domingo, 2 de octubre de 2016
LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 2
Después de pagar la cuenta, salieron del restaurante y caminaron por la calle empedrada que corría paralela al río.
Soplaba una brisa ligera, y algunas estrellas brillaban en el cielo. El silencio, mientras paseaban, era tan agradable como lo había sido con anterioridad su conversación. No obstante, con cada paso las expectativas crecían. Sin poder soportar por un momento más aquella tensión que iba en aumento, Paula hizo una pregunta inocente.
—¿No eres de aquí, verdad?
—¿Cómo lo has adivinado? —preguntó él.
—En primer lugar, el acento —explicó ella riendo.
—¿Y qué más?
—Estabas comiendo solo.
—Tal vez me guste estar solo —indicó él.
—Es probable, pero creo que un hombre como tú podría disfrutar de la compañía de muchas mujeres, si estuviera en su medio ambiente. ¿O tal vez de una sola mujer?
—¿Es esa una pregunta que exige una respuesta? —quiso saber él.
Paula levantó la cabeza y sonrió con coquetería.
—Lo sería, si estuviera interesada en ti. Como sólo somos un par de desconocidos en la noche, es simplemente una pregunta movida por la curiosidad.
—Ah, una buena distinción —señaló él—. Como conocedor del valor preciso de las palabras, lo apruebo.
—Todavía no me has respondido —le recordó Paula.
—Quizá, porque al igual que tú, me resulta demasiado penoso pensar en mi vida personal.
—¿Estás divorciado?
—Estoy en trámites —explicó él—. Mi mujer no soporta que tenga que viajar tanto, tampoco la gran cantidad de horas que tengo que dedicar al trabajo.
—¿Te ha dado un ultimátum? —quiso saber Paula.
—No, sólo se ha limitado a empezar a gestionar el divorcio. Al parecer, no piensa que tenga mucho sentido discutir sobre lo evidente.
—¿Lo evidente es que deberías escoger entre tu trabajo y ella? —preguntó Paula.
—Así es como ella lo ve.
—¿Y tiene razón? —preguntó ella.
El aminoró el paso, y transcurrió mucho tiempo antes que respondiera.
—Me gustaría decir que no —dijo él al fin—. Sinceramente, no lo sé. La quería, y echo de menos a nuestros hijos. Esa es la parte más difícil... convencerme de que no los voy a ver creer.
—Entonces, ¿no deberías luchar para intentar recuperarla? —sugirió Paula.
—¿Sería justo hacer eso, si no puedo cumplir la promesa de cambiar?
—Eso no lo sabes —aseguró Paula—. No lo has intentado.
—No, no lo he intentado —replicó suspirando—. Tal vez eso lo diga todo. Cuando tuve la oportunidad, no la quería lo suficiente como para intentarlo. Ella se merece mucho más que eso. Es una mujer excelente.
Bajo la tenue luz de la calle, Paula advirtió la profunda tristeza y el pesar que se reflejaban en sus ojos. Sintió el impulso de acariciarle la mejilla, pero se dominó.
—Por lo menos, no pareces sentirte orgulloso de no haberlo intentado —comentó ella.
—No lo estoy. Si pudiera retroceder diez o quince años, es probable que lo hubiera hecho todo de diferente manera, pero aquí es donde hoy estoy. Tengo que vivir con eso —explicó él.
—Pero eso no implica que no puedas dar un nuevo rumbo a tu vida —comentó Paula—. Eso es lo que yo intento hacer y lo que me ha traído a Savannah. Estoy buscando un nuevo rumbo.
—¿Por qué aquí? —quiso saber él.
—Aquí hay una escuela que imparte unos cursos que una vez quise tomar. No pude hacerlo mientras estudiaba en la universidad. En realidad, sólo hay una escuela en el país que imparte clases sobre restauración histórica y está aquí, en Savannah.
—¿Y? —preguntó él.
—Hoy fui a esa escuela. Ahora ya no estoy tan segura, pues todos los alumnos eran muy jóvenes —indicó ella. El abrió la boca para hablar, pero Paula rió y añadió—: No te atrevas a decirme que la edad es algo importante sólo desde el punto de vista psicológico.
—Pues, así es, Paula.
