domingo, 2 de octubre de 2016

LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 3






Dieciséis de mayo... un año después.


—Paula Chaves. ¿Qué quieres decir con eso de que no vas a ir? —le preguntó Elisabeth Markham, sorprendida—. Durante los últimos doce meses, has estado continuamente hablando de Pedro.


—Exageras. Llevo mucho tiempo sin hablar de él —replicó Paula y se volvió para disimular su vergüenza. Intentó concentrarse en amontonar sobre el mostrador las últimas donaciones para la tienda de St. Christopher. Examinó la ropa con ojo crítico, le fijó un precio y colocó etiquetas en todas las piezas, con la esperanza de que Eli se marchara o, por lo menos, cambiara de tema. Hablar de Pedro la ponía nerviosa, y también recordarlo. Para ser un hombre con el que había hablado tan poco, un año antes, y a quien había besado apenas un par de veces, le había dejado una impresión asombrosamente duradera.


—Anoche... —empezó a decir Elisabeth.


—¿Qué? —preguntó Paula. Aunque odiaba reconocerlo, sospechaba que Eli sabía lo que decía, como siempre. En cuestiones de amor, Elisabeth tenía el instinto de una hábil casamentera, y Paula era uno de sus pocos fracasos. 


Ante el presentimiento de que otro encuentro con Pedro pudiese ayudar a sus propósitos, Eli no estaba dispuesta a permitir que Paula no mordiera el anzuelo.


—Estábamos sentadas a la mesa en tu cocina —le recordó Eli—. Recuerdo con exactitud lo que pasó. Te quitaste tu anillo de boda. A propósito, ya era hora de que lo hicieras. Voy a repetirte lo que dijiste: "Pedro me dijo que yo podría trabajar de modelo para la industria de los diamantes". Y después suspiraste.


—No es verdad —volvió a decir Paula—. Yo nunca suspiro.


—Es cierto—insistió Elisabeth—. Además, suspiras cada vez que hablas de él.


Paula dejó de poner etiquetas en la ropa y, lentamente, se volvió hacia la mujer que durante los últimos meses se había convertido en su mejor amiga, cuando ella intentaba recuperarse, después de su divorcio. Elisabeth era una deliciosa atolondrada, con un corazón lo suficiente grande como para acoger al mundo entero. Aunque habían sido vecinas durante años, Paula no descubrió aquella combinación de sabiduría, buen humor y honestidad hasta que Mateo la dejó.


—¿Lo hice? —preguntó Paula—. ¿Realmente suspiré?


Eli asintió y sonrió victoriosa.


—Y tenías una mirada misteriosa y lejana. Estás afectada, Paula Chaves, y no tengo la intención de oírte hablar de ese hombre durante el resto de tu vida. Hoy es el día en que se supone tienes que encontrarte con él en Savannah. Así que... ¡Fuera de aquí! Es un viaje largo, y será mejor que te vayas ahora, si quieres estar allí para la hora de la cena.


—No voy a conducir hasta Savannah, para luego encontrarme con un perfecto desconocido—le aseguró Paula.


—Ya no es precisamente un desconocido —insistió Elisabeth—. Es como si ya lo conocieras.


—No he estado tan mal —comentó Paula y la miró.


—Lo has estado —le aseguró Eli—, pero no te preocupes. Mi opinión es que es algo maravillosamente romántico.


—No, es ridículo —manifestó Paula, sacudiendo la cabeza—. Fue uno de esos encuentros que tienen lugar una vez en la vida. No es algo que merezca la pena prolongar —a pesar de sus protestas, la tentación de ir, de arriesgarse por una vez era cada vez más fuerte. Con seguridad, Elisabeth advirtió su debilidad, pues insistió.


—Hiciste una promesa solemne, ¿no es cierto? —le preguntó Eli—. ¿No vas a cumplir con tu palabra? ¿Qué diría tu madre? —con deliberación, imitó el acento sureño de la madre de Paula.


