ayudarán en tus estudios. Estarás más adelantada que tus compañeros.


—Nunca había pensado en eso —confesó ella—. Gracias.


El se detuvo y la hizo volverse para que lo mirara.


—Hagamos un pacto tú y yo —sugirió él.


—De acuerdo —aceptó Paula.


—Repite conmigo: Juro solemnemente...


—Juró solemnemente —repitió ella.


—Que pasaré el próximo año... —añadió él.


—Que pasaré el próximo año...


—Descubriendo quién soy, y lo que espero de la vida. No a medias, ni tampoco apresurando las cosas, debido a presiones exteriores.


Paula suspiró y repitió la promesa. La mirada de él expresaba anhelo y pesar cuando bajó la cabeza lentamente, hasta que sus labios se encontraron con los de ella. Después la abrazó por la cintura, con fuerza, de una manera posesiva y amorosa. El beso se fue volviendo más apasionado, mientras Paula experimentaba un cúmulo de sensaciones que la dominaban, fijándose para siempre en su memoria. La inocencia de aquel encuentro dio paso a un anhelo por descubrir más acerca de él.


Al fin, él se separó, pero sus manos se quedaron durante un momento más en la cintura de Paula, mientras le estudiaba el rostro. Una sonrisa se dibujó en sus labios.


—Ah, Paula, si solamente todo fuera diferente...


—Si solamente... —dijo Paula—. Son las dos palabras más tristes de cualquier lengua. ¿Es esa la manera en que dos personas deberían vivir sus vidas?


—Tal vez no —respondió él—. ¿Hacemos otra promesa, antes de meterte en un taxi y enviarte a tu hotel? —preguntó él.


—¿Por qué no? —Paula empezó a sentirse inquieta ante una posible segunda pérdida, que parecía inminente. Una segunda pérdida... y precisamente en ese día, era más de lo que ella podía soportar. A pesar de todo, consiguió sonreír.


—¿Recuerdas aquella obra de teatro en la que una pareja se reunía solamente una vez al año? A través de todos los años, llegaron a saber más el uno acerca del otro, que ninguna otra pareja que hubiese convivido más íntima y continuadamente —comentó él.


—A la misma hora del año que viene—dijo de inmediato Paula—. Me encantó aquella obra.


—Entonces, hagamos la promesa de volvernos a encontrar aquí, el año próximo, para ver cómo han cambiado nuestras vidas —sugirió él.


—Me gusta la idea —le aseguró Paula, al imaginarse un futuro lejano, cuando todo pudiese ser menos complicado y sus sentimientos menos turbulentos. Muchas cosas podrían suceder y cambiar en un año. Solamente tenía que mirar hacia el pasado, unos meses antes: su vida segura y tranquila había cambiado por completo. Lo miró a los ojos y sintió que una cálida sensación se apoderaba de su alma—. Me gustaría mucho —volvió a decir.


—Entonces, te esperaré —le prometió—, con la cafetera en la mano —le robó otro beso, antes de llamar un taxi y dejarla en él, para después alejarse.


Cuando él ya estaba demasiado lejos como para poder oírla, se dio cuenta de que ni siquiera sabía su nombre. 


Apresuradamente le pidió al taxista que se detuviera y abrió la puerta para correr detrás de él. Al oír los pasos de Paula sobre la calle empedrada, él se volvió. Paula se detuvo de pronto, y se sintió una estúpida por desear más, por necesitar más de alguien al que seguramente no volvería a ver, a pesar de sus promesas y buenas intenciones.


—Ni siquiera sé tu nombre —se justificó Paula encogiéndose de hombros.


—Pedro—respondió él, con voz tan baja que ella tuvo que esforzarse para poder oírlo.


Pedro —repitió Paula. Pensó que Pedro era un nombre encantador, típico de un pícaro irlandés. Sonrió con una serenidad que no había sentido durante semanas y agitó una mano en señal de despedida, mientras volvía al taxi—. Hasta el próximo año —murmuró para sí, mientras él desaparecía de su vista.