—Es posible, pero hay un tiempo para todo, y creo que ya se me pasó el tiempo para volver a estudiar.
—No te des por vencida con tanta facilidad —sugirió él—. Piensa que todo el conocimiento y la experiencia que tienes te ayudarán en tus estudios. Estarás más adelantada que tus compañeros.
—Nunca había pensado en eso —confesó ella—. Gracias.
El se detuvo y la hizo volverse para que lo mirara.
—Hagamos un pacto tú y yo —sugirió él.
—De acuerdo —aceptó Paula.
—Repite conmigo: Juro solemnemente...
—Juró solemnemente —repitió ella.
—Que pasaré el próximo año... —añadió él.
—Que pasaré el próximo año...
—Descubriendo quién soy, y lo que espero de la vida. No a medias, ni tampoco apresurando las cosas, debido a presiones exteriores.
Paula suspiró y repitió la promesa. La mirada de él expresaba anhelo y pesar cuando bajó la cabeza lentamente, hasta que sus labios se encontraron con los de ella. Después la abrazó por la cintura, con fuerza, de una manera posesiva y amorosa. El beso se fue volviendo más apasionado, mientras Paula experimentaba un cúmulo de sensaciones que la dominaban, fijándose para siempre en su memoria. La inocencia de aquel encuentro dio paso a un anhelo por descubrir más acerca de él.
Al fin, él se separó, pero sus manos se quedaron durante un momento más en la cintura de Paula, mientras le estudiaba el rostro. Una sonrisa se dibujó en sus labios.
—Ah, Paula, si solamente todo fuera diferente...
—Si solamente... —dijo Paula—. Son las dos palabras más tristes de cualquier lengua. ¿Es esa la manera en que dos personas deberían vivir sus vidas?
—Tal vez no —respondió él—. ¿Hacemos otra promesa, antes de meterte en un taxi y enviarte a tu hotel? —preguntó él.
—¿Por qué no? —Paula empezó a sentirse inquieta ante una posible segunda pérdida, que parecía inminente. Una segunda pérdida... y precisamente en ese día, era más de lo que ella podía soportar. A pesar de todo, consiguió sonreír.
—¿Recuerdas aquella obra de teatro en la que una pareja se reunía solamente una vez al año? A través de todos los años, llegaron a saber más el uno acerca del otro, que ninguna otra pareja que hubiese convivido más íntima y continuadamente —comentó él.
—A la misma hora del año que viene—dijo de inmediato Paula—. Me encantó aquella obra.
—Entonces, hagamos la promesa de volvernos a encontrar aquí, el año próximo, para ver cómo han cambiado nuestras vidas —sugirió él.
—Me gusta la idea —le aseguró Paula, al imaginarse un futuro lejano, cuando todo pudiese ser menos complicado y sus sentimientos menos turbulentos. Muchas cosas podrían suceder y cambiar en un año. Solamente tenía que mirar hacia el pasado, unos meses antes: su vida segura y tranquila había cambiado por completo. Lo miró a los ojos y sintió que una cálida sensación se apoderaba de su alma—. Me gustaría mucho —volvió a decir.
—Entonces, te esperaré —le prometió—, con la cafetera en la mano —le robó otro beso, antes de llamar un taxi y dejarla en él, para después alejarse.
Cuando él ya estaba demasiado lejos como para poder oírla, se dio cuenta de que ni siquiera sabía su nombre.
Apresuradamente le pidió al taxista que se detuviera y abrió la puerta para correr detrás de él. Al oír los pasos de Paula sobre la calle empedrada, él se volvió. Paula se detuvo de pronto, y se sintió una estúpida por desear más, por necesitar más de alguien al que seguramente no volvería a ver, a pesar de sus promesas y buenas intenciones.
—Ni siquiera sé tu nombre —se justificó Paula encogiéndose de hombros.
—Pedro—respondió él, con voz tan baja que ella tuvo que esforzarse para poder oírlo.
—Pedro —repitió Paula. Pensó que Pedro era un nombre encantador, típico de un pícaro irlandés. Sonrió con una serenidad que no había sentido durante semanas y agitó una mano en señal de despedida, mientras volvía al taxi—. Hasta el próximo año —murmuró para sí, mientras él desaparecía de su vista.
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