—No la metas a ella en esto —pidió Paula—. Si mi madre supiera siquiera que he considerado la posibilidad de ir a Savannah para encontrarme con un desconocido, un hombre del norte, al que apenas conozco, me diría muchas cosas que seguro que a ti no te gustarían. Nunca ha aprobado nada de lo que he hecho. A duras penas toleraba a Mateo.


—En el caso de tu ex marido, ella tenía razón al desaprobarlo —indicó Eli—. Aquel hombre era un aburrido santurrón.


—No es cierto —lo defendió Paula de manera automática, pero de inmediato comprendió que, en el fondo, estaba de acuerdo con Eli. Mateo era un poco anticuado, lo que había hecho su aventura con la residente de pediatría aún más excitante. Quizá eso lo había cambiado, pero el antiguo Mateo, nunca, ni en un millón de años, habría aprobado entablar una conversación con un completo desconocido, y mucho menos viajar hasta Savannah para encontrarse con un hombre con el que solamente había estado unas horas—. Sin embargo... tal vez...


—¡Lo sabía! —exclamó Eli con entusiasmo—. Irás, ¿no es así? Apresúrate.


—Estamos a mediados de semana —indicó Paula—. Pedro trabaja, es probable que ni siquiera esté allí.


—Si no está, podrás ir de nuevo al Savannah College of Art & Design, y pedir información acerca de las clases. No será un viaje perdido —aseguró Eli.


—No empieces con eso otra vez. Tengo treinta y tres años. Es demasiado tarde para empezar una nueva carrera. Lo comprendí la última vez que estuve allí.


—¡Tonterías! —exclamó Elisabeth—. Sólo es demasiado tarde cuando uno está muerto. Piensa en eso, Pau. Estás desperdiciando tu tiempo trabajando aquí, y no es que no me encante contar con tu ayuda. En realidad, he disfrutado por primera vez de tiempo libre desde que empezaste a ayudarme; sin embargo, tú eres capaz de hacer mucho más.


—Soy feliz tal como estoy ahora —manifestó Paula—. Tengo suficiente dinero para vivir de las inversiones que hice con el dinero que recibí por el divorcio y del fondo fiduciario de mi padre. ¿Qué hay de malo en que intente ser útil, aportando algo a la comunidad?


—Nada, si eso te hace feliz—comentó Eli—, pero no es así. No me importa lo que digas. Lo único que haces es matar el tiempo. Tu año de duelo terminó, cariño, ya es hora de que corras algún riesgo.


—Buscar a Pedro es un riesgo que no me atrevo a correr —le aseguró Paula.


—Entonces, mañana irás a esa escuela —insistió Elisabeth tercamente.


Paula rió.


—De acuerdo, tú ganas —respondió Paula—. Te prometo que lo pensaré.


—Cuando vuelvas, te exigiré que me presentes programas y horarios de clases —le advirtió Eli. Paula gimió.


—¡Con razón a tus hijos les gusta esconderse en mi casa! —exclamó Paula—. Eres muy terca.


—Si el suelo de tu casa estuviera lleno de papas fritas y calcetines, también te quejarías —le aseguró Eli.


—Es probable —admitió Paula.


No pudo ocultar cierto sentimiento de tristeza. Ella había querido tener hijos, pero Mateo se había opuesto. A él le gustaba viajar, y al mismo tiempo tenerla a su disposición. 


Aunque Paula podía haberlo desafiado, sabía que un embarazo accidental no era la solución, ya que eso habría creado un ambiente horrible para educar a un niño. Por ironías de la vida, poco después de divorciarse, Mateo se había casado con la residente de pediatría, con la que había tenido una aventura, debido a que estaba encinta.


—No mires hacia atrás, Pau—indicó Eli, adivinándole el pensamiento—. No puedes cambiar el pasado. Ahora, sal y atrapa el futuro. 


El corazón le latía con más fuerza a Paula cuando la imagen de Pedro reapareció en su mente tal y como había sucedido en muchas ocasiones durante el último año. Recordó lo atento y afectuoso que había sido con ella, como si se conocieran desde siempre.


—¡Demonios, sólo se vive una vez! —se dijo Paula.


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